Mayo, 2025
Esta vez no ha sido una fake news. José ‘Pepe’ Mujica, el símbolo de la izquierda latinoamericana, ha partido de este mundo a los 89 años de edad, el pasado martes 13 de mayo. “Hasta acá llegué”, había dicho a principios de enero cuando informó que el cáncer que le fue diagnosticado en el esófago se le había extendido al hígado. Exguerrillero, pero también expresidente de Uruguay, gobernó el país entre 2010 y 2015. Su gestión dejó una gran huella tanto por sus políticas como por su forma de ejercer el poder: profundamente humana. También, por sus dichos y su forma de vivir; de hecho, fascinó al mundo como un oráculo de la austeridad y la sencillez, una rara avis de la política. Más que un filósofo o un pensador al uso, Mujica era un gran orador y un gran conversador, inteligente y sabio, desde luego. “Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido y le di un sentido a mi vida. Moriré feliz. Gasté soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas para cobrar”, le dijo al diario El País en octubre pasado. Con su muerte, se va sin duda una de las figuras más emblemáticas del siglo XXI. Fernando Cvitanic y Salvador Marti Puig lo despiden, respectivamente, con las siguientes líneas.
El legado de Pepe Mujica, el jefe de Estado más humilde del mundo
Fernando Cvitanic
José ‘Pepe’ Mujica, expresidente de Uruguay, nació el 20 de mayo de 1935 en el barrio de Paso de la Arena en la ciudad de Montevideo. Hijo de inmigrantes vascos e italianos —Demetrio Mujica Terra y Lucy Cordano Giorello—, se convirtió en un referente ético y político de una izquierda austera, honesta y profundamente democrática.
Tras enfrentar un cáncer de esófago, que posteriormente hizo metástasis en el hígado, el expresidente falleció el 13 de mayo del 2025. Deja tras de sí una larga vida política, que empezó con militancia a los 14 años y finalizó tras retirarse del Senado.
Como militante tupamaro en su juventud, Mujica fue herido de bala seis veces, encarcelado en cuatro ocasiones, e incluso logró fugarse en dos de ellas. Pasó más de una década en prisión (de 1972 a 1985) bajo condiciones inhumanas. Aislado y en la oscuridad, duró 7 años sin leer un solo libro, contó en alguna ocasión.
Al recuperar la libertad tras el retorno de la democracia, eligió el camino del diálogo, fundó el partido político Movimiento de Participación Popular y fue electo senador, cargo que lo llevó posteriormente a ser ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca entre el 2005 y el 2008. En 2010 llegó a la Presidencia de Uruguay con el Frente Amplio.

Una forma atípica de ejercer el poder
Su paso por el poder rompió moldes, al punto en que hoy es recordado como una de las figuras de la izquierda más influyentes de la región. Tras ser elegido presidente, después de una contienda electoral de la que salió vencedor con un 54,63 % frente al derechista Luis Alberto LaCalle, rechazó mudarse a la residencia presidencial y siguió viviendo en su humilde casa con su esposa, la exsenadora Lucía Topolansky.
Un 90 % del sueldo que recibía por su labor, que por aquel entonces alcanzaba los 12 000 dólares, era donado a causas sociales, como la construcción de casas y escuelas. De alguna manera, Mujica vivía como pensaba, en concordancia con un discurso de crítica acérrima al consumismo y al capitalismo desenfrenado, pero sin caer en la nostalgia del marxismo dogmático. “No soy pobre. Soy sobrio. Pobre es el que necesita mucho”, señalaba.
Hitos en su periodo presidencial y su huella en la región
Con su llegada a la presidencia, Mujica liberó a la izquierda del dogmatismo ideológico. Su aportación consistió en ofrecer nuevas fuentes para sostener el discurso y rebatir los argumentos de la derecha, que señalaban a la izquierda como una tendencia que gobernaba a través de ideas incompatibles con la economía de mercado, la libre empresa y la iniciativa privada. En respuesta a esto, Mujica adoptó un modelo de socialismo democrático.
Durante su presidencia legalizó el matrimonio igualitario, el aborto y la marihuana, cambios que muchos vieron como un acto de sensatez progresista más que de radicalismo. Además, logró reducir de un 30 % a un 10 % la pobreza en Uruguay y avanzar de manera importante en la multiplicación de fuentes de generación de energía eléctrica.
En ese sentido no desconocía el capitalismo y algunos de sus efectos positivos, como el desarrollo tecnológico y la mejora en el nivel de vida de mucha gente. Sin embargo, solía recalcar que el sistema era el causante de las desigualdades y el responsable de maquinizar a la especie humana.
Esa misma coherencia la aplicaba al momento de relacionarse con otros líderes. Si bien condenaba a Pinochet, también hacía críticas muy fuertes a las dictaduras de izquierda y eso le dio una cierta legitimidad. Por ejemplo, nunca fue cercano a Nicolás Maduro.
Admiradores a la izquierda y a la derecha
Su estilo directo, su pensamiento crítico y su rechazo a los privilegios lo convirtieron en un referente global. Líderes como Gabriel Boric lo admiraban como un faro ético. Otros, incluso desde la derecha, como Juan Manuel Santos y Sebastián Piñera, lo respetaban profundamente por su talante democrático y su apertura al diálogo.
En contraste, tuvo una relación distante y a veces tensa con Cristina Fernández y Néstor Kirchner, a quienes criticó con ironía y franqueza. Aun así, nunca fue sectario. Para él, el poder era un instrumento para servir, no para servirse. “El poder no cambia a las personas, solo revela lo que son”, solía decir.
Esa coherencia lo convirtió en un puente entre mundos. A diferencia de otros líderes que proclamaban igualdad mientras vivían en la opulencia, él se mantuvo siempre cerca de la vida del ciudadano común a través de reflexiones tan poderosas que lo convirtieron en una de las figuras más queridas de la región. “Cuando compro algo no lo compro con plata, lo compro con el tiempo de vida que tuve que gastar para tener esa plata. Pero con esta diferencia: la vida se gasta. Es miserable gastar la vida para perder la libertad”.

Proceso de paz colombiano
En Colombia, jugó un rol clave en el proceso de paz con las FARC, aportando legitimidad y experiencia sin caer en defensas corporativas por su pasado. Supo estar del lado de la paz sin justificar la violencia. Entendía el fondo de las luchas sociales, pero cuestionaba los extremismos. Por eso inspiró confianza entre las partes.
No era para menos. Pepe Mujica no ocultaba su pasado guerrillero, pero tampoco lo glorificaba. Aceptaba que la vía armada fue una elección juvenil influida por el contexto de los años sesenta, cuando desde la izquierda europea se romantizaban las luchas insurgentes latinoamericanas . Con el tiempo, entendió que la violencia no era el camino. Su autocrítica le otorgó una legitimidad poco común en la izquierda latinoamericana, muchas veces acusada de doble estándar frente a las dictaduras.
“León herbívoro” y agente del cambio
Era ateo, pero profundamente espiritual en su respeto por la naturaleza. Se definía como un “león herbívoro” y un “guerrillero vegetariano”. Estas convicciones quedaron plasmadas en su discurso ante la ONU de 2013. En aquella ocasión, criticó el modelo económico global y el culto al consumo para, con sus palabras, lograr conmover al mundo.
José Mujica deja un legado poco común: el de un político que permaneció fiel a sus ideas, pero que aprendió a cambiar, a dialogar, a reconocer errores. No fue un ideólogo inflexible ni un converso oportunista. Fue un hombre estoico e íntegro, de esos que escasean. Su coherencia de vida, su sencillez, su capacidad de perdón tras años de encierro y su visión crítica del mundo lo convirtieron en un símbolo ético de América Latina. (Fuente: The Conversation)
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Pepe Mujica, el símbolo en el que se reconoce Uruguay
Salvador Marti Puig
En 2009, pocos uruguayos pensaban que Pepe Mujica, de 74 años entonces, exsenador y exministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, ganaría las elecciones internas para ser candidato del Frente Amplio (FA) para presidente de la República de Uruguay. Se alzó con la victoria frente a su colega de formación, Danilo Astori, también senador y exministro de Economía y Finanzas del mismo gobierno de Tabaré Vázquez.
En esos comicios muchos militantes del FA no creían que Pepe pudiera ganar. Y, además, pensaban que el viejo guerrillero no tenía el perfil que se requería para ocupar la máxima magistratura de su país. Lo consideraban poco apto para el puesto a raíz de su pasado guerrillero, su verbo enfático y su crítica constante al statu quo y la sociedad de consumo.
Hoy nadie pone en duda que la figura de José Alberto Pepe Mujica Cordano, hijo de una familia humilde de Montevideo, es un incono internacional de la izquierda y, sobre todo, de la coherencia y la honestidad política.
Así, contra todo pronóstico, un miembro de la guerrilla Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, que estuvo preso durante 15 años, no sólo pudo integrarse a la vida política civil a través de la formación Movimiento de Participación Popular (una de las organizaciones integrantes del FA), sino que consiguió llegar a lo más alto, políticamente hablando, de su país.

Unido en vida y lucha a Lucía Topolansky
Pero su trayectoria política no fue solitaria, sino que resulta indisociable de una densa red de militantes y de la figura de Lucía Topolansky, su compañera de lucha y de vida. También exguerrillera, Topolansky estuvo 12 años presa (al poco tiempo de iniciar su relación con Pepe) y luego se integraría a la política civil, llegando a ser senadora y vicepresidenta de la República en el período 2017-2020.
Una vez recobrada su libertad, Lucía y Pepe (que contrajeron matrimonio en 2005) vivieron en una chacra (granja) humilde. No tuvieron hijos porque, como expuso el propio Pepe en una charla, cuando podían planteárselo estuvieron privados de libertad y fueron torturados, y luego “la vida ya no estaba para estas cosas”.
En 2010, Mujica llegó a la presidencia como candidato del FA con el tándem conformado con su rival de primarias, Danilo Astori. Durante su presidencia no cambió el tono de su discurso ni su estilo de vida. No se mudó a la residencia presidencial ni utilizó coche oficial, sino que continuó viviendo en su humilde morada y conduciendo su Volkswagen “escarabajo” azul cielo, a la vez que destinó una sustanciosa parte de su sueldo a causas sociales.
Si bien muchos pensaron que la servidumbre del cargo pasaría factura a su figura, Mujica terminó el mandato con un 69 % de simpatía. Fue fruto, sobre todo, de un desempeño muy satisfactorio en la lucha contra la pobreza, resultado tanto de la bonanza económica del período como del incremento del salario mínimo, de las inversiones en la salud pública, las políticas de construcción de vivienda y de la descentralización de servicios.
A ello se le sumaron tres medidas emblemáticas de la izquierda postmaterialistas: la legalización de la interrupción del embarazo, el matrimonio igualitario y el consumo del cannabis.
En su mandato, además, tuvo la sagacidad (o virtud) de ejercer un estilo monárquico, en el sentido de representar a toda la ciudadanía por encima de las batallas políticas del día a día y dejar a los ministros los dolores de cabeza de las decisiones gubernamentales.
En este sentido, cada miembro de su gabinete tenía la responsabilidad de ejecutar y comunicar las políticas de su cartera, mientras él elaboraba discursos en los que apelaba al humanismo. A resultas de ello, hubo quien amó su forma de proceder, mientras que otros le echaron en cara una cierta disociación entre su verbo y la acción de su ejecutivo.
Pero más allá de lo expuesto, sus admiradores fueron legión. No en balde, Eduardo Galeano —compatriota suyo— señaló que Mujica era el presidente “que más se parecía a lo que somos […], sencillo, en quien se reconoce la gente”. También dieron fe de ello las ovaciones que recibió tanto en la ceremonia de toma de posesión del cargo como, sobre todo, la de despedida del mismo.

Reconocimientos internacionales
Con estas claves, la dimensión de la figura de Mujica trascendió rápidamente a su país y concitó, a partes iguales, admiración y querencia internacional. Dan cuenta de ello que a finales de su mandato recibió múltiples reconocimientos (medallas de gobiernos y doctorados honoris causa de varias universidades) y que fue una de las personalidades progresistas más cotizada en el sistema de medios, con entrevistas en la BBC, RTVE o Canal 22.
Es más, Mujica se convirtió en uno de los pocos políticos que en vida ya tuvo tres películas sobre su figura: El Pepe, una vida suprema, de Emir Kusturika (2018); La noche de 12 años, de Álvaro Brechner (2018), y Los sueños de Pepe, movimiento 2052, de Pablo Trobo (2024).
Por todo ello, no es de extrañar que Pepe Mujica sea un referente que conecta las luchas de los jóvenes militantes de los sesenta con los anhelos de la juventud actual por un planeta mejor.
Desde el final de su mandato en 2015 hasta su muerte el 13 de mayo de 2025, a causa de un cáncer de páncreas del que decidió no tratarse, vivió apartado de la vida pública y política. (Fuente: The Conversation)