Diciembre, 2025
Aún no se publican suficientes artículos acerca de la Menopausia en México. “¿Me tocará a mí escribir uno para ilustrar los síntomas?”, escribe Eugenia Montalván Colón. La menopausia es un cambio trascendental, un antes y un después. Afortunadamente, dice, “mis arranques de enojo no son tantos y acabo de darme cuenta que uno de los factores que los provocan es la transformación mi amada ciudad”. Sí. “Mérida y yo estamos pasando por circunstancias similares”.
Aún no se publican suficientes artículos acerca de la Menopausia en México. ¿Me tocará a mí escribir uno para ilustrar los síntomas? ¿Para contar mis avatares acerca de esta odisea? ¿Para que las chicas de mi generación sepan cómo la vivo? ¿Para generar un vínculo mayor con mis lectoras? Se revela de manera única en cada una de nosotras, lo sabemos; las secuelas, también. El tema no es exclusivo de las mujeres, eso también se sabe.
A mí me atacan arrebatos de mal humor, de pesadez, de hartazgo. ¿Y aparte? Los cambios en el cuerpo, las interrupciones del sueño, casi siempre a las 3 de la mañana. Me quedo despierta un rato con cincuenta mil pensamientos, pero sin sudoraciones ni bochornos a ninguna hora, como le pasa a una amiga mía que sufre calores desde hace 16 años y —por lo tanto— ya asumió que vivirá así el resto de su vida, pues al estudiar el tema encontró que los calores se siguen manifestando aún en la vejez. El sofoco incontrolable la ataca cuando estamos juntas. La ataca si enciende un cigarro. La ataca al prepararse un gin. La ataca cuando va por su hija a la escuela… Miro fijamente sus gestos. No se pasa la mano por la frente ni se alisa el pelo rubio… Casi es capaz de mantenerse aparentemente ecuánime y serena, pero sí se queja. Y la escucho.
Escucho cómo la afecta ese calor repentino ya estemos en primavera o invierno… (Bueno, ya estemos a 42 grados de temperatura ambiente, 35 o 28, pues vivimos en Mérida). Entonces, en silencio, recorro mi cuerpo; ahí están las plantas de mis pies en su acostumbrada temperatura y ahí están mis piernas, mi vientre, mi pecho y mi cuello sin manifestar ardor. La menopausia es algo sumamente íntimo, me digo en silencio… Compadezco a mi amiga sin llegar a sufrir con ella.
El mal humor, creo, se nota menos. ¿Se nota menos? ¡Al contrario! A otra amiga le pasa como a mí, y tampoco se lo guarda.

El hecho de que la menopausia sea un tema íntimo en cuanto a las afecciones biológicas y emocionales le da gran relevancia, y debemos hablar más de esto, claro que sí, para comprender los trastornos del proceso y para asumir con naturalidad este cambio significativo que es parte de la vida.
Percibo mi enojo en la irritación que palpita en mi entrecejo (donde ya tengo dos arrugas claramente marcadas) y en las yemas de los dedos de las manos, electrizadas. Es una reacción espontánea, vivaz…
La menopausia es un cambio trascendental, un antes y un después, una concatenación de efectos al dejar de menstruar.
Afortunadamente mis arranques de enojo no son tantos y acabo de darme cuenta que uno de los factores que los provocan es la transformación —acorde a la edad— que está viviendo otra amiga, mi amada ciudad. Ya es exagerada la cantidad de letreros de “Se vende”, “Se renta”, “Trato directo” colocados en su cara, y sufro con ella.
Los habitantes están hartos de tragarse sus carencias y se están manifestando frente a una Mérida resentida con las constantes rachas de abandono…
La población grita que ya no desea poseer una casa si carece de los medios para sostenerla.
La gente se desprende de su patrimonio porque aspira a administrar sus ganancias bajo un techo nuevo.
El fin último es que generar bienestar a partir de los bienes raíces.
Historia y pasado a la venta…
Duele este desdén.
Perturba esta ruptura.
A Mérida y a mí esta renuncia a la propiedad nos enoja igual porque el deterioro se hace evidente. La hierba se come las paredes, la humedad revienta los techos…
Identifico los cambios en la transpiración de Mérida en todas mis salidas a la calle, incluso ahora que recién le pavimentaron algunas arterias para estar más o menos presentable para su próximo aniversario, presuntuosamente arregladita con chapopote chino (dicen los que saben).

Observo las fachadas de sus casas e intuyo lo que esconden aquellas que exhiben lonas con las palabras clave y un número de teléfono al cual marcar: 999URGE.
¡Adiós herencia!
¡Adiós aquella vida!
Las leyes del mercado rigen así como las de la vida.
No hay zona del cuerpo o la ciudad que prescinda del cambio…
Ayer caminé en un fraccionamiento del norte de la ciudad y por precaución conté los bienes en venta. ¡Cantidad de números para llamar! ¡Más y más números para las cuentas bancarias!
Propiedades por millones.
¿Acaso la ciudad está viviendo también los efectos de la menopausia?
Mérida es mi espejo. Sus baches me enfurecen porque reflejan mis puntos débiles.
Mérida, mi amiga y yo estamos pasando por circunstancias similares. La ciudad en crisis y nosotras, las cincuentonas, también.
Es fin de año y se trata de aceptar la realidad para tomar aliento, pues viene un Año de cambios trascendentales en la intimidad y en el orden mundial.
Hoy abrí los ojos y percibí la crisis desde esta perspectiva de proximidad.
Mérida, en su decadencia, no dejará de enfurecerme.
Eugenia, enfurecida, no dejará de reflejarse en las incontables casas abandonadas autodestruyéndose.
¡Es hora de respirar conscientemente!
Benditas serán las horas en que me miraré a solas en la oscuridad de mi habitación.
Convierto a mi ciudad en la amiga que miro con comprensivo silencio.
Dejo el tema de las hormonas a los especialistas. ![]()



