La obsesión de Petra por ser delgada y elegante
Marzo, 2023
En el álbum ilustrado Petra, Helga Bansch (1957) narra cómo una joven y hermosa elefanta intenta adelgazar por todos los medios hasta el día en que encuentra una nueva forma de mirarse. De ello nos habla Juan José Flores Nava en esta entrega de su ‘Calesita’.
Las esculturas no son sólo de mármol o de metal, hoy son sobre todo de carne y hueso. O eso es lo que se cree cuando se exhiben en las portadas de las revistas de moda, en los reels de Instagram y TikTok, en las historias de Facebook, en la publicidad de aquí y de allá. Nuestra época exige cuerpos delgados. Por eso Petra no entiende nada cuando Mamá Elefanta le dice que “¡La gordura es hermosura!”.
Porque a Petra no le gusta estar “gorda”: ella quiere ser delgada y elegante, ella quiere poseer esa figura que tantísimos seres admiran. Así que esta joven, ancha y hermosa elefanta intenta adelgazar por todos los medios que le son posibles, tal y como nos cuenta la austriaca Helga Bansch en su libro Petra (OQO / Conaculta).
Bansch nos dice que Petra se despierta de madrugada y hace ejercicio. Va con su amigo el cocodrilo, que con agilidad se desplaza en el agua, para ponerse en forma; o se viste con un elegante traje de rayas verticales para correr con las cebras; o pretende comer apenas una vez por semana como la serpiente; incluso emprende un viaje por el mundo en busca de alguien que de verdad pueda ayudarla a alcanzar la cintura fina y las piernas flacas que sólo ha podido poseer en sueños. Una vez despierta, en el día a día, Petra no puede ver de sí misma más que carnosos fragmentos o, bien, la imagen semicircular que con repetida obsesión le devuelve, de ella, el espejo.
Es una paradoja: vivimos en un mundo de imágenes y jamás podemos vernos de cuerpo entero con nuestros propios ojos. Siempre necesitamos un intermediario para advertir quiénes somos, cómo somos: las cristalinas aguas de un apacible río, un espejo bien azogado, una fotografía, un video. Pero todo eso que vemos ya no es nuestro cuerpo. Es la imagen que de él se nos devuelve. Creemos que somos lo que somos no por lo que vemos de nosotros, sino por lo que algo más nos dice qué somos. Así que no hay razón para desconfiar de las imágenes que las demás personas nos muestran de ellas mismas. Así como ellas se ven (por medio de un espejo, de una fotografía, de un video), así las vemos. De nosotros mismos apenas podemos mirar, con nuestros propios ojos, partes, fragmentos, trozos.
Gordo, flaco, robusto, bien formado, musculoso, enclenque, atocinado, mofletudo, cachetón, de buenas formas, panzón, obeso, escultural; alto, chaparro, enano, de talla pequeña, mediana o grande. ¿Cuál palabra nos ajusta? ¿En cuál cabemos? ¿La hemos elegido nosotros o la hemos comprado esta mañana, el mes pasado, hace años en algún lugar?
Es el exterior el que nos señala, el que nos etiqueta, el que nos encierra en un molde: las personas que nos conocen, los lugares que visitamos, la ropa que usamos, las revistas que leemos, las lecturas que tenemos, los centros comerciales que recorremos, el grupo de amigos que frecuentamos, nuestros enemigos, los anuncios publicitarios. Son siempre los demás (las cosas, las gentes, la época) los que nos califican. Y lo hacen con la herramienta más a modo: la comparación. Utilizan una referencia. Un punto de partida.
El artista colombiano Fernando Botero, cuyos cuadros y esculturas muestran un mundo de dimensiones redondas, asegura que no pinta gordos, pero al final él es el único que se lo cree. Al comparar sus personajes con nuestro mundo cotidiano contemporáneo, lo que vemos, inevitablemente, son gordos. Porque nuestra época es light, delgada, magra, flaca, liviana, parca. Es como si nos hubiéramos dado cuenta de que ya somos muchos y estamos apretados y no cabemos. Entonces hay que hacer que las cosas sean ligeras, de poco peso y de dimensiones minúsculas. Pero también las personas. Empezando por nosotros mismos.
Hay que hacernos delgados para caber en la ropa. Hay que hacernos delgados para caber en el transporte público. Hay que hacernos delgados para no morir de un infarto. Hay que hacernos delgados para poder escapar por cualquier rendija en caso de emergencia. Hay que hacernos delgados, como sueña la elefanta Petra, para dar pasitos graciosos, para no hacer ruido al caminar, para ser elegantes. Hay que ser delgados, en efecto, para caber en sociedad…
Pero si cada vez que deseamos mirarnos de cuerpo entero sólo podemos conseguirlo con la mediación de un espejo, de una fotografía, de un video, eso que vemos entonces ya no es nuestro cuerpo, sino el reflejo de una época: con su tecnología, con sus gustos, con sus fobias, con sus anhelos, con sus deseos, con sus pasiones, con sus tentativas, con sus crueldades, con sus malestares, con sus enojos, con sus virtudes, con sus ideales.
No son nuestros propios ojos los que miran e interpretan nuestro propio cuerpo. Es nuestro mundo el que mira por nosotros y con nosotros. Por eso Petra, cansada de buscar una imposible solución a su gordura, cambia su sentir y su mirada sobre ella cuando otra mirada, la del elefante Fortunato Turulato, la descubre tal cual es, enfundada en su colosal hermosura. Y retozan juntos.
—Nunca había pasado por aquí una elefantita como tú… ¿Qué estás buscando? —le pregunta Fortunato.
Petra, al escucharlo, ya no recuerda que iba tras una absurda obsesión. Sólo sabe para entonces una cosa: que Fortunato y su sonrisa le hacen cosquillas en el corazón. Así que de vuelta a casa —cuenta la pedagoga, ilustradora y narradora Helga Bansch—, Petra y Fortunato van dejando atrás cocodrilos musculosos, cebras elegantes, serpientes muy delgadas, elefantes grandulones… ¡Y todos tan contentos!
En las palabras, en el andar, en la mirada brillante de Fortunato, la elefanta Petra ha encontrado, por fin, una imagen de sí misma que no está inundada por los severos juicios de nuestra época, sino por una nueva sensibilidad que la reconoce, con la que se identifica y con la que reaprende a mirarse a sí misma.