Diciembre, 2024
Nació en diciembre de 1949 en Estados Unidos. Aunque su nombre es Robert Steven, es conocido en el ámbito musical como Adrian Belew. Es productor discográfico, compositor, multiinstrumentista, cantante y, sobre todo, guitarrista superdotado. Su historial de músicos y grupos con los que trabajó y ha colaborado también marea; entre otros: Frank Zappa, David Bowie, Talking Heads, Laurie Anderson, Nine Inch Nail y, desde luego, la icónica banda británica de rock progresivo King Crimson. Aunque ya no graba música nueva con la misma frecuencia, no ha dejado de estar en los escenarios: desde 2022 se puso a rodar junto al músico Jerry Harrison, y, en este 2024, formó el supergrupo Beat, conformado por Tony Levin, Steve Vai y Danny Carey; banda con la que está reviviendo la parte ochentera de King Crimson. El cronista musical y periodista Víctor Roura ha recuperado esta conversación con Belew, para celebrar los 75 años de vida del músico.
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Un lustro después de su fundación el grupo mexicano de rock Caifanes quería a una persona de prestigio para que le produjera su tercera grabación, de modo que envió sus dos anteriores álbumes tanto a Todd Rundgren como a Adrian Belew, siendo este último el que contestara, animado con la idea.
Finalizaba 1991. Y la conversación con el guitarrista, compositor y productor Adrian Belew (23 de diciembre de 1949), creador de asombrosas atmósferas sonoras y miembro de King Crimson en su segunda etapa (1981-2013), data de ese año (1991). En torno de este también vocalista norteamericano nos hallábamos cinco periodistas mexicanos: Adriana Díaz Enciso, José Xavier Navar, Pablo Queipo, Óscar Sarquiz y yo. Las preguntas fueron realizadas indistintamente por unos y otros.
Dijo Belew, cuyo disco Lone Rhino, de 1982, cuando contaba con poco más de 30 años de edad, todavía impresiona:
—La petición de Caifanes me llegó justo cuando terminaba mi nuevo disco —intitulado Inner Revolution, aparecido en febrero de 1992, su séptimo álbum como solista de una veintena que lleva ya elaborados a la fecha, detenida su producción desde 2009—. La verdad, me sonó interesante producir música hecha por gente con otra cultura.
Sin embargo, los Caifanes, vaya uno a saber por qué motivos, ocultaron la presencia del guitarrista en México.
—Preferimos guardar la información —decía el cantante Saúl Hernández a quien le preguntaba por Belew y su estancia en el país.
Pero la Warner Brothers, compañía con la que grababa Belew en ese momento, se saltó el temor, o la timidez, o la reticencia de los Caifanes, e hizo muy bien, y convocó a una breve y reducida rueda de prensa con su guitarrista.
Porque hablar de Belew es hablar de un multinstrumentista vigoroso en la escena del rock.
Adrian es un músico de una intuición asombrosa, declaró alguna vez David Bowie.
Brian Eno le había visto tocar con Frank Zappa:
—Le llamamos para que metiera su guitarra en las canciones de un disco mío: Lodger. ¡Fue una verdadera encerrona! Teníamos las canciones medio grabadas, pero sin voz: le poníamos las cintas y él tenía que responder inmediatamente, tocar lo primero que se le ocurriera. Claro que él tiene tanta inventiva y tantos sonidos a su disposición que siempre salía algo fuerte, que luego nosotros incorporábamos…
Lo mismo ha tocado con Frank Zappa que con los Talking Heads, con Jerry Harrison que con Tom Tom Club, con Herbie Hancock que con Ryūichi Sakamoto, con Peter Wolf que con Jean Michel Jarre, con Laurie Anderson que con Paul Simon, con Mike Oldfield que con King Crimson, además de haber conformado el grupo de Los Osos. Y vino a México porque:
—Esto es como encontrar, por fin, algo relajante. Después de trabajar alrededor del mundo, conozco a gente nueva que hace cosas innovadoras. Por lo menos para mí, que ignoraba qué clase de rock, por ejemplo, se escuchaba en México.
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Belew, en su corta estancia en la Ciudad de México, asistió a algunos sitios para escuchar la música de los jóvenes.
—Desde que estoy aquí he aprendido y me he enterado rápidamente de lo que está pasando en el rock. Me regreso a casa con un montón de grabaciones y cintas. A cualquier lugar donde voy los músicos son muy atentos y, sin pedírselo, me dan parte de su material.
Dijo que la música que había escuchado en el país le recordaba a Estados Unidos en los sesenta:
—Cuando la música de rock empezaba a salir del huevo —acotó.
—A partir de los noventa el rock forma parte de la industria musical luego de varios años de férrea resistencia…
—Sí, a veces pienso también que es demasiado; pero creo que hay tantos estilos de música que alguna llegará a gustarte. Me gusta ser positivo en este sentido. Por eso quiero creer que siempre hay buena música, pese a la industria.
—¿Habrá ahora una música considerada vanguardista?
—Siempre sucede. Todas las cosas se regeneran del pasado. Siempre hay copias de todo. Yo no diría que lo que hacemos nosotros sea específicamente nuevo, pero me siento feliz de que constantemente haya nuevas generaciones de músicos.
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Belew comenzó a tocar la batería en un grupo estudiantil. Luego de oír a Andrés Segovia pasó a la guitarra para crear sus propias composiciones. Tenía, entonces, 16 años de edad. Después fue un escucha atento de Jeff Beck y de Jimi Hendrix.
Desde siempre ha tocado para sí mismo. Por eso, aunque ha grabado con innumerables creadores, pensaba que lo importante radicaba en componer su propia música.
—Todas esas experiencias me han sido de un apreciable valor educativo…
—Pero fuera de sus grabaciones individuales, ¿con cuál grupo se había sentido más a gusto?
—Probablemente con King Crimson. Ha significado más para mí por los años en que he trabajado en las ideas junto con Robert Fripp.
—Después de haber hecho música un poco más experimental, ¿será la hora de inclinar la balanza hacia una música más accesible?
—Sí. Creo que sí. Mi nuevo disco, Inner Revolution, tiene doce nuevas canciones y pienso que son las mejores por la forma en que las he trabajado. El reto para mí es tomar elementos musicales no comunes. Podría ser una guitarra que suene como elefante o cualquier otro elemento raro y acomodarlo con otro sonido, más accesible, sí.
—Cuando trabaja con otros músicos, ¿basa su concepto de producción de acuerdo a los estilos de cada uno o su mirada es personal?
—Creo que puedo agregar algo a su música. La puedo pulir para que suene un poco mejor, sin cambiar el sentido original. Quiero captar sus propuestas y hacerlas sonar lo mejor posible, respetando su integridad. Personalmente, creo que producir otros trabajos me reditúa más aprendizaje. Mi lugar favorito en cualquier parte del mundo es el estudio de grabación.
—Háblenos de su técnica en la guitarra.
—Creo que mi trabajo más innovador fue con Talking Heads, porque se me permitió hacerlo de manera libre. La colaboración más fuerte que he recibido ha sido con King Crimson, porque los cuatro músicos que integrábamos el grupo representábamos a la vez cuatro ideas totalmente diferentes, experimentamos con lenguajes distintos. Robert Fripp y yo hicimos un trabajo innovador con el sintetizador de guitarra.
—Pocos músicos utilizan la guitarra como experimento para sus composiciones…
—La guitarra, desde mi punto de vista, es como otra voz. Es mi voz favorita. Lo que intento hacer es captar cualquier sonido posible en el aire y reproducirlo. Buscando esos sonidos encuentro siempre temas específicos.
—¿Qué tan difícil es tocar con agrupaciones distintas y diversas?
—No lo sé. Porque yo encajo en todos los estilos. Quizás porque no toco en un estilo muy particular, sino que me dejo entrar en la música.
—¿Cuánto de improvisación tiene su trabajo?
—Yo siempre vivo los accidentes, que en la música suelen pasar. Hay cosas que no tienes planeadas y ya en el estudio trato de complementarlas. Creo que las ideas de antemano ya están girando adentro de mi cabeza. Mi único interés radica en producir buena música. Si para ello es necesaria la tecnología, no dudo en utilizarla. Me siento muy bien haciendo rock en el momento en que existe tanta tecnología a nuestra disposición. Hacer mi música y producirla es lo más importante de mi trabajo.
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Por cierto, en mayo de 1992 salió a la venta El silencio de Caifanes y es, sin duda, su mejor disco.
Probablemente no hay otro álbum en México con esas guitarras de rock tan ingeniosas e implacables. Es notoria la mano de Belew, por supuesto. Dos años después, en 1994, Caifanes grabó su última producción discográfica y luego el grupo se disolvió, acaso cuando su definición era aplastantemente superior a todas las otras agrupaciones en su derredor. Porque Belew parecía estar, como una sombra benefactora, detrás de los Caifanes.
Como dato curioso, el entonces guitarrista de Caifanes, el argentino Alejandro Marcovich (luego señalado como violentador de mujeres, a un paso de haber matado a su esposa), decía que todas las guitarras del álbum El silencio eran suyas.
Adrian Belew sabe que no es cierto.