Mory Kanté: equilibrio entre tradición y modernidad
Abril, 2023
Nació en marzo de 1950 y partió de este mundo en mayo de 2020. Fue uno de los primeros músicos, junto con el maliense Salif Keita, en llevar la música mandinga lejos de sus fronteras. En su revisión de los sonidos africanos, Constanza Ordaz se detiene en el revolucionario Mory Kanté, un músico que supo equilibrar tradición y modernidad (y pista de baile).
Un sinónimo de pista y de tradición
Mory Kanté fue uno de los compositores y cantantes más celebrados en los grandes festivales de música del mundo. Su carrera, construida a base de paciencia y tesón, fue persistente en identificar los sonidos elaborados por los inventos electrónicos modernos, para insertarlos, sin disolver la esencia de las tradiciones, en la música de su pueblo.
Kanté será recordado por su audacia de elevar el sonido de la kora, con el poder proveniente de los recursos tecnológicos puestos a mano, para dar nacimiento a la Kora-funk. A partir de ahí, su presencia fue sinónimo de pista y de tradición, un deleite para los melómanos y los danzantes. Su importancia mundial fue destacada en el libro: La Música es el Arma del Futuro (Fifty Years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence Books, Chicago, 2002).
Un sueño logrado en París
Uno de los últimos (de los treinta y ocho) hijos de su padre, el griot Mory Kanté, nacido en Guinea en 1950, pronto empezó su formación musical y cantó en público por primera vez a los siete años, acompañándose de un balafón-xilófono de madera. Más tarde dominó la guitarra y varios instrumentos tradicionales de cuerda, sobre todo la kora.
En 1964 se trasladó a Bamako, se hizo célebre en los apollos —grupos acústicos que tocaban en fiestas callejeras— y, en 1970, se unió a la Super Rail Band Du Buffet Hótel de La Gare de Bamako como instrumentista, apoyando al cantante Salif Keita, quien fue sustituido por Kanté dos años después.
Entre las grabaciones, durante su estancia de más de un lustro en la Rail Band, destacó su interpretación, medio cantada, medio recitada, de un “Sundiata” que conjuga perfectamente las más antiguas tradiciones con modernos instrumentos eléctricos.
Esta conjugación se convirtió en un auténtico sello. Pero fue con su marcha a Abidjan, en 1978, cuando empezó a desarrollar lo que definiría como Kora-funk: la kora ferozmente amplificada contra un fondo de vientos y percusión.
Su primer disco en solitario, Courougnegre, que contiene clásicos mandingos como “Diarabi”, lanzó esta mezcla por toda África Occidental, pero Kanté no conoció ninguna recompensa económica por su éxito. Courougnegre había sido objeto de una operación de piratería masiva y, cuando el infractor tuvo que explicarse ante un juzgado, presentó contratos con la firma falsificada de Mory Kanté.
Desencantado, el músico se dirigió a París, donde continuó su vocación experimental hasta lograr, en 1988, un enorme éxito internacional con otro tema clásico, “Yéké yéké”, extraído del disco Akwaba Beach. Este single animó las pistas de baile desde Ibiza hasta Río de Janeiro, e incluso logró una mezcla acid house. “Si la gente ha de aceptar África”, explicó Kanté, “hay que ir al paso de los demás”.
Ni suficiente kora, ni suficiente funk
Sin embargo, la moda es veleidosa y Kanté se había quedado rezagado. En los últimos años, algunos críticos opinaban que sus composiciones y grabaciones más recientes ya no aportaban ni suficiente kora para los puristas, ni suficiente funk para las pistas.
La música habla por sí misma: se desarrolla con la energía de los creadores, pero pertenece al público. Él es, para bien o para mal, quien eleva a la cima o mantiene al artista en el anonimato. En ese sentido, Mory Kanté vio cómo se incrementó su fama, sin tener que arriesgar su categoría de griot, no obstante la crítica de quienes hacían de la búsqueda compulsiva de novedades un nuevo fundamentalismo.