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Lennon, a cuatro décadas y media de su partida

Diciembre, 2025

El 8 de diciembre de 1980, poco antes de las 11 de la noche, Mark David Chapman disparó cinco balas de su revólver contra John Lennon en la entrada de la residencia del músico, asesinándolo con ello. Cantante, guitarrista y compositor de los Beatles, Lennon es uno de los iconos insustituibles del rock, además de un símbolo pacifista. En este 2025, se cumplen cuatro décadas y media de aquel día, de aquel “despreciable acto”, como el propio Chapman lo ha denominado. El cronista musical Víctor Roura, beatlemaníaco irrefutable, rememora la efeméride.

1

El portero del Edificio Dakota, Jay Hastings, leía una revista cuando escuchó varios disparos afuera de la oficina, y enseguida el ruido de vidrios rompiéndose.

Dice el periodista Gregory Katz que, entonces, Hastings se atiesó. Oyó que alguien subía por la escalera, hacia la oficina. John Lennon entró tambaleándose, con una expresión confusa en la cara. Yoko le seguía, gritando:

—¡Le dispararon a John, le dispararon a John!

Fueron los policías Jim Moran y Bill Gamble los que lo condujeron en su patrulla al Hospital Roosevelt, pasadas las once de la noche del lunes 8 de diciembre de 1980.

—Estaba muerto al llegar —dijo Stephan Lynn, director del servicio de salas de urgencia—. Se llevaron a cabo intensos esfuerzos por resucitarlo; pero, a pesar de las transfusiones y de muchos intentos, no se le pudo revivir.

Cuatro décadas y media, ya.

Su asesino, el texano Mark David Chapman (1955), se halla todavía recluido en la cárcel de máxima seguridad de Wende, en el oeste de Nueva York. Chapman fue condenado en 1981 a una pena de 20 años de cadena perpetua, que se cumplieron en el año 2000. A pesar de esto, continúa en prisión después de que se le hubo denegado la libertad condicional hasta en catorce ocasiones.

Y sigue sin saber con exactitud las razones de su impulso criminal, continúa asegurando. Por ejemplo, en 2020, en la undécima reunión de la comisión que debía revisar si el condenado cumplía y estaba listo para la libertad provisional, Chapman declaró que lo hizo buscando la gloria y, como ya había hecho en ocasiones anteriores, expresó su arrepentimiento.

“Lo asesiné… porque él era muy, muy, muy famoso y esa es la única razón y yo buscaba en gran, gran, gran medida la gloria para mí. Fui muy egoísta”.

Esas fueron algunas de las palabras de Chapman ante la comisión, según la transcripción que se hizo pública semanas después.

Foto promocional de John Lennon de 1974. / Apple Records/ Capitol Records/ Wikimedia Commons.

Por algo Yolanda Vargas Dulché (fallecida a los 73 años de edad el 8 de agosto de 1999), en una historieta editada en México cuatro años después de la muerte del beatle, mandó pintar a Chapman con colmillos de Drácula y cuernos de Satán. El retrato lógico.

Lo curioso es que, a 45 años de distancia, cuando se habla de Lennon se nos aparece milagrosamente el rostro de la nonagenaria Yoko Ono (nacida en Tokio el 18 de febrero de 1933). No en vano la señora de Lennon se ha empecinado en querernos demostrar que es la otra cara, en efecto, del músico. (Si bien es sabido que las más de las personas buscan sus respectivas réplicas, ello no significa que puedan suplir a los originales: Mick Jagger halló en Bianca a su doble, pero nunca Bianca fue Jagger. Vamos, en nuestro propio territorio Alejandro Lora está casado con Chela, la actual administradora del Tri, que es —Chela— su otro físico).

Y lo más parecido a Lennon quizá efectivamente sea Yoko Ono, pero creativamente ambos son muy distantes. Lennon poseía la intuición musical; Yoko, el modo de hacerla redituable. La pareja eficaz.

Yo doy, tú recoges.

Yo hablo, tú das la cara.

Yo pienso, tú acumulas lo pensado.

Yo me rebelo, tú me controlas: la rebeldía domesticada.

Porque el fin de la historia es la contrapartida del comienzo.

Porque los inicios no son un tanto ajenos.

Lennon en su etapa escolar:

—Era agresivo porque quería ser popular —confesó el músico inglés a Hunter Davies—. Quería ser el jefe. No me hacía ninguna gracia ser uno de aquellos niños. Quería que todos hicieran lo que yo mandara, que rieran cuando yo contara chistes y me consideraran su jefe.

Incluso cuando fundó el grupo de Los Beatles, él tenía la última palabra. Palabra que fue cediendo poco a poco a Yoko Ono, pero que antes de la total entrega aún oímos con claridad:

—Si no comprendieron a Los Beatles, y a los años sesenta en ese entonces, ¿qué podríamos hacer por ellos, ahora? ¿Acaso tenemos que dividir de nuevo los panes y los peces para las multitudes? ¿Tenemos que volver a caminar sobre las aguas nada más porque una punta de tontos no lo vio la primera vez o no lo creyó? ¿Sabes? Esto es lo que quieren: “Bájate de la cruz, no entendí la primera vez, ¿puedes hacer eso nuevamente?” No hay manera. No se puede retroceder. Eso no es posible.

Aunque sus declaraciones siempre fueron francas y directas, sin ninguna fisura que diera pie a la duda:

—¿Por qué tendrían Los Beatles que dar más? ¿No dieron todo lo que era posible en esta Tierra de Dios, durante diez años? ¿No se dieron ellos mismos? ¿Acaso Dean Martin y Jerry Lewis debieron haberse quedado juntos sólo porque a mí me gustaban? ¿Qué clase de juego es éste de hacer cosas porque otra gente así lo quiere?

2

Íñigo Domínguez, de El País, publicó el pasado 16 de agosto, desde Venecia, un reporte desconocido hasta ese momento en el orbe castellano: la foto que nunca se hizo de la muerte de John Lennon, tal como la intituló para ese medio: Robert Morgan, pintor estadounidense de 82 años afincado en Italia, dice no ser famoso “y se quita importancia, pero sí que se ha cruzado con otros que lo eran. Por ejemplo, su amigo el poeta ruso Joseph Brodsky, Premio Nobel en 1987, que le dedicó su hermoso y célebre libro sobre Venecia: Marca de agua (Siruela). También se relacionó con Peggy Guggenheim, cuando llegó a la ciudad europea en 1973. Pero su historia menos conocida, y quizá la más curiosa, es la de su fugaz contacto con John Lennon, del que fue vecino durante dos años en Nueva York, y lo que ocurrió el día que lo asesinaron en la entrada de su casa”, el 8 de diciembre de 1980: “Vivía Morgan con su primera esposa en el Majestic, 115 Central Park West, apartamento 12G. Sus ventanas daban a la calle 72 y tenían enfrente Central Park y la fachada sur del edificio Dakota, donde vivían John Lennon y Yoko Ono”, anota Domínguez. “Porque es la historia de una renuncia, de la responsabilidad de la mirada y de una foto que habría sido histórica, pero que nunca se hizo. Morgan prefirió no hacerla: se asomó a la ventana al oír los disparos y vio toda la escena, entonces cogió su cámara, pero fue incapaz de apretar el botón”.

—Veía a John, aún vivo, moviéndose en el suelo, pero me di cuenta de que no podía hacer esa foto a una persona que se está muriendo, no me parecía justo —dijo Morgan a Domínguez.

El cuadro de Robert Morgan que representa su vista de la escena del crimen de John Lennon desde la ventana de su casa, con los policías llevando al músico agonizante hacia un coche. / Foto: Robert Morgan / El País.

Y no la hizo: “Dejó la cámara y decidió que, en vez de hacer una foto, haría un cuadro”, precisa el periodista de El País.

—Nunca me he arrepentido —asegura el artista plástico Morgan.

Y tampoco vendió el cuadro que elaboró a partir de aquella infausta muerte: “Ahí está, en su estudio de Venecia, en el barrio de Dorsoduro —subrayaba Domínguez—. Hace 20 años se ofreció a enseñárselo a Yoko Ono, pero a ella no le interesó… acaso porque no había dinero tras el hecho: “Morgan, que ha dado su testimonio en el último documental dedicado al músico, Borrowed Time: Lennon’s Last Decade, estrenado en abril [de 2025] en Reino Unido, es consciente de que en el mundo de hoy, donde todo se graba, se fotografía y se registra, es una decisión aún más insólita, pero dice que siempre que ha contado esta historia todo el mundo cree que hizo lo correcto”.

—Era lo más decente, me dicen —aclaró Morgan a Domínguez, “aunque admite que otros luego añaden que habría ganado un montón de dinero”.

—No soy rico ni famoso, pero está bien así —concluía Morgan.

3

Cada uno tiene su propia historia durante aquel fatídico 8 de diciembre, pero pocos, casi nadie, nadie, tuvo la oportunidad de tomar la foto del asesinato.

Pero Morgan hizo bien, muy bien, en no tomar fotográficamente aquella escena íntima, que hoy, en efecto, reprocharía todo el mundo, porque la gente en la actualidad no puede vivir, no puede sobrevivir, sin las imágenes: las circunstancias ciertamente han cambiado demasiado.

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