ConvergenciasModus Vivendi

Morir en las plataformas digitales

Julio, 2024

Ahora le tocó el lingüista Noam Chomsky, pero antes fue al cantante José Luis Perales o al filósofo Fernando Savater, y mucho antes que ellos a una gran cantidad de nombres: la circulación de bulos sobre las falsas muertes están proliferando, escribe Juan Soto en esta nueva entrega de su ‘Modus Vivendi’. Pero son los tiempos actuales. Si algo se ha cultivado bastante bien, en tiempos de Internet, es la desesperación por compartir información que nadie ha solicitado. Información que, por cierto, no suele verificarse. La paradoja, sin embargo, es que viviendo en un mundo donde la información abunda: se pueda ser tan fácil un desinformado.

La muerte de David Bowie —uno de los iconos del glam rock y del emprendimiento glitter—, el 10 de enero de 2016, provocó una reacción masiva que incluso llevó a algunos de sus delirantes seguidores, casi todos, a lanzar una petición en Change.org bajo la consigna “Say no to David Bowie dead” que llegó a unas 11,600 firmas. No obstante, como a muchos otros famosos, en las plataformas publicitarias como Facebook, TikTok, Instagram o X también lo dieron por muerto antes de que realmente ocurriera su deceso.

Los casos abundan.

En el programa matutino Today de Australia, en noviembre del 2020, se ofreció una disculpa pública después de haber mostrado en su chat de entretenimiento un banner donde se aseguraba que un conjunto de documentos —como letras de canciones— del gran músico Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura de 2016, quien supuestamente había fallecido, habían sido vendidos por 495 mil dólares. La muerte del líder revolucionario Fidel Castro fue anunciada y se viralizó en más de una ocasión antes de que realmente ocurriera el 25 de noviembre de 2016. La muerte del sociólogo Zygmunt Bauman fue anunciada por los despistados; incluso lamentaron su partida con fervor un año después de que esta ocurriera en enero de 2017. La cadena de televisión Fox News aseguró que la muerte de Barack Obama había sido anunciada debido a un supuesto hackeo en el entonces Twitter (hoy X), justo un 4 de julio de 2011. A Britney Spears le tocó morir junto con Justin Timberlake —en ese momento su pareja— en un accidente de tráfico en junio de 2001. (Noticia que se difundió en una estación de radio de Dallas). A Natalie Portman le tocó caer de un acantilado en 2009. De Lady Gaga se hizo creer que había muerto en una habitación de hotel en septiembre de 2011. De Miley Cyrus se dijo, en julio de 2014, que habría muerto a causa de una sobredosis. A la reina Isabel II le tocó morir varias veces antes de septiembre del 2022, de acuerdo con ‘cuentas falsas’ e, incluso, de la mano de un video falso donde se anunció su muerte. El Papa Benedicto XVI no fue la excepción, pues medios como The Guardian y el Washington Post anunciaron su muerte antes de que ocurriera en 2022. J. K. Rowling, la creadora de Harry Potter; Jackie Chan, el actor experto en artes marciales; Kim Jong-un, el dirigente de Corea del Norte; Vargas Llosa, el controvertido escritor Premio Nobel de 2010; Isabel Allende, la gran escritora chilena; Fernando Savater, el filósofo español; el exfutbolista Dani Álves, etc., también han fallecido en las plataformas digitales. Todo parece indicar que la fama, el virtuosismo, la notoriedad intelectual y la relevancia política de los cargos que ocupan determinadas personas —o la combinación de algunos de estos elementos— son importantes para convertirlas en dignas candidatas a morir en las plataformas digitales. Aunque no todos los famosos mueran en éstas.

No debemos olvidar que algunas de estas ‘muertes’ se le atribuyen a un bribón italiano llamado Tommaso Debenedetti, quien publicó, durante unos 10 años, en medios de su país, entrevistas inventadas. Este singular personaje confesó que al haber prometido una entrevista con el escritor estadounidense Gore Vidal, al diario napolitano Il Mattino, quien se la canceló, decidió inventársela. Debenedetti también había embaucado a todos diciendo que había entrevistado a Philip Roth, el escritor americano. Sin embargo, cuando le preguntaron algo acerca de la supuesta entrevista que había tenido con Debenedetti, el escritor negó conocerlo. La revista The New Yorker, entonces, hizo una investigación y descubrió que las entrevistas que Tommaso había publicado eran falsas. Después de este episodio, Debenedetti comenzó a crear ‘cuentas falsas’ en plataformas como Facebook y Twitter y desde ahí mató a Margaret Thatcher, a García Márquez y a Javier Marías, entre otros. Y ha tratado de argumentar en su defensa que ha publicado una infinidad de bulos —o hoax— porque se divierte y puede poner en evidencia que en los tiempos de Internet las personas no suelen verificar las informaciones que reciben y terminan por compartir. Sin embargo, en esto último no se equivoca.

Si algo se ha cultivado bastante bien, en tiempos de Internet, es la desesperación por compartir información que nadie ha solicitado. Información que, por cierto, no suele verificarse. Por ello tanto las plataformas digitales como los sistemas de mensajería instantánea se han convertido en medios prodigiosos para que la información falsa y engañosa se viralice y se difunda casi sin impedimento alguno.

El fenómeno de la propagabilidad

Ciertamente la denominada viralidad, que es un fenómeno cultural de nuestro tiempo, digno de ser estudiado a profundidad desde las Ciencias Sociales, puede ser espontánea o planificada. Sin embargo, esto no nos dice demasiado acerca de cómo y por qué ciertos contenidos, noticias o informaciones terminan por hacerse virales. Sobre todo, porque no siempre la ‘viralidad planificada’ funciona. Comprender cómo es que esto ocurre ha sido una preocupación central del denominado marketing viral, así como de los académicos de campos de conocimientos como la psicología social, la sociología y la antropología social, sólo por mencionar algunos. En el libro de Cultura Transmedia de Henry Jenkins, Sam Ford y Joshua Green, se ofrecen algunas buenas razones que toman en cuenta estrategias, aspectos técnicos, motivaciones del público y características de contenido que, dicen, los creadores podrían tener en cuenta a la hora de diseñar contenido con mayor potencial de propagabilidad: a) la reducción de incertidumbre; b) la integración de productos y textos a la vida de las personas, una especie de producción en el sentido de apropiación de símbolos y significados; c) las fantasías compartidas; d) el humor; e) las parodias y las referencias; f) los contenidos inacabados que funcionan como activadores culturales; g) el misterio, que termina por aliarse bien con la mistificación; h) las controversias oportunas que ayudan a confirmar los prejuicios de grupo en tanto que hacen eco de la postura de una o más comunidades; i) los rumores, que ayudan a confirmar las actitudes de grupo más que a modificar las opuestas, a persuadir o convertir a quienes piensan u opinan diferente; j) y el activismo de avatares y otros medios cívicos que utiliza el poder emocional de historias que ya son propias del público masivo y que echa mano de la mitología cultural compartida para generar conexiones emocionales con los contenidos. Sin embargo, aunque se siguieran cabalmente estas directrices, nada garantizaría que un contenido se viralizara. La profesora Amanda D. Lotz, de la Universidad de Michigan, lo tiene claro al asegurar que los ejecutivos de la televisión, cine y música saben que más del 80 % de lo que desarrollan y crean fracasará a nivel comercial y no saben qué 10 ó 20 % podría tener éxito. Esto corrobora lo que muchos ya sabíamos, que hasta cierto punto la industria del cine, la música, la televisión y, de paso, la publicidad, van a ciegas. Invirtiendo sin saber qué contenidos serán exitosos en términos de su potencial propagabilidad.

Para las industrias del entretenimiento y consumo, así como para el mundo académico, es importante entender el fenómeno de la propagabilidad. Las noticias sobre las ‘muertes falsas’ pueden generar visibilidad y tráfico; pueden crear incertidumbre en tiempos de cambio social y político; pueden utilizarse para propagar virus o prestarse para los fraudes y el robo de datos personales; pueden ser una buena herramienta para recibir un beneficio económico, monetizar; pueden usarse para desprestigiar a los medios de comunicación y, de paso, a los incautos que las comparten sin mayor recato. Y sí, el 18 de junio del 2024, hace poco, se propagó con singular velocidad la alarma de la ‘falsa muerte’ del reconocido lingüista, Noam Chomsky. Y sí, dos medios como Jacobin Magazine y The New Statesman publicaron sendos obituarios para Chomsky. Y sí, como saetas, puñados de académicos comenzaron a propagar la noticia falsa en sus muros de Facebook; como si Gabriel Tarde —el sociólogo francés que escribió el libro de La opinión y la multitud— les recordara, susurrándoles al oído, que el ‘prestigio de la actualidad’ era importante para no quedar fuera del pelotón de personas respetables e informadas. Algunos publicaron en sus muros de Facebook cuánto lo odiaban, otros tantos cuánto lo idolatraban y algunos más corrieron a desempolvar los libros que no leyeron de Chomsky, pero que tenían en sus estantes, para presumirlos con una foto.

Todos hemos caído en manos de la desinformación

¿Será que estos extraños y presurosos seres que comparten contenidos de este tipo piensan que no nos íbamos a enterar de que Chomsky hubiese muerto? No era tanto que supiésemos que Chomsky habría muerto como que supiésemos que ellos estaban informados y que tenían información de primera mano que nosotros no. Y sí, les pasó. Cayeron en las garras de la desinformación por confiar en medios confiables. Por no hacer el fact-checking —la verificación de hechos. Quizá, por no esperar a que se corroborara la noticia que se desmintió, también, muy rápido, tuvieron que aguantarse la pena. Y sí, algunos borraron su publicación, otros la dejaron sin hacer comentario alguno y otros tantos escribieron, sin que alguien les hubiese solicitado explicación alguna, por qué y cómo habían caído en las garras de la desinformación: excusatio non petita, accusatio manifesta. Y sí, se les olvidó leer las Diez estrategias de manipulación mediática que Chomsky había publicado años atrás. Pregúntese: ¿qué ganan estos ‘listillos de plataformas’ siendo los primeros en compartir la noticia de la muerte de algún famoso y distinguido académico? ¿Qué clase de notoriedad o visibilidad se obtiene o se busca al compartir fotografías de libros polvosos no leídos de algún famoso profesor en las plataformas publicitarias apenas haya fallecido éste? ¿Qué clase de retribución se busca compartiendo las fotografías en las plataformas digitales que alguien puede tener con alguna personalidad de la academia apenas haya muerto ésta?

Para consuelo de aquellos que contribuyeron a propagar la ‘falsa muerte de Chomsky’, podemos decir que en algún momento todos hemos caído en manos de la desinformación. Baudrillard, por ejemplo, y para asombro de muchos, publicó que Walt Disney había sido puesto en suspensión criogénica con la finalidad de traerlo de vuelta al mundo en algún momento. Esto apareció en su libro de La ilusión vital. Así que despreocúpese, que algo similar volverá a pasar. Algún famoso volverá a morir en las plataformas digitales. Incluso podría ser usted. La paradoja de nuestros tiempos es que, viviendo en un mundo donde la información abunda, se pueda ser tan fácil un desinformado.

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