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Albert Einstein, siete décadas después

El científico más grande del siglo XX

Febrero, 2025

Nació en 1879 y se fue de este mundo en 1955. Alemán de origen judío naturalizado suizo y estadounidense—, hoy se le considera el científico más importante y famoso del siglo XX. Y no es para menos: dejó como legado grandes teorías, frases celebres y la que seguramente es la ecuación más popular de la historia de la ciencia: E=mc2. Es literal (y no es exagerado decirlo): la vida sería muy distinta si Albert Einstein no hubiera nacido. Ahora que se cumplen siete décadas de su partida, Víctor Roura lo recuerda.

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Nadie sabe cómo obtuvo esa engrandecida popularidad. Ninguno de sus biógrafos, a pesar de buscar una razonada argumentación, puede explicarla. Lo cierto es que no ha habido otro científico como Albert Einstein, fallecido hace siete décadas a sus 76 años de edad.

Einstein era alemán de nacimiento, mas luego del imperio de Hitler que no quería a los judíos, como Einstein, abandonó el científico su país para, después, adoptar dos nacionalidades: la suiza y la norteamericana, siendo Estados Unidos la última nación donde se alojara.

“Es en Berlín donde da forma acabada a la teoría de la relatividad, en noviembre de 1915 —apunta Luis de la Peña en su libro Albert Einstein: navegante solitario (Fondo de Cultura Económica)—; pero no por ello abandona los problemas cuánticos, a los que dedica parte de su tiempo. La Primera Guerra Mundial ha estallado, pero su nacionalidad suiza le permite continuar con sus labores. En 1916 publica su primer libro: Sobre la teoría especial y general de la relatividad, y en 1917 produce la primera cosmología relativista. Finalmente, el esfuerzo sostenido de los últimos años acaba por vencerlo y Einstein enferma seriamente de úlcera estomacal y del hígado en 1917. Su prima Elsa Einstein (1876-1936), recientemente enviudada y madre de dos hijas, Ilse y Margot, lo atiende y ayuda. La relación termina en matrimonio en 1919. Einstein pasa una breve temporada en 1919 en la Universidad de Zurich, pero declina las ofertas insistentes y conjuntas de la universidad y del Instituto Tecnológico de Zurich de retornar a esta ciudad. Este es el año de la coronación de Einstein: con la oportuna ayuda de un eclipse, Einstein se transforma, al terminar la guerra, en el científico más famoso de todos los tiempos”.

Y es que este hombre, nacido el 14 de marzo de 1879 y fallecido el 18 de abril de 1955 a la 1:15 de la mañana, revolucionó la física al grado de hacer desconfiar a los físicos, por vez primera, de su fe en un universo mecánico.

“Para descubrir cuantitativamente los fenómenos nunca antes vistos del átomo y de las insondables profundidades del espacio intergaláctico fueron desarrollados dos grandes sistemas teóricos entre 1900 y 1927 —dice Lincoln Barnett en El universo de Einstein (Fondo de Cultura Económica)—: uno fue la teoría de los cuanto, que trataba de las unidades fundamentales de materia y energía. El otro fue la relatividad, que trataba del espacio, el tiempo y la estructura del conjunto del universo”, ambos pensamientos propuestos, por supuesto, por Albert Einstein en una ráfaga (que es un decir, ya que tardó varios años en dilucidarlos) luminosa de reflexiones que nunca antes habían pasado por la cabeza de hombre alguno.

“Al newtoniano cómo, estas teorías no responden mejor de lo que las leyes de Newton respondían al aristotélico por qué —dice Barnett—. Nos proveen de ecuaciones que, por ejemplo, definen con gran exactitud las leyes que gobiernan la radiación y propagación de la luz”.

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En efecto, la gran ciencia avanza en saltos considerables en la historia: de Aristóteles (384-322 aC) a Galileo (1564-1642) a Newton (1642-1727) a Einstein (1879-1955), con quien, al parecer, se transparentan los misterios (obviamente no todos, pero sí los básicos, como la elucidación de la arena en el mar, descubrimiento de Einstein durante una frustrada, para la mujer, Luna de Miel) de la formación del mundo. Su aparentemente sencilla ecuación E=mc2 es la más conocida en el orbe científico: “Haciendo nuevas deducciones a partir de su principio de la relatividad de la masa —dice Barnett—, Einstein llegó a una conclusión de incalculable importancia para el mundo.

Su razonamiento es más o menos el siguiente: dado que la masa de un cuerpo móvil aumenta a medida que se incrementa su movimiento, y dado que el movimiento es una forma de energía (energía cinética), la masa incrementada de un cuerpo móvil debe provenir de su energía incrementada. En pocas palabras, la energía tiene masa. Mediante unos sencillos cálculos matemáticos, Einstein encontró el valor equivalente a una masa m en cualquier unidad de energía E, y lo expresó por la ecuación m=E/c2. Dada esta relación, un estudiante de secundaria puede hacer el siguiente cálculo algebraico necesario para escribir la ecuación más importante y, seguramente, más famosa de la historia: E=mc2”, cuyo significado, dice Barnett, da “respuesta a muchos de los viejos misterios de la física. Explica porqué las sustancias radioactivas, como el radio y el uranio, son capaces de expeler partículas a enormes velocidades, y hacerlo durante millones de años. Explica porqué el Sol y las estrellas pueden radiar luz y calor durante miles de millones de años, ya que si nuestro Sol se consumiese según los procesos ordinarios de combustión, la Tierra habría muerto hace muchísimo tiempo, en helada oscuridad. Revela la cantidad de energía que dormita en el núcleo de los átomos y predice cuántos gramos de uranio deben ser puestos en una bomba para destruir una ciudad. Finalmente, descubre algunas verdades fundamentales acerca de la realidad física”.

Antes de que Einstein filtrara su famosa fórmula, “los científicos se imaginaban el universo como un vaso que contenía dos elementos distintos, materia y energía (la primera, inerte, tangible y caracterizada por la propiedad llamada masa, y la segunda, activa, invisible y sin masa). Pero Einstein demostró que la masa y la energía son equivalentes; la propiedad llamada masa es simplemente energía concentrada. En otras palabras, materia es energía y energía es materia, y la distinción se refiere sólo a un estado transitorio”.

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Peter Coles, en Einstein y el nacimiento de la Gran Ciencia (Gedisa), dice que, pese a estar ya asumidas sus teorías en el ámbito científico, e incluso haber reformado ya a la física, el nombre de Albert Einstein no aparece en Estados Unidos sino hasta el 9 de noviembre de 1919, pero, desde ese momento hasta su muerte, “no pasó un solo año sin que se dejara de mencionar su nombre”.

En 1921 recibe el Nobel por sus aportes teóricos y reside en Estados Unidos, a partir de la década de los treinta, para escapar de la persecución judía por parte de Hitler.

Luis de la Peña asegura que la salud de Einstein se fue deteriorando gravemente justo cuando su hermana Maja sufre un ataque al corazón que la dejó inválida el resto de sus días. Sin embargo, la cuidó, en la medida de sus posibilidades, hasta su muerte, en 1951, cuatro años antes del fallecimiento del físico a raíz de un aneurisma detectado en la aorta abdominal.

Albert Einstein. (Wikimedia Commons)

“El 13 de abril de 1955 el aneurisma se rompe y Einstein es hospitalizado de emergencia —dice De la Peña—. No acepta que se le opere y se resiste al uso de la morfina, aunque pregunta al médico si será muy difícil el final. El 17 de abril le solicita a Helen Dukas [su secretaria, que se convertiría finalmente en albacea de los bienes del pensador alemán y depositaria de su archivo personal] las hojas con sus últimos cálculos y material para escribir”.

Sus restos, con premura, fueron cremados ese mismo día y sus cenizas esparcidas en las aguas del Río Delaware, en Estados Unidos; sin embargo, su cerebro desapareció durante casi medio siglo (y que diera lugar a cientos de probables hipótesis) hasta que, por fin, saliera a la luz la revelación del misterio: hoy puede mirarse piezas de ese prodigioso cerebro en el Museo Mütter de Filadelfia.

Desde su partida de este mundo, la física sigue tal como él la dejó: sin ninguna nueva teoría que la modifique en su raíz.

Y nadie sabe cuándo vendrá el próximo salto científico.

Nadie lo sabe.

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