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El rumor de la Nochebuena

Diciembre, 2024

Hay tradiciones que aquí, en Salida de Emergencia, no queremos perder. Una de ellas es el cuento que nos comparte tradicionalmente el periodista y escritor Víctor Roura por estos días —ya sea para publicarlo en el año que termina o al inicio del nuevo—: “El rumor comenzó como comienzan todos los rumores. Eran los primeros días de diciembre. De pronto, alguien lo mencionó de pasada”…

El rumor comenzó como comienzan todos los rumores. Eran los primeros días de diciembre. De pronto, alguien lo mencionó de pasada:

—Van a asaltar el Mercado de los Juguetes el día de la Nochebuena.

El comentario corrió como dicen que corre el fuego sobre un reguero de pólvora. Un programa radiofónico, muy dado a las discusiones frívolas, organizó un panel para hablar sobre el hecho. El cantante de moda, Rícar Korenzana, invitado de honor, se mostró sorprendido de que el público reaccionara con temor ante tal infundio.

—Los bandidos no avisan lo que van a hacer —dijo, solemnemente.

Por eso, para hacer a un lado las fútiles preocupaciones, recomendó que mejor escucharan su nuevo disco, que contiene doce boleros románticos, y el programa se extendió un poco más, a petición de los radioescuchas, para que Rícar confesara, de una vez por todas, si era novio o no, o si se trataba de un rumor malsano, de una de las chicas de Garibaldi.

El tema del asalto fue, pues, banalizado.

Sin embargo, para la primera posada, no había persona que no hablara sobre el asalto al Mercado de los Juguetes. Todos los días, en los diarios, no faltaba el columnista que diera su punto de vista. No se diga los caricaturistas. Un diario conservador mostraba en su dibujo a los asaltantes con pasamontañas que se aproximaban a la ciudad montados en su caballo. Otro periódico, de inclinación centroizquierdista, exhibía en dos cartones a 1) los presuntos asaltantes como partidarios del PRI ante los inmovilizados policías morenistas y a 2) los de Morena que no recibieron, compungidos, su aguinaldo dizque en solidaridad con los niños que se quedaron sin sus juguetes por el asalto perpetrado por los ladrones… priistas. El secretario de Gobernación, después de una reunión con la Primera Ejecutiva, en la Mañanera declaró a los periodistas que los rumores no eran sino “un vano intento desestabilizador” de la oposición, que ya no sabe cómo exhibir su derrota en la práctica política.

El rumor era el centro noticioso.

Empezaba a exasperarme.

En la comida del sábado 21, mientras mi mujer saboreaba un pollo con champiñones y ya iba en su segunda sangría, lo cual reverdecía aún más sus ojos sangríamente verdes, al comentarle sobre la exagerada reiteración del asalto al Mercado de los Juguetes, me miró con apacible amor y dijo:

—Ojalá Adal no se haya equivocado…

No comprendí. El restaurante estaba atestado de gente.

—¿Perdón? —interrogué con suavidad.

Ella pidió otra sangría.

—Adal conoce a los asaltantes —dijo, con parsimonia, como si hablara de una nueva receta culinaria—. Todo lo han planeado a la perfección. Aunque todo México ya lo sepa, ellos se saldrán con la suya, y no se van a echar para atrás. No puedo decirte más, cariño.

El mesero trajo la bebida.

Sus lindos ojos, los de mi mujer, brillaban más de la cuenta. Qué bella es cuando toma sangría.

No dije nada.

Por mi cabeza rondó el nombrecito del amigo desconocido.

—¿Quién es el tal Adal? —pregunté—, no me lo habías mencionado —dije, acaso con las hormiguitas de los celos subiéndoseme por la cabeza.

Cortó un pedazo de su pollo, se lo llevó a su hermosa boca, me miró con profundidad y dijo:

—Lo conocí en la Universidad. Está enterado de todo. Da clases de teoría literaria. Dice que lo del asalto es un acto legítimo de rebeldía semejante a la guerrilla chiapaneca. Que ha levantado curiosidad e incluso simpatía en la población.

Pedí un ron.

—Me dijo Adal —continuó la belleza— que si yo quería con gusto me incorporaba a la estrategia. Está enterado de todo. Que son seis en total los involucrados. Adal es un chico callado, reservado, muy interiorizado consigo mismo. Pero no sé. A veces pienso que, si una se sumerge a ese mundo, acaba por contagiarse de las ideas impugnadoras. No sé, aunque me despierta curiosidad la valentía del reto.

El tema me empezaba a hartar.

—Por lo que me dijo Adal, el líder tiene más de cincuenta años. Es un veterano de la oposición. Sería interesante conocer de cerca sus opiniones. No sé, ¿tú qué crees? —interrogó, mirándome con dulzura a los ojos.

Dije no tener ni mínima idea del asunto. Y yo que comenzaba a desconfiar de los que le daban demasiada importancia al rumor. ¡Ahora ella venía a decirme que la cuestión sonaba interesante! ¡Y que incluso le estaban naciendo las ganas de conocer de cerca a los rufianes por la superlativa resonancia que había adquirido el rumor!

En ese momento, por la televisión del restaurante, un locutor mostraba al público los retratos hablados de los asaltantes.

—Por lo que sabemos —dijo—, son cinco los villanos que han desquiciado ya a la ciudad con su diabólico plan.

Mi mujer reaccionó con encono.

—¡Están errados! —me gritó en el oído, al punto del desquiciamiento: la irritaban las noticias dolosas y mal informadas—, ¡son seis, ni eso pueden averiguar los inútiles!

Le acaricié el brazo para tranquilizarla.

El locutor, luego, presentó a una psicóloga para que hablara de la destemplanza de los asaltantes.

—Su actitud me remite al clásico comportamiento del abandonado —dijo la psicóloga—. Por eso, en lugar de afrontar su frustración con los verdugos de la sociedad, inclinan su balanza, ¡balanza despiadada y sin futuro!, hacia los menos afortunados del sistema: los niños. Por ahí saben que pueden hacer más daño que yendo a robar un banco, pues un banco lo puede robar ya cualquiera con ciertas agallas… pero entrar a una juguetería es confrontar el propio pasado. Porque los asaltantes, a pesar de su barbarie, un día también fueron niños.

Los comensales estaban, aunque lo más adecuado sería decir “estábamos”, atentos a la televisión.

En cada mesa se discutía a su modo el rumor.

Pero yo tenía que irme a otro sitio, así que, dado que mi mujer apenas iba en el medio pollo, me vi forzado a despedirme. Le di un beso y quedamos de vernos, en la noche, a la hora de costumbre, en el bar de siempre. Me dio un beso como sólo ella sabe darlo, y en la noche la esperé inútilmente por más de dos horas.

Era la primera vez que faltaba a nuestro encuentro. Si bien cada quien vivía en su respectivo departamento, cuando nos citábamos en el bar era porque esa noche dormiríamos juntos. No supe nada de ella, ni al otro día, ni el lunes 23. El 24 amaneció con un frío que calaba los huesos. La ciudad toda esperaba el desenlace del asalto. El rumor había crecido enormidades, al grado de que el diario La Prensa usaba en sus cabezas de portada, sabedora de que todos estaban enterados, frases lacónicas: “¡Faltan dos días!”, “¡Mañana!” y el mismo 24 en su primera plana simplemente salió un escueto “¡HOY!” con mayúsculas en negritas.

A mí me tenía frito su desaparición. Qué diablos me importaban los asaltantes. Yo pensaba en Adal y en mi mujer. Cómo puede alguien cruzarse en un camino ya transitado y recorrerlo nuevamente como si fuera un camino apenas inaugurado. Me dolían el estómago, la cabeza y el corazón. Yo comprendo que un hombre pueda dejar de querer a una mujer si la mujer toma al amor como una rutina, y también comprendo que una mujer pueda desenamorarse de un hombre que la trata con cautelosas distancias, pero no entiendo por qué una mujer, sabiéndose amada enardecidamente por un hombre, busca en otro hombre otro enardecido amor, e igual no entiendo por qué un hombre, sabiéndose amado por una apasionada mujer, busca en otros brazos femeninos un diferente amor que apacigüe sus delirios exacerbados.

¿Dónde demonio andaba mi mujer de los ojos sangríamente verdes?

Un poco antes de las ocho de la noche del día 24, Televisa organizó una apresurada mesa de discusión con Enrique Krauze de moderador. El tema: el rumor como arma de la decadencia política. Cambié de canal. Las noticias hablaban del mismo asunto en todos los canales, no se diga en los portales, era el trending topic con miles de opiniones aquí y acullá. Las cámaras de las empresas televisivas estaban aposentadas, desde temprana hora, en los alrededores del Mercado de los Juguetes, y Televisión Azteca, mediante un contrato millonario con los magnates del mercado de marras, pudo desplazar tres cámaras en el interior del establecimiento para tener aseguradas las tomas decisivas. Su victoria sobre Televisa le auguraba un dineral por los patrocinadores que le crecieron a pasto por la transmisión exclusiva.

Pobre Nochebuena.

Apagué el aparato receptor y, sin sentirlo, mis ojos me condujeron a un sueño conciliador. Desperté sobresaltado, no sé cuántas horas después, por el timbre del teléfono.

Era la belleza.

—¿Viste qué asombrosa aparición la de los asaltantes? —dijo, entusiasmada—, ¡qué portento de hombría! ¡Cumplieron su palabra!

Pero fueron detenidos, sin que la policía disparara una sola bala.

Salieron vitoreados por un público expectante que, desde el mediodía, tenía abarrotado el Mercado de los Juguetes, que, por una vez en su corta existencia empresarial, dejó limpia hasta su bodega.

Todos los juguetes volaron antes de la medianoche… con un veinte por ciento de descuento debido a la súbita generosidad de la gerencia.

Los asaltantes se encuentran detenidos, pero se rumora que saldrán libres con prontitud pues no lograron concretar su violento objetivo. No hay cargo contra ellos.

—¿Por qué me has abandonado, amor? —alcancé tibiamente a preguntar, con los colibríes de los celos punzándome la espalda, las manos, la boca.

—Tenía que hacerlo, cariño —dijo, edulcorando la voz—, Adal me pidió discreción. Accedí a ir a conocer a los asaltantes, que resultaron ser trabajadores de la empresa juguetera. ¡El triunfo de la publicidad! Su estrategia dio resultados impensados. El Mercado de los Juguetes vendió como nunca gracias a un rumor inventado por sus magos de las finanzas. Hablar del asalto era como anunciar la coca cola, ¿entiendes? Estoy impresionada…

Colgué.

No quise oírla más.

Mi Nochebuena no pertenece, aún, al mundo de las telenovelas, ni mi amor se expone, aún, en la bolsa de valores.

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