Updike, John: John Updike
Marzo, 2022
Nació en hace 90 años —en marzo de 1932—, y falleció en enero de 2009. John Updike era uno de los más ácidos cronistas de la sociedad estadounidense de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, un espejo crítico de la clase media en su país natal. Creador prolífico, su bibliografía alcanzó en poco más de medio siglo de trayectoria más de una veintena de novelas, además de una docena de colecciones de cuentos, así como poesía, ensayos, crítica literaria e incluso libros para niños. En ‘Cronografías’, José de Jesús Sampedro aquí lo evoca…
Reafluye una amplia curva de luz que subsiste para siempre en mi memoria. Volátil: ardua, impasible. Yo estoy en una tenue sala desde donde el invernal crepúsculo empieza apenas a florecer y a transformarse en hiedra abstrusa. Fumo, bebo una muy buena copa de ron y leo instalado en el sofá una novela magna de John Updike. Rabbit, Run. Corre, Conejo. Vete. Huye. Escapa. Me descubro entonces murmurándome fragmentos ávidos de un lenguaje que lo mismo o afirma o niega o que gusta ahora sólo de innumerar escenas límite de una vida. Consecuentemente: la novela me incomoda o me fascina. Pienso que captura un instante histórico clave, poseedor de la virtud quizá de unir mi experiencia básica (esto en cuanto a un mundo equívoco que me reserva y me condena al equívoco) y la experiencia básica de su protagonista unánime, Harry Conejo Angstrom. Afuera aún cruzan violáceas nubes que intensifican luego la convicción de que de veras todo no es sino un compacto y serio juego de espejos tránsfugas y de imágenes. Entiendo incluso que me perciba como disolviéndome al margen de un cautivo día de noviembre de 1978 o de 1979. O para complementarlo recurriendo justo a términos más escuetos: que de específica manera me angustie el cruel transcurso del tiempo y el complejo e inútil conocimiento de ignorarlo o de saberlo, de gozarlo o de padecerlo… Tengo hoy casi la edad que tiene Harry Conejo Angstrom biológicamente en la novela (aunque él pertenezca a los nacidos bajo el doloroso estigma de la segunda guerra mundial y de la contigua depresión económica) y tengo en mí también algunas de las perplejidades irresueltas que él tiene. Entre otras: una sociológica atmósfera cuyo racionalismo fatuo privilegia una especie de orden que posterga a diario o que inhibe un cierto anhelo de sorpresa plena o de aventura. Observo aquí lo contumaz opaco que emerge uniformando el venerable rumbo del vecindario y que promueve acaso la idea de que asisto a un servicio mortuorio. Lo anterior de inmediato me insta a devolverme hasta las ejemplares páginas de la novela que recrean la desesperada y repentina huida de Harry Conejo Angstrom en su automóvil (simbólico artefacto que atenúa o que conmuta el postmoderno exceso de tedio). Procedo a hacerlo y reencuentro un discursivo tono que multiplica y que combina lo metafórico y lo profético: un certero síntoma y un diagnóstico. Vacío mi exhausta copa de ron, deposito cuidadosamente en un bote los residuos yermos del cenicero y deseo saber por qué rayos debo convertirme pronto en adulto, en un acerbo y cáustico adulto. No hay respuesta inmune o inicua que valga. Decido ante ello aferrarme incluso a lo último que me depara este amorfo e irrepetible día de noviembre de 1978 o de 1979. Deliro: iluso. El inesperado timbre del teléfono me despierta y una untuosa voz me invita a un club de yoga. John Updike nació hace ahora nueve décadas. Releí ayer Rabbit, Run. Corre, Conejo. Soy un adulto…