Febrero, 2025
Ejerció como líder de una de las formaciones esenciales del rock progresivo. Músico en permanente estado de reinvención, en los últimos 40 años ha sido un referente del pop de vanguardia. Se ha labrado, también, una gran reputación como compositor de música para cine, como comprometido activista político y, además, como difusor de las músicas étnicas. Es, asimismo, dueño de uno de los estudios de grabación más solicitados que apoya a artistas independientes… En efecto: Peter Gabriel es, hoy, uno de los nombres más importantes e influyentes de la música pop. Nacido en febrero de 1950, el músico británico llega a los 75 años de vida. Víctor Roura aquí lo celebra.
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Peter Brian Gabriel nació en Chobham, Inglaterra, el 13 de febrero de 1950, de modo que el fundador de Genesis está cumpliendo siete décadas y media: su décimo álbum de estudio, de medio centenar de grabaciones que posee entre música de películas, Genesis, en directo, orquestales y colaboraciones, se intitula I/O del año 2023, cuando cumplió 73 años con una portada que lo muestra ya avanzado de edad, tal como Ian Anderson se exhibe con los años encima en su disco The Zealot Gene, de 2022, cuando el líder de Jethro Tull cumplía 75 años (el también británico nació en 1947, tres años antes que Peter Gabriel). Pese al triunfo de las plataformas digitales que han oscurecido a los discos (¡hoy en día hay música de más de 8 millones de personajes que suben sus canciones a la Internet!), ambas grabaciones, la de Peter Gabriel y la de Ian Anderson, son magníficas, aunque ya no sea posible hablar de poder coleccionarlos como antes se decía.
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Después de haber grabado el álbum doble The Lamb Lies Down on Broadway, en 1974, Peter Gabriel abandonaría el grupo británico Genesis para dedicarse a su carrera como solista, misma que creció de manera desmesurada. Como en el caso de Sting que dejara a Police para perfeccionar su camino musical, de modo similar Peter Gabriel se introdujo, en cada espaciado trabajo suyo (tres discos, por ejemplo, en tres lustros: So, Us y Up, sin contar sus pistas cinematográficas, el Secret World Live de 1994, dos discos grabados en vivo, y el Ovo, de 2000, trabajo colectivo para recibir el nuevo milenio que, más que una meticulosa labor individual, consistió en un laboratorio de ideas improvisadas), en tratar de llegar hasta el fondo de su veta creativa, que lo deja prácticamente exhausto.
Pero no sólo eso.
El compositor, además, se ha interesado por todas esas músicas, tradicionales o no, que se realizan fuera del orbe gravitacional de la centralizadora industria discográfica (no se diga de las plataformas digitales, donde campea el esnob), que no quiere (¿o no deseaba?) sino recuperar y ganar con amplio margen, rápidamente, sus inversiones. De ahí que, a principios de la década de los ochenta del siglo XX, Peter Gabriel organizara el Festival Womad, consistente en agrupar conjuntos instrumentales de los países no desarrollados —o en vías de— tales como los africanos, asiáticos e incluso americanos. El festival fue, evidentemente, un total fracaso económico, aunque no cultural. Fue precisamente su ex grupo Genesis, con un concierto solidario, el que lo ayudara a recuperar su cuantiosa pérdida financiera.
Otra actividad sorprendente de Peter Gabriel fue su habitual participación en la programación escolar para un contacto permanente con las tradiciones musicales. Con el paso de los años, y viendo que, pese a su denodado empeño, las casas discográficas siguieron ignorando las otras músicas del mundo, Peter Gabriel se construyó, en las afueras de Bath —en su natal Reino Unido—, los estudios de Real World, su propia compañía grabadora que ha dado a conocer a veintenas de magníficos, mas desconocidos y (ex) anónimos, instrumentistas y compositores cuyo mercado no se halla en el descarado despliegue mercantilista de los centros comerciales establecidos a instancias de las discográficas transnacionales… tal como ahora ocurre en la web.
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Ya desde 1980, con su tercer álbum personal, Peter Gabriel derrumbaba mitos y convenciones de la música financiada por las grandes empresas: con su pieza “Biko”, convertida en un clásico himno contra el apartheid en Sudáfrica, se internaba, con solvencia y esmero, en la independencia roquera.
Pero sus decires no eran nada más de palabra: no sólo se preocupaba por las intervenciones ecologistas de Greenpeace sino, en 1992 (una década después de haber lanzado por vez primera su necesario Festival Womad), funda el programa Witness, el cual consiste en la entrega de videos a los activistas en favor de los derechos humanos para que sus denuncias sean objetivamente irrefutables.
También se sabe de sus colaboraciones con Amnistía Internacional. Al igual que Bono, el vocalista de U2, Peter Gabriel viaja por el mundo (vivió una temporada en Dakar para mirar de cerca los problemas de la miseria humana, cosas que no hace, ni por asomo, Bono) no como turista ejecutivo, sino como un ser afligido por el pesaroso desengaño político que tiene en la penuria al orgullosamente globalizado mundo. Pero lo hace con discreción, nunca con énfasis exhibicionista. El Teletón de Televisa, ante una ética bien cimentada como la de este compositor inglés, no es sino un artificial modo, y con ganancias millonarias para la empresa de la familia Azcárraga, de sentirse solidario una vez al año (y cómo la gente, con la perogrullesca justificación de más vale hacer algo que nada, cae con facilidad en la simulación de la beneficencia).
Peter Gabriel da todo de sí sin pedirle un dólar a la gente, ya que sabe que ese dólar ha sido ganado con enjundia y sudor por las personas más solidarias del planeta, que no son otras que la justamente necesitada.
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A fines de los setenta, cuando Peter Gabriel edita su primer disco solista, ya hay en él esa inquietud por las letras correctas, por la música perfecta (¡cuando se integra a la poderosa banda Genesis tiene apenas 16 años de edad!), por la sonoridad conceptual de un trabajo discográfico: en la canción “Moribund, the burgermeister” habla del caos en la plaza del mercado, de la fiera multitud, de algunos cuerpos que saltan al aire y de gritos que dicen que se ahogan en un torrente de agua, “otros se arrodillan mirando a un salvador que emerge del barro / oh, madre, me está devorando el alma: / destruyendo la ley y el orden voy a perder el control”.
En este mismo disco (sus cuatro primeras grabaciones se intitulan de idéntica manera: Peter Gabriel), en “Here comes the flood”, también transmite su pesadumbre por la especie humana, asunto que ha hecho a lo largo de su carrera sin caer, por supuesto, en el insoportable pesimismo: “Harto, el bajo mundo navegaba en las alturas / Olas de acero arrojadas al cielo / Y mientras los clavos se perdían en la nube / La cálida lluvia empapó a la multitud / Señor, aquí llega el diluvio / Diremos adiós a la carne y a la sangre / Si de nuevo los mares quedan en silencio / Si queda alguien vivo / Serán quienes dieron sus islas para sobrevivir / Bebamos, soñadores, antes de quedar sedientos”.
Si ya desde sus primeros discos su escepticismo era demasiado visible (en la canción “Mother of violence”, del segundo álbum, decía que cada vez se hacía más difícil respirar y “creer en cualquier cosa”), cuantimás hoy, con siete décadas y media de vida y la madurez en su cenit: ha logrado cristalizar dicho reconcomio, de forma paradójica, en hermosas piezas cada vez más sonoramente complejas pero abiertamente accesibles: la absorción de los sonidos del mundo, y la disposición suya de ser copado por mentalidades tan contrarias a su cultura, han hecho de Peter Gabriel un compositor y un instrumentista realmente único en la escala del rock contemporáneo.
Su vanguardismo, en un medio donde la vanguardia no es sino una etiqueta pop comercializadora más, es tan palpable que su propia música se distancia, en verdad, kilométricamente de los demás productos roqueros.
Su Up (disco que tardó en salir una década, si tomamos en estricta consideración que su anterior trabajo en el estudio de grabación databa de 1992: Us) es, artísticamente, una joya invaluable de la propuesta musical de principios del siglo XXI. Un disco perfecto, por donde lo quiera uno ver.