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Los mundos de yolanda segura

Mayo, 2025

En esta nueva entrega de ‘Voces Insurrectas’, Estefania Ibañez se detiene en ya nada va a embestirnos esta noche, de la escritora mexicana yolanda segura. Vulnerabilidad, juego, desobediencia, tristeza… El libro es un viaje al pasado de dos niñas que son parte de un entorno y al mismo tiempo sobreviven a él, escrito con una poética antinormativa. Como escribe Estefania en las siguientes líneas: definitivamente quien lo lea no se salvará de una sacudida.

ya nada va a embestirnos esta noche (Palíndroma, 2024) de yolanda segura (Querétaro, 1989) me sacudió la mente y el corazón. Su poética y estilo en este texto son los de una morra intrépida que se anima a escribir —en una época en que la libertad es un lujo— de los esquemas familiares y de su desacuerdo con la colonialidad antropocéntrica, principalmente. Aunque también habla sin rodeos de otros mundos como la vulnerabilidad, la tristeza, las reglas sociales, el cautiverio, el muro fronterizo estadounidense y los antecedentes del cine moderno.

Se apega a la corriente, aunque no oficial, de escribir únicamente con minúsculas y con pocos signos de puntuación. Quizá quienes no estén habituados a este tipo de lectura les resulte difícil y confusa, sólo que no perjudica en lo absoluto la calidad de sus mensajes: definitivamente quien la lea no se salvará del estruendo.

El texto es breve, son 87 páginas de un viaje al pasado de dos niñas (su hermana y ella) que bien son parte de un entorno y al mismo tiempo sobreviven a él. La escritora se agarra con fuerza de diferentes especies de animales para ejecutar alegorías sensibles y despiadadas de su propia existencia, en la que los silencios familiares, sobre todo los de mamá y de papá, fatigan al extremo.

Sacar a flote los abandonos, los dolores y las alegrías no es tarea sencilla y yolanda lo hace con tal finura que parece que te habla de frente. Las fotografías de antaño, los videos caseros casi forzados de un padre que sólo desea crear recuerdos de las visitas al zoológico y las noches abrazadas por el miedo y las pesadillas son estampas que la autora comparte sin recato. “todo lo que se pudre, ya sabemos, forma una familia”, escribe.

Lesbiana-queer transfeminista, yolanda establece un diálogo auténtico con los animales, es más un lazo con un león, un tigre, perros, elefantes y bisontes o búfalos. Los peces de colores son punto y aparte, para ella y su hermana pertenecen al círculo familiar, son amigos, son hermanos, son los regalos cotidianos de unos padres siempre ocupados que sólo quieren orientar a sus hijas hacia una vida plena para que aprendan de cuidados y de responsabilidades.

Los peces son sus más fieles acompañantes, sus salvavidas, los que las invitan a rebelarse ante las obligaciones dignas de la niñez: organizar la habitación, ser obedientes y sacar buenas notas. Los peces crecen con ellas, mueren con ellas, y esos, los que se van, se vuelven memorias amargas: ¿puede un par de niñas solitarias hacerse cargo de animales que requieren de harta atención y dedicación?

“veíamos los peces y los cuidábamos hasta que un día de tanta comida se inflaban y comenzaban a flotar uno por uno ya muertos los peces que sacábamos entonces con una red sin que papá se diera cuenta”, apunta la doctora en Letras Latinoamericanas.

Jaulas mentales y físicas

ya nada va a embestirnos esta noche significa lo mismo que dignidad. Pese a que yolanda escribe desde las entrañas, en la lectura no hay reclamos violentos a los padres, queda claro que con el paso del tiempo la escritora es empática, sin dejar de ser crítica y enfrentar las herencias familiares, a la par que agradece la solidaridad, el apapacho y el acompañamiento —en la medida de lo posible— entre su hermana y ella.

Sólo que las jaulas mentales (en los humanos) y físicas (en los animales) persisten. En el libro aparecen como obstáculos, como instrumentos de dominación: “parece que tenemos animales en jaulas para recordarnos siempre que se puede ser aún más miserable como si la sensación de libertad dependiera de compararse con otros menos libres”.

El libro destaca por su poesía y mezcla de géneros. Poco antes de la mitad, transmuta a cuento-ensayo, uno doloroso e indignante en el que los protagonistas —aunque se mencionan en todo el ejemplar— son los búfalos: su paso por la tierra, su importancia en el ecosistema y el amor y odio que los seres humanos sienten por ellos.

La autora, Premio Nacional de Poesía Carmen Alardín 2018, hace referencia a las comunidades indígenas norteamericanas de la segunda mitad del siglo XIX. Para ellas, los búfalos son criaturas que simbolizaban su alimento y también representaban grandeza, fortaleza, sabiduría y curación: “el búfalo era un ser sagrado al que las tribus festejaban con bailes tras la cacería”. Pero también plantea la crueldad de los colonos emprendedores empeñados en erradicar a los bisontes para debilitar al mismo tiempo a los indígenas.

El recorrido de este libro es denso y sugiere que los fantasmas del ayer no siempre regresan para atemorizar, sino para recoger con cariño los restos de las piezas que ayudaron a cimentar identidades sólidas, en este caso, las de dos hermanas que vivían en su propia pecera, en la que intentaban protegerse y al mismo tiempo huir.

Niñas guiadas por la majestuosidad de los búfalos, por sus miradas intensas, y a veces, aunque poco, custodiadas por el temor que estos seres les producían. En ya nada va a embestirnos esta noche yolanda segura estremece a su antojo y ayuda también a desenredar una vida con ataduras.

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