La intimidad
Noviembre, 2023
En efecto: la sociedad de la información también es la sociedad de la depresión, de los desganados, de los exhaustos, de los burnouts y de los suicidas, como dice Pablo Fernández Christlieb en esta entrega. Porque si la esencia y sustancia de la intimidad es el hecho de que está guardada y no vale por lo que contiene sino porque no lo dice, su opuesto no es precisamente lo público, tampoco la publicidad, sino el individualismo que empuja a andar diciendo y enseñándolo todo: una impudicia que hoy se ve por todas partes y que pone en el escaparate, como cerdo muerto en carnicería, lo más propio, lo único propio que se tenía.
La única condición para ser uno mismo es no decírselo a nadie: uno no es lo que dice, sino lo que no dice, lo que no expresa ni enseña; y a la mejor eso no es nada, pero eso es justo uno mismo; tal vez sólo sea el hecho de que los demás no lo saben. Y eso es padrísimo, y es lo que se llama intimidad, que quiere decir “lo más próximo”, y por eso hay que cuidarlo.
Definición: la intimidad es lo que uno carga. Si uno se lo quita como un suéter o como una mochila, se descarga, y entonces eso no es íntimo. Quién sabe cómo esté hecha, pero es un objeto muy condensado. Uno carga con: su cuerpo y todos los aparatitos interiores y sus achaques, con un batiburrillo de alegrías y pesares, con los golpes y palmaditas que ha recibido, con la sensación de tener una mente y una conciencia, y con otras cosas que tampoco son importantes, pero son su intimidad porque las carga; y podría ponerlas fuera pero entonces simplemente dejarían de ser íntimas, y uno dejaría de ser uno mismo; y eso sí le importa. Todo lo demás, esto es, lo que uno no carga, lo que puede poner sobre la mesa, encargárselo a otros, tirarlo a la basura, construirlo, es público.
Y en lo público hay que poner lo público: los buenos modales, la amabilidad, las sonrisas, la bondad, los gritos y enojos, los conflictos, los asuntos políticos y urbanos, las protestas y exigencias, es decir, todas las cuestiones que conciernen a otros o se refieren a ellos.
La intimidad no es información: sólo existe porque no se informa. Es aburridísimo saber qué contiene la intimidad de los otros —sólo anécdotas decepcionantes— e incluso la propia —tonterías surtidas—. Su verdadera esencia y sustancia es el hecho de que está guardada o de que está apartada de los demás, como si su único contenido fuese su peso, pues es justo lo que uno carga independientemente de lo que esté compuesto. No vale por lo que contiene sino porque no lo dice: es un secreto que no tiene valor por lo que esconde, sino por el puro hecho de que se guarda, que es en sí una especie de gusto: el gusto de que uno es uno mismo; y no necesita servir para algo. No se guarda porque sea valioso o no es valioso por lo que guarda, sino porque no se saca a airear para que todos lo vean. La intimidad se pudre en contacto con la intemperie. Uno tiene algo que nadie sabe y lo que lo hace importante es que nadie lo sabe.
Y la intimidad es una construcción histórica y cultural: la invención de que cada uno de los seres humanos se sienta diferente siendo que no obstante todos somos aburridamente iguales; y la diferencia consiste en que no se diga en qué consiste, en que sea un secreto aparte que cada quien debe cargar y guardar por sí solo para sus adentros, y sentirse ya por eso muy contento de que entonces es alguien especial. Como truco es bastante sofisticado; por eso tomó varios milenios lograrlo. Por supuesto, la carga pesa, pero eso también hay que callárselo, para que siga existiendo.
Actualmente, no es que se haya vuelto más pesada, sino que se ha sustituido por el individualismo, que es lo opuesto de la intimidad, y que se trata de que todos quieren tener todas las facilidades, incluso la facilidad de no ser uno mismo, de desembarazarse del peso de su propia diferencia, de dejar de aguantar el secreto y mejor andar diciendo y enseñándolo todo, lo cual es estrictamente una falta de pudor, una impudicia, que es lo que hoy en día se ve por todas partes: todo el mundo haciendo confesiones públicas sobre su propia persona, ansiosos por salir a vociferar los pormenores irrelevantes de su intimidad en imágenes y mensajes y opiniones y memes que incluyan la foto de los chiles en nogada que se van a comer. Byung-Chul Han ya lo llama directamente pornografía: poner en el escaparate, como cerdo muerto en carnicería, lo más propio, lo único propio, que tenían (“porno” viene de “cerdo”).
La publicidad, que también significa lo contrario de intimidad, o sea, poner en público lo que no es, desde hace ya un siglo se planteó como programa de negocios hurgar en lo más recóndito de las necesidades de la gente para poder saber cuáles eran sus miedos y sus ensueños y así poder venderles las mercancías que cumplieran sus deseos guardados en la forma de cremas y tinders, diseñando técnicas como grupos focales y tests psicológicos para obtener los datos de sus intimidades, hasta llegar a los algoritmos de los bigdata y enterarse de todo mediante la justificación de las ideologías del derecho a la información, de la libertad de expresión, de la obligación de la transparencia, de manera que la gente crea que puede y tiene que saberlo todo porque la gente cree que puede y debe decir y mostrar todo lo que se le ocurra en todo momento, ya que eso es lo sano, lo normal y lo último de la moda, así que los ciudadanos ideologizados por las trampas de la espontaneidad declaran que ellos sí son emocionales, que dicen lo que piensan, que no se guardan nada, que son sinceros y que les encanta expresarse (y más frases que luego reenvían en sus memes).
Y se supone que después de eso se sienten muy ligeros porque se quitaron de encima el peso de la carga de su intimidad informándolo como si fueran noticias. Pero lo curioso es que al ventilar su intimidad se quedan vacíos por dentro, ya que ¿qué decirse a sí mismos cuando ya se le dijo todo a todos los demás y adentro ya no les queda nada? El resultado es que la sociedad de la información también es la sociedad de la depresión, de los desganados, de los exhaustos, de los burnouts, de los suicidas, de los que andan cargando con la nada: se sienten muy ligeros mientras lo dicen pero luego los aplasta el peso de la nada.