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Las hazañas en pantalla

Junio, 2024

Son propias de nuestro tiempo. No aportan nada cultural, ni histórica, ni ideológicamente. Pero, eso sí, terminan por mitificar a las personas, a los grupos, a las sociedades y hasta a los animales. Las hazañas en pantalla se configuran como el reclamo de una sociedad inclinada al individualismo y al mironismo. “Ver y ser vistos” se ha convertido, casi, en un derecho inalienable. Sin embargo, esas sociedades que se regodean, celebran y reivindican la banalidad nunca van por buen camino.

En términos simples, de acuerdo con el Breve diccionario etimológico de Joan Coromines, hazaña significa ‘hecho extraordinario’, ‘proeza’. Y viene del portugués façanha, de origen incierto. Con alguna posibilidad podría provenir del árabe hasána que significa ‘buena obra’, ‘acción meritoria’, que a su vez se deriva de hásan, cuyo significado es ‘hermoso’. Aunque existen dificultades fonéticas y morfológicas para derivarla de hacer, no deja de guardar relación.

Realizar algo extraordinario, una proeza, una buena obra o una acción meritoria suena bien como definición. Pero sabemos que, sin situación de por medio, como en el caso de todas las definiciones de diccionario, es difícil determinar qué cabe y qué no dentro de ella. ¿Qué podríamos considerar meritorio o extraordinario? ¿Qué podríamos considerar una proeza o una buena obra? Eso es un dilema difícil de resolver y es problemático en el momento de su discusión. Sin parámetros o elementos de comparación, muchísimas actividades podrían caber en la definición.

¿Qué actividades son dignas de recibir el adjetivo de meritorio? Todo parece indicar que, si una mayoría puede realizar una actividad, digamos como beber una taza de café caliente, entonces dicha actividad no merece tal calificativo. Pero si uno puede beber una taza de café en 3.12 segundos, como el alemán Felix von Meibom, entonces merece no sólo un reconocimiento, sino entrar en el Libro Guinness de los récords. Y es aquí donde comienzan los problemas. ¿Es eso una hazaña? ¿Sorber 250 ml de agua a través de un popote en 3 segundos, como lo hizo el indio Sunil Sharma, es una hazaña? ¿Parpadear 40 veces en un minuto, como lo hizo el chino Ruihang Xu, cabría en la definición? ¿Qué tan lejos está usted de la británica Anne Jones quien, en 2007, leyó a una velocidad de 4 mil 251 palabras por minuto la saga de Harry Potter en 47 minutos aproximadamente? Tome en cuenta que hasta aquí van 329 palabras contando el título y esta última línea. Tome en cuenta también que el promedio de lectura está entre 200 y 250 palabras por minuto aproximadamente.

¿Ha intentado resolver el cubo de Rubik? Pues sepa que hay un niño chino llamado Que Jianyu que puede hacer malabares con tres cubos de esos y los puede resolver en 12 min 71 s. Y así sucesivamente podríamos estar nombrando cosas que hace la gente que terminan por llamar la atención de los medios y sus audiencias. De hecho, en el famoso libro de los récords Guinness usted puede encontrar una sorprendente variedad de cosas, que hace la gente, que han sido meritorias de ser inventariadas en una amplísima colección de actividades dignas de estar ahí, según los jueces que se encargan de registrarlas con criterios exageradamente minuciosos y, no está por demás decirlo, absurdos.

En este extraño y delirante libro se pueden encontrar registros que van desde la pintura más costosa hasta la cobija de crochet más grande del mundo. Desde los logros de las celebridades de la música, la televisión, el cine y más, hasta el individuo que más Big Macs ha consumido desde la aparición de los aberrantes McDonald’s. También podrá encontrar logros relacionados con los videojuegos, como los más exitosos, los puntajes más altos que se han obtenido en ellos, los torneos más grandes, los mayores premios en efectivo, etc. Y ¿qué cree? Que en este ocioso libro también encontrará no sólo actividades humanas, sino una retahíla de “logros animales”, que van desde perros que andan en patineta hasta el gato con la cola más larga —como si los gatos decidieran de qué tamaño tendrán su cola.

Y también podrá encontrar a las criaturas más rápidas, altas, viejas y más asombrosas del reino animal. Y después de estar perdiendo el tiempo revisando este libro usted podrá preguntarse qué clase de extraños seres somos que nos vanagloriamos con toda una serie de talentos inútiles. ¿En qué clase de mundo vivimos que aplaudimos, celebramos y nos maravillamos con cuestiones tan superficiales y absurdas? Podrá preguntarse también si hemos sido siempre así o esta actitud de regodearnos con nuestras banalidades es un fenómeno nuevo.

Es claro que en una sociedad que se inclina gozosa y peligrosamente hacia el individualismo, la preocupación por distinguirse de los demás —la masa— ha cobrado importancia. Hacer cosas diferentes de las que el común de los individuos hace, resulta un antídoto para no caer en la fatalidad de ser como los demás. No obstante, en sociedades como la nuestras, millones de personas están tratando de hacer lo mismo sin otro objetivo más que ése: tratar de ser diferentes. El medio convertido en fin. ¿La recompensa? La fama y la adulación.

Y no es que existan distintos tipos de hazañas —que son diferentes de los logros—, pero las encontramos en distintos ámbitos que van desde los deportes, pasando por la guerra, las mitologías, las religiones, hasta llegar al mundo académico y científico. Y no se agotan en estos ámbitos, pero son los de más fácil ubicación. Si uno se lo propone, en cualquier ámbito de actividades humanas encontrará todo un dominio de hazañas. Y aunque no vamos a profundizar sobre la función que tienen, podríamos decir que, con muchas de ellas, las sociedades actuales tienen una deuda histórica porque gracias a esas hazañas han nacido países y se han logrado revoluciones e independencias. Sin las hazañas, que nos disculpen los historiadores, no tendríamos héroes a quienes alabar y rendirles pleitesía. Desafortunadamente, lo que hoy se considera una hazaña, no tiene mucho que ver con alguna contribución histórica o modificación estructural de la sociedad, sino que se encuentran íntimamente relacionadas con el presente y la banalidad.

Individualismo y mironismo

Con la aparición de Internet y los teléfonos móviles, toda una clase de talentos inútiles, absurdos y banales se colocaron en el centro de las pantallas y de las conversaciones. Y mientras ahí se colocaban, el significado de hazaña fue cambiando en la práctica. Piense en los millones de personas alrededor del mundo lanzando una botella de agua en numerosas ocasiones hasta lograr que cayera sobre su propia base mientras se filmaban haciéndolo. Piense en una persona bajando por una colina en una bicicleta mientras alcanza los casi 168 km/h sin sufrir un accidente. Piense en un grupo de jóvenes descendiendo de una estación del metro y corriendo a la siguiente para abordar el mismo tren. Piense en alguien lanzando una pelota de baloncesto desde un piso 19 y logrando encestarla en la canasta de la cancha de abajo. Piense en alguien lanzando una carta de un mazo para que quede dentro de una mica plástica a unos 5 m o entre las puntas de dos dardos. Piense en alguien haciendo saltos mortales a la orilla de una montaña. Piense en alguien caminando por la albardilla de un edificio a una altura de 10 m o más. Y así sucesivamente.

Las plataformas publicitarias están plagadas de gente idiota, haciendo cosas idiotas, siendo vistas y aduladas por gente idiota. No podrá equivocarse en el momento de identificar este tipo de gente y actividad pues, al final de cada logro, suele corear un “woooooow” y saltar como alguna clase de monos en señal de celebración. Actividades que embonan bien con el presentismo y “la pasión por la expresividad” de la que ha hablado el filósofo francés Eric Sadin en su libro La era del individuo tirano. Después de todo, como lo ha dicho, hoy día disponemos de medios que nos permiten creer que podemos compensar nuestras fallas, nuestras infelicidades, nuestros fracasos a través de la práctica desenfrenada de la nueva pasión contemporánea: la expresividad.

Pero se trata, sí, de una expresividad banal y superficial, convertida en espectáculo viral que no busca otra cosa que no sea la fama y la adulación. Esta pasión, dice Sadin, nos permite mostrarnos públicamente con la pretensión de señalar la excepcionalidad de la propia existencia o, incluso, denunciar si nos vemos invadidos por el rencor o la rabia. Las hazañas del mundo contemporáneo parecen reivindicar la idea que el sociólogo francés Pierre Bourdieu le atribuyó al empirista británico George Berkeley: “Ser es ser visto” —aunque Esse est percipi se acerque más a la idea de que “Ser es ser percibido”.

Ser visto, en la práctica, se configura como el reclamo de una sociedad inclinada al individualismo y al mironismo. Las hazañas de pantalla —propias de nuestro tiempo y que no aportan nada cultural, ni histórica, ni ideológicamente a las sociedades— después de todo son actividades que terminan por mitificar a las personas, a los grupos, a las sociedades y, como habíamos comentado, hasta a los animales. Sin mitificación no hay diferenciación social en las sociedades estratificadas. ¿Qué sentido tiene volar con un wingsuit rozando los acantilados y las rocas? En una sociedad mirona, como argumentó el profesor de Comunicación Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona, Román Gubern, “ver y ser vistos” se ha convertido, casi, en un derecho inalienable. Sin embargo, las sociedades que se regodean, celebran y reivindican la banalidad nunca van por buen camino.

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