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«El brutalista»: una monumental biopic de un inexistente arquitecto

Marzo, 2025

László Toth, un arquitecto judío húngaro y superviviente del Holocausto, emigra a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial buscando una nueva vida. Allí, después de unos duros inicios, un rico empresario reconoce su talento y le ofrece un contrato que cambiará su vida. Ese es el muy breve resumen de El brutalista, la nueva película del actor y cineastas estadounidense Brady Corbet. Dividido en dos partes, además de un epílogo escribe Alberto Lima en esta nueva entrega de ‘La Mirada Invisible’, se trata de un monumental, sólido y excelso falso biopic épico de un inexistente genial arquitecto.

El brutalista (The Brutalist), una película de Brady Corbet;
coproducción Estados Unidos, Reino Unido, Canadá;
con Adrien Brody, Guy Pearce, Felicity Jones, Joe Alwyn,
Raffey Cassidy, Stacy Martin, Isaach De Bankolé,
Alessandro Nivola.( 2024, 214 min).

Cada vez que un actor —quien por lo general ya ha cimentado previamente una carrera como tal— decide que ha llegado el momento de colocarse detrás de la cámara cinematográfica para comenzar a dirigir, resulta inevitable pensar que tal decisión siempre será una moneda al aire. Los ejemplos de actores que devienen cineastas con buena fortuna ahí están —Eastwood, Clooney, Affleck—, pero también existen los otros, aquellos con largometrajes fallidos como los dirigidos por el necio de John Turturro (Casi un gigoló, 2013 / The Jesus Rolls, 2019) o el charolastra cándido de Gael García (Chicuarotes, 2019). En el caso del estadounidense Brady Corbet —quien como actor ha estado a las ordenes de cinerrealizadores del calibre de Olivier Assayas, Ruben Östlund, Bertrand Bonello, Michael Haneke y Lars von Trier—, es evidente que la experiencia obtenida con estos directores prueba que hay un futuro promisorio en él como autor, sobre todo luego del estreno este año de su extraordinario filme El brutalista.

Fotogramas de la cinta El brutalista, del realizador estadounidense Brady Corbet.

Corre el año de 1947, apenas han transcurrido dos años luego del término de la Segunda Guerra Mundial cuando arriba en barco a Nueva York el refugiado arquitecto judío-húngaro László Tóth (Adrien Brody), con la esperanza de conquistar el ansiado sueño americano. Poco después se trasladará a la ciudad de Filadelfia donde será acogido por su primo mueblero ya agringado Attila (Alessandro Nivola) y su esposa católica Audrey (Emma Laird), quienes lo instalarán en un cuartito dotado de un catre y una lámpara dentro del local donde el primo exhibe sus muebles. Allí, László comenzará a trabajar con su pariente y pronto mostrará sus habilidades de creador brillante cuando ambos hagan la remodelación sorpresa de la biblioteca del potentado déspota y voluble Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce) a petición de su antipático hijo Harry Lee (Joe Alwyn). Pero al concluir la obra los primos serán echados a gritos de la mansión por el propio millonario cuando éste aparezca de imprevisto, no reciban pago alguno por la remodelación y László terminará trabajando como albañil junto con el excombatiente Gordon (Isaach De Bankolé) tras ser también lanzado a la calle por el primo a causa de las difamaciones de la esposa. Sin embargo, el adinerado Van Buren aparecerá nuevamente para ofrecerle al humilde arquitecto, luego de enterarse que éste posee un pasado de logros importantes en su país, además de ser graduado de la célebre escuela alemana de diseño Bauhaus, la construcción del edificio del Instituto Van Buren, que constará de una iglesia, biblioteca, auditorio y alberca para la comunidad de Pensilvania. Ante ello, la relación entre los dos hombres se estrechará y se tensará al mismo tiempo. Gracias a las poderosas relaciones de Van Buren, László logrará que su esposa Erzsébet (Felicity Jones), temporalmente en silla de ruedas a causa de una severa descalcificación ósea por desnutrición, y su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy) lleguen a los Estados Unidos tras sobrevivir a la guerra. Así, entre los recortes presupuestales, el estrés, el consumo de heroína, el reinicio de la vida conyugal y la suspensión de la obra durante dos años debido a un accidente ferroviario, la ambigua amistad entre el arquitecto y el acaudalado encontrará su punto culminante en la ciudad de Carrara, en Italia, cuando viajen allá para escoger el mármol que ostentará el instituto futuro.

Dividido en dos partes (“El enigma de la llegada”, 1947-1952 / “El intenso núcleo de la belleza”, 1953-1960), además de un epílogo ocurrido en la Primera Bienal de Arquitectura de Venecia, en 1980, el tercer largometraje de Brady Corbet —con guión propio escrito en colaboración con su pareja, la también cineasta y actriz noruega Mona Fastvold— es un monumental, sólido y excelso falso biopic épico de un inexistente genial arquitecto, muy en la línea prefigurada de ese Emmet Ray como el segundo guitarrista de jazz más grandioso del mundo después de Django Reinhardt de El gran amante (Allen, 1999), pero que también es un conglomerado de veneraciones como la hechura del cine clásico —que aquí lo reitera incluyendo una obertura e intermedio a la usanza antigua—, al estilo brutalista en arquitectura, o la importancia en la historia del arte de la Bauhaus, sin dejar de lado la desmitificación del sueño americano o el agresivo uso de la heroína durante la década de los años cincuenta, tan común entonces en artistas como Charlie Parker, Bill Evans o William Burroughs.

Ya desde los créditos iniciales —diseñados por Sebastián Pardo y basados en una estética deliberadamente Bauhaus— se advierte una propuesta visual rotunda que funciona gracias a la fotografía virtuosa de Lol Crawley, sublime en los planos generales, y cuya paleta que oscila entre ocres y verdes pálidos acentúa la época de los cincuenta a la par de brindar el carácter arquitectónico de la cinta, con esos espléndidos planos secuencias claves con cámara en la mano como el que acompaña a László a salir de la oscuridad del barco rumbo a la esperanzadora y lumínica Estatua de la Libertad con encuadres holandeses, o cuando es doliente testigo durante la estremecedora secuencia de la sodomización filmada en claroscuro, o bien durante el atroz desenmascaramiento del millonario ante la bravísima esposa Erzsébet con arrastrada lenta incluida por parte del hijo petulante, acorde siempre a la minuciosa edición del húngaro Dávid Jancsó y la música minimalista y vehemente compuesta por David Blumberg, quien recurrió apenas a un puñado de músicos para ejecutarla.

El choque de contrarios entre dos animales de distintas especies, con una amistad nunca maniquea pero incierta que raya en la hipocresía, donde hay una supuesta admiración del millonario hacia el creador nato, pero a su vez tampoco persiste una aceptación plena como su igual, ni a nivel social o cultural; y en contraparte, el arquitecto judío, al saber bien que dicha amistad es endeble y artificial, acosado tanto por las necesidades creativas y la de recuperación de su familia, navegará en esas aguas turbias a un alto costo dada su condición de extranjero al que sólo toleran los otros, los buenos americanos como el arrogante hijo del millonario o la esposa católica del primo Attila. Aunque más allá de todo ello, tal y como László expone de manera brillante su Ars Poética en esa excelente secuencia de la sobremesa mientras bebe café con el potentado Van Buren en la mansión de éste, comprendemos que, pese a todo y a todos, la arquitectura nos trasciende.

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