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Hay que ponerse en la piel del otro; hay que redimir a las personas: André Aciman

El aclamado autor de «Llámame por tu nombre» ahonda en los recuerdos de su adolescencia en la segunda parte de sus memorias: «Mi año romano»; con él es la conversación

Septiembre, 2025

Es profesor universitario, crítico literario y periodista. Pero, también, André Aciman se ha ido haciendo un lugar en las letras internacionales. Ahora, el aclamado autor de Llámame por tu nombre y Lejos de Egipto ha hecho corte de caja para entregar la segunda parte de sus memorias, donde relata su primer año viviendo en la capital de Italia durante su adolescencia. Bajo el título de Mi año romano, es a la vez una conmovedora historia sobre la mayoría de edad y una descripción oportuna y particular de las vidas difíciles, a veces dolorosas, de los refugiados. Gudrun Palomino ha conversado con él.


Gudrun Palomino


Si hay algo que catapultó a André Aciman como escritor fue la película Call Me By Your Name, basada en su novela homónima. La protagonizó Timothée Chalamet, la dirigió Luca Guadagnino, junto a la producción y el guión de James Ivory (que dirigió hace décadas el clásico LGTB+ Maurice, protagonizada por Hugh Grant), y ganó el Óscar a Mejor Guión adaptado en 2017. Por esta razón —y también por mi ansiedad—, llegué media hora antes al hotel en el que me citaron. Empero, me recibió un André Aciman amabilísimo, acompañado de Eleanor, la intérprete que estaría con él durante todo el día.

En la autobiografía Mi año romano, con traducción de Núria Molines y publicada en Alfaguara, André Aciman relata el éxodo que vivió su familia judía en Alejandría, durante los años sesenta. Su hermano, su madre y él acabaron en un campamento de refugiados y, gracias a su tío, se mudaron a un piso precario en una Roma que no los recibía con los brazos abiertos. Se trata de un libro duro pero bellísimo, sobre todo por la similitud de su historia con la actualidad palestina; aunque también es un canto de amor a los libros y a Italia, un ejercicio de honestidad, una historia de redención que el autor había evitado escribir… hasta ahora.

“Como personaje, miento bastante

—La memoria es importantísima para los escritores, pero a veces nos miente. ¿Cuál ha sido el proceso que ha seguido para escribir Mi año romano?

—Con Mi año romano me han preguntado muchas veces sobre el proceso de escritura y los recuerdos, si tomaba notas cuando vivía en Roma… La respuesta es que no, no lo hacía. Lo que pasa es que recuerdas muchas cosas, pero tienes que esforzarte para recordarlas. Es un proceso complejo. Te sientas, escribes…, y al empezar a escribir es cuando te vienen los recuerdos, qué pasó, qué no pasó. Recuerdas las tiendas, las calles, a ciertas personas…, pero no te acuerdas de ellas hasta que no empiezas a escribir. Aunque claro, cuando escribo una conversación no recuerdo todo lo que nos dijimos, las palabras exactas, pero sí que recuerdo el sentido y el sentimiento que me generaron.

—Aunque la memoria a veces nos miente, en algunos momentos y situaciones somos nosotros quienes mentimos. Siempre he querido mentirle a una persona que no me conoce de nada sobre mi vida, y es lo que hace usted en el libro, cuando recuerda el viaje a París. ¿Hasta qué punto cree que las mentiras nos influyen, como lo hace la memoria?

—¿Las mentiras nos influyen? Sí, creo que sí. ¿Se refiere a como escritor o como personaje? Porque como personaje, miento bastante.

—Como ambos, como personaje usted miente, pero creo que incluso como escritor también, aunque sea muy poco.

—Es muy complicado, y a veces he intentado abordar la mentira con la escritura. Cuando escribí este libro, me imaginé que la realidad era una habitación llena de muebles, y a menudo hay que quitar algunos muebles para contar una situación, pero tampoco hay que quitar muchos. Pero tampoco quiero “mentir” sobre todo, porque en ese caso estaría escribiendo ficción. Cuando se escribe hay que decirse: esto es relevante para la historia que estoy contando, esto no. Por ejemplo, en este libro hay muchos fragmentos en los que mi tío venía a casa, y no quería escribir sobre cada vez que venía porque lo odiaba. Lo que me interesa como escritor es que lo odio y transmitirlo a través de mí como personaje. Pero a la vez me doy cuenta de que es un ser humano y tengo que redimirlo; que no es algo que quiera hacer, pero forma parte de la historia.

André Aciman, durante la presentaciones del Festival Nacional del Libro, el 13 de noviembre de 2019. / Shawn Miller (Biblioteca del Congreso)

Hay que aprender a vivir exiliado. Porque es una situación muy dolorosa

—Este libro es un coming out age especial, porque durante el año en el que transcurre el libro usted tuvo que aprender a vivir en el exilio. ¿Es verdaderamente posible aprender a vivir así, en tal situación, cuando se da un éxodo en su país de origen?

—Hay que aprender a vivir de esa forma, exiliado. Porque es una situación muy dolorosa. Y la mitad del tiempo no eres consciente, no te das cuenta de que estás aprendiendo a vivir así: piensas que lo odias, pero en mi caso estaba aprendiendo a que me gustara Roma. No supe la diferencia que hay entre ambas cosas, no sé cuándo se dio ese cambio, no supe cuándo empezó a gustarme, y es fundamental. No sé si me gusta mi vida, ahora que vivo en Nueva York, porque estoy en Nueva York todo el rato. Pero es mi casa, al igual que en el libro pasa con Roma, y debo aceptarlo y aprender a vivir así.

—El éxodo es un tema bastante actual. ¿Qué espera que los lectores, que no han vivido un desplazamiento como tal, saquen de esta autobiografía?

—Es difícil responder a esta pregunta, y es imposible evitar pensar en las personas que hace muy poco han tenido que ir de un país a otro, y después a otro, para sobrevivir. Por lo que sigue siendo un tema muy relevante, a pesar de que la historia que relato ocurrió hace décadas. Es muy difícil aceptar esto, siempre me ha costado aceptarlo. Siento que hay partes de mí que aceptaron ese exilio, pero a la vez hay otras que no. Hay que aceptarlo, porque ya no puedes volver donde vivías. Es algo que me sigue consternando y afectando emocionalmente.

—Escribe sobre lo difícil que es encontrar una sensación real de hogar después de que expulsaran a su familia de Alejandría. Cuando visitó París, sintió que era su hogar. ¿Cómo evolucionó el sentido que tenía de la palabra hogar mientras vivió en Roma y viajó a Francia?

—Bueno, como hablábamos en francés en casa y nuestra cultura era muy francófila, pensé que Francia iba a ser mi hogar, mi casa. Pero cuando llegué a París dije: vale, es mi hogar, todo el mundo habla francés, yo hablo francés, estoy en casa. Lo que no entendí es que los franceses no me veían como uno de ellos, sino como un extranjero. Y empecé a darme cuenta de que no me gustaba sentirme así. Al final, a lo largo de los años, cada vez que he vuelto a París me sentía raro porque nunca me he sentido bienvenido en la ciudad. Pasé de desear estar en París a no querer estar allí, a odiar a los franceses, porque nunca me han acogido, siempre me siento como un extranjero en toda Francia.

“Prefiero los libros que a las personas; aunque no siempre, por supuesto

—Los libros desempeñan un papel muy importante en el libro: en Roma usted pasea de librería a librería, la relación con su padre se da a través de los libros, menciona el Ulises de Joyce, a Katherine Mansfield, Keats, Proust… ¿Los libros a veces suplían una falta, sea de un hogar o de relación con otros?

—Qué pregunta tan buena. Descubrí que, de hecho, prefiero los libros a las personas. No siempre, por supuesto. Pero prefiero los libros a muchas cosas de la vida. Así que sí, suplían faltas. Siento que soy un extranjero en Roma, en París, en Nueva York, en Egipto; pero cuando leo y escribo libros, siento que se pueden convertir en mi hogar. E incluso irónicamente creo que el papel es mi hogar, mi casa. Siento mucho alivio porque, aunque sienta que no pertenezco a ningún lugar real en concreto, en los libros sí tengo esa sensación de pertenencia. Cuando escribo me siento como en casa, es el único hogar real que tengo.

—Es difícil encontrar libros que traten de la pobreza, pero aquí la detalla en cada capítulo. Desde el piso en el que vivían hasta no poder comprar una bicicleta de tercera mano. ¿Por qué no se suele contar? ¿La pobreza es una identidad?

—Bueno, no sé si tengo una respuesta precisa para estas preguntas, pero sí tengo un tipo de respuesta. Porque he escrito muchos, muchísimos ensayos y artículos sobre Roma. Durante muchos años escribí sobre la ciudad. ¿Por qué llegué a escribir este libro? Porque, de hecho, todos los textos que escribí antes tratan sobre que intentaba pertenecer a Roma, pero en ninguno digo que era pobre. Y esta es la primera vez que he decidido que era el momento de hacerlo, para ser honesto y poder decir que la pobreza definió mi vida en Roma. Lo escribo sin elegancia alguna. En el libro digo que fui pobre, extremadamente pobre. Y creo que muchas personas, sobre todo las que han tenido que huir o los han expulsado de sus países, son absolutamente pobres, entienden mi estado y yo entiendo el de ellos, porque la pobreza es un horror.

—Voy a cambiar radicalmente de tema. Hay un fragmento en esta autobiografía en el que siente algo parecido al deseo hacia un hombre, y es muy notorio porque sobre todo en la segunda parte del libro, detalla el deseo que sintió hacia varias mujeres. Ya ha escrito sobre bisexualidad en novelas como Llámame por tu nombre, Encuéntrame y Variaciones enigma. ¿Este hecho lo influyó para escribir personajes bisexuales a lo largo de su carrera?

—Diría que sí. En este libro seguía aprendiendo sobre mi sexualidad, y estoy muy seguro de que durante el año en el que transcurre el libro siento una atracción hacia un hombre, pero no se concreta, no iba a más. En otros libros que he escrito el deseo hacia mujeres y hacia hombres es muy evidente. El aspecto gay de mi vida ha influido en la creación de mis personajes, y con Llámame por tu nombre fue incluso un aspecto dominante, pero también el deseo hacia mujeres como en Variaciones enigma. En Mi año romano siento deseo hacia un hombre, pero también es algo más ambiguo.

Ninguna bandera me conmueve. Para mí es un trozo de tela

—Las descripciones del “idiolecto cuatrilingüe” de su familia son muy vívidas. ¿Cómo reflejaba la mezcla de idiomas la complejidad de su identidad durante su estancia en Roma?

—Como todo el mundo hablaba muchos idiomas en Egipto, y lo hacían bastante bien, no hablaban un pseudofrancés y eran muy cautelosos con el uso del lenguaje. Hablaban griego muy bien, pero no se sentían griegos. Hablaban francés muy bien, pero con el tiempo se dieron cuenta de que no se sentían franceses, a pesar de que algunos vivían en Francia, aunque familiares de generaciones posteriores sí. Algunos de mis familiares viven también en Italia, y hoy en día son italianos. Pero durante mi generación no fue así, en absoluto. ¿Cómo me sentía? Por ejemplo, y cambiando de tema, nunca he llegado a sentirme identificado con una bandera. Ninguna bandera me conmueve. Para mí es un trozo de tela, aunque otras personas sí las ven de otra forma.

—¿Cuál es su relación con sus traductores?

—La verdad es que no tengo ninguna relación con mis traductores. Hay muchos escritores que hablan varios idiomas, y quieren leer las traducciones y corregirlas… Yo no tengo tiempo. Y pienso que si esto, el libro ya traducido, es lo que quieren decir con el texto, confío en ellos, el texto estará bien. Me volvería loco si corrigiera las traducciones, porque yo no paro de hacer cambios.

—En la conclusión de la autobiografía, reflexiona sobre cómo intentó volver a Roma años más tarde, pero descubrió que el río había seguido su curso (lo que, por cierto, me recuerda a Oliver, el personaje de Llámame por tu nombre, que escribía una tesis doctoral sobre Heráclito), que la ciudad seguía siendo la misma pero la forma en la que la veías era muy distinta. ¿Cómo cree que el paso del tiempo —tanto en Roma como en su viaje personal— afecta a la forma en que percibimos los lugares y las personas de nuestro pasado?

—Por ejemplo, en cuanto a las personas, las perdono más. Llegué a perdonar a mi tío. Hay que ponerse en la piel del otro; al principio no lo hago como escritor, pero después hay que hacerlo sí o sí. Hay que redimir a las personas. Con el paso del tiempo es más complicado. Por ejemplo, cuando vuelvo a Roma y veo la Basílica de San Pedro, el Coliseo u otros monumentos, pienso que antes eran míos. Ahora no lo son. Después caigo en la cuenta de que soy un extranjero, un foráneo, siempre lo he sido, pero ahora soy un extranjero distinto. Con el paso del tiempo te das cuenta de que cambias, evolucionas muchas veces, y a la larga tienes muchas identidades que no son compatibles, pero no deberías decidir sobre unas u otras, porque estarías falseándote.

[Entrevista publicada originalmente en CTXT / Revista Contexto; reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0.]

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