Septiembre, 2024
Nació en Barcelona en 1982, pero vive en la Ciudad de México desde 2014. Además de ser profesor de Filosofía del Derecho en la UNAM, Pau Luque es también autor de libros, el más reciente de ellos publicado en este 2024: Ñu. Se trata de una obra inclasificable que se mueve entre el ensayo, las lecciones de filosofía aplicada a la vida y el relato corto. Escriben los editores en la contraportada: en este libro, “Pau Luque convoca una galería de personajes extravagantes y tiernos para pensar con ellos la incertidumbre que caracteriza a toda existencia humana”. Jordi Sabaté ha conversado con él.
Hacer con los episodios de la vida de una persona un libro de relatos cortos y que, además, estos tengan digresión y contenido —esto es, que sean inteligentes e interesantes—, está al alcance de pocos talentos, entre ellos Javier Marías o Paul Auster, autores de una literatura ni necesariamente moral, o moralizante, ni imprescindible, pero sí llena de matices de una profundidad muy superior a la que aparenta el entrelineado de sus páginas. En esta liga parece jugar Pau Luque con Ñu (Anagrama, 2024), un libro ligero, breve y seductor, bien escrito y sobre todo lleno de un alma en constante paradoja.
Porque son las paradojas las que articulan Ñu, un título escueto y enigmático que, como el resto del libro, esconde muchas sorpresas y reflexiones debajo de esa parquedad monosilábica. Es la tercera entrega de Luque, profesor de Filosofía del Derecho en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, para Anagrama tras los ensayos Hipocondría moral (2022) junto a Natalia Carrillo y Las cosas como son y otras fantasías / Moral, imaginación y arte narrativo (2020), que obtuvo además el Premio Anagrama de Ensayo. Anteriormente había escrito La secesión en los dominios del lobo (Catarata, 2018), un ensayo sobre el procés.
—Ñu destila una interesante sensación de no saber si se está leyendo una obra de ficción, si el escritor nos está explicando cosas de su vida real o bien, sobre todo, de no tener claro a dónde nos quiere llevar el libro, en el sentido de que nos preguntemos si estamos ante una colección de relatos y paradojas, ante un ensayo, pequeñas lecciones de filosofía o reflexiones.
—Es cierto que no es fácil definir este libro y de hecho supongo que es algo en algún sentido pretendido, me refiero a que las líneas entre qué es ensayo, qué es relato y qué es autobiografía estuvieran difuminadas y que con cada fragmento ocurriera un poco lo mismo que ocurre con la línea que separa la playa del mar, que es una delimitación que cambia con cada ola que se retira. Esto es lo que quería yo que ocurriera un poco con cada fragmento: que cada vez que el lector leyera uno, se hubiera movido la línea entre qué es ficción, qué es autobiografía y qué es ensayo.
—Para aclararnos, ¿qué es Ñu además de un bóvido de la sabana africana y una banda de heavy metal de los setenta?
—En los crucigramas en español hay una pregunta muy recurrente que viene a ser: Bóvido africano que pasea por las praderas comiendo hierba y bla, bla… Todo el mundo que ha hecho crucigramas con cierta frecuencia en su vida sabe que la respuesta es “ñu” y se utiliza como muletilla para rellanar huecos de difícil acomodo con palabras largas. Así que yo lo tomo como una metáfora de la idea según la cual hay veces que tenemos la respuesta a una pregunta que nos hacemos, pero eso no quiere decir que tengamos la solución al problema que pueda entrañar dicha pregunta, ya que hay algunas preguntas que no son un problema, porque ya tienes la respuesta automática, que en este caso es “ñu”.
—Hablando de ñus, la reflexión que puede hacerse al leer el libro es que hoy en día vivimos en una sociedad donde hay soluciones para todo, es decir, somos la sociedad del ñu. ¿No vivimos un poco en una sociedad infantilizada por culpa de esa obsesión por buscar soluciones para todo y evitando convivir con los problemas?
—No sé si infantilizada es la palabra, pero sí somos una sociedad que afronta cualquier cosa que le pase en la vida como un problema al cual hay que buscarle solución. Y hay muchas cosas que o bien no tienen solución o bien no son un problema, y eso es algo que nos cuesta mucho aceptar. Cualquiera de estas dos cosas y el hecho de que intentemos procesar un montón de cosas que nos pasan como si todo fuera una secuencia inacabable de problema, solución, problema, solución, problema, solución, creo que es un malentendido acerca de qué significa tener una vida vivida.
—Acerca de la vida, hay una frase de Thomas Bernhard que venía a decir, dependiendo de la traducción, que “la vida es un laberinto sin salida”, aunque otros traductores hablan de “un callejón sin salida”. ¿No cree que tal vez deberíamos aceptar que la vida es un problema en sí misma?
—No estoy seguro de que la palabra que defina la vida sea “problema”, yo creo que hay maneras más fértiles de estructurar lo que nos va pasando a medida que vivimos, y una de ellas está un poco sugerida entre líneas: es entender la vida no tanto como una secuencia, como una cadena de problemas y soluciones, sino como una gran narración; una gran conversación en la que no hay que resolver las cosas.
—En su anterior libro de ensayo, junto a Natalia Carrillo, hablaban de una actitud común que daban a llamar “hipocondría moral”, esto es la excesiva culpa que sentimos incluso por sucesos en los que en realidad no tenemos ni responsabilidad ni capacidad de poner remedio. ¿No viene a ser esta culpa un intento de buscar una solución fácil, un ñu, para evitar tomar posicionamiento, o bien para evitar reflexionar sobre esos asuntos?
—Sí. De hecho creo que Ñu forma parte del mismo hilo filosófico que Hipocondría moral. Lo que pretendo explicar es que muchas veces, ante ciertos malestares de calamidades que ocurren en el mundo, creemos que la solución es la culpa, sentirnos culpables. Y no: lo cierto es que no suele ser una solución para nada. En Hipocondría moral sugeríamos una manera alternativa de lidiar con estos malestares, que consiste en pensar más en términos de responsabilidad que de culpa. Y ello a pesar de que la responsabilidad no tiene el poder que tiene la culpa, ya que la responsabilidad que yo tengo respecto de las calamidades que ocurren en el mundo es mucho más incierta. En cambio, la culpa es en ese sentido muy sabrosa, porque tú tienes la certeza de que eres culpable en algún sentido por las calamidades que ocurren en el mundo. Y en el mismo momento en que tú crees genuinamente que eres culpable, ya has resuelto en algún sentido la situación, a pesar de que luego no ocurra nada. Cuando tenemos un culpable, por lo menos tenemos algo, pero un responsable es algo mucho más indeterminado.
—En este sentido ¿no vivimos en una sociedad, al menos la occidental, excesivamente lacaniana en el sentido de pensarlo todo, racionalizarlo todo…? Lacan decía aquello de “pienso donde no estoy, luego estoy donde no pienso”…
—Vivimos la época más reflexiva de la historia de la humanidad; estamos todo el rato haciendo cosas y pensando y analizando lo que estamos haciendo simultáneamente, y esto históricamente no había sido así. Antes simplemente se hacían cosas y no se le daba más vueltas; no estábamos sometidos a nuestro propio análisis y a nuestro propio juicio, a nuestra propia conciencia y a nuestra propia reflexión constantemente. Y esto es muy peculiar de nuestra época, este estar haciendo algo y simultáneamente pensando sobre lo que estoy haciendo. Y resulta que esta actitud, que para muchas cosas está bien, y de ahí que tenga sentido, se ha convertido en un lugar común según el cual debemos antes de actuar. Es algo que tiene fuerza y tiene su sentido, pero como se produce una especie de deformación del pensamiento en la que se le empiezan a dar demasiadas vueltas a las cosas y nos obsesionamos con lo que hacemos, se puede volver corrosivo hasta el punto de que necesitamos racionalizar un montón de cosas que probablemente sea innecesario, e incluso contraproducente, racionalizarlas.
—Habla también en el libro de Unamuno, e incluso utiliza algunas de sus licencias literarias dentro de Ñu. En cambio, sorprende que diga que no le interesa Unamuno…
—Digo que no me interesa porque es algo que me conviene en un momento determinado de la narrativa del libro, pero por supuesto que me interesa Unamuno.
—Fue alguien que siempre rechazó las soluciones fáciles y se pasó la vida atormentándose dando soluciones difíciles a las complejidades de su existencia tanto espiritual como intelectual.
—Bueno, es que parte de lo que intento decir en el libro es que muchos ñus son justamente producto del pensamiento y no sólo en la adopción de una solución fácil, sino también de una solución difícil. Hay una filósofa inglesa, que se llama Miranda Fricker, que dice que el pensamiento puede ser corrosivo, y creo que tiene toda la razón. Creo que apunta justamente a que cuando piensas de más, puedes producir auténticos monstruos mentales. En mi opinión, la sobreintelectualización suele producir muchos monstruos de este tipo.
—En el libro también cita la película de Michael Haneke Funny Games, y en concreto el momento en que la familia víctima se da cuenta de que no hay ninguna razón lógica para lo que están sufriendo. Dice que es en este punto cuando se pueden generar los verdaderos monstruos de la razón.
—Ahí me refiero a fenómenos de violencia que se dan muchas veces cuando se intenta buscar razones para justificar algunos exabruptos de violencia que no las tienen, y entonces, a base de pensar la respuesta se vuelve algo mucho peor que un exabrupto, porque se vuelve una violencia racionalizada, mentalmente organizada, donde las cosas aparentemente encajan y lo hacen, aparentemente, de manera orgánica. Ahí se producen los peores fenómenos de violencia, porque no es una violencia instintiva, puntual e irracional sino que es sistemática y que creemos que está justificada porque estamos cargados de razones.
—Se me ocurre que ese pueda ser el caso de Israel tras los salvajes atentados de Hamas, que acaso la sociedad israelí no sea capaz de procesar…
—Lo cierto es que cuando crees que estás justificado para ejecutar la violencia y estás convencido de tener toda la razón de tu lado, en ese momento, si además tienes armas a mano, tienes por tanto la posibilidad de ejercer violencia racionalizada. Ese es el momento más perturbador de todos… Durante mucho tiempo se ha creído que los peores crímenes eran los llamados pasionales, pero los peores crímenes son siempre los aparentemente racionales, siempre son los que generan más calamidad en el mundo.