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Era como ver Berlín Oriental y Berlín Occidental antes de la caída del Muro

19 de septiembre de 1985; 7:19 horas: a 40 años del sismo

Septiembre, 2025

José Emilio Pacheco escribió: “Me acuerdo no me acuerdo: ¿qué año era aquél?” Ahora que se cumplen 40 años del terremoto del 1985, recolectamos un coro de voces a las que les planteamos una pregunta: “Me acuerdo no me acuerdo: ¿en dónde estaba hace 40 años durante el temblor?, ¿qué recuerda de aquel sismo de 1985?, ¿cómo recuerda ese jueves 19 de septiembre, ese minuto y medio (diríamos hoy interminables)?” Esta fue la respuesta de Pedro Serrano.

Han caído cuarenta años desde mil novecientos ochenta y cinco. Se agolpan las imágenes como postales desordenadas y revueltas.

En el triángulo que forman Álvaro Obregón, Insurgentes y Monterrey, donde hasta antes del Temblor se hallaba el consultorio de mi padre, en el tercer piso del edificio de la Mabe, se arrastra un parquesucho ralo.

La Mabe, descubro sorprendido, sigue haciendo estufas y refris, pero no tiene más aparadores que los de Internet.

A los pocos días del Temblor tuvimos que sacar muebles, aparatos y archiveros, temiendo que se nos cayera encima el edificio. Mi padre había sacado fotos de la manzana, en busca de argumentos para no salirse del barrio en el que había hecho su vida.

El día del temblor yo estaba durmiendo en la casa de mis padres, en Mixcoac. En los primeros momentos me dio gusto, pero duraba y duraba. Entonces me asusté.

Cuando terminó, salí a ver cómo se encontraban mis padres. Él estaba saliendo de bañarse y me preguntó si había temblado. “No”, le contesté, buscando no asustarlo. “Si no tiembla, me está dando una embolia”, se diagnosticó rápido, me dijo después.

En Mixcoac, que está sobre suelo firme, no había pasado nada. Sólo se había ido la luz y el teléfono, por lo que no me enteré de nada. Yo tenía varias diligencias ese día, por una beca que estaba pidiendo para ir a estudiar a Londres, así que me dirigía a la Ciudad Universitaria, por algún documento. Frente a lo que había sido la Torre de Ciencias, un grupo de personas observaban con atención el edificio. No parecía afectado, aunque si te fijabas se habían desprendido unos pocos ladrillos de una de sus esquinas, nada más. Allí estaban arrumbados, como basura que nadie se había tomado la molestia de recoger.

Empecé a darme cuenta, al principio de modo casi imperceptible, de que algo había pasado. De ahí me fui al Centro de Salud de Tacubaya a buscar una constancia que me pedían. En el segundo piso, entrevi a los pies de una cama dos botas toscas de trabajo, como de alguien durmiendo con los zapatos puestos. Pero nadie se acuesta en una clínica con los zapatos puestos. Es un muerto, pensé. A partir de ahí se fue desprendiendo en mi mente la magnitud de lo que había pasado.

Sobre Insurgentes, si cruzabas el puente del Viaducto hacia el norte, todo estaba a oscuras, olía a gas, la gente durmiendo en las calles con lo que tenía puesto. Rumbo al sur, en cambio, los semáforos funcionaban, los coches avanzaban con las luces prendidas, la gente entraba y salía de los restaurantes iluminados. Todo era normal. El contraste era como de Berlín Oriental a Berlín Occidental antes de la caída del Muro. O como de Tijuana a San Diego entonces y ahora.

Al año, para conmemorar, en la revista México en el Arte que publicaba Bellas Artes y de la que yo era editor, preparamos un número dedicado al Temblor. Descubrí entonces que Juan Rulfo había predicho la fecha exacta. En “El día del derrumbe”, escribe:

“—Esto pasó en septiembre. No en el septiembre de este año sino en el del año pasado. ¿O fue el antepasado, Melitón?

“—No, fue el pasado.

“—Sí, si yo me acordaba bien. Fue en septiembre del año pasado, por el día veintiuno. Óyeme, Melitón, ¿no fue el veintiuno de septiembre el mero día del temblor?

“—Fue un poco antes. Tengo entendido que fue por el dieciocho”.

Usamos esas palabras como línea de fuego para todo el número de la revista.

Años después, en 2017, las volví a usar para el Número 102 del Periódico de Poesía de la UNAM. Ese segundo 19 de septiembre (o tercero, si incluimos el de Rulfo), salía yo de dar clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Mientras avanzábamos agolpados sentí como golpeaban en el armazón de mis lentes al pasar por la Dirección unos pequeños trozos de ladrillo. Continué en orden hacia el estacionamiento. Al buscar ahora el número 102 del Periódico de Poesía, descubro que todo lo que se había incluido está borrado de su página. El único vestigio que queda de lo que ahí se hizo es el Índice, y el fragmento de Rulfo.

En el triángulo de Insurgentes y Álvaro Obregón, donde antes hubo dos edificios ahora se aprietan unos pocos limpiadores de vidrios.

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