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Pelé

El arte en el futbol.

Enero, 2023

Pelé, el único futbolista que conquistó tres Mundiales, el primero de fama global, ha fallecido el pasado 29 de diciembre de 2022. Tenía 82 años. Con él, acaba una era en la historia del futbol. Nacido en octubre de 1940, y bautizado con el nombre Edson Arantes do Nascimento, Pelé será recordado por ser un fuera de serie, por ser un adelantado en su época, por ser la expresión máxima del futbol bello, eficaz e irreverente. A manera de despedida, Víctor Roura le dedica estas líneas…

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Nadie ha jugado el futbol como Edson Arantes do Nascimento ni, creo, nadie jugará como él lo hiciera en el momento de saltar a la cancha, porque mirarlo jugar era, en verdad, un estrepitoso deleite. Se habla, y se festeja, el denominado “gol del siglo” de Maradona durante el campeonato del mundo efectuado en México en 1986 cuando Argentina ganó a Inglaterra con un avance desde medio campo driblando a los contrarios hasta llegar a la portería, mas yo diría que ése, en efecto, ha sido el gol más difundido en la historia de este deporte, que es algo muy distinto, porque Pelé hizo no sólo lo que presumía Maradona sino muchos más prodigios, igual de admirables y distintivos, en el arte del futbol, porque Pelé convirtió, sin duda, el futbol en arte.

Pero este deportista proveniente de “otro planeta”, como bien dijera César Luis Menotti, se fue de esta vida el jueves 29 de diciembre de 2022, dos meses después de haber cumplido 82 años de edad.

Verlo jugar, a pesar de no estar tan desarrolladas las televisoras en la transmisión de partidos de futbol como están ahora (sobre todo a partir de los ochenta), era una asombrosa delicia al contemplarlo hacer las proezas que uno sólo podía imaginar en la cabeza: Pelé realizó todos los milagros posibles en el juego del futbol, de manera que aquellos futbolistas que se crean, inmodestamente, los primeros en realizar ciertas proezas en el balompié es porque, sencillamente, no han visto las jugadas de Pelé o desconocen, o la ignoran, la existencia del gran Pelé, que no sólo realizó un gol del siglo sino varios, sólo que no fueron captados por la encantadora magia de la tecnología televisiva.

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No sólo fue grande Pelé como futbolista, el mejor de todos los tiempos incluyendo los actuales, sino también como persona, lo que lo diferencia de toda esta superflua contemporaneidad millonaria donde una esposa, con dinero del marido, ¡regala a su compungido esposo —por haber sido eliminada la selección portuguesa de jugar la final mundialista en Qatar— un Rolls-Royce cuyo valor mínimo rebasa, en pesos mexicanos, los 6 millones de pesos! Dicen que Pelé compraba balones de futbol que guardaba en el cofre de su coche para regalar a los niños que miraba en las calles, situación que no deja de maravillarme, del mismo modo en que me sorprendo cómo los nuevos astros del futbol quieren precisamente adquirir la fama no para contender deportivamente sino para sumar caudales de dinero en su cuenta bancaria. Pelé sí amaba al Santos, como no amara Messi al Barcelona ni mucho menos Cristiano Ronaldo al Sporting, que fueron oncenas clave para sus respectivos enriquecimientos: si Pelé jugó en otros países fue por necesidad económica, no por el afán de continuar sumando ceros en su cuenta bancaria. Pelé siempre mostró su preocupación por los niños del mundo, a Messi se le vio una vez en video espontáneo negarle una firma a un niño con sumo fastidio. Pelé en otros países condicionaba a los empresarios a devolverle alguna causa noble a cambio (trátese de construir escuelas para niños o desactivar la contaminación globalizadora), Ronaldo sólo firmó unos papeles para jugar en Arabia a cambio de miles de millones de pesos por temporada.

Los futbolistas persiguen lo segundo, de ahí la diferencia enorme de Pelé con ellos, no en balde Maradona llegó a enconarse con el brasileño.

Pelé, en el centro, en una imagen icónica.

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Se dice, en el ámbito futbolístico, que nadie como el alemán Franz Beckenbauer para emitir la elegancia en ese juego, pero yo miro una escena donde Edson Arantes do Nascimento baja la pelota con el pecho en medio de dos defensas que nada pueden hacer contra la insólita técnica del brasileño que, en seguida, ¡y en el área de la portería contraria!, se hace un pase a sí mismo techando a sus rivales para acomodarse y dar un exacto puntapié al balón de bolea para anotar un gol absolutamente inverídico con una elegancia que rebasa el colmo de la creencia.

Otra escena superlativa: envían el balón al centro en un ataque imprevisto de la selección brasileira en la espera de un posible receptor donde resguardan su portería cuatro o cinco rudas defensas pero de pronto, como en cámara lenta, se alza, vertiginoso y sutil, por encima de todos, como un ángel levantándose de un ensueño, Pelé que remata con la cabeza directo a las redes ante la impotencia de los adversarios que lo miran ascender, aterrados, a alturas insospechadas.

Otra monumental escena: lo rodean tres o cuatro hombres para intentar quitarle el balón, pero Pelé, vaya uno a saber atenido a qué artes, sale, fluido y sin altanerías, de ellos para continuar su camino, sin estorbos, con el balón prácticamente pegado a sus botines, mira en su entorno y remite la pelota al que menos se la espera: con Pelé, la configuración del futbol adquiría un sentido, siempre dirigido a la portería contraria.

Pases, driblings, sujeción de la pelota, cálculos precisos, juego colectivo, pensamiento estratégico, caballerosidad, distinción, velocidad pausada. Su juego formaba parte, de alguna manera, de la dignidad. No lo sé, pero creo que cuando Pelé se incorporó al futbol trajo consigo la inteligencia en este deporte.

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No había visto yo una despedida tan vibrante, y milagrosa, como la que recibiera Edson Arantes do Nascimento, Pelé, en los primeros días de enero, colocado su ataúd en la mitad de la cancha del Estadio de Futbol del Santos, su equipo de toda la vida. Si hubiera sido Pelé mexicano, cortos se habían quedado los números que fueron a ver, que es un decir —porque lo que imperó en estos casos fue la elemental bisutería del dinero— los restos de Juanga y de José José, aposentados (los restos, que es un decir) en el Palacio de Bellas Artes, donde hubiera sido velado Pelé de haber nacido en estas tierras. Era, fue, en efecto, un grande hombre este emisario del mundo abanderado de la ONU que, según el propio número 10 brasileño, congregaba a menos naciones que la propia Federación Mundial de Futbol, la FIFA, también un nido de corrupción como las más de las instituciones del planeta. Sólo un hombre como Pelé, tal vez, la hubiera saneado de haberse postulado presidente de dicha organización, mas a Pelé le interesaban otras cosas en verdad importantes.

Sí se merecía ese adiós, sin duda.

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One Comment

  1. Hasta le perdonamos, por todo lo que cuentas, la sombra de no haberse deslindado de la dictadura que asoló Brasil (1964-1985), como en su momento le señalara su coequipero Sócrates…

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