Junio, 2025
Nació en noviembre de 1922 y partió de este mundo en junio de 2010. De orígenes modestos, escaló hasta la cima de la literatura consagrándose como el primer Premio Nobel de las letras portuguesas (y hasta ahora el único). Un galardón que llegó por obras como El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera o Las intermitencias de la muerte. Autor prolífico —de casi todos los géneros dejó constancia—, era reconocido además por su defensa de los derechos humanos. Ahora que se cumplen tres lustros de su partida, Víctor Roura recuerda al escritor José Saramago.
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Nobel de Literatura en 1998, el portugués José Saramago fallecería en España una docena de años después, el 18 de junio de 2010, a sus 88 años.
En este 2025 se conmemoran tres lustros de su partida.
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Manual de pintura y caligrafía la publicó José Saramago por vez primera, en portugués, en 1977. Debido a la obtención del Premio Nobel en 1998, la Editorial Alfaguara se encargó de recopilar, y traducir al español, toda su obra en la colección “Biblioteca José Saramago”. De ahí que las “viejas” letras del escritor europeo se convirtieron automáticamente, entonces, en “novedades literarias” en el terreno hispanoamericano, de ahí que el Manual de pintura y caligrafía, reeditado en 1999, por ejemplo, exhiba los dubitativos pasos de quien, en un pronto futuro, se convertiría en un luminoso novelista.
Baste con decir que, de las 300 páginas que tiene la novela, realmente ésta comienza en la página 253, luego de hilar banales fragmentos de un rompecabezas sin sentido, cuyo protagonista es un pintor mediocre (llamado simplemente H) que, de la noche a la mañana, decidió cambiar los pinceles por la pluma atómica por la necesidad de buscar otros medios expresivos.
“Me veo escribiendo como nunca me vi pintando —apunta H—, y descubro lo que hay de fascinante en este acto: en la pintura hay siempre un momento en que el cuadro no soporta una pincelada más (mala o buena, lo empeoraría), mientras que estas líneas pueden prolongarse indefinidamente, alineando fragmentos de una suma que nunca será iniciada, pero que es, en ese alineamiento, ya trabajo perfecto, ya obra definitiva, porque es conocida. Es, sobre todo, la idea de la prolongación infinita lo que me fascina. Podré estar escribiendo siempre, hasta el fin de mi vida, mientras que los cuadros, cerrados en sí, repelen, aislados ellos mismos en su piel, autoritarios, y, ellos también, insolentes”.

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Pues mirándolo con algo de agudeza, es obvio que este pintorcete escribe bastante bien aunque Saramago, a lo largo del libro, insista en anotar lo contrario. Es el pintor en su escritura, sí, algo intrincado, y en este aspecto curiosamente se parece mucho al estilo del propio autor del libro, lo cual, de antemano, es un año del Nobel: ¿cómo pone a escribir con estilo laberíntico a un pintor que supuestamente nunca antes había escrito?
H es un retratista, y de eso vive, ya que desde los retratados se va explicando el mundo. Cuando S le pide una pintura, H lo califica: “Se diría que ha nacido ya con todas las batallas ganadas o que dispone, para luchar en su lugar, de invisibles combatientes que van muriendo cuidadosamente, sin ruido, sin elocuencia, alisándole el camino como si fueran simples ramajes de escoba. No creo que S sea un rico, millonario en el sentido que hoy exige esta palabra, pero tiene bastante dinero. Eso es algo que se nota ya en la manera de encender el pitillo, en la manera de mirar: el rico nunca ve, nunca repara en nada, sólo mira, y enciende los pitillos con el aire de quien esperaría que ya vinieran encendidos: el rico enciende el pitillo ofendido, es decir el rico enciende ofendido el pitillo porque casualmente no hay allí nadie que se lo encienda”.
Aquí está el primer Saramago que irá descollando lentamente en su visión del mundo, en esa su visión generosa del lado de los desafortunados, de los sin nombre, de los desheredados.
Manual de pintura y caligrafía, en todo caso, es un primer, y válido, ejercicio literario, donde se aprecian los primitivos pasos de la comprensión del significado de la novela. Es ilógico que un pintorcete como H, que nunca antes había escrito ni una sola línea, pueda desarrollar esta descomunal prosa: “Me vuelvo a preguntar no obstante por qué razón siendo S este hombre detestable que he descrito, se apoderó de mí la obsesión de comprenderlo, de describirlo, cuando otra gente más interesante, entre las mujeres y hombres que he retratado, pasó por mis ojos y mis manos a lo largo de todos estos años de mediocre pintura: no encuentro más explicaciones que el cambio de edad en que estoy, que la humillación súbitamente descubierta de quedarme de este lado de la necesidad, de esa otra y más ardiente humillación de ser mirado desde arriba, de no ser capaz de responder a la ironía con desprecio o con sarcasmo. Intenté destruir a este hombre cuando lo pintaba, y descubrí que no sé destruir. Escribir no es otra tentativa de destrucción sino más bien la tentativa de reconstruirlo todo por el lado de dentro, midiendo y pesando todos los engranajes, las ruedas dentadas, contrastando los ejes milimétricamente, examinando el oscilar silencioso de los muebles y la vibración rítmica de las moléculas en el interior de los aceros”.

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Pues este mediocre pintor, modestamente, pintaba ya para Nobel desde sus pininos escriturales (¡aun sin saber escribir, sin haber tomado un curso de redacción ni participado en talleres literarios, sino por puro inspirado empirismo, por mera intuición lingüística!).
Pero, después de intrincados pensamientos, de viajes y razonadas teorías pictóricas, de pronto, precisamente en la página 253, se inicia el real objetivo literario de Saramago: “Han detenido a Antonio. Hace tres días. Lo he sabido esta mañana, por Chico, en la agencia donde trabajo desde hace casi un mes. Chico entró en el estudio, sobresaltado, atropellando las palabras, o quizás no, tan pocas fueron”.
La tensión comienza.
Antonio, que casi no había aparecido en los capítulos anteriores, súbitamente adquiere prioridad en la novela, y el pintor H (ahora convertido en afanoso publicista), sin saberlo, se vuelve un cronista ejemplar. Ya no se lamenta de no saber escribir y narrar, con tensión premeditada, los días anteriores al “golpe de Estado progresista” en el Portugal de 1974, denominado también “Revolución de los Claveles”.
José Saramago dice que la historia “anda más rápido que los hombres que la pintan o escriben”.
Ese es el tema de su libro.
De un día para otro, el vuelco de la política puede cambiar la vida de miles de personas, hacerlas livianas o invulnerables, importantes o nulas, invisibles o trascendentes.
H, por ejemplo, involuntariamente, debido a su poderosa pluma (aunque él se empeñe en creer lo contrario), describe con frugalidad la fragilidad de los hombres, esos seres políticos por antonomasia.