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Víctor Roura: el periodismo (y la escritura) como una forma de vida

Se cumple siete décadas del nacimiento del periodista, editor y escritor mexicano

Agosto, 2025

Con más de medio siglo de trayectoria, Víctor Roura ha dejado una honda huella en la prensa cultural mexicana. Por su forma de ejercer la crítica —siempre sin cortapisas—, ha recibido una gran cantidad de elogios, pero, también, ha sido blanco de un sinnúmero de vilipendios por exhibir las contradicciones y parcialidades de los hacedores de la cultura y de la prensa. Ahora que cumple siete décadas de vida nació en 1955, quisimos celebrar (y recordar) al hombre, al amigo, al periodista…

I

Era una tarde calurosa.

Estábamos en la misma mesa y en la misma sala que tantas veces nos habían visto brindar hasta la madrugada por la buena vida. ¡Ah, la buena vida!

Estábamos hablando de poetas, de escritores, y, especialmente, de periodistas, viejos amigos (o conocidos) que un día emprendieron este camino, después se fueron quedando rezagados y, al final, desaparecieron. De vez en cuando lanzábamos un nombre al aire. ¿Quién se acuerda hoy de él, a ver quién? Asentíamos y una pálida sonrisa afloraba en los labios. Luego la conversación dio un giro. Para entonces era evidente que el vodka circulaba felizmente por la sangre, haciéndonos saltar de un tema a otro: del camino rocoso del periodismo cultural a la parcialidad y malos manejos financieros de las instituciones culturales; de la ética periodística al auge de la codicia; de la bondad del oficio al apogeo de la mezquindad del gremio. Y, por supuesto, deteniéndonos en la música, siempre en la música…

II

De pronto, Víctor Roura me hizo una confesión: ¿sabes?, dijo, hoy todavía recuerdo nítidamente el día que vi publicado mi primer texto periodístico…

Yo lo escuchaba entre absorto y feliz: llevaba una relación laboral con él desde finales del siglo XX y principios del XXI, y de amistad durante casi el mismo tiempo, y, en todo este lapso, poco me había detenido a preguntarle sobre el asunto.

Fue en 1972, continuó Roura, en la revista Dimensión, que junto a México Canta y Pop eran las únicas publicaciones de rock en esos años. Siempre iba al puesto de periódicos que atendía Crucita, una señora amable que de vez en cuando me fiaba… ¡Yo tenía entonces 17 años! Cuando miré en la portada a Tom Fogerty —añadió Roura y percibí un brillo infantil y sincero en sus ojos al recordar aquel día—, intuí de inmediato que ése era mi artículo.

Y, sí, lo era.

Víctor Roura en una imagen de 2019. / Internet|archivo.

III

Mientras me platicaba aquello, imaginé a ese muchachito inquieto, talentoso, chispeante, instintivo, además de concienzudo y lector, amante del género rock; lo más curioso es que, en la medida en la que lo iba imaginando, me sorprendió percibir los mismos rasgos en el Víctor Roura de ahora: sigue siendo inquieto, talentoso, chispeante, instintivo, además de concienzudo y lector. (Aunque un problema en su visión ha provocado que baje su ritmo de lectura.)

También sigue disfrutando del rock, aunque sus gusto musicales se han ampliado y hoy pasan por la cumbia, el son, el pop fino, el jazz de vanguardia, la música clásica. Pero, además, se ha convertido en uno de los periodistas más respetado del país, y con justa razón: ha evidenciado al poder en turno —incluidos los garrafales errores de la izquierda—, tampoco se ha callado ante la corrupción no sólo de las instituciones culturales sino también de sus dirigentes; de igual manera, ha tratado de derribar mitos y ha exhibido mafias. Y, desde luego, ha denunciado la codicia y la falta de ética de personajes que uno supondría íntegros. Algunos de ellos, periodistas que van por las calles con piel de corderos.

IV

Así que el camino no ha sido fácil para llegar hasta aquí. Y Roura lo sabe, pues además ha pasado por todos los escalones del oficio: ha sido reportero raso, pero también precoz director de revistas roqueras; ha fungido como corrector de estilo, jefe de redacción y editor de páginas culturales; asimismo, ha ejercido de productor y guionista y fue profesor universitario. Incluso estuvo en el cónclave que decidió emigrar del viejo unomásuno para fundar La Jornada —lugar en el que vivió y padeció uno de los episodios más abyectos en su trayectoria: cuando sus subordinados se le amotinaron para atizarle, literalmente, un golpe de Estado, que lo llevó y lo indujo a renunciar no sólo a la jefatura de la sección cultural, también salir del diario.

Eran otras épocas. Eran tiempos en los que no estaban de moda las escuelas de periodismo; cuando este oficio se aprendía en las salas de redacción o en las parrandas diarias. Cuando los principios y la ética eran dos de los más grandes tesoros de los periodistas… Algo que hoy está casi extinto.

V

Lo decía muy bien José Reveles —él mismo periodista consumado y magistral, colega y amigo de Víctor Roura—: “Para mí, Roura es un provocador; en el buen sentido de la palabra. Porque lo que te provoca es que reflexiones, que pienses, que analices, que discutas, que debatas. De alguna manera, también es un iconoclasta; o sea, no cree en los ídolos hechos y ya consagrados, sino que aplica esa máxima periodística que para mí es muy buena: tú no puedes dar nada por cierto, como verdad revelada; tienes que preguntarte siempre qué hay detrás. Y Víctor lo ha hecho así. También ha sabido mostrar y evidenciar todos los vericuetos y males de la prensa, porque en este oficio no hay autocrítica. Los periodistas no nos criticamos a nosotros mismos, no reflexionamos sobre nuestra profesión… Éste es uno de los máximos valores de Víctor Roura: nos hace mirarnos en el espejo”.

Algo similar me decía el caricaturista y artista plástico Jorge Flores Manjarrez, quien ha colaborado con Víctor Roura desde finales del siglo pasado:

“En un mundo donde los suplementos culturales se venden por kilo y los periodistas por likes, Víctor Roura es un espécimen en peligro de extinción: el editor que no se vende, el crítico que no calla, el rocanrolero de la palabra que se sube al ring a enfrentarse a la mediocridad del gremio, sin guantes ni patrocinio”.

Con unos cuantos trazos, Manjarrez dibujó el perfil de Roura: “Amante del rock, la caricatura y el box, Roura no escribe: lanza uppercuts contra la complacencia cultural. Mientras otros escriben boletines disfrazados de crítica, él sigue redactando con la furia de quien cree —todavía— que la cultura es un acto de resistencia, no de relaciones públicas. Al final, Víctor Roura, en un acto de equilibrista subversivo, no quiere likes sino lectores. No busca agradar. Busca despertar. Y eso, hoy, es más punk que el punk”.

Víctor Roura ilustrado por Ahumada.

VI

Por supuesto, también a través de estos años —además de volverse un periodista incómodo y crítico contra el poder cultural y político en turno—, Víctor Roura se convirtió en un escritor prolífico, en todos los géneros: ha publicado novelas, cuentos, aforismos, poesía y, sobre todo, ensayos. Conocidos son, desde luego, sus libros sobre rock —de hecho, es de los pocos periodistas que han escrito de este tema en el país—, pero también aborda otros asuntos que igualmente le apasionan: tan sólo Los tamaños del amor resulta ya un libro indispensable sobre los avatares amorosos, mientras que Cultura, ética y prensa y El apogeo de la mezquindad son, hoy por hoy, libros obligatorios en varias universidades de México.

Nunca debemos dejar de escribir, nunca —me dijo Roura hace no mucho tiempo en una tertulia periodística—. E insistía: uno nunca debe dejar de escribir; se debe escribir a todas horas; ésta debería ser una de las aptitudes del verdadero periodista.

Y, sí, me consta que Víctor Roura no deja de escribir; como ejemplo, en el último lustro ha visto la luz media decena de libros suyos (y creo que hasta más); ahí están El ajedrecista acaudalado, 1001 rimas imposibles, La última biblioteca, además de su monumental proyecto que dedicado al rock: dividido en tres tomos —Contra los muros, Contra las máscaras, Contra los demonios—, Roura desmenuza y analiza el estado general de este género musical. Y podríamos sumar, por otro lado, un título de 2019: Principios y caballerosidades y Oficio bonito, que son dos libros en uno con 50 textos en total que versan sobre el estado de la prensa: entre reflexiones, análisis, anécdotas, humor, puntos de vista.

VII

Uno debe intentar escribir de tal forma que, aunque crea que tan sólo lo van a leer unos pocos, hable alto y claro si se lee en cualquier parte o en todas partes, me dijo Víctor Roura, y es lo que él ha venido haciendo a través de estos 53 años de periodismo. José Luis Martínez S., editor de “Laberinto”, suplemento cultural del diario Milenio, es claro: Víctor Roura es un periodista atípico. Y lo es, me explicaba José Luis tiempo atrás, porque no sabe callar; no sabe contenerse cuando quiere dar una opinión; no busca complacer a nadie; en todo caso, sólo quedar bien con él mismo. E igual como editor: traza una agenda propia que va muchas veces a contracorriente de la oferta institucional. Y otra cosa: está ahí su gran generosidad, la gran apertura que tiene; por ejemplo, aunque hay escritores reñidos con él, Roura siempre les dio espacio para difundir su obra… Me parece que su trabajo debe reconocerse más allá de afectos, simpatías o desafectos. Pero, además, me decía José Luis Martínez aquel día que conversamos, una cosa que aprecio mucho de él, ya en el trato personal, es la calidez y el sentido del humor, conceptos sin los cuales no puedes navegar en esta vida.

Sin embargo, a veces Roura ha pagado caro —las más de las veces, por cierto— ese no saber callar. Fernando de Ita lo sabe muy bien. Con 55 años en el oficio, el veterano periodista es amigo de Roura desde los setenta del siglo pasado. Colaborador en estas mismas páginas culturales, De Ita me decía lo siguiente cuando hace unos días le pregunté sobre el papel de Roura en el periodismo cultural:

“Para mí, Víctor Roura es el mejor editor del diarismo cultural de México, pero su maestría comenzó cuando la cultura estaba en los suplementos de diarios y revistas y las camarillas que los animaban. Por cierto, Roura fue el único periodista en cuestionar a las vacas sagradas del sistema y el precio fue borrarlo de su lista. Una de las vergüenzas de los premios oficiales o académicos para el periodismo cultural es que tras medio siglo de perseverancia en el periodismo de largo aliento, Roura no tenga ninguno de esos reconocimientos. O acaso ésa sea su mayor virtud. Mientras tanto yo lanzo el sombrero al aire por sus setenta años”.

Algo similar me señalaba Guadalupe Flores Liera: “Víctor Roura es para mí sinónimo de una vida entregada a la difusión del quehacer cultural en México y en el mundo entero”.

Poeta, cuentista, traductora y articulista mexicana —colaboradora en estas páginas culturales—, Guadalupe Flores Liera es puntual: “Pero, además, Víctor respeta las opiniones ajenas, respeta la forma en que los otros expresan sus ideas, porque primero se respeta a sí mismo. Está siempre abierto al diálogo, es coherente, serio, y cumplido. Nunca niega un espacio a nadie, no censura ni se autocensura. Sin duda sus virtudes —tan raras en el medio— le han creado enemigos que fingen no conocerlo a él, ni reconocen su trabajo de décadas. Sin embargo, el respeto y la admiración que justificadamente goza se las ha ganado a pulso, con su talento y su inclaudicable honestidad”.

Lo mismo me comentaba el escritor y periodista Agustín Ramos: “Víctor Roura, por su conducta, su ética y su talento, es y será el principal referente del periodismo cultural en el México del medio siglo actual (1975-2025). Su obra, su vida, sus amores son un ejemplo inigualable”.

Víctor Roura ilustrado por Luis Fernando.

VIII

Otro rasgo característico de Víctor Roura es el rigor que siempre persigue en su escritura. Él siempre ha estado obsesionado hasta con el último punto. Me consta. Mejor: nos consta a muchos: Eusebio Ruvalcaba —amigo entrañable del propio Víctor y de quien esto escribe, y que partiera de este mundo en 2017— lo recordaba en una de sus columna que publicó en la desaparecida sección cultural de El Financiero (también fundada por Roura). Escribió el querido Eusebio: “Soy un lector profano, pero me atrevo a decir que Víctor es un hombre porfiado, meticuloso hasta el delirio en cuestiones escriturales. Trabajé a su lado seis años en la sección cultural de El Financiero. Yo era el corrector de estilo. Y me consta que tenía una testarudez —si se puede llamar así— por darle a la sección el mejor acabado posible. Hasta más allá de los límites propios de una sección de periódico. Cualquier párrafo, cualquier línea, la más deleznable palabra, el más insignificante signo de puntuación —que no los hay— habría de pasar por la óptica de la obsesión en lo que se refiere al perfeccionamiento, a su mejor destino: que siempre fueron los ojos del lector. Era un deleite trabajar al lado de un hombre que amaba así el lenguaje. Que no se daba por vencido delante del cierre que se venía encima. Delante de esa urticaria que sobrepasa la paciencia. Para él nada podía ser más importante que la exactitud de las palabras. Que su limpieza”.

IX

Una opinión similar tenía José de Jesús Sampedro (zacatecano, poeta bretoniano y amigo de Roura y de este escribidor, y quien se marchó de este mundo lamentablemente el pasado 22 de julio): “Para mí, Víctor Roura ejemplifica lo mejor de la teoría y de la práctica del periodismo cultural en nuestro medio, entre nosotros, es decir: honestidad, lucidez, disciplina, congruencia, es decir: autocrítica y crítica, recreación, creación, suma analítica; en síntesis, ejemplifica lo mejor de un específico oficio cuyo heterogéneo y, no obstante, unitario objeto de interés, demanda una escritura ‘de largo aliento’, justo y como al propio Víctor Roura le agrada siempre denominarla…”.

X

En una de nuestras tanta tertulias, Roura me contaba por qué decidió su camino hacia al periodismo: “Entre la guitarra y la lectura, entre colocar mis dedos en el brazo de la guitarra para acostumbrarlos a ejercitase en las posiciones do, re o la y leer hasta acabar un libro, entre tratar de entonar con corrección una frase musical y recitar con cordura un verso de León Felipe, preferí finalmente hundirme en las letras para intentar comprender el mundo que me rodeaba. Las letras son el mundo del periodismo, y a ellas me fui, y a la música la dejé sólo para mis oídos. Desde entonces escribo siempre corrigiéndome, impulsándome a hacerlo cada vez mejor, a comprenderme a través de las letras. A comprenderme a mí mismo y al mundo donde vivo”.

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