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De la inalcanzable belleza inmarcesible a la alcanzable guapura escultural

El mural «Época de Oro del Cine Mexicano»: un retrato grupal de varias épocas pero de un mismo país

Octubre, 2024

En el último día del sexenio ya concluido, el lunes 30 de septiembre pasado, se inauguró en la entrada de la estación San Lázaro del Metro la segunda parte del ambicioso mural sobre las estrellas de la producción cinematográfica nacional titulado Época de Oro del Cine Mexicano, por parte del pintor, caricaturista e ilustrador Jorge Flores Manjarrez, un paseo colorido por los rostros, los vestuarios, las bebidas, las calles, los edificios, los vehículos y las situaciones más populares que continúan influenciando y atrayendo los ojos del espectador no sólo mexicano sino internacional. A sus conocidos y emblemáticos murales públicos sobre rock mexicano y mundial en las estaciones Chabacano y Auditorio del Sistema de Transporte Colectivo Metro, se añade este nuevo retrato colectivo y multitudinario en el que nos revela su pasión cinéfila y sus amores en la oscuridad de la sala. Compartimos el texto que el artista leyó durante el acto protocolario de inauguración de esta obra.

De la gradación de los tonos sepia de la película en blanco y negro, que situaban al espectador en un lugar irreal y fantástico, en uno donde la mezcla de sólo dos colores primarios contrastados recreaban la realidad: el rojo y el verde, durante largas décadas del primer cine vuelto espectáculo popular, populoso y populachero; pero con la llegada del Technicolor tiramos un paneo hacia la paleta colorida y a un ingente catálogo de desarrollos técnicos como el Eastmancolor, el Warnercolor, el Kodachrome o el Agfacolor, entre muchos otros.

Este mural es el reflejo de una sociedad y de su cine, como resultado visible y vistoso: una ventana en la que nos empinamos y vemos pasar palomas sepias como si fueran poemas, con un mensaje atrapado en el viaje de una época y así poner la belleza al alcance de nuestra edad.

De aquella belleza inalcanzable e inmarcesible de la Época de Oro del Cine Mexicano pasamos a otra muy distinta, que si bien era atractiva, escultural y abiertamente sexual, más que sensual, resultaba, sobre todo, alcanzable. Eran las preciosas protagonistas de la sexycomedia —popularmente conocida como “cine de ficheras”—, un género en el que incluso los feos tenían su corazoncito así como una oportunidad de triunfo en esa insospechada lotería del amor, en que la sexualidad y el morbo se debatían por tener el sitio de honor.

Del cine de rumberas, con Ninón Sevilla y su sincopado ritmo, contenido en esas largas y delirantes piernas que excitaban a la recatada audiencia de un salón como Los Ángeles o mirando a Tongolele que meneaba las frenéticas caderas frente a los ojos lunáticos y fuera de órbita del Rey del Barrio que fue don Germán Valdés “Tin Tan”, quien lograría besar a más mujeres que los galanes mejor peinados y en boga de Hollywood.

Fragmento del mural de Manjarrez. / Foto: STC Metro.

Aquí es que damos un paso doble e incluso cuántico al rock ‘n’ roll mexicano: aparecen, por ejemplo, Enrique Guzmán y Alberto Vázquez, quienes no pueden verse ni en pintura, cosa que sí logramos en este mural.

Esta metamorfosis estética que unió al rock ‘n’ roll en español con los bikinis y las minifaldas nos conduce directamente al Tivoli, que representó y significó un recorrido bajo el manto sensual de los cabarets citadinos, lo mismo para estrenar sus bellas de noche o para retratar por igual a sus glamurosas vedettes que a sus prostitutas arrabaleras con su consigna característica: “El respeto a la esquina ajena es la paz”. Y es precisamente por la esquina del algún viejo barrio que acabarían con su padrote… un tal Pedro Navajas.

La pantalla-mural hace un clase up y entonces vemos esa ceja altiva de María Félix “La Doña”, copiada a pie juntillas lo mismo por la bellísima Sasha Montenegro, la violinista Olga Breeskin, la escultural Lyn May y muchas otras más vedettes de aquella época.

Por otro lado, pero muy cerca, aparecen los cómicos Rafael Inclán, Alfonso Zayas, Alberto “El Caballo” Rojas y muchos más, quienes, entre los vapores del alcohol, metían manos gustosos bajo la injuriada falda del morbo y se jugaban la vida en un albur.

Carlos Monsiváis solía afirmar que los espectáculos populares dejan de ser buenos o malos para convertirse en arte a la medida del bolsillo.

Ciertamente, la voluntad es a veces subyugada por el instinto.

Estos retratos, este paisaje del Séptimo Arte, resulta en una taquigrafía de las sensaciones de la que hablaba el inglés Francis Bacon, puesto que no se trata de copiar la realidad primigenia sino de recrearla para poner algo que no estaba ahí de inicio. Ésa es la labor de un artista, poner algo entre líneas y alterar las sensaciones.

Jorge Flores Manjarrez retratado junto a su mural. / Foto: Sergio Raúl López.

Por lo tanto, este mural es un homenaje personal al cine mexicano, porque ha reunido a las familias mexicanas alrededor de la tele en sus hogares por varias generaciones; porque ha liberado sexualmente a la mujer de recatos persignados; porque ha aleccionado a más de uno; porque la cinematografía nacional ha sido un reflejo de nuestras vidas pero asimismo de las de nuestros paisanos, de nuestros ancestros. Porque hay más de un poema en cada escena; porque nos han sacado más de una carcajada; porque han sido el crush de nuestro abuelo o de nuestra abuela, de nuestros padres, de nuestros hermanos y parientes, de los amigos más cercanos. Y porque a pesar de que se asomaba el hilito con el que dotaban de movimiento al vampiro, al verlo volando a cuadro en las películas de terror, nos provocaba un miedo inenarrable.

Así se gozan las películas: sin prejuicios de ningún tipo, sólo dejándose llevar e involucrándose en su trama.

Este mural Época de Oro del Cine Mexicano es una película que existe dentro de muchas películas —o viceversa— y en él tuve la oportunidad de ser director y dar indicaciones a las luminarias de la pantalla grande que he admirado a lo largo de mi vida para repartirlas en el espacio y hacerlas convivir tras bambalinas en varias y diversas épocas, creando una obra coral repleta de circunstancias emblemáticas y míticas que nos abrace en ese viaje fílmico que yo he concluido pero que ahora toca recorrer al público, al espectador.

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