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“¿Dónde estaría la gracia si tuviese todo lo que quiero?”

Agosto, 2024

Ahora que la película de Coraline está de nuevo en cartelera —en una versión 3D que celebra el XV aniversario de la cinta stop-motion creada por los estudios Laika—, es buen momento para retomar la exitosa historia escrita por Neil Gaiman publicada por Bloomsbury y Harper Collins en 2002. En esta nueva entrega de la ‘Calesita’, Juan José Flores Nava revisita la historia de Coraline Jones aparecida en español en 2009 bajo el infalible sello editorial Salamandra.

El tiempo, para los niños, es indeterminado. El pasado huele a cera de lustrar muebles, a perro faldero nervioso y chillón, a ajos crudos. El futuro es como un circo de divertidos ratones que parecen saberlo todo pero a los que nadie quiere escuchar, un circo del que muchos hablan pero que es imposible mirar. Y el presente, que es lo único que los niños poseen (sin saber que lo poseen), es un enorme campo para explorar: a veces con neblina, a veces con claridad, pero siempre novedoso.

Así que es una mala situación cuando papá y mamá se ocupan de atender su propio presente. Y nada más. Porque los niños, para explorar y entender el aquí y el ahora, necesitan de sus padres. Es justo lo que le sucede a la pequeña Coraline Jones, acaso el personaje más conocido del británico Neil Gaiman (1960), en especial después del éxito de la cinta Coraline y la puerta secreta, dirigida por el estadounidense Henry Selick, estrenada en 2009 y que ahora mismo ha vuelto a las salas cinematográficas en versión 3D para celebrar sus 15 años.

En Coraline (Salamandra), Gaiman narra el fabuloso viaje entre dos mundos de una niña que se ve obligada a rescatar a sus padres, cuyas almas fueron atrapadas por una bruja. La familia —el Sr. Jones, la señora Jones y Coraline— recién se mudó a una casa, una vieja y enorme mansión en la que también viven, debajo de Coraline, en el primer piso, las señoritas Spink y Forcible, un par de ancianas regordetas que se anclaron al pasado. Y por encima, en el tercer piso, habita un viejo excéntrico que adiestra ratones y que no permite (como el futuro) que nadie lo vea.

Dave McKean fue el encargado de ilustrar Coraline, la novela de Neil Gaiman.

Cercada por el mundo adulto, Coraline está aburrida: ya vio todos los videos que tiene, está harta de sus juguetes de siempre y ya leyó todos sus libros; además, aunque su padre y su madre trabajan en casa, cada uno pasa la mayor parte del día frente a su propia computadora y aislado en una habitación. Sólo la acompañan a la hora de las obligaciones cotidianas como comer pizzas sacadas del congelador o extraños guisos recalentados, preparar las cosas para la escuela, salir de compras o dormir.

“No me importa lo que hagas mientras no te metas en líos”, le dice su madre a Coraline. “Aquí tienes una hoja y un lápiz. Explora el piso. Cuenta todas las puertas y ventanas. Apunta que cosas hay de color azul. Organiza una expedición para descubrir el termo de agua caliente. Y déjame trabajar en paz”, le dice su padre a Coraline.

Esta expedición a la que la lanza su padre la lleva a descubrir que hay un total de 21 ventanas y 14 puertas. “De las puertas que vio, trece abrían y cerraban normalmente. La otra (una gran puerta de madera tallada en color castaño, que estaba en un rincón del salón) estaba cerrada con llave”.

Esta última puerta es la que llevará a Coraline a otro mundo, un sitio en el que una bruja con ojos de botones ha tomado la forma de su madre y ha creado el lugar perfecto para la niña, con un papá y una mamá (la propia bruja) que se desviven por ella, con deliciosos alimentos sobre la mesa, con gente que la escucha y le presta atención, con inagotables territorios para recorrer. Un lugar donde cada día es mejor y más alegre que el anterior.

Coraline —según el libro de Gaiman— es una niña pequeña y poco desarrollada para su edad —en la película luce como una larguirucha adolescente. No obstante su tamaño, posee una gran inteligencia, sabiduría, valor, una enorme curiosidad y mucha suerte. Por lo que muy pronto se da cuenta de que haber cruzado aquella puerta le permitió a la bruja apoderarse de las almas de sus padres y tratar de quedarse con la de ella: “En los ojos de botones de la otra madre sólo había afán de posesión, y Coraline sabía que la veía como un cachorrito consentido que pronto dejará de tener gracia”.

Pero ¿por qué la quiere? Quizá “porque quiere amar algo, algo que no sea ella misma”, le dice a Coraline un gato negro que se vuelve su guía en ambos mundos. Es una figura que le permite a la pequeña transitar entre el mundo de la realidad y el mundo del deseo. El mundo de sus padres verdaderos y el mundo de sus padres ideales. El mundo donde no puede tenerlo todo (por ejemplo, unos guantes de color verde fosforescente que la distingan o unas botas de agua amarillas con forma de rana) y el mundo donde puede tener todo lo que desee.

Una imagen de la película de Henry Selick ilustra la portada de una edición reciente de Coraline, la novela de Neil Gaiman.

El gato cumple la función de un maestro ecuánime, avispado y conocedor capaz de experimentar y comprender lo mismo la realidad infantil, que el mundo adulto. No es como las señoritas Spink y Forcible, que discurren el presente viviendo en el pasado, o como el viejo del tercer piso, Bobo, cuya misteriosa existencia está atada a un futuro en el que algún día sonará la suave música del circo de ratones.

En su intensa experiencia, Coraline aprende que nadie quiere de verdad tener todo lo que desea. “¿Dónde estaría la gracia si tuviese todo lo que quiero?”, se pregunta. Ella tuvo, no obstante, la oportunidad para comprenderlo. Pero hay otros niños —lo sabe Coraline— que no corrieron con la suerte de ella, otros niños a quienes la bruja hizo suyos y cuyas almas encerró en un tiempo sin tiempo.

Aplastados por esos adultos que a veces nos aferramos, para subsistir, a la gloria o el dolor del pasado, que mantenemos el impulso marchando con los ojos cerrados tras un incierto futuro o que ardemos en un presente de ocupaciones, hay niños (hijos, hijas) que quedan expuestos a las dulces palabras de quienes les prometen cumplir sus sencillos deseos de afecto, diversión, bienes materiales y atención. Pero no son más que engaños. Entidades que buscarán apropiarse de su alma, de lo que son y de todo lo que les interesa. Tal como se lo advierten unas voces tristes, infantiles, que desde el olvido y las tinieblas le dicen a Coraline:

“Huya, señorita, mientras tenga aire en los pulmones y sangre en las venas. Le dejará sólo niebla y bruma. Se llevará su alegría. Un día, cuando despierte, no tendrá ni alma ni corazón. Será usted una cáscara, una voluta de humo, y se convertirá en un sueño al despertar o en el recuerdo de algo olvidado”.

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