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Las herramientas

Agosto, 2025

Las herramientas empiezan donde terminan los juguetes (y terminan donde empiezan las máquinas). Los que cuando acabaron de usar sus juguetes no comienzan a usar herramientas, son a los que les da miedo ensuciarse, y por eso prefieren hacer labores de corbata, escribe en esta nueva entrega Pablo Fernández Christlieb. Y es que, en verdad, en rigor, las herramientas son íntimamente necesarias porque con ellas se establece un contacto de a de veras con el mundo: el que usa herramientas ya no distingue si está haciendo cosas o se está haciendo a sí mismo.

Las herramientas empiezan donde terminan los juguetes (y terminan donde empiezan las máquinas). Los que cuando acabaron de usar sus juguetes no comienzan a usar herramientas, son a los que les da miedo ensuciarse, y por eso prefieren hacer labores de corbata.

Cuando el azadón de palo, que más que un instrumento para la tierra era la frase de un dicho, dejó de ser de madera, que es un material más propio de utensilios y de juguetes, empezaron las herramientas, que tienen que ser de fierro como lo indica su nombre (todavía hay quienes les dicen a sus herramientas “sus fierros”), incluso si se hacen de otro material como el plástico o el tungsteno; y se usan con las manos, incluso si se les pone un motor como a los taladros. Y se supone que son para hacer cosas, o para arreglarlas, que es lo mismo, porque quien sabe hacer algo lo sabe arreglar y viceversa; con las herramientas incluso se pueden hacer más herramientas.

Pero las cosas que se hacen —mesas, casas, juguetes, adornos, cucharones soperos— son sólo la utilidad o el objetivo, porque sobre todo son un pretexto o una coartada. En verdad, en rigor, las herramientas —desatornilladores, serruchos, llaves de tuercas, barretas, sopletes— son íntimamente necesarias porque con ellas se establece un contacto de a de veras con el mundo, el cual, en efecto, viene en la forma de mesa o cucharon sopero, porque se conectan, por un extremo, con la mano, y por el otro extremo, con la cosa; o sea con uno mismo por un lado y con el mundo por el otro.

Así, el ánimo que agarra el martillo por el mango se le transmite al clavo, y el clavo contesta mandando su dureza de regreso, y entonces el trabajador siente cómo le retumba el mundo en el codo (igual que las raquetas de tenis, que no son herramientas sino juguetes o algo así). En los martillos, una punta es de madera, que se parece a la carne, y la otra punta es de fierro, que se asemeja al clavo; y el caso es que esas tres cosas se convierten en una sola, y de esta manera el mundo se unifica, es decir, que uno pasa a formar parte del mundo porque puede saber lo que se siente. Por eso los que usan las pinzas también aprietan los dientes. Ya tienen el alma de herramienta. Y tampoco les importa ensuciarse.

Ilustración: archivo-internet.

El que usa herramientas ya no distingue si está haciendo cosas o se está haciendo a sí mismo, y por eso, en mitad de la tarea, cuando le está saliendo bien, le entra la revelación de que eso que hace es importante, lo más importante, porque lo que está haciendo es un ser humano. El impedimento costumbrista de que las mujeres usen herramientas, y sólo puedan según las buenas maneras usar utensilios, y de que los niños si quieren jugar que lo hagan con sus juguetes, es algo así como negarles a ambos humanidad. Y de paso, quien usa herramientas intuye que todo lo demás, hacer transferencias, dar órdenes, revisar catálogos, informarse, son tonterías (por eso en las computadoras se inventan las mentiras de que también tienen herramientas, para que nadie se sienta tonto mientras se hace tonto).

Así como la función última de las herramientas no es hacer cosas sino hacer seres humanos, la función de los juguetes no es hacer juegos sino inventar la realidad. Si los niños hablan con sus juguetes, los adultos se comunican con sus herramientas. Cuando los adultos no usan herramientas es que también han dejado de tener juguetes, y entonces ya no tienen nada que hacer ni en este mundo ni con su vida. Pero cuando cambian sus juguetes, que les servían para tener contacto consigo mismos, por herramientas, quiere decir que ya se habían cansado un poco de sí mismos, de su ensimismamiento autista y egocéntrico, y decidieron entrar en contacto con el mundo.

Con las herramientas ya no hacen falta amiguitos, porque uno ya está del lado de toda la humanidad, de la civilización completa, aunque esté solo en su taller o garaje, donde los demás estorban, porque son como amiguitos. Y, también, cuando uno usa herramientas, deja de aburrirse, esto es, deja de pensar en sí mismo, que es justo lo que hacen ésos que dizque que quieren meditar, porque si a ésas nos vamos, no hay meditación más profunda que la talacha, que desbastar una piedra con el cincel, que ensuciarse de herramienta.

A quienes usan herramientas no los tientan las amenidades de la vida, porque ésos son los que andan aburridos y quieren que los entretengan y por eso parecen tan sociables; ni los tientan los lujos del mundo, porque las herramientas no son instrumentos que sirven para tener ni para presumir, sino para usar, y uno prefiere usar y hacer que tener y apantallar.

Y al final del día, uno sabe que sólo se merece sus herramientas y la cerveza que se toma después de usarlas.

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