Enero, 2023
Publicado por primera vez en 1986 por la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, Ediciones Era ha puesto en circulación una nueva edición de Crónica del puerto de Veracruz. En él, apuntan los editores en la contraportada, “se suman las voces de dos de nuestros más destacados cronistas: tanto Fernando Benítez como José Emilio Pacheco hicieron de los temas históricos materia de textos amenísimos y vivaces. Se reparten aquí la historia llena de incidentes y hechos ilustres del cuatro veces heroico puerto de Veracruz. Benítez de ocupa de la historia prehispánica y colonial de la ciudad, y Pacheco narra su devenir en el México independiente, frente a las intervenciones extranjeras y a lo largo del Porfiriato y la Revolución, incluidos sus más insignes aportes a la cultura nacional”. Con autorización de la editorial, reproducimos un fragmento del libro para los lectores de Salida de Emergencia.
Del aire baja la muerte
El 20 de mayo de 1846, la armada estadounidense establece el bloqueo de Veracruz. El presidente Paredes Arrillaga, pensando que no servirá de nada la débil flota mexicana, vende a Cuba los dos únicos vapores: el Moctezuma y el Guadalupe. En un país que depende del extranjero para abastecerse de casi todo, que no puedan entrar buques mercantes a Veracruz es una catástrofe más. Las naves de guerra que están frente al puerto dejan pasar a Santa Anna, quien supuestamente viene a combatir.
El 22 de febrero Santa Anna detiene en La Angostura el avance de Zachary Taylor, pero su ejército queda tan maltrecho que debe retirarse para intentar la reorganización. Mientras tanto, en la capital combaten entre sí las fuerzas mexicanas destinadas a acudir en apoyo de Veracruz. En Washington, Winfield Scott, el supremo comandante del ejército estadounidense, planea un movimiento de pinzas que apoye el avance de Taylor para que éste, siguiendo la ruta de Hernán Cortés, se adueñe de la capital. Será la primera expedición estadounidense en que actúen conjuntamente el ejército y la armada. Scott, de sesenta y un años, veterano de la guerra contra los indios, cuenta con todos los adelantos de la tecnología. El teniente de la Marina, George M. Totten, ha construido en Filadelfia los primeros lanchones diseñados para el desembarco en las playas. Vienen en tres tamaños, de manera que puedan transportarse uno dentro de otro en grandes buques-nodriza.
Para tomar Veracruz, Scott dispone de 11 000 hombres: dos divisiones regulares mandadas por el general Worth y el general Twiggs y una división de voluntarios a las órdenes del general Patterson. Entre los que se disponen a invadir el puerto figuran dos oficiales desconocidos, que veinte años después se harán famosos en todo el mundo por encabezar en la Guerra de Secesión a los ejércitos enemigos del Norte y del Sur: Ulysses S. Grant y Robert E. Lee.
El peso de los cañones
Para el 9 de marzo de 1847 hay frente a Veracruz la más formidable fuerza naval que se ha congregado en un punto del continente americano: 70 buques. Las tropas estadounidenses pasan de los barcos militares a los navíos de la armada para abordar allí sus lanchones de desembarco. Los protege una línea de embarcaciones ligeras artilladas. De tres y media de la tarde a 10 de la noche desembarcan los 11 000 soldados, cada uno con latas de carne en conserva y galletas marineras para alimentarse durante el sitio. Establecen su cabeza de playa entre Mocambo y Collado y, mientras fuerzas al mando de Pillow, Quitman y Shield tienden el cerco de la ciudad amurallada, otros bajan a tierra 100 caballos y 15 vagones. Pulgas, mosquitos y jejenes los obligan a bañarse en unto y protegerse con lienzos. En pocas horas establecen la línea de asedio y cortan el abastecimiento de agua a Veracruz. Scott decide no lanzar un asalto general, sino hacer de la batalla un duelo de artillería. Se repite el fenómeno de la Conquista: frente a la superioridad tecnológica, de poco servirán el valor humano y el heroísmo individual.
Scott dispone de cuatro baterías, tres de morteros y una de cañones calibre 24. Robert E. Lee, con 200 soldados e infantes de marina, arrastra los tres cañones más poderosos y logra esconderlos entre la maleza de un médano a 300 metros de la muralla.
Muerte de fuego
El ayuntamiento de Veracruz, encabezado por Manuel Gutiérrez Zamora, se declara en sesión permanente y se constituye en junta de defensa. Los ciudadanos pagan de su bolsillo municiones y alimentos para los soldados que manda el general Joaquín Morales. Hay 3 300 en la ciudad y 1 030 en Ulúa para oponerse a los 11 000 de Scott.
Los jóvenes veracruzanos dan una función teatral para acopiar los fondos que permiten erigir un hospital de sangre. Cuantos pueden hacerlo piden armas y las mujeres preparan todo lo necesario para el combate y la atención de los heridos.
En Puente Nacional permanecen inexplicablemente inmóviles el gobernador Juan Soto, el jefe de la División de Oriente, Rómulo Díaz de la Vega y Gregorio Gómez Palomino, comandante general del estado. En vano se piden refuerzos a México. La capital está estremecida por la rebelión de los “polkos”, algunos de los cuales pagarán su error batiéndose heroicamente en Churubusco. Por si todo esto fuera poco, el plan de campaña de Santa Anna resulta criminal para los defensores y los habitantes de Veracruz. Él se ha propuesto dejar que los invasores desembarquen a fin de que se encargue de ellos el vómito negro y la defensa mexicana se concentre en las tierras altas y salubres.
Los veracruzanos no se arredran ni siquiera ante la imponente visión de la flota y el despliegue de los enemigos entre los médanos. Las fuerzas que hay en la plaza no bastan para salir a hostilizar a los invasores, a riesgo de dejarla desguarnecida en caso de asalto general. La defensa apenas puede causar daño y está a cargo de guerrillas como las que encabeza el padre Jarauta. Sus actos de valor no logran impedir que Scott fije sobre los médanos, algunos más altos que la muralla, sus modernas piezas de alto calibre.
El comandante en jefe del ejército estadounidense pide la rendición incondicional para salvar a los civiles de los desastres de la guerra. Juan Morales, su segundo Juan José Landero, el comandante de Ulúa, José Durán, el jefe de ingenieros militares, Manuel Robles Pezuela, el de las brigadas de la guardia nacional, José Luelmo y la máxima autoridad civil, Manuel Gutiérrez Zamora, prefieren la muerte a la humillación de rendirse sin condiciones como lo pide Scott.
Por la tarde del 22 de mayo, los morteros estadounidenses abren fuego, responden los cañones de la muralla y todo el paisaje queda envuelto en humo. Granadas y bombas mexicanas son de pésima calidad y una muestra más de que parte de la derrota del 47 hay que cargarla a la cuenta de la corrupción y de la ineficiencia.
Al caer la noche revienta el norte que, para fortuna de los invasores, ahuyenta a los Aedes aegypti; cesa la artillería mexicana, pero la de Scott no descansa un minuto. Cometas rojos caen sobre los techos de Veracruz y los envuelven en llamas. El bombardeo se hace por tierra y mar. Intervienen en él los barcos del comandante Perry.
*Fragmento de Crónica del puerto de Veracruz, de Fernando Benítez y José Emilio Pacheco, colección Biblioteca Era, 2022.