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Pornófilos contra pornófobos

Agosto, 2025

Para muchos, la pornografía es excitante. Para otros, es algo asqueroso. Incluso la ciencia —al momento de discutir sobre ésta, puede adoptar una posición pornófila o pornófoba, escribe Juan Soto en esta entrega de sus ‘Modus Vivendi’. De hecho, discutir críticamente sobre la pornografía, como lo sugirió la filósofa italiana Michela Marzano, no significa predicar su prohibición o la culpabilización, sino, más bien, interrogarse sobre lo que revela de nuestra relación con el cuerpo, con el deseo, con uno mismo y con el otro.

Lo que diferencia lo pornográfico de lo que no lo es, depende de las formas en que los dominios de los símbolos y los significados se configuran desde la cultura y la sociedad. Depende de nuestras formas de mirar. Obvio no individuales, sino colectivas. Y podemos decir que nuestras maneras de mirar están íntimamente relacionadas con el tiempo histórico y social, así como con la geografía cultural. Lo que pudo haber sido considerado pornográfico en una época y en una sociedad, puede no ser considerado como tal en otra.

De acuerdo con lo que propuso el antropólogo y comunicador francocanadiense, Bernard Arcand, se pueden identificar tres principales definiciones de pornografía. La definición analítica que no consigue escapar a la confusión o a la tautología. La definición empírica que está vinculada íntimamente con el mercado, es decir, concibe la pornografía como un producto de consumo: todo lo que se pueda vender como pornográfico, es pornográfico. Y la definición de los censores: aquella que establecen los guardianes del orden social, moral y cultural. Aquella que define lo que es obsceno y lo que resulta nocivo para la sociedad.

Cada una de las definiciones anteriores opera en diferentes ámbitos de la vida social. Ofrecen diferentes interpretaciones de la realidad. Cada una de ellas, también, alude a modos distintos de mirar el mundo y de comprenderlo.

Georges Bataille dijo que a lo largo de la historia se han ideado diferentes modos de liberar las prohibiciones. La representación de la sexualidad ha conducido, ciertamente, a la generación de múltiples estrategias para liberarse del yugo del pudor, la obscenidad y las patologías. Pero, curiosamente, al momento de discutir la pornografía, la ciencia puede adoptar una posición pornófila o pornófoba, como bien lo argumentó otro filósofo francés, Ruwen Ogien, quien perteneció al Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS).

Los resultados de las investigaciones en torno a la pornografía dependen, en buena medida, del posicionamiento que los investigadores adopten. Y en torno a la pornografía se ha insistido en evaluar sus efectos más que pensar en las condiciones de su producción, circulación y recepción. La mayoría de las investigaciones ha tratado de determinar, con cierta precisión científica, si la exposición a las imágenes pornográficas tiene algún efecto sobre los espectadores. Así, los grandes proyectos de investigación que se han realizado en torno a ésta han intentado determinar si dicha exposición produce efectos negativos, efectos positivos o ningún efecto.

Se ha supuesto que los efectos negativos podrían tener una estrecha relación con la violencia sexual cotidiana. Es decir, sociedades altamente expuestas a imágenes pornográficas serían más violentas, sexualmente hablando, y viceversa. Es demasiado fácil y simplista atribuir las causas de la violencia sexual a la exposición a contenidos pornográficos.

Por otro lado, si la pornografía produjera efectos positivos, la exposición a las imágenes pornográficas disminuiría los niveles de violencia sexual en tanto que causaría una especie de efectos liberadores. Sin embargo, y a pesar de lo que pueda suponerse, ninguna de las dos hipótesis ha podido corroborarse. Las grandes investigaciones que se echaron a andar en los Estados Unidos —el de la Comisión Johnson en 1969 y el informe Meese en 1984— llegaron a conclusiones totalmente opuestas. La Comisión Johnson determinó que no existía ninguna relación causal entre la exposición a las imágenes pornográficas y la violencia sexual. Mientras que la Comisión Meese llegó a las conclusiones opuestas.

Sin embargo, un dato no deja de llamar la atención: seis de los once miembros de la Comisión Meese, tome nota, eran adversarios declarados de la pornografía. Así, todo parece indicar que el posicionamiento de los evaluadores influyó en el proceso de responder a la pregunta de si la exposición a la pornografía tiene efectos negativos sobre nuestras vidas. Esta es la idea que prevalece en el sentido común y en la imaginación colectiva. Que ver pornografía es nocivo y tiene efectos negativos sobre quienes la consumen.

No obstante, para discutir la pornografía se requiere analizarla más allá de los prejuicios y los clichés. Si bien es cierto que los denominados filmes X han ido cambiando radicalmente desde su aparición, lo interesante no es sólo analizar sus contenidos, sino comprender que el débil límite de lo que una sociedad declara como pornográfico cambia con el tiempo y la geografía cultural. Habrá que entender que la pornografía es un fenómeno social y cultural. Que es una industria y un argumento. Si bien es cierto que no se puede obviar la relevancia de la diversidad de los subgéneros del porno, tendríamos que preguntarnos ¿por qué las imágenes que eran consideradas pornográficas en una época y escandalizaban a algunas sociedades, hoy día pueden parecer ridículas y hasta inocuas?

Si la pornografía cambia no sólo es porque su orden de representación se modifica, sino porque sus condiciones de producción, circulación y recepción también lo hacen, así como el orden moral y los prejuicios de las sociedades en las que aparece. Las imágenes pornográficas no pueden analizarse ni discutirse por sí solas, aisladas del contexto en donde aparecen. Lo que sabemos o lo que creemos afecta al modo en que vemos las cosas, como lo pensó muy bien el crítico de arte y pintor británico John Berger. Él mismo nos enseñó que en la Edad Media, cuando los hombres creían en la existencia física del infierno, la vista del fuego significaba seguramente algo muy distinto de lo que significa hoy. Las imágenes nunca están solas.

Para muchos, la pornografía es excitante. Para otros es algo asqueroso. Discutir críticamente sobre la pornografía, como lo sugirió la filósofa italiana Michela Marzano, no significa predicar su prohibición o la culpabilización, sino, más bien, interrogarse sobre lo que revela de nuestra relación con el cuerpo, con el deseo, con uno mismo y con el otro. Lo que se exhibe pornográficamente sirve de guía, podemos decirlo sin temor a equivocación, para pensar en nuestras relaciones sociales, nuestra moral, nuestros prejuicios e, incluso, nuestras creencias. Y que quede claro, esta es una pequeña discusión sobre las imágenes pornográficas.

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