Octubre, 2024
El surrealismo está de vuelta, su vigencia es visible en las numerosas publicaciones y exposiciones de las que es objeto alrededor del mundo. Precisamente para celebrar los cien años del surgimiento de este movimiento vanguardista, el Instituto de Investigaciones Estéticas organizó un coloquio en el que participaron varios especialistas de la UNAM y otras instituciones de educación superior del país y el extranjero. El periodista Roberto Gutiérrez Alcalá ha redactado estas líneas.
El 15 de octubre de 1924, hace ya cien años, el escritor, poeta y ensayista francés André Breton publicó en París el Manifiesto del surrealismo, en el cual detalla los rasgos característicos de este movimiento cultural que habría de ejercer una influencia muy poderosa tanto en la literatura, las artes plásticas, la música y el cine, como en la política, la sociología, la filosofía y la antropología.
En dicho documento, Breton definió, “de una vez y para siempre”, la palabra surréalisme (“sobre, o por encima, del realismo”), acuñada en 1917 por Guillaume Apollinaire: “Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.
Así pues, basado en la teoría de los sueños de Sigmund Freud, el surrealismo pretendía que el artista se soltara de las amarras que lo sujetaban al racionalismo, para sumergirse en el inconsciente y expresar imágenes irracionales y oníricas.
Al respecto, Breton escribió en el mencionado manifiesto: “Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar”.
Y a continuación, para ejemplificar lo que, a partir de entonces, sería el método de creación de los surrealistas, recordó que todos los días, antes de irse a dormir, el poeta simbolista Saint-Pol-Roux hacía colocar en la puerta de su mansión de Camaret, en la región de Bretaña, Francia, un cartel en el que se leía: “EL POETA TRABAJA”.
Cánones viejos
Para conmemorar el surgimiento de uno de los movimientos vanguardistas más influyentes del siglo XX y analizar su presencia en América Latina, el Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM organizó el Coloquio “100 años de surrealismo”, en el que se ofrecieron un diálogo, dos conferencias magistrales y 30 mesas temáticas, con la participación de especialistas de la UNAM y otras instituciones de educación superior del país y el extranjero.
En la mesa temática “La poética en el surrealismo, la poesía como arte de vivir”, Doriane Maika de Swan Sánchez, poeta y estudiante de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, esbozó la filosofía poética del surrealismo desde las poéticas bretonianas:
“Algo que inquietaba a Breton era deshacerse de los cánones viejos que arrastraba la poesía. De ahí que, dejando a un lado sus posicionamientos sociopolíticos, su propia poesía sea, en palabras del poeta gallego Xoán Abeleira, ‘marginal, radical, inquietante y, por lo tanto, única’”.
Poéticas bretonianas
Además de crear un antes y un después en la poesía como disciplina y arte de vivir, las poéticas bretonianas ponen a ésta en el centro del surrealismo. La primera menciona que el surrealismo reconoce la importancia de la naturaleza primordial y universal del lenguaje poético, más allá de los poemas.
“Para Breton, la poesía y, en específico, el lenguaje poético era un modo no instrumental de entender el mundo y así comunicar el sentir con el pensar”, señaló De Swan Sánchez.
La segunda expone que la poesía tiene que ser arrancada de su forma tradicional para aislar la materia prima del preconsciente nemotécnico, el cual traza el lenguaje poético.
“Breton afirmaba que lo más importante no era la estructura, sino el mensaje poético que hay detrás de la poesía. Algunos poetas surrealistas se inspiraron en figuras como Rimbaud y Baudelaire, quienes querían concentrar las energías de la creación en el mensaje puro, en lo que Rimbaud llamaba ‘la alquimia del verbo’”.
La tercera establece que uno de los principios surrealistas es el desconcierto sistemático de los sentidos, promulgado por la introducción de imágenes y otras formas de creación sensual dentro del lenguaje poético.
“En la poesía surrealista, por lo demás, se utiliza mucho este acompañamiento de imágenes que fusiona lo visual y lo escrito”, aseguró la universitaria.
La cuarta habla de cómo el lenguaje poético tiene la capacidad de abarcar una zona de imaginación liberadora que persuasivamente llama al —o agresivamente demanda el— cambio de la realidad.
“Para Breton era fundamental separar la actividad poética de la racionalidad y el pensamiento especulativo, apelando siempre a la imaginación y liberando así al ser de las limitaciones de lo ya experimentado. Con todo, la apuesta bretoniana va más allá de la experiencia estética inmóvil, de aquel arte que se congela en la admiración. En el surrealismo es necesaria la revolución a través del arte. No sirve un arte que sólo es admirado, sino uno crítico, humanista y reflexivo en relación con el acontecer diario”, añadió De Swan Sánchez.
Por último, la quinta poética bretoniana subraya la importancia del humor-objetivo (el absurdo que contiene la propia existencia en la realidad) y el azar-objetivo (la inesperada o inexplicable manifestación del deseo subjetivo en el reino de lo objetivo) en la poesía surrealista, y cómo ésta privilegia el placer como principio antes que la realidad.
“En ese sentido, la poesía surrealista pone énfasis en la brecha que hay entre el inconsciente y la realidad objetiva. Para disminuir esta brecha se propone enaltecer el poder que yace en las imágenes de la mente, liberando, por medio del azar-objetivo, las represiones que pueden existir en la personalidad”, destacó.
Principio fundacional
A decir de De Swan Sánchez, el surrealismo no sólo buscaba prevalecer en el tiempo o heredar a las siguientes generaciones una serie de pasos que deberían seguir a manera de una receta, sino también generar un cambio.
“Y por lo que se refiere a la poesía surrealista, su cometido era dejar de pensar el lenguaje como un puñado de formulaciones lingüísticas para reconceptualizarlo. En suma, Breton quiso hacer del surrealismo —y sobre todo, de la poesía surrealista— una filosofía de vida, un modo de vivir más afable y cercano a los sentidos más profundos del alma”.
Asimismo, mencionó que el surrealismo contiene un principio fundacional que caracteriza todas las disciplinas que lo conforman como movimiento: siempre ir más allá de la razón.
“Este principio se hace presente en la poesía con la apología de lo mágico y lo divino, la aventura del inconsciente y la experimentación de posibilidades místicas como búsqueda de la disrupción lógica. Por otro lado, los surrealistas consideraban que el poema debía ser bueno desde el comienzo de su gestación. Para ellos no había tal cosa como pulir trabajosamente un poema, desde el comienzo de su gestación debía contener un mensaje que demostrara su ineludible calidad. Si el poema tenía que pulirse hasta el cansancio, entonces no valía… Y pensaban que el poeta debía asumirse como tal, no podía serlo a ratos: era o no era. Ser poeta, estaban convencidos, era una apuesta de vida”, finalizó.
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Artaud, Breton y Péret en México: ¿qué hicieron estos tres franceses en el país surrealista por excelencia?
Roberto Gutiérrez Alcalá
En la mesa “Un viaje al país de los surrealistas”, Fabienne Bradu Cromier, investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, recordó y analizó la estancia en México de Antonin Artaud, André Breton y Benjamin Péret.
⠀⠀Artaud
Artaud llegó a nuestro país en 1936, donde, bajo el patrocinio del Departamento de Acción Social de la UNAM, dio tres conferencias en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria los días 26, 27 y 29 de febrero, y, bajo el auspicio de la Alianza Francesa, leyó una más: El teatro de la post-guerra en París, el 18 de marzo del mismo año. Sin embargo, en todas, el público fue muy escaso.
“Quizás el revés no le importó mucho a Artaud, pues era el precio que debía pagar para que se cumpliera la esperanza fundamental de su viaje, la verdadera apuesta que venía a jugarse a México. Apenas le interesó la capital, pese a que aquí gastó varios meses de invisibilidad. Tampoco le atrajeron sus artistas e intelectuales que, a su gusto, estaban demasiado contaminados por Occidente. Hubo dos excepciones: la pintora María Izquierdo y el escultor Luis Ortiz Monasterio”, señaló Bradu.
Luego de pasar muchas horas sentado en el Café Gante, escribiendo sus artículos para el periódico El Nacional e innumerables cartas a sus amigos parisinos, Artaud emprendió su viaje a la Sierra Tarahumara, el cual representó la culminación de su estancia en nuestro país.
“Además de escapar del mundo occidental que abominaba, Artaud alimentaba la esperanza de encontrar en México una cura mágica y definitiva a sus trastornos mentales y espirituales causados por una temprana meningitis que lo obligaba a ingerir opio, láudano, heroína o cocaína para sobrellevar el dolor”, explicó la investigadora.
En la montaña, Artaud permaneció tres días entre los tarahumaras, tomando peyote. Entonces pensó que estaba viviendo “los tres días más felices de mi existencia”. Con todo, no hubo cura mágica ni definitiva para él.
“Ya recluido en el hospital psiquiátrico de Rodez, a los tres días más felices de su existencia, Artaud opuso la versión de los maleficios padecidos en la Sierra Tarahumara y escribió: ‘Esos obstáculos se llaman maleficios y cerca de cinco semanas tuve que luchar día tras día contra esas hordas incansables e indescriptibles de brujería’. Puede hablarse de sima a propósito del episodio mexicano en la vida y la obra de Artaud. Quizás otra palabra válida sea cisma, porque una misma experiencia originó un cielo y un infierno, creó una ortodoxia y su heterodoxia. ¿A quién creerle entonces: al Artaud iluminado por el Tutuguri [rito de la noche negra y de la muerte eterna] o al supliciado por ser el Crucificado de Jerusalén? No puedo contestar más que a los dos, no tanto con el afán de hacer un mal juego de palabras acerca de Artaud y su doble, sino por la pérdida de sí que padeció hasta su muerte y porque un ser separado de sí está condenado a ser dos, a ver y a verse con el mismo exceso que fue el signo de Artaud”.
⠀⠀Breton
La estancia de Breton en México hacia 1938 no resultó nada fácil para el autor del poema “Fata Morgana”. De acuerdo con Bradu, al boicot instigado por el Partido Comunista Francés para impedir que cumpliera su programa de conferencias se sumó una perversa mezcla de xenofobia y mezquindades.
“La variedad de las descalificaciones que la prensa le deparó a Breton es elocuente de la consigna lanzada: atacarlo a cualquier precio. Además de tildarlo de trotskista, fascista, farsante, frívolo…, se llegó a sugerir más o menos veladamente que era un cornudo, un invertido y un drogadicto o peyotero. No obstante, México no desilusionó a Breton, y aunque admitiera que las entrevistas con Trotsky no estuvieron exentas de tensiones, roces, malentendidos y exabruptos, el encuentro con el fundador del Ejército Rojo fue suficiente para edulcorar las demás amarguras”.
Cada vez que se encontraban, Trotsky presionaba a Breton para que le presentara un proyecto del Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente. Por fin, luego de un viaje a Michoacán, Guadalajara y Monterrey, y ante el inminente rompimiento entre ambos, Breton regresó a la Ciudad de México con un borrador del manifiesto que afinó con Trotsky.
“Contentos y, sobre todo, aliviados por haber podido llegar a la meta final, Trotsky y Breton dejaron atrás el cúmulo de tensiones y conflictos. La despedida fue emotiva. Arriba del hombro izquierdo de un retrato suyo, el francés escribió esta dedicatoria: ‘A León Trotsky, en recuerdo de los días vividos en su luz, con mi admiración y mi lealtad absolutas. André Breton. México, 30 de julio de 1938’”.
La investigadora universitaria se preguntó qué habrá significado México para Breton. Por supuesto, la respuesta no podría ser una sola, sino múltiple: “Un remanso de luz en la encrucijada del surrealismo poco antes de la Segunda Guerra Mundial, un manantial de renovadas energías para la cabeza del fatigado movimiento, un feliz reencuentro con los paisajes de El indio Costal, una novelita de Gabriel Ferry que había leído en su infancia, pero también una última carta en la empecinada apuesta política del surrealismo, algunas amistades y un sinnúmero de detractores cuya virulencia sólo pareció aguijonear su propio vigor…”
⠀⠀Péret
Benjamin Péret permaneció exiliado en México, el país surrealista por excelencia, desde 1942 hasta 1946. A su regreso a París a principios de la primavera de 1948, concedió varias entrevistas radiofónicas en las que recordó esos años.
En la primera de ellas, a una pregunta sobre sus actividades en el país, contestó: “¿Qué hice en México? Me aburrí espantosamente. México es un país que sólo se interesa en México. Todo es tradición, pero una tradición que no es sino formal, vacía de toda vida. Es un país donde la mayoría de la gente es muy pobre. Arriba existe una delgada capa de ‘mexicanos medios’ y luego los muy ricos. ¿Un espíritu de rebeldía en los pobres? Para nada. Padecen una excesiva carencia de cultura. Y hablar de cultura es ya un eufemismo. En realidad, la mitad de la población no sabe leer ni escribir. ¿Lo que yo hacía allí? Cualquier cosa para sobrevivir. Equiparando las monedas, la vida es más cara que aquí. Además, a 2 mil 500 metros de altura, uno se cansa muy rápido. Hice la Antología de los mitos, leyendas y cuentos de México (sic). Eso es todo.”
Por otro lado, Péret nunca dejó de sentirse asfixiado en el altiplano, pero, a decir de la investigadora, el oxígeno que le faltaba era tanto físico como intelectual.
“Primero tuvo que padecer algunas entrevistas en las que le hacían preguntas como: ‘¿qué es eso del surrealismo, ¿cómo se come?’; luego, la cuarentena con que los comunistas lo castigaron por su militancia trotskista. Casi no tuvo contacto con el México de la época y más precisamente con su élite intelectual y artística, a excepción de un puñado de disidentes afines a sus posiciones políticas”.
Péret casi nunca recibió un apoyo de las autoridades mexicanas o del medio artístico para encontrar un trabajo acorde con sus capacidades, y malvivió a partir de unos trabajos eventuales y poco retribuidos.
“Fue maestro de francés en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado ‘La Esmeralda’ y en el Instituto Francés de América Latina. El editor catalán Bartolomeu Costa-Amic intentó socorrerle, encargándole un prólogo para el libro Los tesoros del Museo Nacional de México. La escultura azteca (1943), con fotografías de Manuel Álvarez Bravo”, añade Bradu.
En todo caso, la fascinación por México le llegó hacia el final de su estancia en nuestro país, cuando descubrió Yucatán y las ruinas de Chichén Itzá.
Al respecto, la investigadora comentó: “El descubrimiento de Chichén Itzá conjuga el latido de la poesía con la nutrida información sobre las civilizaciones precolombinas que Péret acumuló durante su estancia en México, gracias a la lenta elaboración de la Antología de los mitos, leyendas y cuentos populares de América y, también, a su traducción al francés del Libro de Chilam Balam de Chumayel (él fue el primer traductor de este libro al francés). Para redondear su compleja relación de amor-odio con México, poco antes de morir en 1959 tradujo el poema Piedra de sol, de Octavio Paz. Fue la última traducción poética de Péret y la primera al francés de la poesía de Paz”.