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Adiós a Jane Goodall

Fue una de las científicas más influyentes del siglo XX. Etóloga, activista ambiental y figura clave en el estudio de los primates, ha fallecido a los 91 años por causas naturales

Octubre, 2025

La etóloga británica Jane Goodall, una de las científicas más influyentes del siglo XX, ha fallecido a los 91 años por causas naturales, el pasado 1 de octubre, mientras se encontraba en California como parte de su gira de conferencias por Estados Unidos. Con sus estudios pioneros de los chimpancés en su entorno natural, Goodall cambió nuestra percepción de estos primates y, con ello, surgió un nuevo paradigma sobre la evolución humana. Más allá de la ciencia, Goodall se convirtió en una de las figuras más influyentes del ambientalismo. Fundó el Jane Goodall Institute y promovió el programa educativo Roots & Shoots, que hoy conecta a jóvenes en más de 75 países para trabajar en proyectos de conservación y acción comunitaria. Su mensaje, centrado en la responsabilidad individual y colectiva hacia el planeta, ha inspirado a varias generaciones que han crecido bajo su lema: “Cada día, cada uno de nosotros marca la diferencia”. Paul Palmqvist Barrena y Tais Gadea Lara la recuerdan, respectivamente, en las siguientes líneas.


Jane Goodall cambió el paradigma de la evolución humana y el lugar que ocupamos en la naturaleza

Paul Palmqvist Barrena


Parque Nacional de Gombe Stream, Tanzania, finales de noviembre del año 1960. Jane Goodall, una londinense de 26 años, amante de los animales, lleva desde julio viviendo en una choza rodeada por la densa vegetación selvática, acompañada tan solo por su madre y un cocinero. Durante los meses transcurridos, ha documentado cómo se desplazan los chimpancés, de qué se alimentan y cómo fabrican los nidos de hojarasca donde pasan la noche. Pero estos simios son sólo sombras fugaces y esquivas que se mueven entre la densa vegetación, evitando el contacto con ella.

La financiación se acaba y teme defraudar a Louis S.B. Leakey, el gran paleoantropólogo a quien había conocido tres años antes y que confió en ella para encomendarle tamaño trabajo pionero de campo, pese a carecer de formación académica.

Es precisamente en este momento de dudas cuando, por sorpresa, un chimpancé macho a quien bautizará como David Greybeard (“barba gris”) se acerca confiado a ella, sin mostrar una actitud agresiva, sentándose junto a un montículo que alberga un nido de termitas. Toma una ramita, la manipula y la rompe hasta dar con las dimensiones adecuadas, introduciéndola repetidamente en el nido para sacar a las termitas, que se aprestan a defenderlo, y se las come con delectación. Al ser informado por Jane sobre el hallazgo, Leakey respondió entusiasmado con un telegrama que ha pasado a los anales de la evolución humana:

“Ahora debemos redefinir el concepto de herramienta, redefinir el concepto de humano o aceptar también a los chimpancés como seres humanos”.

La joven Jane Goodall en Gombe, donde una madre (Flo) deja que su cría Flint se acerque. / Instituto Jane Goodall.

Cambio de paradigma

Una abrumadora mayoría de las personas pasan por este mundo sin dejar una huella duradera. Muy pocas hacen aportaciones significativas al acervo general de conocimiento de la humanidad, y aún menos aportan una visión que se traduce en un cambio de paradigma. Jane Goodall, quien falleció por causas naturales el pasado 1 de octubre a los 91 años de edad, fue sin duda una de estas personas singulares.

Su legado es inmenso, no sólo en los campos científicos de la etología (el análisis del comportamiento animal) y la primatología (el estudio de los primates, el orden de mamíferos al que pertenecemos los seres humanos y nuestros parientes vivos más próximos, los chimpancés), sino también en la concienciación social sobre la necesidad de conservar la biodiversidad y los espacios naturales que la albergan.

Hay múltiples razones para poner en valor el legado excepcional de Jane Goodall, pues antes de que se desplazase a Gombe sabíamos muy poco sobre la conducta de los chimpancés en su medio natural. Sin verse condicionada por los sesgos inherentes a una formación académica reglada, Jane adoptó una metodología heterodoxa.

Entre otras cosas, rehusó seguir la práctica habitual de numerar a los objetos de estudio, justificada por la supuesta pérdida de objetividad que implica el apego emocional al individuo estudiado. En cambio, procedió a darles nombres a los chimpancés, eligiendo los apodos en función de los rasgos observados de su carácter o los parecidos físicos que creía ver con personas conocidas.

Gracias a esta proximidad emocional, y a su paciencia, documentó aspectos asombrosamente humanos en su comportamiento, como el hecho de que cada uno de los individuos tenía una personalidad única, siendo capaz de desarrollar pensamientos racionales, experimentar emociones —como alegría y tristeza— o desarrollar alianzas complejas —y mudables en el tiempo— con otros congéneres. Algo que por aquella época no resultaba nada convencional.

En sus estudios de campo, cuyos primeros resultados relató magistralmente en su libro En la senda del hombre, publicado en 1971, Jane documentó que, pese a que los chimpancés se habían considerado como estrictamente vegetarianos, consumían carne siempre que les era posible, cazando monos colobos con regularidad. De hecho, se ha estimado que hasta un tercio de la población de estos monos en el parque es devorada cada año por los chimpancés.

En las partidas de caza, cuyo éxito depende en gran medida del número de ejemplares que colaboran para aislar al mono en la copa de un árbol, bloqueando las posibles salidas, el reparto de la carne una vez cobrada la pieza adquiere especial relevancia. Los machos la comparten preferentemente con aquellos otros de quienes depende asegurar su posición en la jerarquía, pero atienden también las solicitudes de las hembras sexualmente receptivas (esto es, pagan a cambio de tener sexo).

Los chimpancés también se enfrascan en guerras

Otro hallazgo inquietante fue que las hembras dominantes del grupo matan ocasionalmente a otras más jóvenes para mantener su posición en la jerarquía, practicando el infanticidio e incluso, a veces, el canibalismo. Pero quizá la mayor conmoción ocasionada por sus estudios fue la de que los chimpancés se enfrascan en conflictos territoriales duraderos con los grupos vecinos, a cuyos miembros matan sistemática y deliberadamente en lo que se pueden denominar con propiedad como auténticas guerras entre clanes. Así lo relató en su libro de 1989, titulado A través de una ventana: treinta años estudiando a los chimpancés.

Transmisión cultural de las madres a sus crías

En definitiva, los estudios pioneros de Jane Goodall han cambiado nuestra percepción sobre la evolución humana y el lugar que ocupamos en la naturaleza. Sus observaciones inspiraron los trabajos de nuevas generaciones de primatólogos, quienes crecieron con el estímulo de sus escritos. Por ejemplo, los relativos al aspecto no trivial de si podemos considerar que los chimpancés tienen una cultura propia, lo que siempre se consideró como algo exclusivamente humano.

Así, en dos trabajos posteriores, en los que también participó Jane, se estudió la distribución de más de seis decenas de rasgos de comportamiento en ocho poblaciones de chimpancés diferentes de África central, detectando en dos tercios de ellos variantes culturales según la aparición o no de tales rasgos en esas poblaciones. Son este tipo de diferencias las que precisamente nos permiten hablar de culturas humanas. No obstante, conviene indicar que las poblaciones estudiadas pertenecen a las tres subespecies de chimpancé, Pan troglodytes troglodytes, P. t. schweinfurthii y P. t. verus, la última de las cuales divergió evolutivamente de las otras dos hace casi 1,6 millones de años según indican los datos genéticos.

Por otra parte, en los chimpancés se produce exogamia femenina (esto es, son las hembras las que se dispersan, cambiando de grupo familiar al alcanzar la edad reproductiva). Esto significa que la diseminación de las variables culturales depende del sexo femenino, como también lo sugiere el hecho de que la transmisión cultural por aprendizaje se da preferentemente desde las madres hacia sus crías. Ello parece venir apoyado por el hecho de que es el número de chimpancés hembras el que se correlaciona con la variedad de hábitos culturales en el grupo, no el de los machos.

En definitiva, resulta difícil calibrar el legado científico y cultural de Jane Goodall sin disponer de la perspectiva temporal adecuada. Este legado se ha materializado, por el momento, en el Instituto Jane Goodall, con treinta oficinas alrededor del mundo, cuyo objetivo es proteger los hábitats de los animales salvajes, realizar investigaciones y promover la educación ambiental. Pero también en el programa mundial para jóvenes “Roots & Shoots” (raíces y brotes), que patrocina unos 10 000 proyectos de impacto local en más de sesenta países, impulsando iniciativas de reciclaje, reforestación y defensa del bienestar animal.

Aunque es mucho lo conseguido en su larga vida, las generaciones venideras, inspiradas por su memoria, tienen todavía bastante por hacer.

Paul Palmqvist Barrena: catedrático de Paleontología, Universidad de Málaga. //
Fuente: The Conversation. Llcencia Creative Commons — CC BY-ND 4.0]

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Jane Goodall: adiós a la primatóloga que inspiró a generaciones de niñas y jóvenes

Tais Gadea Lara


¿Se fue tranquila? Ese fue el mensaje que me apresuré a escribir.

Estaba en una reunión sobre cambio climático cuando tomé el celular y vi semejante cantidad de mensajes. Todos con la misma noticia. Así que sólo envié un mensaje. Con esa pregunta: “¿Se fue tranquila?”.

El “sí” de la respuesta le devolvió cierta serenidad a las lágrimas que intentaba contener en mis ojos. Casi como esa serenidad que ella transmitía en cada charla que exponía, en cada sala a la que ingresaba, en cada libro que escribía. Casi como la serenidad con la que ella respondía a mis apresuradas preguntas mientras caminábamos por los pasillos de Naciones Unidas en Nueva York en 2017, nos metíamos en un ascensor con su equipo, sus asistentes, la seguridad, salíamos del ascensor y seguíamos caminando por otro pasillo.

La primatóloga y etóloga británica, la primera persona en estudiar a los chimpancés en su hábitat natural, la que vivió concienciando al mundo hasta sus últimos días, la máxima conservacionista de la historia. Jane Goodall falleció el pasado 1 de octubre. Se fue tranquila. Se fue de este mundo al que le dedicó tanta vocación, conocimiento, estudio, experiencia, y amor.

Jane Goodall en el Parque Nacional de Gombe (Tanzania) junto al chimpancé salvaje Freud. / Instituto Jane Goodall.

Siempre supe que este día iba a llegar. Y también siempre pensé que debía tener algún escrito preparado. Pero no pude, no quise. Y el día llegó. Y quiero escribir muchas cosas y no sé bien qué escribir sobre todo ello. Cierto es que escribí mucho sobre ella, sobre su trabajo, la entrevisté en cuatro ocasiones, la escuché en distintas ciudades alrededor del mundo. Pero esta vez no quiero escribir sobre eso. Eso lo podrán encontrar en sus libros que hoy se hacen memoria, en sus documentales que hoy adquieren un rango histórico más destacado, en las cientos de entrevistas que ha dado en más de seis décadas.

Cuando vi la multitud de mensajes en mi teléfono, no eran sólo sobre la noticia del fallecimiento de Jane. La mayoría iba acompañada de mensajes de apoyo porque sabían lo que Jane significaba para mí. Y pensé en cuántas niñas hoy, cuántas jóvenes, cuántas mujeres, han recibido mensajes similares porque partió una persona que no es un familiar directo, no es un amigo, no es siquiera de un círculo cercano. Y sobre eso me gustaría compartir en los siguientes párrafos.

Lo que hizo Jane en el comienzo de su carrera fue de otro planeta. Nadie antes se había atrevido a adentrarse en la selva para estudiar el comportamiento de los chimpancés. Los estudios desde un laboratorio estaban hechos por hombres de mucho título académico que hacían relucir su guardapolvo blanco. Jane no tenía nada de eso, pero tenía mucho más. “Buscaba a alguien con una mente despejada e imparcial de la teoría que hiciera el estudio sin otra razón que un verdadero deseo de conocimiento, alguien con una comprensión compasiva de los animales”, fueron las palabras del doctor Louis Leakey, quien la eligió para emprender la aventura.

Lo demás fue historia, un antes y un después. Jane descubrió que los chimpancés fabricaban herramientas con un determinado propósito (comer termitas) y, al hacerlo, descubrió entonces que el humano no era el único ser en la Tierra capaz de ello.

La imagen de la joven Jane con los chimpancés detrás en la portada de la revista de National Geographic fue un símbolo para muchas niñas y jóvenes. Fue un estímulo para que se involucraran en ciencia, para que estudiaran temáticas ambientales, para que se interesen por el cuidado del ambiente. Fue una imagen representativa de un lugar antes no permitido para la mujer. Y ese símbolo fue algo que acompañó a Jane a lo largo de su carrera y que inspiró a generaciones y generaciones de niñas, jóvenes y mujeres, como la que aquí escribe.

Jane era ciencia, ciencia, ciencia. Sus primeros libros son un disfrute puro de investigación, del detalle de sus observaciones entre lluvia y mosquitos en Gombe (Tanzania), del desarrollo de una metodología totalmente disruptiva que cambió números por nombres, que le devolvió a los chimpancés un lugar de respeto en el ámbito de la investigación.

Pero lo que más me ha fascinado de Jane es que aun con toda la dureza de los datos, la investigación y la ciencia, también era pura sabiduría y espiritualidad. Supo como nadie compartir un mensaje de esperanza que, lejos de caer en lugares comunes o naif, tenía argumentos sólidos y ejemplos concretos. Supo ser compasiva, sensible y honesta, incluso al admitir que —por ejemplo— a veces perdía un poco la esperanza. Y buscó siempre transmitir ese mensaje, especialmente a las nuevas generaciones. Nunca vi tan feliz a Jane como cuando estaba rodeada de niños, como cuando se dirigía a ellos y les compartía el lenguaje de los chimpancés. Ahí ella encontraba uno de sus principales motivos para la esperanza de que la humanidad actuará ante las múltiples crisis en las que vivimos.

En 2015 la entrevisté en Buenos Aires, en la previa a la COP21. Luego asistí a una de sus charlas, y en una conversación posterior le dije que estaría viajando a la conferencia en París, y me dijo “me estás persiguiendo”, y se río. Jane tenía humor, mucho. Y no era tímida en demostrarlo.

La primatóloga Jane Goodall, en una charla en la Universidad de La Laguna (Tenerife). Foto: Emeterio Suárez (CC BY 3.0).

Jane fue uno de los últimos documentales que se hizo sobre su historia. Una producción exquisita con imágenes inéditas tomadas por su ex esposo, el fotógrafo de naturaleza Hugo van Lawick. Cuando lo presentó en 2017 en Buenos Aires, mi mirada estaba partida entre la pantalla y Jane. Sentía que tenía dos imágenes documentales delante de mí. Ver cómo ella miraba las imágenes de su propio pasado en la selva, en los innumerables viajes que hizo alrededor del mundo para combatir las actividades que ponían en peligro la vida y los ecosistemas de los chimpancés, el impacto de su labor. Era un espectáculo en sí mismo.

Ella te hacía sentir en la selva con cada uno de sus relatos. Pero sólo terminé de comprender al menos un 0,01% de lo que ella vivió cuando tuve la oportunidad en 2023 de compartir una hora con gorilas de montaña en su hábitat natural en Ruanda. Mientras el resto del grupo no paraba de tomar fotografías —que seguramente luego se verían como manchas negras en medio de hojas—, yo estaba parada observando, tomando apuntes, sonriendo y lagrimeando a la par. Se me venían a la mente muchos de los escritos de Jane —aún con todas las diferencias entre chimpancés y gorilas. Se me repitió muchas veces su imagen con los binoculares, el cuaderno en mano y la valiosa pasión por aprender del mundo natural. Me quedé maravillada de lo parecido que somos y preocupada por cuánto estamos amenazando su supervivencia.

Cuando bajamos del volcán, mencioné a Jane y la mitad del grupo no la conocía. El resto del recorrido fue algo parecido a este artículo, pero multiplicado en detalles e información.

Nadie se preparó tanto para este momento como Jane. Nadie preparó tanto a su equipo como Jane. Su sabiduría era tal que quiso asegurarse de que la causa no muera con ella, que el Instituto que lleva su nombre y emprende proyectos en 27 países continúe firme y crezca, que su mensaje de esperanza y acción sea el legado vigente y vívido que su ausencia física nos deje.

“Teniendo 90 años, mi próxima gran aventura será morir. Si no hay nada luego, eso es todo. Si hay algo, no puedo pensar en una mayor aventura que descubrir qué es”, dijo el año pasado, en la última vez que tuve la oportunidad de verla en persona.

Jane fue un modelo a seguir, una imagen a imitar; fue inspiración y sentido de posibilidad, fue esperanza para quienes creíamos que no podríamos tener un lugar en los temas ambientales, para quienes nos sentíamos excluidas por falta de títulos, honores o experiencia.

A ustedes que leen estas líneas, que la inevitable tristeza de su marcha se convierta en eso que Jane nos enseñó en todos sus años: involúcrense, actúen, articulen con otros, acepten las diferencias, promuevan la sostenibilidad en todos los aspectos de la vida posible, vivan en armonía con las otras especies.

A Jane, adiós. Y gracias.

Fuente: Climática [La Marea]; texto reproducido
bajo la licencia Creative Commons — CC BY-SA 3.0]


Ilustración: Curro Oñate.

Desde la agencia SINC, el ilustrador Curro Oñate le ha dedicado un homenaje a Jane Goodall.

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