Febrero, 2025
Poco a poco —libro a libro—, Vicente Alfonso ha logrado convertirse en una de las voces importantes de la literatura mexicana actual. Ha escrito cuentos, novelas y crónica. Su obra, además, ha recibido ya varios premios nacionales y algunos de sus libros han sido traducidos a otros idiomas. En esta entrevista con Maricarmen Elizalde, el periodista y escritor mexicano habla de sus inicios, de su obra y de la cambiante realidad.
Nació en Torreón en 1977. Proveniente de una familia de mineros y educado por jesuitas, se inició en las letras a través del periodismo. Hoy, Vicente Alfonso ha escrito cuento —El síndrome de Esquilo (Ficticia, 2007), Contar las noches (UACM, 2012)—, novela —Partitura para mujer muerta (Mondadori, 2008), Huesos de San Lorenzo (Tusquets, 2015), La sangre desconocida (Alfaguara, 2022)— y crónica —A la orilla de la carretera (UANL, 2021)—. Entre otros, ha merecido los premios Internacional de Novela Sor Juana Inés de la Cruz, Bellas Artes de Crónica Literaria Carlos Montemayor, Iberoamericano de Periodismo Ciudades de Paz, o el Nacional de Novela Élmer Mendoza. Recientemente, también puso en circulación Mark Twain: un viaje a contracorriente (Grano de Sal, 2024), en el que repasa la vida del escritor estadounidense.
Convertido en una de las voces importantes de la literatura mexicana actual, conversamos con Vicente Alfonso tras una conferencia que impartió en la librería Rosario Castellanos de la Ciudad de México.
—Empecemos, como dice la frase, desde el principio. ¿De dónde nace el deseo de escribir?
—Cuando era niño, allá en mi tierra, Torreón, no había cursos de verano en las vacaciones (las cuales, por cierto, eran muy largas), así que acompañaba a mi mamá al juzgado y me metía a leer los expedientes judiciales al archivo. Por supuesto, me lo prohibieron. Sin embargo, en el primer piso del edificio había una librería. Mi mamá, entonces, me dijo: si tienes tantas ganas de leer, métete a la librería y escoge los libros que tú quieras. (Yo lo que quería era aprender a leer, tenía 6 años). Así que esa librería se convirtió en mi biblioteca. Afortunadamente, había muy buena disposición de parte del encargado.
“Eso me ayudó muchísimo, pues a veces me tocaba ir al desierto, no puedo decir al campo, porque estamos en Coahuila, un territorio muy hostil; iba al desierto con mi padre quien trabajaba en una escuela rural y entonces encontraba cosas, desde puntas de flecha hechas por los pueblos originarios de allá, hasta alacranes, plantas que no conocía, y entonces buscaba información en los libros de lo que iba hallando. O también sucedía al revés: encontraba algo en los libros, una planta o algo que llamaba mi atención, y eso trataba de hallarlo en la naturaleza. Eso generó un círculo que es el mismo que hago ahora, es decir: de los libros a la realidad y viceversa.
“De manera tangencial, también me llevó a la escritura el haber estudiado periodismo. Cuando estaba en la carrera entré a un taller literario de uno de mis profesores de la materia, quien también era escritor, y de allí para adelante han sido muchos años de trabajo. Siempre digo que se originó así, como un ejercicio infantil, saber qué tanto de la realidad podía encontrar en los libros, qué tanto de los libros podía hallarlo en la realidad”.

—Recientemente publicaste Mark Twain: un viaje a contracorriente; ¿cómo surge el libro?
—De una colección de cinco conferencias que ofrecí en la Casa Estudio Cien Años de Soledad. Me invitaron a dar una serie de charlas con tema libre, es decir, sobre lo que yo quisiera, entonces propuse hablar de uno de mis autores favoritos que es Mark Twain, el otro es García Márquez, así que era la oportunidad perfecta de hablar de uno en la casa del otro. Por cierto, el inmueble es el lugar donde García Márquez escribió su novela del mismo nombre y que es un espacio que ha sido muy bien cuidado, sobre todo para la literatura, por la Fundación para las Letras Mexicanas; yo estuve ahí como escritor residente en 2021.
—Háblanos de tu libro La sangre desconocida: ¿qué tanto hay de ficción y qué tanto hay de realidad? ¿Te documentaste al escribirlo?
—Es mi anterior obra, es una novela publicada por Alfaguara; en ella, de manera tangencial se toca el tema del cultivo de amapola en Guerrero. Curiosamente, el año pasado en un periódico italiano se mencionaba en un artículo sobre narradores que escriben sobre el narcotráfico. Creo que se ha repetido tanto ese lugar común que muchas veces me han mencionado, y yo no tengo, hasta donde recuerdo, ningún personaje narcotraficante. Ninguna de mis novelas tiene como centro el fenómeno del narcotráfico.
“En ese sentido, yo no creo que sea un fenómeno que parte de los autores, sino de ciertos prejuicios que tenemos como nación. Por ejemplo, siendo del norte, siempre los norteños tenemos que hablar de cierta manera, comer de cierta manera, hacemos una especie de check list: traer botas y cinto y todo eso. Y en esa lista entra el tema del narco. En un artículo que hizo Eduardo Antonio Parra y que después volvió a tratar de otra forma en un prólogo para un libro que se llama Norte (y que publicó Era), él dice: no hay un solo Norte, hay muchos Nortes. Y tampoco es que la narrativa norteña haya surgido en los primeros años de este milenio. Por ejemplo, autores norteños fueron Alfonso Reyes, y no es un tipo que haya escrito sobre trocas y corridos y cuernos de chivo; José Revueltas, que nació en Durango, o Inés Arredondo, que era de Culiacán. Entonces, si lo observamos con detenimiento, la narrativa norteña tiene una paleta muy variada tanto de temas como estilística; lo otro es cómo enfocarse demasiado en un género que por otro lado tampoco me parece mal, porque son problemas sociales que es necesario analizar y discutir”.

—¿Debe haber una ética en los escritores y no una moralidad? Para ti, en tu trabajo literario, ¿cómo se da esto?
—Yo sí creo que los escritores debemos tener una ética, pero me parece muy bien lo que señalas, no una moralidad, porque tampoco los relatos trabajan de manera directa, eso es como subestimar a los lectores. Precisamente esto es una de las cosas que me gusta mucho de Twain. Por ejemplo, en Las aventuras de Huckleberry Finn hay un pasaje donde van este esclavo, fugado, que se llama Jim y este niño huérfano que se llama Huck en una balsa, y empiezan a hablar del rey Salomón. Jim le dice: ese monarca era un tonto, un idiota, unos dicen que era muy sabio, pero yo digo que era un idiota. Huck le pregunta por qué; a ver, explícame. Entonces recuerda ese pasaje en donde dice que llegaron dos mujeres con el rey Salomón, las dos reclaman ser la madre de un niño, y el rey decide cortarlo a la mitad. Una de las mujeres dice: oh, no, dénselo a la otra, prefiero que viva. Y así ocurre. Y allí se acaba el pasaje. Entonces, Jim dice: qué clase de tarado ordena que lo partan a la mitad, ellas querían un niño completo no la mitad de él.
“Para mí, lo que Twain está haciendo es ironizar acerca de la tarea que tenemos que hacer los lectores, es decir, si somos lectores flojos o superficiales, hacemos un lectura superficial y pensamos que ahí se acaba el pasaje que nos está narrando. Lo óptimo en el ejercicio de la lectura es que el pasaje literario tiene que ser completado por el lector; la operación no se acaba en el trabajo del autor, sino en la lectura, entonces uno comprende”.
—Vaya, darse cuenta del poder que tiene la escritura.
—Así es.
—Uno de los temas que frecuentemente habla sobre la literatura es el de rescatar todas esas voces perdidas que son parte de nuestra identidad, a las que se les ha negado un espacio.
—Es efecto, es una gran herramienta para rescatar voces perdidas, testimonios perdidos. Hace poco, en la UNAM, en una mesa en la que participé, decíamos: contemos a lo largo del siglo XX, ¿cuántas novelas podemos contar que tengan voces de mujeres pobres que hablen en primera persona? Son muy poquitas. Quiere decir, ¿que no todo mundo tiene derecho a hablar en la literatura? Entonces, uno como autor tiene esa posibilidad de dar la voz a otros.
“Por ejemplo, no sé qué tanta memoria quedaría de lo que ocurrió el 2 de octubre del 68 de no haber sido por el libro La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, porque las primeras versiones del ejército y lo que se dijo en la televisión como en los periódicos dista mucho de la realidad. Es claro: quien controla la historia, controla la memoria, establece una versión de la realidad. Así que, para mí, una de las tareas como escritores es contar las versiones alternas; no es casualidad que, por ejemplo, cuando iba a salir ese libro, La noche de Tlatelolco, hubo amenazas de bomba. Hay mucho más lucha y forcejeo de lo que a primera vista parecería. No son tan inofensivos los libros.
—J.M. Coetzee menciona en un ensayo que estaba en la lista negra en su país, y si uno lee su novela Esperando a los Bárbaros se da cuenta de toda la implicación ideológica y política que puede desprenderse de un texto de ficción…
—En apariencia, inofensivo. No es casualidad que, durante toda la Colonia, las novelas estuvieran prohibidas en la Nueva España, porque, a partir de una obra, se puede prender una chispa. Una de las grandes ventajas que genera la literatura es el pensamiento crítico y eso sí lo saben quienes aspiran a controlar a las sociedades, sí saben que una novela puede poner en circulación mensajes que le resulte peligrosos a muchos intereses.

—¿Qué piensas de las nuevas generaciones y su relación con la literatura y las nuevas tecnologías?
—Fíjate que no lo sé muy bien. Es decir, yo tengo una hija que como todos los chavos se involucra también mucho con la tecnología. Así que soy cuidadoso con el tema.
“Creo que ésta tiene sus beneficios y sus formas buenas de usar. Por ejemplo, tenemos información mucho más accesible al minuto… Es cierto: revoluciona los procesos, pero puede también revolucionar para bien. Contaba Paul McCartney que cuando era niño no sabía tocar la guitarra y quería aprender; sus compañeros le decían que al otro lado de la ciudad vivía fulanito que sabía poner el acorde de La menor, así que atravesaba la ciudad nada más para que le enseñara a poner un acorde. Y aunque a mí no me sucedió lo mismo, sí que fue muy similar. Cuando yo era chavo y quería aprender a tocar, porque fui músico muchos años, ibas a la revistería o a la librería y comprabas un libro de acordes y aprendías. Hoy, todo eso queda resuelto rápidamente. Ahora no tienes que cruzar la ciudad o ir a la librería, lo ‘googleas’ y se acabó.
“Entonces, podemos ver por el lado terrible el uso de la tecnología, decir por ejemplo que los periodos de atención se han vuelto mucho más cortos, pero, también, podemos verlo por el lado bueno, que es que la información está mucho más accesible… Por supuesto, en este sentido, creo que lo que sí debemos aprender es a discriminar la información, porque no todas las fuentes son confiables, no toda la información es fidedigna.
“Pero regresando al tema, la tecnología tiene ventajas y desventajas. Quizá a nosotros, que somos generaciones que aprendimos en otras dinámicas, nos cuesta trabajo, pero quiero pensar que tiene más beneficios que prejuicios o daños. Por ejemplo, estas cosas que pasaron en la Primavera Árabe y todo eso, son como los primeros atisbos de lo que puede venir después”.