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«La vida de Chuck»: una reflexión sensible y cálida sobre la fragilidad de la existencia

Septiembre, 2025

Durante medio siglo, desde el filme Carrie de Brian De Palma en 1976, Hollywood ha recurrido una y otra vez a los libros de Stephen King, los cuales han servido de base para unas 50 películas. Por segunda vez, el cineasta estadounidense Mike Flanagan recurre a uno de ellos para su más reciente filme: La vida de Chuck: un logradísimo drama ligero estructurado en tres actos, que arranca por el final y concluye por el principio, y que narra momentos diferentes de la ordinaria vida de Charles “Chuck” Krantz. En esta cinta se detiene ‘La Mirada Invisible’ de Alberto Lima.

La vida de Chuck (The Life of Chuck),
película estadounidense de Mike Flanagan;
con Tom Hiddleston, Jacob Tremblay, Chiwetel Ejiofor,
Karen Gillan, Mia Sara, Annalise Basso, Mark Hamill,
The Pocket Queen. (2024, 111 min).

Tarde o temprano llegará el momento donde se determine —para bien o para mal— la trascendencia de la obra del escritor Stephen King en el cine. Desde la adaptación de su novela Carrie (De Palma, 1976), la profusión de sus textos vueltos películas no ha cesado, convirtiéndose así en una constante. Uno de sus cultores es el cineasta estadounidense Mike Flanagan (Massachusetts, 1978), quien ya previamente había basado con buena fortuna su cinta Doctor sueño (2019) en la novela homónima publicada en 2013. Ahora, recién estrena La vida de Chuck, filme que, por supuesto, no niega la cruz de su parroquia y explora de nuevo el universo literario de King.

Fotogramas de La vida de Chuck, película de Mike Flanagan.

En una región próxima al Medio Oeste de los Estados Unidos, o algo así, en el acto tres denominado “Gracias por todo, Chuck!”, el profesor afroamericano de secundaria Marty Anderson (Chiwetel Ejiofor) imparte su clase de literatura ante una escasa concurrencia de alumnos cuando se entera, por medio de éstos, que una buena parte de California acaba de hundirse en el Pacífico, pero al intentar comprobar la noticia en su teléfono celular, caerá en la cuenta de que la señal de internet se ha perdido, así como también ha ocurrido con varias especies de aves y peces durante los últimos ocho meses, además de la sucesión de todo tipo de catástrofes naturales (terremotos, incendios, inundaciones) alrededor del mundo. Ese día, durante un embotellamiento vial provocado por el derrumbe de un puente, se percatará de un letrero publicitario dispuesto encima de un edificio que agradece a un tal Chuck por sus grandiosos 39 años. En la noche, luego de conversar por teléfono con su exesposa —la acongojada enfermera Felicia Gordon (Karen Gillan), quien en un cada vez más desolado hospital local escucha un anuncio radial que felicita a un tal Chuck por sus grandiosos 39 años mientras lidia con suicidas y se entera por un colega sobre desapariciones voluntarias de conocidos— y aventarse un rollazo cansino sobre el calendario cósmico del célebre astrónomo ochentero Carl Sagan, que explica la finitud del Universo, intentará ver en la raquítica oferta televisiva la película Las modelos (Vidor, 1944), la cual será abruptamente interrumpida, al igual que el resto de canales, hasta aparecer de inmediato un anuncio que agradece al tal Charles Krantz por sus magníficos 39 años, antes de cerrar la transmisión. Al día siguiente, el último del Universo, Marty platicará con su vecino Gus (Matthew Lillard) quien, imposibilitado de ir a trabajar a causa de un embotellamiento vial enorme, lo pondrá al tanto de la desaparición de los principales centros productores de alimentos del país y de Europa y la hambruna en Asia, mientras en el cielo un avión dibuja en el aire un agradecimiento a Chuck. Más tarde, Marty emprenderá un viaje a pie hacia la zona residencial donde vive su exesposa para atestiguar cómo esa noche, en las ventanas de varias casas, aparecen de pronto anuncios luminosos agradeciendo a Chuck por sus magníficos 39 años, antes de acompañarse junto con su exesposa en los instantes previos al apagón. En el acto segundo “Artistas callejeros por siempre”, la dotada baterista afroamericana Taylor Frank (The Pocket Queen) se gana la vida tocando su instrumento en una concurrida y bonita esquina de un pasaje peatonal, durante un espléndido jueves soleado; entretanto, la joven Janice Halliday (Annalise Basso), quien acaba de ser cortada por su novio mediante un mensaje de texto recibido en su teléfono celular, tras 16 meses de relación, vaga deprimida rumbo al océano justo en la dirección donde la baterista Taylor continúa tocando; finalmente, el empleado bancario Charles Krantz (Tom Hiddleston), o Chuck para los amigos, camina vestido elegantemente de traje hacia la misma dirección de la chica baterista, durante su presencia en la ciudad a propósito de un ciclo de conferencias, a las que fue invitado, sobre los bancos en el siglo XXI. Por un instante, seducidos por el atrayente ritmo producido por la sonoridad de la batería, Chuck y Janice bailarán juntos y, como consecuencia, vivirán un momento idílico, único e irrepetible, de pleno goce que marcará una impronta —breve pero hermosa— en la vida de Chuck, de cara al futuro funesto que sabe arribará en los meses venideros. En el acto primero “Contengo multitudes”, el preadolescente Charles “Chuck” Krantz (Benjamin Pajak) padece la orfandad tras la muerte de sus padres y su nonata hermanita luego de un fatal accidente automovilístico, y quedará bajo la tutela de sus amorosos abuelos paternos Sarah (Mia Sara) y Albie (Mark Hamill). Con ellos aprenderá tres cosas: a bailar, gracias a las enseñanzas de su vital abuela; a valorar y apreciar, gracias al abuelo, la importancia de las matemáticas como uno de los ejes fundamentales de la vida humana (lo que a la postre lo llevará a convertirse en contador, como su abuelo); y a no entrar por ningún motivo a la cúpula situada en la parte alta de la casa de estilo victoriano donde viven, porque —de acuerdo al abuelo— allí habitan fantasmas. Pocos años después, el joven Chuck (Jacob Tremblay), a sus 17 años, entrará finalmente a la misteriosa cúpula y terminará por comprender las advertencias del abuelo al descubrir sus propios fantasmas del futuro que le revelarán un destino ineludible.

Basado de manera fiel en el cuento homónimo de Stephen King (publicado originalmente en el pandémico 2020), el onceavo largometraje del cineasta Mike Flanagan es un logradísimo drama ligero estructurado en tres actos, que arranca por el final y concluye por el principio para cerrar en anillo azaroso. Con una cálida y pertinente voz en off interpretada por Nick Offerman, que hace la parte de narrador omnisciente y la cual nos explica y enriquece el relato, y una fotografía adaptable de Eben Bolter según el episodio en turno —con esos apocalípticos anocheceres púrpura del tercero, la paleta vivaz y veraniega para el segundo, y la por momentos lóbrega del primero—, atenta al detalle con entrecruzamientos que aparecen furtivamente a lo largo de las historias: la puerta de la cúpula, celosamente cerrada bajo candado que mantenía el abuelo Albie, resulta ser la casa, años después, donde habita el profesor Marty Anderson; una jovencita en patines que se cruza con el mismo profesor y que, ingenuamente, ésta le pregunta si todo estará bien cuando en realidad el Universo está a punto de colapsar y el profesor no tiene más remedio que ser condescendiente con ella, aun cuando esta misma jovencita, meses antes, patina despreocupada al caer la noche en el mismo pasaje peatonal donde Taylor, Chuck y Janice recién dieron el show de su vida. Porque a final de cuentas la vida de este Chuck, que puede ser cualquiera de nosotros, es una parábola doliente, melancólica, sobre la fugacidad de la vida y, por supuesto, también del Universo.

El núcleo que vertebra los tres actos que componen la cinta es el fundacional poema estadounidense “Canto a mí mismo”, del indestructible Walt Whitman, el cual es leído durante la clase del profesor Marty momentos antes del hundimiento de las tres cuartas partes de California. También, ya en el acto primero, aquella maestra de aire hippioso, la señorita Richards (Kate Siegel), lee en voz alta el famoso poema ante su clase y el verso “Soy inmenso, contengo multitudes” llama de pronto la atención del jovencito Chuck. En este sentido, el poder de tal verso resume, engloba y define el sentido intrínseco del filme de Flanagan, porque no solamente es la inmensidad del mundo capaz de contener multitudes, también lo es el Universo y, metonímicamente, el espíritu humano dueño de la misma capacidad, la cual queda plasmada aquí en esos anuncios-esquelas que celebran la vida breve y luminosa del simbólico Chuck Krantz, con esa maravillosa secuencia de baile del dúo Tom Hiddleston-Annalise Basso, cuya acertada edición del mismísimo cinerrealizador Flanagan la sitúa ya como una secuencia memorable, a la par de las también inolvidables danzas ejecutadas por los dúos clásicos de Rita Hayworth-Gene Kelly o Ginger Rogers-Fred Astaire, el contemporáneo de Emma Stone-Ryan Gosling y hasta los bailes disco de John Travolta en Fiebre del sábado por la noche (Badham, 1977), porque ante la severidad de la muerte que se anuncia en aquella cúpula, permanece el baile como ese mínimo y singular recuerdo que anidará en la mente y espíritu de Chuck antes de que su vida, con todo su universo contenido, se torne oscuridad total.

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