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Centenario de Medardo Fraile

Contar descontando

Marzo, 2025

Comenzó como dramaturgo y después ejercitó el ensayo, la crítica literaria, el texto periodístico, también la novela; sin embargo, fue en el cuento donde Medardo Fraile centró sus principales esfuerzos creativos en materia de ficción, convirtiéndose en uno de los grandes maestros del género de las últimas décadas. Nacido en marzo de 1925 en Madrid, Fraile era un autor de culto, no muy conocido entre el gran público, aunque sí un referente esencial de muchos de los escritores posteriores. En 2013, también el mes de marzo lo vería marcharse de este mundo a los 87 años de edad, dejando una treintena de libros publicados. Ahora que se cumple su centenario natal, Víctor Roura recuerda al narrador español.

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Autor poco mencionado en su natal España —tal vez por el hecho de haber radicado casi 40 años en Inglaterra, donde escribió la mayor parte de su obra literaria—, los cuentos del madrileño Medardo Fraile, cuyo centenario natal se conmemora este 13 de marzo (falleció en Inglaterra el 9 de marzo de 2013, cuatro días antes de cumplir 88 años de edad), son directos, sin rodeos, incluso con ciertas fisuras cuando, en su búsqueda por desarrollar con premura la historia que ha decidido contar, pareciera mirar no con la debida intensidad sus propios relatos. Sus breves narraciones se difuminan tan pronto como el lector ha puesto sus ojos en el punto final, no por superficiales sino porque ése es precisamente el planteamiento del literato: los cuentos pasan como en un sueño, están de algún modo prendidos en la memoria pero son intermitentes, podemos dejarlos atrás con facilidad, aunque otros se nos quedarán grabados indeleblemente.

“La gran innovación de Fraile ha consistido en la creación de un tipo de cuento distinto y ajeno al realismo social de los años cincuenta —apunta en el epílogo Pedro M. Domene, el antólogo del libro Descontar y contar, editado en 2000 por la Universidad Veracruzana en su colección “Ficción”, que reúne 35 cuentos de Fraile procedentes de siete distintos volúmenes suyos—. Es más, su preocupación literaria por el hombre como ser individual lo apartaría de la problemática histórica y colectiva del momento sin que por ello impliquemos su ausencia social o ética en la vida de esos años, pero sus cuentos no postulan, al menos en su mayoría, secuencias políticas del momento”.

El propio Fraile teorizaba respecto a su obra: “Los cuentos se acercan, más que a la historia, a la confidencia fugaz angustiosa o ilusionada, al timo de la entrega, al ser del hombre, al último reducto humano de esperanza o protesta, a la euforia o frustración colectiva, al momento raro pero real, a la soledad pensante al servicio de todos”.

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En 1994, precisa Domene, Fraile cita seis aspiraciones para su narrativa: “Un estilo llano y natural, la carencia de un artificio (tanto en el lenguaje como en la estructura), la brevedad (cuanto más cuento, más breve), la humanidad y sensibilidad en el tratamiento del tema, unidad de fondo y forma, y amenidad”.

Dice Domene que Fraile, por esta circunstancia particular de contar los cuentos como si fueran cantos fugaces, “es un maestro en la descripción y en su arte (‘el arte consiste en singularizar con plurales’, ha dicho él); en la textura de sus cuentos se muestra su especial capacidad para la evocación y su aptitud sugerente que nos lleva más allá del relato. En general, elude la descripción directa y explícita de emociones, sensaciones o sentimientos fuertes, ya que todo está implícito para que el lector se embarque en la imaginación y la sensibilidad adherentes al cuento en cuestión. Cuando el escritor se ve descubierto, emplea el humor y la ironía como armas distanciadoras”.

Tal vez, en este sentido, el crítico español Manuel Cerezales tenga razón cuando dice que los materiales que emplea Fraile para construir sus cuentos son “situaciones, escenas, tipos, que pueden ser observados por cualquiera en el discurrir de la vida corriente”. Pero en el centro, siempre, se halla el alma humana.

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Otro rasgo característico de los cuentos de Fraile es, dice Domene, “su estructura, textos muy cortos sin divisiones externas”. Sáinz de Robles, en 1964, ya señalaba que algunos de los relatos de Fraile “son tan modernos que no tienen argumento, ni siquiera tema, se limitan a recoger una escena, un tipo, un gesto, el tic de un personaje, una experiencia frustrada”.

Las anécdotas más anodinas, e insignificantes en apariencia, “interesan y logran —subraya Domene— un perfecto equilibrio en su composición y en el lenguaje empleado”.

Para Medardo Fraile, “la realidad se sueña y se crea, y un cuento comienza cuando el deseo es o no es capaz de sustituir la verosimilitud que se supone en lo real. Descontar y contar es una antología —señala Domene— que representa los últimos cincuenta años de un escritor que, como él mismo me ha sugerido al hablarme del título que lleva, no ha hecho otra cosa sino contar descontando, o descontar contando, y en ese descontar contando estaría el arte de contar porque, en definitiva, lo que se des-cuenta también está ahí, en el cuento”.

Como en el des-cuento “Contar los pájaros” donde se cuenta descontando que Donata es una mujer disciplinada en la religión. En cierta ocasión estaba Donata muy atenta a la misa de don Lesmes, quien había advertido a los fieles que el evangelio de ese domingo era el referido a san Mateo, y Donata “oyó muy aplicada que Jesús daba consejos a los apóstoles para ir ganando almas por el mundo, diciéndoles que no se preocuparan de las necesidades diarias, que fueran ellos como los gorriones, a los que Dios alimenta todos los días. ‘No temáis’, leyó don Lesmes, ‘más que muchos gorriones valéis vosotros’. Donata se quedó algo confusa y no estaba segura de haber oído bien. Se refería sólo a los apóstoles, pensó, y lo único que quería era que don Lesmes acabara de leer pronto y explicara esa frase un poco más”.

El párroco inició su sermón falto de ganas, “pero eso le ocurría siempre y luego iba subiendo de tono hasta llegar a esferas que a Donata le parecían místicas o, si no místicas, ciertamente profundas y fuera de su alcance. Quizás por eso no comentó el párroco lo de los gorriones que, a fin de cuentas, eran criaturitas de nada, cositas que apenas consiguen mover el aire, aunque a Donata le parecían granitos de sal, corazoncitos con alas”.

Ella no apartaba de su cabeza a los pájaros. Pensó en los gorriones de colodrillo marrón y de coronilla gris, en las torcaces posadas en el alero y el seto al romper el alba, en la alondra moñuda, en el jilguero, el pardillo, el petirrojo, el tordo altivo y el herrerillo circense, en los estorninos que no le gustaban y los mirlos, “que avanzaban seis o siete pasos seguidos y se paraban en seco a escudriñar el suelo”.

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Pasó, pues, la misa volando y, mientras la gente salía, Donata “se ocultó en la capilla de la Milagrosa, le encendió una vela a la virgen y allí se quedó de espaldas musitando salves en un reclinatorio, aunque, a veces, un gorrión imaginario les cortaba el hilo. ¡Cómo lo acompañaban los pájaros! Así se lo dijo al párroco en la sacristía muy poco después, cuando vio a don Lesmes ponerse la chaqueta negra sobre la camisa, negra también, con el alzacuello blanco como las torcaces”.

—Don Lesmes —le preguntó—, ¿es verdad que valemos más que muchos gorriones o el Señor se refería sólo a los apóstoles?

Donata estaba inquieta.

Por su cabeza revoloteaban los pájaros.

—Eso ni se pregunta, mujer —respondió el párroco—. ¿Es que no valen menos los pájaros que las personas?

—Asegún —apuró Donata—, pues algunas personas son más valiosas que otras y cuanto más se valga, más número de gorriones, ¿no le parece?

—¿Pretendes enmendarle la plana a Dios? —cuestionó el cura.

—¡Dios me libre! —suspiró la mujer.

—¿Para qué quieres entonces contar los pájaros? Jesús sólo dijo muchos y eso nos basta —la amonestó el prior.

—O sea que lo dejó a nuestro juicio —insistió Donata.

—Podría ser —dijo el padre.

—Mire, don Lesmes —concluyó Donata—, yo he gozado más y he sido más feliz con los pájaros que vienen a mi corral a comerse lo que les echo que con todas las personas que he conocido en mi vida, dicho sea sin ánimo de ofender, y en lo de los apóstoles no quiero meterme, pero, para mí, no hay nadie en este pueblo, incluido el alcalde, que valga dos gorriones…

El párroco frunció el ceño, y bastante calor, aunque no nos lo confirme Fraile, habrá sentido en la cara, porque ya en la puerta de la sacristía reconvino, adusto, a la mujer:

—Más caridad, Donata, más caridad…

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