Febrero, 2023
Febrero lo vio llegar a este mundo en 1962, y febrero lo vio también despedirse en 2022. El día 7 del mes en curso se cumple un año del fallecimiento de Carlos Martínez Rentería: periodista, editor, poeta, promotor cultural, fundador y director de la revista Generación, así como uno de los más activos representantes y defensores de la contracultura mexicana. El periodista Sergio Raúl López aquí lo recuerda…
Hace ya bastantes años que la sala de prensa cervantina ya no la instalan, lamentablemente, en el gran edificio que alberga al Mesón de San Antonio, un inmueble de la Universidad de Guanajuato que sirve, a la vez, como Casa de Cultura que cubículos para distintas agrupaciones artísticas y creativas en la calle de Alonso, a espaldas del Teatro Juárez guanajuatenses. El patio central, en el que lo mismo ensayaba un ballet folclórico que se impartían clases de salsa para los alumnos foráneos, se acondicionaba como salón de conferencias sin que estas actividades se suspendieran, lo que daba pie a curiosos empalmes de horarios. Claro que era el refugio perfecto, la guarida inigualable, para los periodistas culturales acreditados al Festival Internacional Cervantino (FIC) en aquellos años ahora presa de la nostalgia. Pero lo era especialmente, casi como una segunda casa, para aquel gordito desinhibido y cachetón, de cabellos hirsutos y camisas de manga larga de burócrata, que era el enviado infaltable de la asaz robusta sección cultural del Gran Diario de México, El Universal. No era, ciertamente, aquella inaugural sala de prensa instalada al fondo —en más de un sentido— del Hotel San Diego, en la que operaba una barra libre con bocadillos las 24 horas para la atención a esa prensa acreditada.
¿Cuántas aventuras nocturnas, cuántas paradas cantineras, cuántos proyectos contraculturales no le seguían la enredada pista que seguía al rutinario trabajo de enviar la nota informativa? En el que fuera alguna vez el festejo artístico más importante de la región latinoamericana, Carlitos era amo y señor. Cierto, con desenfado y ligereza de pluma, realizaba la relatoría de las jornadas cervantinas con un desparpajo que suscitaba las simpatías y cierta complicidad con los importantes artistas invitados e incluso con los funcionarios del, entonces, subsector cultural, mismas que transformaba en informaciones reveladoras, entrevistas exclusivas, en algunas crónicas del lado B del festival, siempre cumplidoras de la entonces amigable y acompañante práctica del periodismo cultural, casi nunca golpeadora en esos años de indisoluble connivencia de los medios impresos con el poder priista. Además, era capaz de seducir a toda edecán fascinada con su humor y atrevimiento, para en seguida conducirlas por las laberínticas escaleras, pasillos y salidas incluso al túnel de la calle Subterránea —por donde entraban discretamente los artistas más afamados—, aunque el portón principal se encontrara en la calle de Alonso, para arrebatarles un beso con cierta discreción e inclusive algo más, si resultaba posible. Con semejante facilidad conseguía que le abrieran, a horas inapropiadas en las madrugadas cervantinas, los bares tradicionales que ya habían cruzado horas atrás su horario de cierre donde era un contertulio vitoreado. Incluso, aunque no llegara a su habitación, invitaba a cualquiera que se cruzara a su paso por callejones y plazas a la interminable y continua fiesta que se celebraba en sus aposentos de la Hostería del Frayle —o del Fraude, como le bautizó la fuente cultural luego de la acumulación de correrías nocturnas—, hasta el punto en que sus administradores obligaron a los huéspedes a pasar su gafete de acreditación por debajo del pesado portón de madera, ya casi siempre clausurado, como única y desesperada vía para controlar el acceso.
En fin, ese enviado que lograba ser dueño y señor de la pista de La Dama de las Camelias era Carlitos; aunque no dominara el son montuno ni el guaguancó, pero siempre atreviéndose a sacar a bailar a las mujeres más bellas y consiguiendo un trato especial por parte de Javier Anaya “El Chato” —curiosamente fallecido en estas fechas, el 9 de febrero de 2021—, el emblemático dueño de aquel legendario lugar decorado nada menos que por el director escénico y artista polifacético local pero nacional, Juan Ibáñez.
Y no fue una sola ocasión sino varias —aunque nadie lleve la cuenta precisa— en que las autoridades policiacas guanajuatenses lo condujeron a los separos, en la Agencia del Ministerio Público, en la Calle de la Alhóndiga, lo que disparaba la reacción de una marabunta de periodistas, envalentonados con el colorido gafete del festival al pecho, acudimos a rescatarlo de las garras de los enemigos naturales —y hasta lógicos— de la libertad de expresión, hasta que comprendimos que los policías cumplían, en este caso, con un acto de solidaridad y buenaondez: “¡Déjenlo dormir la mona!, ¿no ven en qué estado se encuentra su amigo?”.
Muy temprano, al día siguiente, don Carlitos Ximénez Estrada, ese periodista bilingüe y todo terreno del diario The News, tan salsero como beisbolero, tras un par de horas tundiendo las teclas de la máquina de escribir, para el mediodía ya había mandado no sólo su propia nota a la redacción del cotidiano en inglés para el que laboraba, sino que ya había redactado y colocado en el fax los despachos de Carlitos —y por lo que recuerdo también la del enviado de la agencia pública Notimex—, y ya aguardaba a ambos colegas, perfectamente atildado, para conducirlos a la botana de alguna cantina cercana para recuperar fuerzas y acometer los distintos espectáculos y conciertos del día, antes de proseguir las juergas nocturnales. No por nada Ximénez Estrada fue el primer periodista homenajeado al conmemorarse el primer cuarto de siglo del FIC, con un libro de anécdotas colectivas y una serie de mesas redondas en el Foyer del magnífico Teatro Juárez.
Pero el local favorito de Martínez Rentería era, sin duda alguna, el Fabuloso Bar Incendio —mejor conocido por sus emblemáticas siglas: el FBI, clausurado poco antes de la pandemia por distintas causas, policiacas todas, que no vienen al caso enumerar aquí—, con su célebre mural con retratos de distintas personalidades sociales y artísticas de Guanajuato, su mingitorio instalado al lado de la barra, los económicos mezcales de Jaral y, sobre todo, el salón privado que se llenaba de periodistas a lo largo del día, le servía para realizar o para inventarse o sacarse siempre de la manga alguna presentación o conferencia y hasta performances, bien fuera de ese diario transformado en revista que fue Generación, el impreso contracultural —más bien contradictorio— tan colectivo como personalísimo e indistinguible de su personalidad, como de algún concurso de cuento breve o acompañado de los infaltables artistas-cómplices de sus trapacerías y aventuras de todo talante.
Hablamos, claro está, de un Cervantino mucho más libertario y permisivo que el pequeño y constreñido festival, en todos los sentidos, que se organiza actualmente. Sin duda que Carlitos fue, por muchos años, uno de los motores más revolucionados, una de las almas diría yo, de aquella prensa acreditada al FIC y de la que no queda mayor huella que el recuerdo de quienes atestiguamos aquellas correrías.
En años más recientes —ya tan lejanos de las décadas de los ochenta y noventa—, ya sin ser reportero de aquel diario tan oficial como presa del gigantismo y completamente concentrado en su publicación tan elusivamente mensual, como lo fue Generación ya con el formato de revista, fue que ese Carlos Martínez Rentería iría transformándose de reportero inverosímil y siempre sorpresivo, a el mítico personaje cultural de todos conocidos, portando bombín, bastón, camisas abiertas, sacos de tallas mayores a la suya, cuerpo frágil y enflaquecido, barba incipiente, que ya solo acudía al Cervantino como un animador cultural más, como corazón de los fastos y de las bacanales, dejándose convencer e invitar, recorriendo callejones y plazuelas, túneles y recintos, con incesantes visitaciones cantineras y tomando el micrófono a la menor provocación.
En el nuevo milenio, el de los años dos mil, ya con su militancia en la despenalización de las drogas y con énfasis en su queridísima bruja blanca, la cocaína, que acompañaba siempre sus borracheras y llamando a todos cariñosamente “desgraciados”, siempre con una sonrisa franca en el rostro, Guanajuato ya desconocería aquella vieja faceta suya, la del atrapa-noticias, desenfadado e irresponsable, pero siempre efectivo.
Ese reportero emblemático se fue con el Cervantino clásico. Y me queda más que claro, ahora, a un año de su muerte, ocurrida el 7 de febrero del 2022, que ya ninguno nos será devuelto de ninguna manera. Una verdadera lástima.
¡Brindemos, pues, por aquel Cervantino de Carlos Martínez Rentería!