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Creedence Clearwater Revival, octogenario

Tom Fogerty, 35 aniversario mortuorio

Mayo, 2025

Cambiaron la dirección de la música popular a finales de los años sesenta, pero combustionaron demasiado pronto tras un compendio de engaños, traiciones y rencores. De hecho, a Creedence Clearwater Revival le bastó un lustro y siete álbumes de estudio para convertirse en una de las mejores bandas de la historia del rock, y una de las más influyentes. Llamados cariñosamente ‘Creedence’ o ‘CCR’, sus integrantes han llegado, respectivamente, a los 80 años de vida: John Fogerty los cumplió el pasado 28 de mayo. Doug Clifford el 24 de abril. Y un día después, el 25, los cumplió Stuart Cook. Tom Fogerty, por otra parte, habría cumplido 84, pero se marchó de este mundo hace justo 35 años. Y aunque semiretirados de los escenarios Doug y Stu, John Fogerty sigue dando titulares y ahora mismo está de plácemes: tras recuperar los derechos de su catálogo al frente de Creedence luego de una larga disputa legal con sus excompañeros—, el músico estadounidense publicará en agosto Legacy: the Creedence Clearwater Revival Years, un disco con 20 de sus más queridas (y emblemáticas) canciones regrabadas y actualizadas para la ocasión. Por lo pronto, el periodista y cronista musical Víctor Roura celebra a CCR.

1

Lo miró de reojo.

—No te me distraigas, Doug —dijo.

Fue hacia él. Hizo como que le daba un codazo.

—Ya, no es para tanto —dijo Doug.

El californiano John Fogerty, octogenario a partir del pasado 28 de mayo, rió entonces.

Tomó al baterista Doug Clifford (californiano y octogenario también desde el pasado 24 de abril) del brazo para conducirlo al suelo y ambos comenzaron a platicar.

—Tienes que pegarle más mesuradamente a los tambores —indicó John.

Doug asintió.

—Ni hacer redobles seguidos. Vete por la discreción. No resaltes. No quieras resaltar.

Salieron en la plática los nombres de Ringo Starr (Liverpool, quien cumplirá 85 años de edad el próximo 7 de julio) y de Charlie Watts (Londres, 1941-2021).

—Tampoco te parezcas a ellos —dijo John—, pero observa sus trabajos.

Doug se puso serio.

—Sí, parece que no hacen ruido —observó.

Desde un principio ensayaban en la casa de Clifford. Desde que iban a la escuela.

—Ya al patio lo denominábamos el Taller de Cosmo —explica John.

Porque Clifford tenía una endemoniada inclinación hacia lo científico.

—Le decíamos Cosmo, por eso —dice el bajista Stuart Cook, californiano también y, como John Fogerty, octogenario desde el pasado 25 de abril, un día después de que Clifford cumpliera asimismo las ocho décadas de vida.

Cook fue el tercer miembro, también condiscípulo de ambos músicos allá en El Cerrito, California. Lo invitaron como pianista. Con esa formación: guitarra, batería y teclados, se presentaron por primera vez a tocar en público en una fiesta de amigos en 1959.

—Nos pusimos Los Terciopelos Azules —dice Stu Cook.

En ese sentido se les adelantaron a Andy Warhol.

—Sí —dice Doug—, porque Warhol años después integraría con Lou Reed sus Subterráneos Terciopelos.

Es decir: Blue Velvets y Velvet Underground.

Cuando Tom Fogerty (nacido en Berkeley el 9 de noviembre de 1941, fallecido a los 48 años de edad el 6 de septiembre de 1990, justo hace tres décadas y media a causa de un descuido médico), hermano cuatro años mayor de John, los escuchó, no quiso quedarse afuera del proyecto musical. Se les unió como cantante, ya que aún John no se decidía a vocalizar. De ahí que modificaran luego el nombre. Se llamaron Tom Fogerty y los Blue Velvets.

Su música tomó otro camino, que construyó finalmente el hermano menor de Tom.

2

John levantó la mano.

—Ahí está, óiganlo —dijo.

En la tornamesa escuchaban por undécima vez una pieza del texano Roy Orbison (1936-1988).

—Así de sencillo. Sólo hay que seguir una melodía y armonizarla. No metamos cemento donde hay árboles…

Orbison cantaba una y otra vez. Tom seguía el ritmo con su guitarra.

—No, Tom, ahí le hace falta un sostenido —dijo John y puso su mano en la guitarra indicándole la posición correcta.

Tom lo imitó.

Luego, oyeron otros tantos discos de Elvis Presley (1935-1977), Carl Perkins (1932-1998), Bo Diddley (1928-2008), Jerry Lee Lewis (1935-2022), Bill Haley (cuyo centenario natal se conmemora este 6 de julio, fallecido a los 55 años de edad el 9 de febrero de 1981), Little Richard (nacido en Georgia el 5 de diciembre de 1932, fallecido 87 años después hace justo un lustro, el 9 de mayo de 2020), Fats Domino (1928-2017), Howlin’ Wolf (1910-1976), Chuck Berry (1926-2017) y Muddy Waters (1913-1983).

John levantó la aguja del disco.

—Pues, ahora a lo nuestro —dijo.

Sacó unos papeles que eran una especie de gráficas musicales, donde se apuntaba con cruces, palomas, taches, rayas, círculos o lo que fuere, la ruta de una canción nueva propuesta por él.

—¿Cómo les suena esto? —preguntó a la vez que tarareaba una imaginaria letra. Poco a poco iba sacando su voz.

—Bien —dijo Stu.

Y todos empezaron a tratar de seguirlo.

Stuart Cook en una imagen de 2016. / Foto: Jonathunder (Wikimedia Commons).

3

Estaban viendo el Canal 9. El programa The anatomy of a hit. Esa ocasión presentaban un documental para televisión sobre Vince Guaraldi y su pieza “Cast your fate to the wind”.

John volteó a ver a Tom.

—Tuvimos la impresión de que Vince había dado en el clavo sin conseguir llegar a nada —dice John—, y pensamos: “¡Caramba! A lo mejor podría usar nuestro material”.

John confiaba en cuatro piezas suyas instrumentales.

Dos días merodeó por su cabeza el asunto, mas no se decidía.

—Por fin me dije que no podía estar todo el tiempo pensándomelo —indica—. Fui hasta la disquera Fantasy y pedí hablar directamente con el presidente de la compañía. Con Max Weiss.

La secretaria de Weiss, obviamente, lo miró de arriba abajo.

—Le dije que era un compositor de rock —asegura John.

Weiss lo recibió. Escuchó la sugerencia y escuchó, luego, las piezas.

—Bueno —dijo—, deberías hacer piezas con partes cantadas…

Y lo hicieron. Weiss les prometió hacer unas pruebas en el estudio.

—Hicimos una cinta muy cruda —dice John—, una especie de prueba. No era más que una simple demostración. Lo grabaron a la velocidad de siete y medio, igual que en un magnetofón casero, y añadimos unas cuantas cosas. Después de eso me marché a Portland y, a los nueve meses, ¡salió el disco!

Dice que no lo podían creer.

Pero…

—Fuimos Tom y yo a la disquera corriendo —recuerda John—, excitadísimos, y lo escuchamos. No lo miramos hasta… bueno, media hora después miramos la funda… y… Bueno, y…

La portada del single decía que ellos, los Blue Velvets, eran los Golliwogs.

—… No sé cómo describirlo —dice John—, porque ya se me ha olvidado, ¡pero fueron cuatro horas de pesadilla!

Se repetían que, sí, bueno, oquei, sí, el nombre no está del todo mal, pero, bueno, sí, no suena mal.

—¿Cómo decírselos a Doug y a Stu? —preguntó John a Tom.

Su hermano se alzó de hombros.

Cuando Clifford vio la portada de su disco, simplemente dijo:

—El nombre es una mierda…

Tom repuso, tratando de que no se le notara el nudo en la garganta:

—Bueno, era la única forma de poder sacar un disco…

(El golliwog era, sencillamente, “un personaje negro en los libros infantiles anglosajones en el siglo xix”, que había alcanzado una enorme popularidad hacia la década de los sesenta, una especie de muñeco de trapo como Pin Pón en México, ese muñeco muy guapo y de cartón, que se lava la carita con agua y con jabón, sólo que el golliwog, igual de guapo, era negro. Y la discográfica, sin la autorización de los Blue Velvets, decidió cambiar, porque sí, su nombre.)

Le da una palmada John en la espalda a Stu.

—No nos vamos a deprimir por eso —le dice.

Doug Clifford. / Foto: Facebook oficial/Douglas Raymond Clifford.

4

Ya han pasado cuatro años desde su primer sencillo.

Otra nueva canción, “Brown eyed girl”, ha tenido una mediana difusión en la radio.

—¿Por qué nos cambiaron el nombre, carajo? —pregunta Doug.

John baja la cabeza.

—Mira que llamarnos The Golliwogs —dice Stu.

Tom se mira la uña del meñique de su mano izquierda.

—Los Golimierdosos —señala Doug.

John agarra su guitarra.

Va rumbo a la puerta.

—Nos vemos mañana —dice, cansada la voz.

Stu se despide, silenciosamente.

Doug hace lo mismo.

Tom mira el suelo.

Octubre nos va a cambiar, decía constantemente John sin saber exactamente por qué.

Sí, ándale, respondía Clifford.

Algo increíble nos va a ocurrir en octubre, repetía John.

Y, justamente en un día de octubre de 1967, los Fogerty recibieron una llamada telefónica de su amigo Saul Zaentz a quien habían conocido en la disquera.

—A Saul le caímos bien desde el inicio —dice John.

Platicaban de la música.

—No estoy muy seguro de lo que hacía en Fantasy —dice John—, creo que era representante de ventas. Pero nunca he llegado a entender lo que significan esos títulos…

Sonó el teléfono y Zaentz les dijo ni más ni menos que acababan de comprar Fantasy Records.

—Comprendimos enseguida que nuestras vidas iban a tomar otros rumbos —dice John—. Incluso nos preguntó si ya como dueño de ella seguiríamos firmando para la Fantasy. Le dijimos que por supuesto. De inmediato nos dio dinero prestado para que, ¡por fin!, nos compráramos el amplificador que nos urgía. Nosotros no teníamos ni un quinto.

Zaentz les dio confianza.

—Él estaba allí, pero no se metía en nuestro camino. Asistió a las dos primeras sesiones de grabación, pero no dijo ni una palabra. Él sabía que yo sabía lo que tenía qué hacer. O, por lo menos, me dio la impresión de que opinaba así.

Cuando John Fogerty le dijo que quería hacer una nueva versión de “Susie Q”, Zaentz dijo que hiciera lo que quisiera.

—Lo único que sé es que ya es tiempo de que hagan un disco —dijo Zaentz.

Ni Golliwogs ni nada por el estilo. Tampoco Velvets. John quería algo completamente diferente.

—Lo pasado sucedió ayer —dice.

Pensó en el nombre. Recordó que viendo una película (“pésima”), el protagonista resultaba víctima de la amnesia y había extraviado su identidad. Pensando en un nombre vio un anuncio de cerveza (Buddweiser) y un avión volaba justamente en ese momento. Tomando la primera sílaba de la cerveza y la palabra ala, por el avión, el protagonista formó su nuevo nombre: Buddwing.

—Así se las gastan los guionistas cinematográficos —dice riéndose John.

Así que él fue un poco más complicado.

Tomando un anuncio de televisión de nuevo como referencia fue saliendo el nombre. Un comercial sobre cerveza hacía notar la claridad y pureza del agua empleada para su fabricación.

Clearwater.

John tenía un amigo cuyo nombre no era nada común. Lo recordó.

Creedence.

Y quería a toda costa hacer notar la resurrección de su grupo.

Revival.

Era la víspera de la Navidad de 1967.

John Fogerty. / Foto: Mike Morgan (Facebook/JohnFogerty).

5

El disco estaba terminado en junio de 1968. “Susie Q” se oía a cada momento en la radio.

—No condescendimos en nada —dice John.

Después vendrían otras varias piezas.

—Pensaba sobre todo en la forma de la canción —dice—, no en cómo se iba a vender posteriormente. No hay nada malo en lo de vender discos (y eso es ser comercial). Lo que sí odio es eso de la música como comercio. Es igual que el enfoque comercial de Ralph Williams. Las pastas de dientes o lo que sea. Hay dos formas distintas de abordar la misma cosa. Claro, estamos intentando que nos escuche el mayor número posible de personas. Soy incapaz de imaginarme a un artista sentado en su habitación (un pintor, por ejemplo) y pensando: “No quiero que nadie vea nunca lo que yo hago”.

El crítico estadounidense Albert Goldman (1927-1994):

—La pureza y no la parodia de los negros es la esencia de los Creedence Clearwater Revival. Además, ahí está su cantante. Un primer cantante tan ronco que parece tener ruedas de esmeril en la garganta. Está gritando frente a una ceremoniosa banda que lleva el ritmo a golpes de calcetín.

John Fogerty:

—Siempre he creído que todos los grandes discos grabados deben proceder de Memphis o de Louisiana o de cualquier lugar no muy distante del río Mississippi.

Bob Dylan:

—La mejor canción popular aparecida en 1969 se llama “Proud Mary”.

John Fogerty:

—Estoy convencido de que mucha gente no piensa sencillamente porque no tiene delante de los ojos las cosas que están mal.

6

Nunca, John Fogerty, va a ser detenida la lluvia.

7

Luego de seis larga duración, Tom Fogerty piensa que ya no tiene nada qué decir con los Creedence.

En 1971 se separa del grupo para hacer algunos discos en solitario. Creedence grabaría sólo un acetato más en 1972: Mardi Gras. El sonido se viene abajo con las incursiones como compositores tanto de Doug Clifford como de Stuart Cook. Cada quien, luego, haría lo que pudiera. Doug y Stu se integrarían a la Don Harrison Band para tratar inútilmente de igualar lo que John Fogerty por su parte haría de manera solitaria: recorrer con acertados compases la periferia que va del country hasta el rock and roll.

Pero no saldría ya más ningún fortalecido sonido Creedence, una agrupación permanente con sólo tres años de vida.

oOo

Abandonó a los Creedence Clearwater Revival antes de que el grupo se disolviera. Algunos, no pocos, opinaron que su salida no modificó en absoluto al conjunto de Oakland, pero fue evidente que el último disco de Creedence fue el menos bueno en su historial.

—No queríamos la fama, sino sólo tocar rock and roll —dijo Tom Fogerty (9 de noviembre de 1941 / 6 de septiembre de 1990).

Ahí comenzaron los problemas.

—La música fue pasando a un segundo plano sin que lo pudiéramos evitar. Los periodistas nos buscaban a nosotros para que les dijéramos cómo hacíamos las composiciones, como si ellos no pudieran oírlas. Necesitaban explicaciones…

Por eso se salió del grupo.

Para grabar como solista.

—La gente a veces no entiende que uno nada más se dedica a tocar. Siempre cree que los rocanroleros somos teóricos de la vida. O algo así.

El guitarrista, en efecto, casi no se veía con los Creedence, pero su labor era eficaz. No permitía los vacíos sonoros. Acompañaba a la perfección el requinto de su hermano John y cubría oportunamente al baterista Doug Clifford y al bajista Stuart Cook. La música que hizo en sus discos, después, fue igualmente sencilla. Tom Fogerty no buscaba complicarse la vida.

Con su grupo Ruby vino a México en 1974. En el Teatro Ferrocarrilero su presencia fue pasada inadvertida, mas sus audiciones ofrecieron algo desconocido en ese entonces por las bandas locales: la frescura. En el Salón Riviera, Fogerty supo del comportamiento del hoyo fonqui nacional: volaron sillas y una bronca colectiva acabó con el concierto.

Tom Fogerty era como nadie concebía.

A su llegada a nuestro país entusiasmó a la prensa de espectáculos. La conferencia la dio en el mismo Riviera. La gente lo esperaba susurrando los ánimos. Un Creedence en México. Esa sí era noticia. Relucían corbatas, sacos, maquillaje, solemnidades.

Tom Fogerty. / Portada del álbum del mismo nombre, de 1972.

Pero se asomó Tom Fogerty y algunos ojos no daban crédito a lo que estaban viendo. Fogerty apareció con una camiseta blanca rota, pantalón raído de mezclilla, cabellera rojiza alborotada, un vaso de vodka en las manos y un sospechoso zigzagueo.

El guitarrista tomó asiento y en menos de soltar cincuenta palabras ya había tirado un vaso de vidrio derramando el vital líquido cerca de los asombrados reporteros. Las preguntas salieron a flote. Qué piensa el Creedence del amor. Qué piensa el Creedence de la música, de la guerra, de la paz, de su hermano John, de los mismos Creedence.

Fogerty se aburría.

Un bostezo, otro vodka por favor y a declarar cualquier cosa.

Un ejecutivo de Radio Capital, de lo que era Radio Capital, se levantó. Corbata reluciente. Dijo con orgullo:

—Señor Fogerty, tengo el honor a bien decirle que nuestra estación, la que escucha la juventud mexicana…

Un bostezo más.

—… programa diariamente una hora de música de los Creedence Clearwater Revival.

Con el pecho henchido, el ejecutivo volvió a su silla, pero antes remarcó:

—Sólo quería informarle de este suceso. Gracias.

Fogerty pidió otro vodka.

Caviló unos segundos.

Dijo:

—¿No está usted enterado de que los Creedence Clearwater Revival se desintegraron hace casi un lustro?

El ejecutivo se sonrojó.

—Ahora hay otra música. Quizá mejor —dijo Fogerty.

El ambiente no daba para más.

La conferencia finalizó.

—Qué circo —dijo Fogerty, luego.

Ya en su cuarto de hotel se redoblaron los vodkas y conversó de todo y de nada. (Por cierto, mi libro de las narraciones de Chejov se quedó con él. Una sola carta nos escribimos, meses después. Creo que nada teníamos que decirnos. A mí, por lo pronto, me bastaba con escucharlo).

—Creedence fue un buen grupo. Pero ya acabó esa historia. Ando en busca de otra —dijo.

No la pudo hacer, la otra historia. Para su mala fortuna.

Tom Fogerty quedó apresado en la historia como Creedence. No pudo salirse jamás de ella. Porque, y eso no lo quiso reconocer nunca, hay músicos que no lo son si no forman parte de una agrupación. Por ejemplo, el mismito Keith Richards (Inglaterra, 1943), de los Rolling Stones, no es cuando graba por su cuenta discos en solitario. No tiene importancia, pues. La tiene sólo porque uno sabe que Richards es un Rolling. Nada más por eso.

Tom Fogerty es, fue, un Creedence.

Y por eso es, fue, apreciado.

Se ha ido ya, quizá demasiado pronto, por un yerro médico al ser inyectado con una aguja infectada de Sida, entonces incurable, aunque ahora se dice que no murió por una calamidad infecciosa sino por problemas respiratorios.

Por las aproximadas 50 canciones que grabó con los Creedence y un número similar en su labor solitaria, y con los Ruby, valió la pena haber rondado por este mundo.

Una canción suya despliega su opinión sobre el entorno en el cual vivió siempre: “Adiós, hombre de los medios. Adiós, medios de comunicación. Adiós, los medios de comunicación del hombre. Difundes tu paranoia creando situaciones que no entiendes. Si pudiéramos acercarnos a ti y cambiarte, podríamos compartir la paz necesaria en esta Tierra. Nos haces creer en tu poder, pero tienes que ayudar a cambiar el mundo. No tienes nada que perder. Vamos y haz la voluntad del pueblo: tus maestros parecieran ser sólo el odio. Tienes que ayudarnos a cambiar a los dueños de nuestro destino. Sería mejor que tú dejaras de tomar fotografís de las personas, que dejaras de tomar imágenes del poder”.

La canción se intitula “Goodbye Media Man” y se refiere a aquellos periodistas, de todo el mundo, que padeciera el propio compositor. Por desgracia, casi ningún hombre de los medios de comunicación conoce esta buena, e irónica, pieza de Tom Fogerty.

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