Primera mujer francesa y europea en viajar al espacio en 1996, Claudie Haigneré ha dedicado su vida a mejorar el conocimiento de la ciencia a través de todas las funciones que ha desempeñado, incluso la de ministra. Ahora, su principal misión es la de inspirar a las nuevas generaciones para que, como ella cuando era niña, sigan soñando con las estrellas.
Aunque en las miradas de los demás Claudie Haigneré (Creusot, Francia, 1957) es la astronauta francesa y europea que viajó por primera vez al espacio y a bordo de la Estación Espacial Internacional, sus funciones han ido mucho más allá: médica reumatóloga, científica, ministra delegada de Investigación y Tecnologías (2002-2004) y de Asuntos Europeos (2004-2005) en su país, presidenta de la Ciudad de las Ciencias y de la Industria, conocida como ‘Universcience’, e incluso consejera del director general de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés).
De todas las responsabilidades a lo largo de su carrera, la exastronauta considera que ahora su misión es la de transmitir la ciencia, la ingeniería y la tecnología a la cultura y hacer que “la luz de las estrellas siga brillando en los ojos de los niños”. Esta tarea es la que más la define y con la que más se identifica. “Es lo que intento hacer y lo que me gustaría hacer bien”, comenta en esta conversación .
Además, quiere motivar a todas las personas que, al igual que ella en la década de los años ochenta, se han presentado a la última convocatoria de la ESA en busca de futuros astronautas, cuya identidad será revelada a finales de 2022. De las 22 500 que enviaron su solicitud, unas 5 400 han sido mujeres, es decir el 24 %. “Se requieren competencias, un perfil particular y talento, pero también mucha suerte”, advierte Haigneré, para quien es necesario contar con todos, y sobre todo con las mujeres.
—Han pasado 25 años desde su primera misión en la estación espacial rusa MIR. Pero antes de ser astronauta, era médica. Vio un anunció y se lanzó. ¿Por qué tomó esa decisión?
—La elección de una carrera como esta no es del todo corriente. Correspondía a un sueño de niña porque tenía 12 años cuando en 1969 el ser humano dio el primer paso en la Luna. Fue un momento fascinante y mágico que ha alimentado mi imaginación desde entonces. Ese sueño y esta curiosidad maduraron y tuve la suerte de aprovechar la oportunidad: la convocatoria del Centro Nacional de Estudios Espaciales que seleccionaba a científicos para llevar a cabo programas en las estaciones espaciales. Así que el sueño de la niña se hacía un poco realidad. Sólo hacía falta empujar esa puerta pidiendo un informe de candidatura. Lo hice con la convicción de que era mi camino y funcionó.
—Sí… participaron más de mil candidatos en aquella convocatoria de 1985. Nada fácil…
—Sí, de los cuales 100 eran candidatas, es decir que hubo un 10 % de candidatura femenina. Fuimos siete en ser seleccionados finalmente. En ese momento fui la única mujer del equipo. Era médica reumatóloga y fui reclutada como científica para los programas de investigación. He querido completar mi formación haciendo una tesis en ciencias, así que también soy doctora en neurociencias. Esto me ha permitido sentirme a gusto con la investigación y poder realizar las misiones que se me encomendaron.
—Supongo en ese momento chocó el hecho de que hubiera una mujer en el equipo. Ahora es todo lo contrario: sorprende que no hubiera más.
—Bueno, en la década de los ochenta esta profesión tenía una imagen llena de clichés. En la mente de los niños el astronauta era el piloto del ejército o el caballero del cielo. Eso era un astronauta en 1985, y sin embargo, la candidatura estaba abierta a hombres y mujeres. Pocas postularon porque era algo demasiado cargado de estereotipos. Creo que ahora, en 2021, las cosas han cambiado. Las mujeres han demostrado ser capaces de cumplir todas las funciones a bordo de la estación espacial internacional, como comandante, piloto de nave, hacer salidas extravehiculares complejas, llevar a cabo los programas con éxito… A menudo están también en colegios y universidades para inspirar, motivar y dar valentía. Eso explica que hayamos pasado del 10 % al 24 % en la selección en la ESA de ahora.
—Es un progreso, pero ¿cree que es suficiente?
—Está bien, pero no, no lo es aún. La diversidad tiene que estar más equilibrada en el futuro. Hay que seguir movilizándose. Creo que hablar, explicar e inspirar con estas profesiones es también abrir todas las posibilidades de actividades en el ámbito de la aeronáutica y el espacio. Ser astronauta es fantástico, pero sólo habrá seis seleccionados sobre los 22 500 que se han presentado para la ESA. Claro que se requieren competencias, un perfil particular y talento, pero también mucha suerte. Pero abre la puerta hacia profesiones increíbles como ingeniero, investigador, jurista, arquitecto, filósofo… Hay que cambiar la imagen de esos trabajos y reemplazarla por algo más global y holístico. Hay realmente mucho que hacer y necesitamos todos los talentos, y por supuesto el de las mujeres.
—Para que uno de los pocos astronautas seleccionados esté en espacio, hay cientos de personas dentro de la ciencia trabajando detrás. Eso a lo mejor no se promueve tanto.
—Por eso la ESA habla de diversidad, pero no sólo de personas, sino también de perfiles, de culturas y de edades y generaciones. Puedes estar ya acomodado en tu profesión con 45, 48 o 50 años y querer vivir la aventura. Yo soy por supuesto una embajadora del conjunto de esas diversidades. Pero tiene razón en decir que tenemos que hablar de ciencia e ingeniería hoy como algo que tiene sentido en el contexto y las metas. No debe ser algo abstracto, sino algo que nos dé un poder para actuar y comprender las cosas con un espíritu crítico.
—Hablando de ciencia, hace justo 20 años estaba en la Estación Espacial Internacional, como lo está ahora mismo su compatriota Thomas Pesquet, que comparte en redes los experimentos científicos que realiza en el espacio. Comparando su experiencia con la de Pesquet, ¿qué considera que es lo que ha cambiado más en estas dos últimas décadas?
—Primero la estación en sí misma. Cuando yo llegué en 2001 era un embrión de estación. Había un módulo ruso, otro americano y un nodo de unión. Hoy es una infraestructura enorme con sus múltiples laboratorios, entre los que se encuentra el europeo Columbus. En su interior los instrumentos permiten ahora hacer ciencia en condiciones que son casi las de un laboratorio en Tierra. Cuando yo investigaba en mi primer vuelo de 1996 en la estación MIR, o incluso en la de 2001, diría que estábamos en la fase de observación de las modificaciones del cuerpo humano, del desarrollo de un vegetal o de la estructura de un cigoto en biología, etcétera. Era observación en general. Ahora, la investigación versa sobre la comprensión de los mecanismos. Secuenciamos el ADN, llevamos organoides de cerebro, somos capaces de medir la densidad del plasma con una precisión extraordinaria… La diferencia está en la calidad de la investigación porque tenemos instrumentos con muy buen rendimiento y esta tecnología nos permite ir más lejos.
—Y la actividad científica no cesa…
—Eso es. La estación está ocupada desde hace 20 años de manera permanente con una cooperación internacional que hace que los experimentos sean reproducidos por múltiples sujetos de experimentación. Los astronautas también somos cobayas. Tenemos entonces muchos puntos de medidas que son reproducibles con el mismo protocolo. Esto cambia la calidad y la extracción de los datos que se consiguen. Estamos a un nivel extraordinario de madurez en esta investigación en microgravedad hasta el punto que, en la actualidad, imaginamos que estas estaciones espaciales podrán alimentar la investigación con empresas privadas que podrían realizar estudios aplicados aprovechando estas condiciones particulares. Hace 20 años no era más que una promesa pensar en laboratorios de este tipo. Hoy se han hecho realidad.
—¿Qué aportará toda esta tecnología para las futuras misiones fuera de la órbita terrestre?
—La estación es un instrumento diplomático, sin duda. Hay pocos proyectos así que permiten unir diferentes nacionalidades. Espero que continúe porque la próxima etapa es la presencia en la Luna y la preparación de misiones tripuladas a Marte. Para mí es una misión del futuro para y de nuestra humanidad, en cooperación científica, operacional, solidaria, y más. Hay que estar pendientes de que la investigación futura se haga en estas condiciones. Nos ayudará también a resolver nuestros problemas en la Tierra.
—Ha mencionado a las empresas privadas en la exploración espacial, que contribuyen al desarrollo tecnológico y al suministro de servicios a los agentes institucionales. ¿Qué opina al respecto?
—Está bien porque si las agencias institucionales establecen las regulaciones espaciales, el derecho espacial, la calidad de las propuestas formuladas y demás, eso se traduce en agilidad, innovación, y una nueva manera de pensar las cosas. Vemos hasta qué punto ha cambiado el paisaje en este sentido, lo que llamamos el new space, con una mayor presencia de lo privado, e incluso con iniciativas estrictamente privadas. Todo esto no hace más que mejorar el conjunto del ecosistema.
—¿Dónde encaja en todo esto el turismo espacial también promovido por estas empresas?
—Es normal que tenga lugar. Hace mucho que se habla del turismo suborbital, no del que está completamente en órbita, aunque este último sucederá pronto. No creo que se vaya a producir un turismo de masa y tampoco quiero que lo haya porque podría poner en peligro la conservación del espacio o de la superficie de la Luna, que es patrimonio de la humanidad. Hay que ser responsables con los impactos ambientales que generamos no sólo en la Tierra, sino también en los cuerpos celestes. No pienso que se vaya a desarrollar como lo ha hecho hasta ahora la aviación. A lo mejor dentro de dos siglos, pero no lo creo.
“Sin embargo, pienso que ha mejorado algunas cosas. Hay que hacerlo con responsabilidad para que estos ‘turistas’, que evidentemente están menos entrenados, no corran riesgos. Es aun así un medio hostil y extremo. Tampoco es un tema prioritario para las agencias espaciales, ni tampoco son astronautas profesionales. Nosotros tenemos una capacidad de ser multitarea, y de reaccionar y gestionar situaciones complejas y de urgencia para las cuales estamos formados. Por lo tanto, no es lo mismo. Pero sí puede ser útil para marcar las mentes si luego esas personas cuentan lo que han visto, cómo les ha emocionado y comparten la fascinación, la magia y la belleza, para, de alguna manera, tomar consciencia de nuestra vulnerabilidad. Pero bueno, no creo que veamos puertos espaciales poblar nuestro espacio”.
—¿Cómo ve el futuro de la exploración espacial, al menos desde el punto de visto europeo?
—Europa está muy presente con sus propias misiones y en cooperación, como el telescopio James Webb, que estamos deseando que se lance. Pero hace poco también partió el BepiColombo hacia Mercurio, es una gran aventura. También preparamos LISA para las ondas gravitacionales, y otras misiones de gran amplitud como JUICE para Júpiter. Hay muchas grandes misiones con magníficos resultados. La posición de la Agencia Espacial Europea es muy importante. Europa también tiene, además, una postura de liderazgo, de iniciativa y compromiso sobre los desafíos globales de nuestro planeta, y hablo de la observación de la Tierra, de temas como el cambio climático y de la monitorización del estado de nuestro planeta y de las variables climáticas esenciales. Europa está, en este sentido, en la primera línea.
“Pero es verdad que además de la cooperación, estamos en un mundo de competición. Esta es exigente, y creo que podemos hacerlo aún mejor, aunque ya hacemos grandes trabajos. También podemos cambiar la manera de hacerlo, sin duda, sobre todo en cuanto a los lanzadores. Estamos viendo cómo contemplar los lanzadores del futuro. También esperamos Ariane 6 con mucha impaciencia, destacando el aspecto de reusabilidad de los lanzadores. En noviembre 2022 tenemos un consejo de ministros de la ESA que establecerá el compromiso de los Estados miembro hacia las ambiciones europeas”.
—¿Ese compromiso incluye también misiones tripuladas como las que se planifican a la Luna?
—En lo que se refiere a los vuelos tripulados y a la próxima etapa que es el regreso a la Luna, mi deseo es personal porque he soñado con la Luna desde pequeña. Me gustaría que Europa estuviera verdaderamente presente como un socio importante y esencial en el desarrollo de esta nueva etapa sobre la expansión de la humanidad, y no sólo como un socio invitado a participar. Aquí es donde pienso que la voz europea es relevante porque se diferencia de la americana o la china sobre la manera de usar y explotar el espacio. Pienso que la visión de sostenibilidad que puede proporcionar Europa en la exploración es importante, así como la de cooperación pacífica en una fase de competición, sobre todo si hablamos de nuevas carreras espaciales a la Luna. Europa tiene realmente algo que decir, pero para que pueda hacerlo tiene que presentar una hoja de ruta ambiciosa para convertirse en un socio de peso sin el cual nada sea posible. Como muy bien dice nuestro director general, Josef Aschbacher, se trata al final de una ambición política. Somos capaces de hacerlo, pero tiene que haber una afirmación política por parte de ministros, jefes de estado y gobiernos. Es el objetivo del próximo año.
—De alguna manera se trata de incrementar el protagonismo europeo en este ámbito, pero no es tarea fácil…
—Esa es la belleza y la dificultad de Europa [risas]. No puede ser ambiciosa si no está unida y alza su voz. Es aquí donde tiene toda su fuerza y potencia, pero aún no hemos llegado a ese punto del todo. Pienso que los programas atractivos y ambiciosos pueden ser un impulso para movilizarse juntos y conseguirlo. De verdad creo que la ciencia y la tecnología merecen de un relato o una narración que aporten ambición y visión, incluso a largo plazo. No tenemos que mirar al pasado. No tenemos que renunciar al sueño. Hay que seguir explorando el espacio y tenemos que ser responsables con la innovación que elegimos.
—Así se responderá a todas las voces críticas que dudan de la utilidad de la exploración. ¿Qué les diría?
—Efectivamente, hoy hay que conseguir conciliar cosas que son a veces un poco contradictorias o que entran en conflicto, como la conservación del medioambiente en nuestro planeta y la búsqueda a pesar de todo de una exploración que nos lleva más allá de la Tierra. Yo mantendría un discurso de equilibrio, de responsabilidad, y alzando la voz europea que sí aporta algo. Y aquí hay sensibilidad para lograr una dualidad: explorar más lejos el espacio para conocer mejor nuestro planeta. Además, la ciencia y la tecnología ya son en sí mismas materias de oro para proyectarse en el futuro, pero es que el espacio es una materia doblemente dorada para iluminar las estrellas en los ojos de los niños. Tenemos que acompañar a estas jóvenes generaciones hacia el camino de la responsabilidad y el espíritu crítico. Siempre digo que ahora se nos pide ser listo, pero hay que pensar más allá y ser inteligente o sabio. Hemos olvidado un poco el tercer principio de Aristóteles que hablaba de ciencia y tecnología, pero también de la sabiduría de la acción, es decir de la prudencia en la acción. Es aquí donde tenemos que posicionarnos ahora. Aunque no es fácil cuando se está en la escuela o para las generaciones más jóvenes, y aquí entran en juego padres, educadores y políticos.
—Y sin embargo, el entusiasmo en los niños sí está presente. Pero en alguna parte de su crecimiento o madurez su interés se desvanece.
—Los niños son curiosos desde su nacimiento y a lo largo de su infancia, pero pierden la curiosidad cuando se encuentran con barreras que les impiden ser exploradores, o cuando crecen. Nuestra responsabilidad de adulto es seguir haciendo crecer la semilla de la curiosidad en los niños. Todos somos exploradores de pequeños, hay que seguir siéndolo de mayores.
Fuente: agencia SINC.