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“Lo que a mí me interesa es el periodismo, no lo que éste conlleva de poder o gratitud”

Las siete décadas de Víctor Roura

Agosto, 2025

Ya desde principios de 1972 se publicaban dibujos suyos en la revista roquera México Canta, que dos años después, impensadamente, dirigiría a sus 18 años de edad; empero, su primer texto en la prensa mexicana sucedió antes de finalizar ese año, 1972. Desde entonces, no ha dejado de ejercer su profesión primera: el periodismo; y sí, en cambio, ha ampliado las facetas que lo conforman. Hoy escritor, ensayista, editor, dibujante y sobre todo periodista, Víctor Roura es ya un nombre indispensable en la historia de la cultura en México en el último medio siglo. Nacido en 1955, cumple ahora siete décadas de vida. Amigo y firma habitual y colaborador en estas páginas culturales desde su inicio, en Salida de Emergencia quisimos sumarnos al festejo: Juan José Flores Nava ha conversado con él a manera de homenaje.

Fundó y dirigió por 25 años las mejores páginas culturales de la prensa diaria nacional contemporánea. Es autor de casi un centenar de libros. A los 17 años vio impreso su primer artículo periodístico y, poco después, ya estaba dirigiendo México canta. Era 1973. Él nació el 28 de julio de 1955, en Mérida, Yucatán. Hablamos, claro, de Víctor Roura.

Aunque es dibujante, editor, poeta, ensayista, promotor cultural, narrador, polemista sagaz, contador de historias, crítico musical, etcétera, hay que decirlo, por encima de todo, Roura es periodista. Tanto, que podríamos incluso emplear dos título de su amplia bibliografía para definir lo que ha sido su vida en todos estos años: Diaria escritura y Cultura, ética y prensa.

Porque hoy, a sus 70 años recién cumplidos, y con los ojos cansados —no de leer ni de teclear: se le han nublado lentamente a causa de un accidente automovilístico en 2003—, Víctor [Antonio] Roura [Pech] continúa escribiendo como respira. Y no sería exagerado decir que sigue respirando porque escribe.

Sí, en la triada cultura, ética y prensa se haya el núcleo de sus reflexiones, de su cotidianidad, un núcleo al que quizá podríamos sumarle otros temas que son (también y al mismo tiempo) títulos de libros que ha escrito y publicado: las infinitas variantes amorosas de Los tamaños del amor o su rechazo a la miseria humana de Los encantos de la vulgaridad.

Sólo faltaría agregar su fascinación (y su mirada reflexiva) ante la música (en especial el rock), reflejada en obras como Negros del corazónApuntes del rock / Por las calles del mundo, Polvos de la urbe y, sobre todo, Los profetas caídos.

No lo preciso, pero acaso entre el altero de libros que Víctor Roura ha firmado exista alguno en cuyo título figuren sus bebidas predilectas: el ron y la horchata (o la horchata con ron). Y, si no, ni falta hace, pues estas bebidas son insistentes protagonistas de su colección de historias a la que dio el hermoso título de Nombres con mujer adentro. Cosa de leer ahí mismo “Las amistades de mi mujer”, “A volar pajarito”, “De la innecesaria aportación de la crítica roquera”, “Al filo de los séptimos rones” o “Rechazar los delirios”, donde escribe:

“Y vuelve, el tal Roura, a sembrar raíces en los cuerpos fértiles que no lo esperan, a beber ron y a degustar de la horchata, de platicar en desorden y de besar a destiempo, de escuchar los blues de Clapton y de oír a Peter Gabriel, de celar inesperadamente y andar sin calcetines sobre los torsos desvestidos… Etcétera”.

Sí, ése es Víctor Roura, con quien conversamos para celebrar sus siete décadas de vida. Al más puro estilo de la mítica sección cultural que Roura fundara en agosto de 1988 en el El Financiero, Salida de Emergencia reproduce, sin pudor, la siguiente charla in extenso. Al fin que él mismo nunca tuvo empacho en publicar un texto de 20 cuartillas (en dos o tres entregas) durante los mejores tiempos (hoy imposibles, impensables) de aquel periódico impreso.

La práctica, no la teoría, fue la que hizo poderosa a la mafia cultura; eso sigue imponiéndose hoy”

—No tengo ninguna duda: Cultura, ética y prensa es, para mí, su más sólido ensayo sobre el quehacer periodístico (sin menoscabo, claro, de obras como El apogeo de la mezquindad). En esta obra usted dedica un capítulo a las “Imperfecciones, debilidades y deficiencias” del oficio. Cuando el libro fue publicado apenas arrancaba el milenio. En apenas un cuarto de siglo la prensa y la sociedad se han transformado brutalmente. ¿Cuáles son, en los tiempos que corren, las imperfecciones, debilidades y deficiencias de la prensa y sus hacedores?

—Los tiempos, sí, ya no están cambiando, como apuntaba Bob Dylan, sino están, ya, después de la pandemia, completamente cambiados, debido también al engrandecimiento empresarial de la nueva tecnología, que ha modificado los júbilos, las modas, las expresiones, los gustos o pasajes (paisajes) culturales, los saludos, las comprensiones, los sentimientos amorosos. Son tiempos en que las comunicaciones están efervesciendo asombrosamente la cantidad informativa, adulando el chismerío, validando las éticas de conveniencia. Las debilidades periodísticas de hoy tienen mucho que ver con la cultura del mexicano; es decir que acaso sean las mismas del ayer, basadas sobre todo en las fragilidades de la ética, siempre al servicio de la conveniencia personal, no de la conciencia humana.

“Por otro lado, los cambios culturales son hoy tanto simbólicos como tangibles, de manera que lo mismo un bloguero o yutubero posee similar influencia que la de un escritor del pasado aún encaramado en el poder cultural, como podría ser, digamos, Carlos Monsiváis, cuyos partidarios lo continúan celebrando sin cansancio alguno: ahora que los integrantes de la mafia se han ido yendo de este mundo, sus enseñanzas todavía son idolatradas por sus admiradores que, a falta de medios impresos como antes, delinean sus prácticas, en este momento, en los nuevos medios digitales. Yo he visto, José, cómo la televisión pública rinde incansable homenaje a las figuras del pasado: vamos, ¡hasta Raúl Velasco mereció honores en Canal Once! ¡Monsiváis era mencionado de vez en cuando por el expresidente Andrés Manuel López Obrador en las mañaneras tratándolo, aun sin saber sus codicias, como un hombre incorruptible!

“Aunque los tiempos, como te decía, están completamente cambiados, las situaciones son las mismas manejadas por otras personas, acaso aún no consagradas. ¿Te has cuestionado alguna vez cómo se desarrolla la cultura en la Máxima Casa de Estudios, por ejemplo, y quién decide qué hacer o no hacer, y quién es contratado y quién no?

“La práctica, no la teoría, fue la que hizo poderosa a la mafia, ejemplo sin par que hoy sigue imponiéndose. Por desgracia, la honorabilidad sólo es un cuento de hadas en la aventura política”.

—¿Cuáles son las prácticas periodísticas más nefastas o infames que permanecen arraigadas en el ejercicio cotidiano de editores, reporteros y directores de medios?

—La simulación crítica siempre ha sido aplaudida en los poderes sociales: Carlos Monsiváis, por ejemplo, quedaba eternamente bien con Dios y con el Diablo, condición esencial que alimenta demasiado, y bastante disimuladamente, al periodista nacional.

“Cuando publiqué, porque no podía silenciar mi conocimiento, que el Premio Anagrama de Ensayo del año 2000 lo había recibido Carlos Monsiváis por un libro ya previamente editado en México, el intelectual de la Portales, irritado por mi expresión periodística, me retiró en definitiva el habla desterrándome, según él, literalmente del panorama nacional: dejé entonces de ser, tal como él lo afirmaba antes de mi impulso inamistoso, el personaje ejemplar de la prensa cultural de México. Jamás volvió a mencionarme.

“Pero lo que a mí me interesa es el periodismo, no lo que éste conlleva de poder o gratitud”.

Víctor Roura. Fotografía cedida por el autor.

“La ética va de la mano del periodismo, o debería ser un factor fundamental en el oficio”

—¿Por qué ha sido esencial para usted reflexionar constantemente sobre la ética?

—Porque va de la mano del periodismo, o debería ser un factor fundamental en el oficio. Empero, esta regla es constantemente transigida en el quehacer periodístico. Fernando Savater, el abanderado de la ética en castellano, accedía a compensaciones millonarias aceptando previamente premios acordados en la Editorial Planeta o se dejaba colgar del brazo en México, por varios millones de pesos, de la lideresa sindical Elba Esther Gordillo… mientras escribía exitosos libros sobre la ética.

“Siempre ha coexistido esta figura simulada en la cultura del mundo, de ahí, al derrumbe de la credibilidad periodística, sólo hay un paso. Por eso en los diplomados que yo impartía en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García trataban sobre la ética.

“Tal vez lo que incomode a la figura presidencial sea el uso no faccioso de la ética en determinados momentos de la vida pública, que se mira a todas luces con claridad con, digamos, Donald Trump frente a los decires éticos, no cambiantes, no ajustados, de Bruce Springsteen. Es decir, el uso ideológico de la ética es lo que gusta a los mandatarios de un país.

“Cuando Sanjuana Martínez llevó a la práctica el mandato de López Obrador de desalojar la corrupción en Notimex, la periodista efectuó sin cortapisa la indicación del Primer Ejecutivo sin saber que practicando su ética se enfrentaría posteriormente a un problema precisamente ético, al no obedecer los lineamientos comandados por el entonces coordinador de Comunicación Social de la Presidencia de la República, Jesús Ramírez Cuevas, quien textualmente le pidiera a Sanjuana que pensara políticamente sobre su decisión de despedir a los sindicalistas de Notimex, diálogo que reprodujera Sanjuana sólo para ser llamada traidora por López Obrador en una mañanera… ¡sin que nadie se conmoviera periodísticamente de aquella barbarie finalmente beneficiadora de los sindicalistas de Notimex que, a cambio de su ajustable ética, recibieran millones de pesos, mismos que también recibiera el padre de las muchachas Alcalde… ¡Quien fuera el asesor de los huelguistas de Notimex!

“A este uso correctivo de la ética me refiero: completamente manipulador y manipulado en los asuntos de la prensa. En ese periodo en que se arreglaban las cosas a favor del sindicalismo periodístico fui numerosas veces insultado sólo por no haber intervenido del lado de los sindicalistas. Uno de ellos deseaban mi muerte. ‘Ojalá Víctor Roura se hubiera muerto antes de entrar a Notimex’, decía el tuit, pasado enteramente inadvertido en los medios de comunicación.

“De ahí mi decepción del obradorismo, también gustador de las éticas ajustadas, ajustables, ajusticiadas. Con una ética periodística no puesta, ni expuesta, a la venta no tuvieran que pensarse políticamente las acciones individuales”.

—Desde que concluyera su participación en Notimex, y aunque se valora su labor como periodista cultural en voz baja, ha estado apartado de los principales medios en México. ¿Usted se considera, como expresó Humberto Musacchio alguna vez, “el mártir del periodismo en México”?

—Hablé una vez con el buen Musa sobre este tema haciéndole ver que al contar una vivencia no necesariamente uno es un mártir sino, sólo, un contador de historias. ¿Por qué no se dice que Ryszard Kapuściński (1932-2007) es un mártir cuando cuenta sus vivencias en las guerras?, ¿por qué no se dice que Gabriel García Márquez (1927-2014) es un mártir cuando cuenta los sucesos periodísticos?, ¿por qué no se dice que Octavio Paz (1914-1998) era un mártir cuando se refería al pequeño incendio ocurrido en su casa de Reforma o cuando hablaba de su renuncia como embajador de la India?, ¿por qué no se dice que Aguilar Camín (1946) es un mártir cuando cuenta los sucesos periodísticos que lo afligen al serle retirado el beneficio económico del gobierno? ¿Acaso el propio Musacchio es un mártir cuando publica cosas que acontecen en el medio cultural?, ¿no eran mártires los opositores del obradorismo cuando delante de todos casi lloraban de rabia cuando contaban, sin decirlo del todo, que ya estaban, ¡ay!, fuera del presupuesto gubernamental? Lo que sucede es que en México no se acostumbra hablar del periodismo por aquella leyenda que dice ‘perro no come carne de perro’, que no es otra cosa que la protección en el gremio, es lo mismo que decir que en México, claro, hay innegablemente corrupción, pero no corruptos.

“Publico, sin pago alguno, en portales periodísticos porque, finalmente, nadie me quiere ver, nadie me desea escuchar, a nadie le place mi crítica, nadie quiere ser señalado en sus jugadas éticas, nadie quiere confrontarse con los poderes económicos, todos desean ser, ¡ay!, como Groucho Marx al indicar a los negociantes que, si no les gustan los principios básicos que carga bajo el brazo, posee otros principios que podrían ajustarse a las idóneas circunstancias del mercado.

“No por otra cosa Julio Scherer García (1926-2015) fue a recibir, con agrado, al presidente Gustavo Díaz Ordaz ocho meses después del asesinato en Tlatelolco para rendirle homenaje el Día de la Libertad de Expresión en México, el 7 de junio de 1969, ante la gratitud desbordada del gremio periodístico, sabedor del manejo discreto de la ética a conveniencia, porque en México, gracias a Dios, los periodistas, la mayoría, saben pensar políticamente para no meterse en intríngulis problemáticos.

“Aquella fiesta de la Libertad de Expresión (cancelada por el presidente Vicente Fox Quesada al no querer otorgar, aunque no lo dijo expresamente de esta manera, más dinero a los que mucho ya les daba), que iniciara a principios de la década de los cincuenta del siglo XX en el mandato de Miguel Alemán, comenzó, a partir de 1976, durante el lopezportillato, a la par de honrar al presidente en turno, a obsequiar dinero a los periodistas que, inscritos atingentemente en el concurso, lo pedían con anhelada codicia, asunto que tanto Álvaro Delgado como Alejandro Páez Varela trataron en su programa dominical Los Periodistas, el 4 de mayo de 2025, asegurando lo ‘absurdo’ de ‘un premio que condecoraba a los dóciles y a los que escamoteaban y manipulaban la información para agradecer al Señor Presidente’, galardón que recibieran innumerables críticos del sistema que jugaban perfectamente, simuladamente, el juego de la ética ajustada, premio jugosamente remunerado al que accedieran, entre otros, Jacobo y su hijo Abraham Zabludovsky, Carmem Aristegui, Naranjo, Carlos Monsiváis, Juan José Arreola, Elena Poniatowska, Efraín Huerta, José Emilio Pacheco, Abel Quezada, Magú, Isabel Arvide, Efrén Maldonado, Cristina Pacheco, Raymundo Riva Palacio, Héctor Aguilar Camín, Helio Flores, Fernando Benítez, José Carreño Carlón, Rius, Gutiérrez Vivó, José de la Colina, Lorenzo Meyer, Blanche Petrich, Raúl Trejo Delarbre, Sari Bermúdez, Helguera, Octavio Paz, Televisa, Nexos, Hugo Gutiérrez Vega y El Fisgón”.

Dos periodistas, dos escritores: Víctor Roura con Edmundo Valadés. / Foto: Pedro Valtierra.

El dinero es lo que mueve a los medios y a la inmensa mayoría de los periodistas

—¿Cuáles son los principales elementos que hicieron de las páginas culturales de El Financiero una sección extraordinaria? Uso la palabra “extraordinaria” con toda conciencia. Pues, repasando la historia del periodismo cultural, no hubo antes ni ha existido después (no, al menos, en México) un ejercicio periodístico cultural semejante al que usted logró confeccionar, durante 25 años, en aquellas páginas. El propio Humberto Musacchio, en su libro Historia del periodismo cultural en México, afirma, según apuntó la periodista Karla Zanabria, que por la sección de “Cultura” que usted dirigió pasó “todo el México culto, creadores y obras, encuentros y desencuentros cubiertos con admirable puntualidad e independencia de criterio”.

—Creo que debió de haber sido la real pluralidad del ejercicio periodístico lo que causara el engrandecimiento de aquellas páginas, no en vano dio espacio a más de mil colaboradores de distintas regiones del país lo mismo que del extranjero, al grado de que yo no conociera físicamente a más de la mitad, que sólo calificaba escrituralmente. A diferencia de otras zonas donde sólo se publicaba a las amistades y a los conocidos, como siempre lo hiciera la denominada mafia cultural comandada por personajes como Fernando Benítez, Huberto Batis o Carlos Monsiváis, nosotros nos enfilábamos por la calidad periodística, jamás reconocida por los colegas de los restantes medios como los eternos periodistas culturales de, por ejemplo, La Jornada, mismos que yo contratara en un principio al fundarse ese periódico en 1984, que se negaban a entablar cualquier contacto, aunque yo los buscara, tal como hice cuando Pablo Espinosa publicó su primer libro de crónicas en el Conaculta: se negó por completo a tener una conversación con El Financiero sólo por el hecho de estar yo al frente de las páginas culturales. La razón de aquella infamia sólo está en la cabeza de los que se negaban a platicar con nosotros.

“Creo que esa perspectiva plural fue la que encendiera la mecha de la cualidad informativa, pues los medios ajenos a El Financiero jamás se ocupaban de lo que yo hiciera literariamente por no ser uno de ellos, o por no ser como ellos: al atender a propios y a extraños, la sección cultural de El Financiero voló demasiado alto, razón por la que fui excluido de las contiendas amañadas u organizadas por los periodistas que aplaudían el quehacer de la mafia, que trabajaba únicamente para su beneficio (el de ella misma, no de los periodistas que la aplaudían), acción que nosotros denunciáramos puntualmente con nombre y apellidos, que le molestara bastante, argumento por el cual fui vilipendiado y negado numerosas veces en las cortes oficiales, asunto que, por lo menos a mí, me tenía sin cuidado.

“Porque pisaba firme en un diario dirigido por don Rogelio Cárdenas Sarmiento, quien se confrontara, por ejemplo, con Vicente Fox cuando este panista mandaba en el país, que le pidiera (Fox a Cárdenas) mi despido fulminante de ese medio, cuestión a la que se negara, admirablemente, el director general de El Financiero, recibiendo incluso castigos (como el retiro de la publicidad gubernamental) por su desobediencia civil, circunstancia indiferenciada, callada, por los periodistas que sabían simular su crítica para no dejar de recibir dinero oficial.

“Creo que ése (la ética periodística, el no seguir los caminos trazados previamente por la cúpula intelectual que hasta hoy continúa dominando en los recintos culturales) fue un factor esencial para mi trabajo diario en la cultura mexicana: no olvido cómo un reportero, ya lamentablemente fallecido, dejó plantado a un poeta cuyo primer libro empezaba a circular por el hecho de considerarlo menor sin haberlo leído: me dijo, mi reportero, que no podía entrevistar a un escritor menor… a menos que fuera mi amigo o amigo suyo. Por supuesto, este reportero acabó siendo contratado de inmediato por La Jornada para, después de haber visto su presunción, darlo de baja con prontitud, pero ya se lo habían expropiado, y esa era su victoria pírrica, a Víctor Roura”.

—Usted ha sido fundador de secciones culturales en medios como La Jornada y El Financiero. Dirigió revistas como México Canta y Las Horas Extras. ¿Qué ha perdido y qué ganado el periodismo cultural desde los años setenta, cuando cubría rock y contracultura, hasta hoy, que los medios están sometidos por lo digital?

Las Horas Extras la hice después de haber sido expulsado de La Jornada; igual sucedió cuando creé Melodía Diez Años Después (no sólo por la banda Ten Years After, de Alvin Lee, sino precisamente porque salió en 1978, a una década del asesinato en Tlatelolco), colaborando, de manera paralela, en el unomásuno. Luego de la transformación de Melodía en un periódico que exaltara la música comercial (metamorfosis a la que yo me negué reemplazándome, entonces, Gerardo María, quien acababa de recibir el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 1979), prácticamente me encargué de esta sección cultural, la del unomásuno, por completo, pues Humberto Musacchio, oficialmente el editor responsable, la había dejado en mis manos ante su permanente ausencia.

“En efecto, he estado al frente de alrededor de una decena de publicaciones independientes que, a la larga, por uno u otro motivo (la mayoría por falta finalmente de mantenimiento económico), fueron desapareciendo del orbe editorial, si bien todas y cada una de ellas me han servido para alimentarme de periodismo al irme percatando de las mezquindades o benevolencias, según, en sus interiores.

“Por ejemplo, los colaboradores de México Canta me animaron a hablar con el dueño de la empresa, René Eclaire, para exigirle, ya que yo la dirigía entonces (¡a mis poco más de veinte años de edad!) una mejor composición editorial, misma debilidad (impresión en sepia, redacción apresurada, temas frivolones) que yo les había señalado. Me dijeron que si algo grave ocurría todos ellos se irían conmigo a crear otra revista. Y fui a hablar con el señor Eclaire para pedirle una reparación de los defectos que se suscitaban en la revista roquera, pero Eclaire no me dejó hablar diciéndome que me dejara de insensateces y que me pusiera, mejor, a trabajar, mas cuando le hice ver que hablaba yo totalmente en serio y que renunciaría si no prestaba oídos a mi petición, golpeó enojado con el puño en la mesa y me gritó que yo no renunciaba sino que él me despedía en ese instante llamando a su secretaria Lolita para que me diera unos cuantos pesos de liquidación, cosa que hizo con delicadeza, presurosa, Lolita, y me fui de allí desconcertado, alicaído y desesperanzado, pues mis compañeros, al verme despedido, me dieron la espalda diciéndome que yo me la había buscado y a ver a quién de ellos Eclaire nombraba nuevo director de México Canta.

“En la revista Dimensión, que dirigía Daniel Castro del Valle, el subdirector me exigía que le devolviera, a él, como si fuera suyo, un disco de Uriah Heep que la discográfica Polydor me había entregado para que yo lo reseñara, el único, y primer, disco que había recibido entonces por mis colaboraciones que jamás me pagaban.

“Pero de esas miserias, sin embargo, me fui dando cuenta de la realidad periodística musical, acciones que me han servido mucho para desplegar, en sentido contrario a estas nefasteces, mis alas periodísticas.

“Sí, efectivamente: la prensa cultural es disminuida, y cada vez más, por ser la que menos aporta económicamente a los medios de comunicación, pues una cosa es la teoría y muy otra la práctica, y si no hay práctica en la prensa cultural, es decir el dinero, muy poco viene valiendo la teoría.

“¿A quién le importa realmente la prensa cultural, José? El dinero es lo que mueve a los medios y a la inmensa mayoría de los periodistas”.

Portadas de algunos títulos de Víctor Roura.

—¿El cambio de régimen del PRI-PAN a la autodenominada 4T cambió la dinámica, el poder, la influencia y los usos y costumbres de las mafias culturales, como podría suponerse, o sólo variaron nombres y apellidos? ¿Qué caracteriza a las mafias culturales hoy, si es que todavía existen?

—Este diálogo lo he contado ya varias veces, si bien su caudal de fondo no deja de ser ineludiblemente válido, lo que exhibe, de muchos modos, el entramado político al que se acostumbrara, de manera arraigada, el ciudadano que, por eso mismo, extraña, y aun practica, el abrumador, viejo, y sistematizado, quehacer burocratizado, pues una cosa es lo que se diga y muy otra llevarla a cabo, condiciones permisibles en los felices discursos siempre incomprobados (revísese, por ejemplo, la numerosa familiaridad habituada en las alcaldías morenistas que derrumban, de un soplo, el mito de la expulsión del nepotismo).

“Miguel Ángel Pineda, por muchos años coordinador de Comunicación Social del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes priista, es el autor de aquel exabrupto diálogo que he reproducido innumerables veces por su valía discursiva e irrefutable premisa política. Al encontrarnos ambos en los pasillos de la Universidad de Guadalajara, a principios del morenismo (en mi última intervención pública como autor), después de invitarme un vodka, me dijo:

“—Nosotros [y se refería, Pineda, al comportamiento priista hacia los medios] te dábamos algo [porque, ciertamente, para poder crear mis publicaciones culturales recibía, yo, uno o dos anuncios gubernamentales que me servían para poder pagar los gastos de papel de la imprenta, acto que yo consideraba indispensable bajo el término de la distribución, siempre inequitativa (ya que se alimentaban con miles de millones de pesos a las casas editoras favorecidas y exquisita y ampliamente manipuladas por el poder político), del presupuesto oficial], pero el obradorismo ahora no te da ni mierda.

“Miré hacia otros lados, porque tenía razón Pineda: mi periodismo, desde la llegada de López Obrador a la silla presidencial, fue completamente anulado contra todo mi pronóstico, creído absurdamente de las palabras morenistas acerca del equilibrio, por fin, de la repartición publicitaria gubernamental a los medios.

“Así fue: López Obrador no me dio ni mierda para continuar haciendo mi periodismo.

“A grados tales que en la Secretaría de Cultura decían, o dicen, no saber quién diablos es Víctor Roura, lo que ha impedido mi desarrollo en las ediciones culturales: ¿tú crees, José, que alguien me ha llamado para que colabore con ellos o que el Fondo de Cultura Económica me ha pedido, por lo menos, un título para airearlo editorialmente o que algún periodista se ha percatado de los cambios reales que se suscitaron en la sección cultural de Notimex mientras fungí como su director o alguien me ha hablado para preguntarme de los sucesos internos en la extinta Agencia de Noticias del Estado mexicano, de donde fuimos míseramente expulsados, castigándonos financieramente para beneficiar económicamente a los sindicalistas con millones de pesos del erario?

“Ha sido, sí, decepcionante mi intromisión en los medios del Estado, creído en efecto de que las cosas podrían cambiar, pero no, sólo se ha beneficiado, como bien dices, a otras personas, a la intelectualidad con otros nombres y apellidos.

“Pese a haber vivido esta miseria reiterada, no puse, sin embargo, el grito en el cielo porque mis fines no eran las búsquedas amafiadas del poder cultural, que aún existen bajo otros nombres y términos: ¿quién iba a decir que los aplaudidores del salinato iban a ser los triunfadores del morenismo? ¿No cartonistas que recibieron millones de pesos del zedillismo por su fiereza crítica contra el zedillismo son hoy beneficiados intelectuales del sistema político?”

El periodista y escritor mexicano en una imagen de 2014. / Foto: Jorge Darío Perea Juárez|UAM-A.

“Si me apellidara Roura Alcalde otro gallo, probablemente, me hubiera cantado”

—Durante muchos años, a través de sus columnas periodísticas, fui registrando diferentes anécdotas que le sucedían y que usted contaba en las páginas de El Financiero, principalmente. Varias de ellas me parecían inverosímiles, a decir verdad. Pero eso fue hasta que pude corroborar lo absurdo de muchas experiencias periodísticas que vivía cotidianamente: desde mujeres que asumían que su belleza las llevaría a publicar obras excelsas hasta políticos o literatos encumbrados llamando a directivos de medios para expresar su incomodidad por algún texto publicado y, de paso, solicitar su remoción como encargado de las páginas culturales. ¿Podría compartir una o dos de esas anécdotas cuasi inverosímiles que le han sucedido?

—Sí, José, son numerosas. Van, sin embargo, sólo dos: una vez una persona quería que le publicara un texto sobre la radio, lo quería ver publicado mañana mismo. Cuando le dije que me lo dejara, que lo leería con calma después de la edición del día, se puso furioso y me contestó que no se iría hasta que yo lo leyera; en fin, luego de casi rogarle que por favor me lo dejara, el texto, y que mañana le tendría una respuesta, accedió malencarado y, al siguiente día, en punto de las cuatro de la tarde, se presentó no para preguntarme qué me había parecido el texto, sino para exigirme que mañana lo quería ver ya impreso pero, para su desgracia, ya lo había yo leído: no sólo tenía demasiadas faltas ortográficas, sino el texto, en sí, era una caricatura impresentable donde se apuntaba que él, el autor del texto, era la única persona en México con una excelente voz capaz de cambiar, para bien, toda la radiofonía nacional.

“Le dije que no podía publicar su artículo por inexactitudes gramaticales.

“No se lo hubiera dicho porque en ese momento, sin decirme una sola palabra, se fue contra mí para golpearme, mas fue sacado de la redacción de El Financiero, diez minutos después, por los encargados de la vigilancia interna, avisados de que estaba yo siendo agredido en la redacción.

“Cuando fue llevado hacia afuera, no dejaba de gritarme que me mataría por mi desacato editorial.

“Y la otra tiene que ver con lo que dijo, a mis espaldas (no se dio cuenta de que yo la escuchaba), una de mis reporteras:

“—Si ahí mismo el poeta me pedía que me desnudara, lo hubiera hecho con sumo placer…

“Ya no volví a darle la orden de que entrevistara a ningún escritor, por lo menos durante un mes”.

—Para continuar con cosas, o hechos, que parecen inverosímiles, también está la forma en cómo lo han tratado sus viejas casas periodísticas: a los diez años del unomásuno, en 1987, para celebrar un aniversario más, este periódico editó una antología bibliográfica sin incorporar un solo reporte de Víctor Roura; en La Jornada, del cual es uno de sus fundadores, el nombre de Víctor Roura nunca aparece en sus páginas porque se halla en la lista negra; y en El Financiero, sencillamente, ha dejado de existir…

—Lo que habla, asimismo, de una mezquindad inobjetable en el periodismo mexicano: el unomásuno prefirió ocultar, en el libro antológico, el asesinato de John Lennon no por olvido informativo sino para no registrar mi nombre en su aniversario, ya que yo fui el que traté dicho escabroso tema, pues en ese diario me consideraban “traidor” por haberme alejado de su redacción para ir a fundar La Jornada, periódico que, a su vez, me considera “traidor” por hacer subrayados de las éticas ajustadas de su directiva (los halagos apasionados de Carlos Payán a Salinas de Gortari, por ejemplo, o cuando fui expulsado de la zona cultural por no obedecer los mandatos de la dirección de halagar cotidianamente a la mafia cultural, o haber notificado el despido de Jaime Avilés por no aceptar rendirse ante las bondades económicas peñanietistas); y en El Financiero, sencillamente, pese a haberme ofrecido el director Enrique Quintana el mismo sueldo que tenía por elaborar una columna semanal, decidí retirarme por una convicción periodística: me hubiera incomodado yo mismo verme en una nómina peñanietista, incluso me fui de ahí sin haber recibido un pago justo en la liquidación, pues aducían que la nueva empresa no me había despedido, sino que yo había renunciado a ella. Y cuando creí por fin en un gobierno, como el obradorista, fui severamente castigado por no haber pensado políticamente: antes que eso preferí sumirme, ¡error mancomunado!, en mis propios pensamientos, como lo he hecho toda mi vida. Igualmente, por ese inmisericorde despido gubernamental, no recibí una cantidad justa por la injustificada eliminación periodística, sí, a cambio, recibí burlas y una actitud déspota del funcionariato instalado en la Secretaría del Trabajo. Me entregaron poco más de 200 mil pesos, a diferencia de los más de dos millones que recibiera cada sindicalista, trabajadores que, con tanto dinero, hasta pusieron ya una agencia informativa suya.

“Si me apellidara Roura Alcalde otro gallo, probablemente, me hubiera cantado”.

—Son 70 años de vida, maestro, y la misma cantidad (o más) de libros publicados. En este momento, y después de todo lo hecho hasta ahora, ¿hay algún proyecto pendiente que le inquiete? ¿Qué le falta por hacer a Víctor Roura?

—Sí, me aproximo al centenar de libros publicados, asunto que, como ha sido ampliamente demostrado en los medios, sólo debe interesar a Víctor Roura y a sus lectores (numerosos, para fortuna mía, a los que aprecio, aun sin conocerlos, como apreciaba a mis colaboradores aun sin haberlos conocido físicamente): a ningún reseñista profesional de libros. Quisiera no dejar nunca de escribir… aunque en ello no sólo no gane dinero sino incluso lo pierda, como sucedió antes de la pandemia cuando tuve que vender, a 100 pesos cada uno sin importarle al comprador si se trataba de una primera edición o estuviera el libro autografiado por su autor, cuatro mil ejemplares de mi apreciada biblioteca a causa de los adeudamientos cometidos por los inversionistas de mis publicaciones independientes, que sólo querían sumar, o confiscar, los bienes de los medios emprendidos (porque afortunadamente las publicaciones de mi autoría se acababan en los kioscos, llegando a rebasar en los aparatos digitales, cuando editaba el periódico cultural La Digna Metáfora, el millón de lectores), dinero que, por supuesto, no iba a conseguir en ninguna parte, acción impensada por gente como Fernando Benítez o Carlos Monsiváis, quienes jamás construyeron revistas propias, pese al mucho dinero que recibían, porque su ambición monetaria los hacía únicamente sumar, y esto lo digo no con un ánimo martirológico sino con apreciación realista… quisiera, digo, no dejar nunca de escribir, aunque mis ojos, que se nublan lentamente a causa de un accidente automovilístico en 2003 como consecuencia de un probable secuestro en mi contra, cada vez más me impiden la claridad escritural, si bien lo realizado hasta este momento me deja complacido: en realidad, de volver a nacer, haría de nuevo lo que he efectuado periodísticamente desde 1972.

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