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«Peanuts», 75 años después

Diciembre, 2025

Un cómic sobre niños que se comportan como adultos se convirtió en la brújula moral de una nación (a la que no le vendría nada mal recuperarla): en este 2025 se cumplen 75 años de que viera la luz aquella famosa pandilla integrada, entre otros, por Charlie Brown, Snoopy, Woodstock o Lucy van Pelt. Bajo el nombre de Peanuts, el cómic arrancó de manera modesta publicándose en siete periódicos para terminar apareciendo en 2600 diarios de todo el mundo. También se cumplen 25 años de la partida de su creador, el legendario Charles M. Schulz (1922-2000). El español Pablo Ríos, especialista y él mismo reconocido dibujante, le rinde este homenaje.

Un 26 de noviembre de hace mucho, nació un niño cuyo destino era dejar una huella imborrable en la historia del cómic. Casi 47 años después, digamos que aquel niño no cree mucho en el destino, y, con los tebeos, pues ha hecho lo que puede. Ese niño, amable lectora, lector, era yo.

¿Y por qué demonios empiezo con esta chorrada?

Pues porque la casualidad quiso que otro 26 de noviembre, pero de 1922, naciera otro niño que sí se convirtió en uno de los más grandes dibujantes de cómic de la historia. A juicio de quien esto escribe (el que comparte su cumpleaños, esta es la justificación de la introducción), hablamos de un artista a la altura de Velázquez, Virginia Woolf o quien se le ocurra…

Sí. Hablamos de Charles Monroe Schulz, creador de Peanuts, la tira cómica que durante cincuenta años ininterrumpidos narró las aventuras de una pandilla de niños (y varios perros y algunos canarios) destinados a no crecer jamás. Sobre la vida del artista poco tengo que decir más allá de recomendar encarecidamente la monumental y documentadísima Schulz, Carlitos y Snoopy: una biografía, de David Michaelis, editada por Espop Ediciones.

Aunque con Schulz ambas partes, vida y obra, son indisolubles, el propósito de este texto es hablar de su trabajo (y sus derivadas) para que el lector o lectora que todavía esté preso de viejos clichés sobre Peanuts (que si es conservadora, que si es ñoña, que si es esto o lo otro) pueda liberarse de ellos o al menos ignorarlos para disfrutar de una lectura majestuosa, un cómic prodigioso que, cimentado sobre el humor y una caricatura aparentemente sencilla, alza el vuelo como una de las obras que mejor ha cartografiado la experiencia vital humana en toda su extensión. Con este fin, vamos a concentrar en cinco puntos clave lo que necesitaría de otros mil, pero tampoco vamos a pasarnos aquí todo el día, que luego se hace de noche y las noches son oscuras y tormentosas. Empezamos.

“Adoro a mis hijos, pero no a los niños” — Charles Schulz

¿Cómo alguien que dice esto se pasa cincuenta años de su vida dibujando a niños pequeños? El truco era sencillo, hacer que hablaran y se comportaran como adultos. En 1947, Schulz dibujó Li’l Folks, una serie de chistes de una sola viñeta que se publicó en dos periódicos de su Minnesota natal, el Minneapolis Tribune y el St. Paul Pioneer Press. Tras tres años, Schulz le dio carpetazo cuando le denegaron una solicitud de aumento.

En ella, experimentó ideas que más tarde se trasladaron a Peanuts: un niño, tras romper un cristal con una pelota de béisbol, le pregunta a una amiguita si alguna vez ha tenido la sensación de que se avecine la perdición de manera inminente. No, claro que no, los niños no hablaban así. Li’l Folks también fue desarrollada como tira en sus entregas finales, y ese fue el proyecto que Schulz envió al United Feature Syndicate, una de las empresas encargadas de la distribución de cómics en periódicos de todo el país.

United Feature le dio el aprobado, pero el nombre tenía que cambiar. Se eligió uno que Schulz repudió durante toda su vida, Peanuts (Cacahuetes, en español), una expresión coloquial para referirse a los niños. Peanuts arrancó de manera modesta publicándose en siete periódicos. Terminaría apareciendo en 2600 diarios de todo el mundo.

Primera tira de Peanuts, publicada el 2 de octubre de 1950. / Peanuts Worldwide LCC

La primera tira publicada de Peanuts, de la que este año se celebra su septuagésimo quinto aniversario, muestra lo siguiente. En la primera viñeta, un niño se aproxima a otra pareja de chavales (niño y niña) sentada en un bordillo. Tras cruzarse con ellos, el pequeño sentado exclama: “El bueno y viejo Carlitos… ¡cómo lo odio!”. Una manera peculiar de comenzar, cuanto menos, pero que dejaba bien a las claras que esos niños no iban a ser como los que aparecían habitualmente en el resto de tiras cómicas. Para empezar, en Peanuts, los adultos estarían vetados. A través de sus niños, que terminarían conectando emocionalmente con lectores de todo el mundo, el autor daría rienda suelta a la expresión de sus pasiones y angustias más profundas.

With a little help of my friends” — John Lennon y Paul McCartney

Schulz siempre se vanaglorió de haber realizado su homérica tarea solo, sin ayudantes. Sólo él dibujó todas y cada una de las tiras de la serie, desde 1950 hasta su fallecimiento en el año 2000. Pero no llevaba razón del todo, porque nunca podría haber conquistado su particular Everest sin la ayuda de una pandilla de niños cabezones y encantadores.

Peanuts tiene como personaje principal al pequeño Carlitos (Charlie Brown en el original), un niño cabezón, melancólico, enamoradizo, obsesionado con el béisbol, pusilánime y resignado. ¿Es Carlitos una proyección de su autor? Comparten muchos rasgos de carácter e incluso biográficos (el padre del pequeño es un honrado y eficaz barbero como lo fue el de Schulz), pero Carlitos resulta ser un disfraz de los muchos que el dibujante usó durante toda su vida. Mientras los lectores pensaran en que Schulz se expresaba a través de Carlitos, nunca conocerían sus verdaderos defectos (como la vanidad, tan desconocida para su pequeño protagonista), algo que le atormentaba continuamente. La búsqueda de una soñada perfección áurea tanto en su trabajo como en su vida personal fue una constante que le provocaba, como era de esperar, una insatisfacción permanente.

Pero volvamos a Carlitos. Como hemos visto, en la primera tira no sólo se le presenta a él, aparecen otros dos niños, Shermy y Patty, que serán los primeros miembros de la pandilla. Schulz se muestra titubeante en el arranque de la tira y no termina de concretar el carácter de los chicos, más allá de Carlitos, convertido en un saco de boxeo que recibe todo tipo de maltrato psicológico por parte del resto, una suerte de bullies sin conciencia de serlo. El perro Snoopy, la mascota de Carlitos, debutará pronto (tendrá su propio apartado aquí, tranquilidad), pero le costará encontrar su dinámica. También lo hará Schroeder, un joven prodigio del piano amante de Beethoven.

Pero no será hasta 1952 cuando llegue otra de las piedras angulares de la tira y todo empiece a rodar a una velocidad de vértigo: Lucy Van Pelt. Gruñona, indómita, bromista, un poco ceporra y con verdaderas malas pulgas, Lucy está inspirada en Joyce Schulz, la primera esposa del dibujante. Aunque no podamos decir que Schulz trasladara las dinámicas de su matrimonio a la tira (algo de eso hay, sin duda), lo que sí ofrece Lucy es una réplica ya no sólo a Carlitos, sino al resto del elenco. Siempre a la contra, independiente, resolutiva, Lucy confiere una energía especial a Peanuts. Enamorada de Schroeder, pero no correspondida, la frustrada Lucy se muestra agresiva continuamente y sólo le hace frente otro espíritu libre: Snoopy.

Lucy protagonizará una interminable y desigual pugna con Carlitos durante los 50 años de la tira, vertebrada con tres hitos recurrentes: se convertirá en su psicóloga (ofreciendo rápidas respuestas que sólo conseguirán confundir más al chaval), le gastará la misma broma durante medio siglo (quitarle el balón justo cuando el pobre va a chutar con todas sus fuerzas) y será la peor jugadora de béisbol que ha existido jamás, algo que saca de quicio a Carlitos sobre todas las cosas posibles.

De la mano de Lucy llegará su hermano pequeño, Linus, uno de los personajes más fascinantes de la historia del cómic. Linus tiene un par de años menos que Carlitos, está aferrado a una manta que le proporciona “seguridad” y se chupa el dedo. Hasta aquí, lo normal de un niño de su edad que todavía no se ha desprendido de sus manías, pero Linus también cita el evangelio, tiene tendencia a filosofar y desprende un aura de sabiduría impropia de un crío de seis años. Linus se convierte de inmediato en el mejor amigo de Carlitos, siempre dispuesto a escucharle, pero nunca a suavizar sus réplicas. Es un ejemplo de ética y responsabilidad; algo inseguro, pero su duda no es patológica como la de Carlitos. Se corresponde a la duda del que busca algo, de alguien que está en el mundo y se pregunta por su lugar en él. Además de su manta, su otra excentricidad es su creencia en la Gran Calabaza, una suerte de Papá Noel que trae regalos la noche de Halloween y a la que espera puntualmente todos los años en un huerto. Ya sea fe en Dios o esperanza en la Gran Calabaza, los consuelos que encuentra Linus para este mundo no son de este mundo.

Mucho más pragmática es Sally Brown, la hermana pequeña de Carlitos. Su respuesta para cualquier duda existencial es tirarse en el sofá y ver la tele. La escuela es una absoluta tortura para ella (confunde palabras y números, puede que incluso sea disléxica) y es el absoluto opuesto de Linus, su enamorado: la vida es muy sencilla, ¿para qué complicarse pensando?

Charles M. Schulz. / Foto: John Burgess (Penguin Random House)

Con Peppermint Patty y su inseparable amiga, Marcia, Schulz cerraría el elenco principal de la serie, aunque la pandilla al completo llegará a tener muchos más personajes, pero con menos peso. Peppermint Patty (no confundir con la primera Patty) es una deportista de primera, lleva sandalias, pantalón corto y camiseta de chico. Su estrecha relación con Marcia, una empollona apocada, ha suscitado muchas preguntas acerca de la sexualidad de ambas, aunque tuvo un breve romance con Cochino, otro personaje de la serie que se pasea por sus tiras permanentemente rodeado de una capa de suciedad. Más allá de esto, Patty es un verso suelto capaz de rebelarse contra el sistema, directa, franca y sincera.

Como hemos visto, a excepción de Schroeder, que es un símbolo del trabajo duro y la disciplina, las chicas de la tira suelen tener las ideas mucho más claras que los chicos. En todos ellos hay rasgos de la personalidad de su autor, tremendamente contradictoria: hogareño, descuidado, tenaz, despreocupado, permanentemente angustiado, humilde y con una ambición sin freno. Todos ellos (y ellas), pese a su personalidad única, son usados por Schulz para cuestionarse el mundo que le rodea. Pero, al hacerlo a través de sus voces, el crisol que conforma la pandilla convierte a Peanuts en algo que está mucho más allá del pensamiento de un hombre blanco estadounidense de mediana edad. A través de los personajes de Peanuts, tan distintos entre sí, Schulz no tiene más remedio que experimentar la vida a través de otros ojos. Esta es una de las fórmulas del éxito: cualquier lector podía encontrar un espejo en el que mirarse en la serie y aprender del resto. Aunque hay uno en especial en el que Schulz proyecta todos sus deseos y aspiraciones: quizás su vida hubiera sido más sencilla si se hubiera comportado como Snoopy.

“La felicidad es un cachorro cálido” — Lucy Van Pelt

La frase que encabeza este punto es el título de un libro de 1962 que se convirtió en un absoluto superventas en todo el mundo y llegaría a inspirar el título de una canción de los Beatles, “Happiness is a warm gun”. En sus páginas encontramos una serie de sencillas sentencias sobre la felicidad escritas por el propio Schulz, acompañadas de una imagen de los miembros de Peanuts. Un rara avis en su momento que conoció varias secuelas y sirvió de inspiración para toda una nueva generación de libros ilustrados. Su almibarado contenido ha sido uno de los culpables de que la imagen de Snoopy, ese “cachorro cálido” que abraza Lucy en su cubierta, fuera considerado por quienes no han leído la serie como la imagen personificada de lo cursi.

Nada más lejos.

Snoopy, el perro de Carlitos, que pronto comenzó a hablar (pensar, si nos ajustamos a la realidad de la tira), desarrolló una personalidad avasalladora. Galante, tierno, duro, divertido, independiente y resuelto, Snoopy, al contrario que Schulz, no tiene problema en despachar con las mujeres, exponer sus sentimientos y ser arrojado y valiente. Que supiéramos lo que piensa fue el primer paso para que la serie abriera las puertas a la imaginación más desbordante. En su caseta, Snoopy tiene una mesa de billar, televisión, moqueta y hasta un Van Gogh (que será reemplazado tras un terrible incendio por un cuadro de Andrew Wyeth); sin embargo, pese a todas estas comodidades, prefiere dormir en el techo de la misma.

Eso sí: la caseta se convertirá en un Sopwith Camel, un avión de la I Guerra Mundial en el que Snoopy se enfrentará al Barón Rojo, y llegará a ser un módulo lunar (también en el mundo real, el módulo de la misión Apolo 10 fue bautizado con su nombre). Snoopy será escritor, abogado, titiritero, jugador de tenis, patinador y desarrollará innumerables personalidades más. Tomará como protegido a Woodstock, un canario con el que mantendrá una relación paterno filial, y conoceremos a sus peculiares primos. Snoopy se enamorará perdidamente, romperá su relación, se volverá a enamorar y se convertirá, sin discusión, en el personaje más popular de la serie. Todo el mundo quiere ser como él —el primero: su mismísimo creador. Y sobre Snoopy, Schulz edificará su iglesia y su imperio.

“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios” — Jesús de Nazaret

En la década de los sesenta, Peanuts se convierte en un éxito arrollador y Schulz comienza a recibir visitas de todo tipo de empresarios, agentes comerciales y publicistas para intentar licenciar sus productos y asociar su imagen de marca a la de los miembros de la pandilla. Habría que esperar que un cristiano practicante como Schulz, con firmes convicciones morales, se planteara alguna duda sobre la legitimidad de convertir su serie, ese refugio para una infinidad de lectores que encontraban en Peanuts desde la risa hasta consuelo, en una máquina despersonalizada de hacer dinero. Si la tuvo, no le duró mucho, porque muy pronto los productos con el logotipo de Peanuts estampado sobre sus etiquetas comenzaron a inundar el mercado norteamericano.

En un principio, Schulz supervisaba personalmente cada licencia para comprobar que cumplía con los máximos requisitos de calidad. Algo imposible con los años, porque la avalancha fue imparable: coches, sudaderas, pan de molde, peluches, comida preparada, bates de béisbol, cualquier cosa imaginable era susceptible de llevar una imagen de Snoopy sonriente en su envoltorio o ser anunciada por los miembros de la pandilla. Peanuts se convirtió en una mina de oro que propulsó a Schulz como el indiscutible dibujante más rico del mundo durante toda su vida.

La pandilla Peanuts. Ilustración: Charles M. Schulz. / Imagen promocional por el 75 aniversario de Peanuts. (Charles M. Schulz Museum – Facebook Oficial)

Por supuesto, no fue ajeno a las críticas de lectores y compañeros, pero siempre mantuvo que la tira permaneció ajena a su mercantilización. Le gustaba poner como ejemplo que sus primeras adaptaciones animadas, dirigidas por el animador Bill Melendez y producidas bajo su férrea supervisión, se convirtieron en clásicos absolutos sin renunciar a ofrecer un contenido edificante: en el primer especial de animación, A Charlie Brown Christmas, Linus explicita en qué consiste el espíritu de la Navidad a través del evangelio de San Lucas. Si le quedaba algún cargo de conciencia, lo suplió con generosas donaciones a iglesias locales.

¿Qué queda hoy de todo esto? Peanuts, la marca, sigue viva y generando millones de dólares. Pero Peanuts, la tira, nunca fue continuada por deseo expreso de su autor. El corpus de la obra de Schulz permanece ajeno a los vaivenes crematísticos, por mucho que Snoopy llegara a ser hasta un icono.

Y es que esa fuerza icónica se debe al trazo maestro de un dibujante supremo. Porque no debemos olvidar que, por encima de todo, Peanuts es un cómic, para quien esto firma, el mejor de la historia.

“La idea no es vivir para siempre, la idea es crear algo que sí lo haga” — Andy Warhol

Schulz desarrolló muy pronto su aptitud para el dibujo. Como tantos otros dibujantes, practicaba y practicaba, ya fuera como válvula de escape ante el aburrimiento o como pura diversión infantil. Pero siempre fue muy consciente de su talento. Sabía que tenía algo especial, y que podía ser cada vez mejor.

Tras realizar un curso por correspondencia para el que se encontraba sobrecualificado, consiguió unos trabajos relacionados con las artes gráficas (fue instructor del propio curso), pero siempre tuvo claro que su objetivo era realizar una tira cómica y ganarse la vida con ello. El Schulz que comienza a dibujar Peanuts es un dibujante excelente que ha dejado de ser joven para los estándares de la época (contaba con 27 años en 1950), pero todavía se percibe su inseguridad en su obsesivo perfeccionismo y sus líneas rotundas. Los objetos y los escenarios, son detallados y resultan todavía algo acartonados. Los miembros de la pandilla todavía no han alcanzado la expresividad necesaria para sus propósitos.

Pero con el tiempo, a medida que Peanuts se hace cada vez más y más popular, el trazo de Schulz se suelta. Gana confianza y se nota en su ligereza, en la simplicidad exacta, en el trazo justo. Los escenarios son cada vez más esquemáticos. La caseta de Snoopy sólo aparece de perfil, no le hace falta mucho para componer la ambientación necesaria. La anatomía de sus personajes, definitivamente imposible, no impide su gestualidad ni su movilidad. Su humor, extraño, inocente, afilado, acompaña los dibujos en una perfecta sincronía. La extraordinaria rotulación y sus divertidas onomatopeyas, aportan el transparente paisaje sonoro.

En 1981, Schulz se sometió a una operación debido a una obstrucción en sus arterias, y se le realizó un triple baipás. Tras la misma, su mano derecha sufrió pequeños temblores que se fueron agudizando con la edad. Eso no iba a impedirle seguir dibujando. Su solución fue incorporar el temblor a su dibujo, ondulando la línea, cada vez más esencial. Aparecieron nuevos personajes y no dejó nunca de mantenerse al día hasta su fallecimiento, en el año 2000. Desde Quino a Bill Watterson, su alcance e influencia en artistas y lectores de todo el mundo es imposible de medir.

Porque hay una tira de Peanuts para todo el mundo, lo único que queda es descubrir cuál es. Lo bueno es que quién se ponga a ello tiene más de 17.000 donde ponerse a buscar.

[Texto publicado originalmente en CTXT / Revista Contexto; es reproducido bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0.]

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