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“En realidad, quien ha muerto es el Kadaré ciudadano, no el escritor”

María Roces González es hoy la principal traductora del reconocido autor albanés; en esta charla, profundiza en la obra y en la vida del escritor, recientemente fallecido

Agosto, 2026

Desde hacia algunos años era ya considerado un clásico contemporáneo de la literatura universal, tanto por la profundidad como por la belleza de sus libros. Fallecido el pasado 1 de julio, Ismaíl Kadaré era el escritor más conocido y traducido de las letras albanesas. En la siguiente entrevista con el periodista Marc Casals, María Roces González, la principal traductora de Kadaré —junto con su difunto marido, Ramón Sánchez Lizarralde, profundiza en la obra y en la vida del escritor, eterno candidato al Nobel. Después de todo, como la propia María Roces lo explica, viene leyendo a Kadaré desde 1981 y, entre Ramón y ella, han traducido 50 de sus libros: “La traducción literaria es una gozada”, señala aquí…


Marc Casals


María Roces González (España, 1952) es, con su difunto marido Ramón Sánchez Lizarralde (1951-2011), la principal traductora de Ismaíl Kadaré y de literatura albanesa al español. A raíz de su militancia en el Partido Comunista Español, el matrimonio se instaló de 1980 a 1984 en la Albania de Enver Hoxha, pero el contacto con la realidad albanesa les hizo desengañarse del régimen. Desde su regreso a España, primero Sánchez Lizarralde y luego Roces González, se convirtieron en mediadores culturales y traductores literarios. Hoy son los firmantes de la totalidad de traducciones directas de literatura albanesa al español, incluidas cincuenta obras de su autor más prestigioso: el recientemente fallecido Ismaíl Kadaré (1936-2024). Con ella hemos conversado.

María Roces González. / Foto cedida

—Ismaíl Kadaré dijo, en una de sus frases más célebres, que fue de la literatura a la libertad. Ramón Sánchez Lizarralde y usted fueron de la militancia política a la traducción literaria. ¿Cómo se desarrolló ese recorrido?

—Sin saberlo fuimos de una dictadura a otra. Para luchar contra el franquismo militábamos en el Partido Comunista Español marxista-leninista (PCE m-l), que era hermano del Partido del Trabajo de Albania. Desde el año 1964 pedían parejas para ir a trabajar a Radio Tirana y a la editorial de libros políticos 8 Nëntori (“8 de noviembre”, fecha de la fundación del Partido Comunista de Albania). A nosotros nos mandaron allí en 1980, bajo los nombres en clave de “Karlos” y “Karmen”. Ramón trabajaba en 8 Nëntori traduciendo al español libros del jefe de Estado Enver Hoxha, informes sobre los plenos del Comité Central y otros textos políticos. Yo al principio corregía los guiones de los programas de Radio Tirana, pero el español estaba tan plagado de errores y era tan poco fluido para hablarlo que, al cabo de un año, me puse a traducir yo misma los textos. Emitíamos sobre todo noticias relacionadas con España.

—Al llegar a la Albania de Hoxha, su opinión sobre el país cambió por completo.

—¡Pensábamos que íbamos al único país socialista del mundo! Mi partido, el PCE m-l, había roto con todos los países del Este: éramos antisoviéticos y considerábamos “social-imperialista” a la URSS y revisionista al PCE. Ramón y yo incluso habíamos escrito un libro titulado El traidor, vendepatrias y felón Santiago Carrillo. Llegamos a Albania después de luchar contra una dictadura, pero luego nos dimos cuenta de que habíamos caído en otra. Al empezar a leer en albanés, vimos que aquellos textos estaban cargados de nacionalismo. Además, las autoridades eran absolutamente vaticanistas: había que tener hijos para el Partido, los chicos no podían llevar el pelo largo, las chicas no podían vestir minifalda… ¡igual que los curas! Por si fuera poco, a Ramón le tocó traducir los libros de Enver Hoxha. Había uno, anunciado como su obra maestra y una aportación fundamental al marxismo-leninismo, cuya tesis era: “La revolución es un problema planteado que espera solución”. Luego se supone que allí habían instaurado la dictadura del proletariado, pero en Albania casi no había clase obrera. Tú no creas proletarios cogiendo a un cabrero que está en el monte con su rebaño y poniéndolo a trabajar en el torno de una fábrica, porque un torno no crea conciencia de clase. Por otra parte, había flechas mirando hacia arriba en los campos para indicar por dónde vendrían los paracaidistas si se producía una invasión del país; el territorio estaba lleno de búnkeres, y todo el mundo sabía dónde se tenía que colocar para “repeler la agresión imperialista”. Pero, sobre todo, lo que nos hizo cambiar de idea sobre Albania fue la represión. Al cabo de un año de estar allí, nos dijimos que si hiciésemos en Albania lo que habíamos estado haciendo en España, que era ir a piquetes en las huelgas, fundar sindicatos o reivindicar los movimientos vecinales en los barrios, terminaríamos muy mal. ¡No nos fusiló Franco y nos hubiese fusilado Enver Hoxha!

—En esa Albania que describe como represiva y absurda, la primera obra literaria que leyeron en la lengua local fue El gran invierno de Kadaré. Narra la ruptura del país con la Unión Soviética.

—Nos fascinó sobre todo el personaje de Enver Hoxha durante la Conferencia Internacional de los Partidos Comunistas y de los Trabajadores celebrada en Moscú en 1960, en la que se confirmó la ruptura. Hoxha era un tirano, pero que un dictadorcillo al mando de un país de tres millones de habitantes se plantase frente a los 81 partidos comunistas del mundo, que entonces representaban a un tercio de la población del planeta, y tuviese las narices de enfrentarse a Jruschov y compañía lo convirtió en un personaje ideal para la literatura. Como preparación de cara a El gran invierno, Kadaré obtuvo permiso de Hoxha para consultar las actas de esa conferencia de los 81 partidos, que tienen un gran interés no sólo histórico, sino también literario. El gran invierno es una extraordinaria novela política, pero política en el sentido en que lo son las obras de Esquilo, uno de los principales referentes de Kadaré.

—Justo aquel periodo fue uno de los más difíciles para Kadaré en Albania, ¿no?

—Entonces era un escritor medio prohibido. En la planta de abajo de la editorial política 8 Nëntori, donde trabajaba Ramón, estaba Naim Frashëri, la editorial literaria del régimen. Allí trabajaba Helena, la mujer de Kadaré, y a veces él iba a llevar manuscritos o a otras cosas. Cuando había alguna fiesta o algún acto de la editorial, no te diré que estuviese solo en un rincón, pero casi. Las autoridades lo habían enviado a trabajar a una aldea, la policía política le acusaba de ser un espía y un burgués e insistía en arrestarlo… En aquel tiempo, en Albania cualquier obra literaria que no fuesen novelas río o realismo socialista parecía algo complicado y sin estructura: o las autoridades no lo entendían, o lo consideraban “burgués”. Pero Kadaré estaba haciendo literatura de verdad, y nosotros sabíamos bien lo que era la literatura.

Ismaíl Kadaré, acompañado de Ramón Sánchez Lizarralde, firmando sus obras en la Librería Cervantes de Oviedo con motivo de la consecución del Premio Príncipe de Asturias en 2009.

—La primera traducción de Kadaré al español hecha por Ramón Sánchez Lizarralde fue su novela de debut, El general del ejército muerto, que se publicó en 1987. Luego Sánchez Lizarralde inició una colaboración con el editor argentino Mario Muchnik. Desde aquellos comienzos, primero él y luego usted han traducido cincuenta obras de Kadaré al español. Sánchez Lizarralde, que fue quien se ocupó al principio de esa labor, se definía a sí mismo como “un pionero a la fuerza”.

—Las dos primeras traducciones de Kadaré al español se publicaron en VOSA, la editorial del PCE m-l, que dirigía el propio Ramón. Una fue El general del ejército muerto (VOSA, 1987) y la otra El gran invierno (VOSA, 1991), hecha por Jesús Hernández, que también había estado en Albania. Pero ya a nuestro regreso a España en 1984, Ramón comenzó a dirigirse a editoriales españolas con la idea de que publicasen a Kadaré. Así entró en contacto con Muchnik, que se oponía a la imposición de Fayard, la editorial francesa de Kadaré, de que se tradujesen sus libros no desde el albanés, sino desde el francés. Ramón fue un “pionero a la fuerza” porque apenas tenía herramientas con las que trabajar. Cuando estábamos en Albania se publicó el primer diccionario monolingüe en lengua albanesa, en el que todos los ejemplos tenían que ver con el comunismo, y también un diccionario bilingüe francés-albanés. La única experiencia de la que partía Ramón era haber traducido el albanés político y burocrático del régimen, que era horroroso y no tenía nada que ver con la literatura. Desde que yo heredé la tarea, puedo consultar las traducciones que hicieron Ramón y Jesús Hernández, pero es que Ramón no tenía casi nada de lo que partir.

—¿Cuál fue su colaboración con Sánchez Lizarralde hasta que fue usted quien pasó a hacerse cargo de las traducciones?

—Al principio le eché un mano con El viaje nupcial (Círculo de Lectores, 1991), y me acuerdo de que durante un verano colaboramos en la traducción de Abril quebrado (El Aleph, 1990). Pero en 1989 pasé a la federación de asociaciones vecinales de Madrid y me metí de lleno en esa pelea, tanto que ni siquiera viajé a Albania desde los años noventa hasta 2009. Durante ese periodo, Ramón a veces me preguntaba dudas si andaba apurado con la primera versión de un libro, pero hasta que enfermó de cáncer yo estaba en una película distinta que él. Las únicas traducciones que hacía del albanés eran porque era la presidenta de la Asociación de Amistad España-Albania. Allí sí que traduje textos para la revista de la asociación, para festivales de cine y para otras actividades. Luego, a partir del año 2000, Fayard empezó a publicar las obras completas revisadas de Kadaré y estuve comprobando si en ellas había erratas corregidas o cosas que en su momento el régimen había censurado. Cuando Ramón se puso enfermo fuimos colaborando cada vez más, hasta que murió. Desde entonces soy yo quien se ocupa de las traducciones.

—¿Qué dificultades plantea traducir a Kadaré?

—Lo primero es que hay que conocer a los albaneses, a la sociedad albanesa y cómo son ellos. Pero luego hay que dominar las fuentes de Kadaré. Por ejemplo, para la traducción de Tres minutos (Alianza, 2023), su última novela, tuve que volver a Esquilo, a Dante… Por una breve cita de Dante que aparece, regresé una vez más a La Divina Comedia. Pero lo más bonito de la preparación de esa novela, en la que Kadaré parte de una llamada que hizo Stalin a Borís Pasternak para preguntarle su opinión sobre el arresto de Ósip Mandelshtam, fue leer las memorias de Nadezhda Mandelshtam y releer Doctor Zhivago. También, como el narrador había sido un estudiante albanés en la Rusia de Jruschov, yo debía averiguar cómo había sido la vida de aquellos albaneses. Pero lo fundamental es leer literatura escrita originalmente en español para tener las palabras a mano, porque al final tanto el estilo como las estructuras tienen que ser españoles. De todas maneras, si un texto es literatura de calidad, como los libros de Kadaré, siempre es fácil de traducir. ¡Lo difícil son los textos mal escritos!

—¿Qué aportó Kadaré a la lengua literaria albanesa?

—Kadaré no ha creado el albanés literario, pero casi. Por ejemplo, un equivalente sería Valle-Inclán en España, incluso diría que la influencia de Kadaré es mayor. Se atrevió a introducir en la literatura el albanés popular, que es precioso y, al haber estado en Occidente y conocer la literatura occidental, empezó a utilizar oraciones subordinadas, porque el albanés tiende a las frases cortas. Kadaré rompió con las oraciones simples y las estructuras pulidas de las novelas río. Y para los jóvenes albaneses fue fundamental su obra poética, que en el extranjero no se conoce tanto, aunque Ramón preparó dos o tres antologías. Para la juventud de Albania, el Kadaré poeta era un poco como los cantautores para nuestra generación, con esas canciones que formaban parte de nuestra educación, de nuestra sensibilidad, de nuestras vidas.

—Kadaré es una figura paradójica porque formalmente sus obras son experimentales, pero al mismo tiempo aspiraba a ser el escritor “nacional” de Albania y lo consiguió. En tanto que conocedora tanto la obra de Kadaré como de la sociedad albanesa, ¿dónde localizaría esa “albanidad” de Kadaré?

—En su europeísmo. Él veía Albania como un país al que se le había negado su identidad europea: primero el Imperio otomano, luego la Unión Soviética… y ahora también Occidente, por el prejuicio de que los albaneses son musulmanes. La realidad es que en Albania hay musulmanes, ortodoxos, católicos y los bektachíes, que para mí son una especie de herejes maravillosos. Existe una consigna famosa acuñada por los nacionalistas albaneses del siglo XIX: “La religión de Albania es la albanidad”, es decir, la lengua y la identidad albanesas. Kadaré siempre reivindicó Europa, las influencias europeas y las corrientes literarias europeas. Nunca le atrajo Oriente. Decía que la conciencia nacional albanesa la habían despertado los impulsores del “renacer albanés” en el siglo XIX, pero él quería que esa conciencia nacional fuese europea. Yo discrepo de eso, pero para él la civilización estaba siempre en Occidente.

—Dentro de esta “albanidad”, Kadaré mantuvo un gran compromiso con la causa de Kosova. ¿Cuáles fueron sus posiciones respecto a esa cuestión? Y, como gente de izquierdas muy implicada con la cultura albanesa, ¿cómo vivieron Sánchez Lizarralde y usted todo lo que ocurrió allí durante los años noventa, desde el auge de Milošević hasta los bombardeos de la OTAN?

—Nosotros estábamos en Albania cuando las autoridades yugoslavas reprimieron a los albaneses de Kosova en la década de los ochenta. Entonces Hoxha publicó artículos críticos con Yugoslavia, pero sin apoyar la lucha kosovar, es decir, templando gaitas. Eso es algo que Kadaré le reprochaba. Él estaba a favor de la independencia de Kosova [Kosovo en albanés], porque Yugoslavia había dado a los albaneses un trato criminal. Y, como era partidario de Occidente, quería que la OTAN bombardease Serbia, cosa con la que yo no estaba de acuerdo. Creo en el derecho de autodeterminación y defendía la independencia de Kosova, pero no los bombardeos de la OTAN. Cuando empezó la campaña de bombardeos, Ramón y yo fuimos por las emisoras de radio defendiendo el derecho de Kosova a independizarse. Contra nosotros estaba el PCE, que era proserbio y veía a Milošević como un camarada. Incluso me fui de una asociación vecinal de Madrid porque criticaban a los kosovares por ser “anticomunistas”. Se pensaban que Milošević era comunista, imagínate.

—Aproximadamente desde que Sánchez Lizarralde empezó a traducir a Kadaré y cayó el comunismo en Albania en 1991, empezaron a arreciar las críticas hacia él por su supuesta ambigüedad respecto al régimen. ¿Cuáles eran y cómo las ve con la perspectiva que da el tiempo?

—Para el régimen, Kadaré era un traidor, un vendido, un burgués y un agente de la oligarquía francesa. El problema era que, desde El general del ejército muerto, tenía mucha difusión en Francia y no se podían permitir crear ni a un disidente ni a un mártir. En la transición se le pidieron cuentas, sobre todo desde el extranjero, porque desde Occidente es muy fácil decirles a los demás lo que tienen que hacer. Él, como nosotros y muchos albaneses, creía que Ramiz Alia, el sucesor de Hoxha, iba a ser una especie de Gorbachov a la albanesa; pero, cuando vio que nada cambiaba, se marchó a París. En general, todas esas críticas vienen de la confusión entre el Kadaré ciudadano y el Kadaré escritor, un problema que aún hoy existe en Albania. Kadaré acabó siendo odiado por muchos albaneses, escritores y no escritores, por provincianismo y envidia.

—Ramón Sánchez Lizarralde murió en 2011. Como suele decir, le dejó las traducciones literarias del albanés al español como amanet, un turquismo que significa algo así como “legado”. ¿Cómo fue ese proceso y cómo se siente respecto a ese amanet?

—En realidad fue una traición pura y dura. En torno a 2005, a Ramón le detectaron el cáncer y le dijeron que podía vivir unos cinco años, incluso menos. Entonces me pidió que firmásemos los contratos de traducción los dos, porque no sabía hasta dónde iba a llegar. Firmamos seis contratos y eso sí me lo consultó, pero luego, a mis espaldas, les dijo a los editores que yo seguiría con las traducciones del albanés. Así que del amanet me enteré a toro pasado. Dejé el asociacionismo vecinal en Madrid, volví a mi aldea en Asturias y así empezó la que yo llamo “mi quinta vida”: la primera fue desde que nací hasta que me fui de casa, la segunda transcurrió durante lucha antifranquista, la tercera corresponde a mi estancia en Albania y la cuarta la pasé peleando en los barrios. En resumen, que lo que me dejó Ramón fue mitad amanet mitad embolado, pero lo acepté porque la traducción literaria es una gozada.

—¿Cómo fue su trato con Kadaré a lo largo de los años?

—Al principio solíamos verlo en alguna comida o en la ciudad costera de Durrës, donde pasaba las vacaciones. Luego Ramón empezó a ir a la Liga de Escritores y Artistas en Tirana y un día se lo presentaron. Entonces Kadaré dijo con retintín “Ah, uno de los ‘amigos’”. “Amigos” era la palabra utilizada con sarcasmo para hacer referencia a los marxistas-leninistas que estábamos en Albania, porque no seríamos tan amigos de los albaneses si ayudábamos a la dictadura… Curiosamente, luego estos “amigos”, como Ramón y el alemán Joachim Röhm, terminaron siendo sus mejores traductores extranjeros. Cuando, más adelante, Kadaré empezó a venir a España, yo ya estaba en el mundo de las asociaciones vecinales, pero desde que Ramón murió traté más con él. Por la fama enorme que tenía en Albania al principio se comportaba de manera hosca, lo que en asturiano se llama repunante. Al final lo que pasaba es que era muy tímido y acabó resultando ser un tipo encantador. Eso sí, cuando le hacíamos consultas casi nunca eran preguntas concretas sobre sus traducciones, sino que más bien le pedíamos obras suyas, comentábamos cómo organizar sus viajes a España y cosas así. Ramón creía, y yo estoy de acuerdo, que el traductor se tiene que responsabilizar de su traducción, sin incordiar al autor.

—Una pregunta quizá frívola, pero inevitable: ¿cómo llevaba Kadaré su condición de eterno candidato al Nobel?

—Kadaré no creo que estuviese tan pendiente, pero los albaneses sí, porque cada octubre se escribían una cantidad descomunal de textos sobre el Nobel. Yo supongo que al principio Kadaré sí le daría más importancia, pero no tanto por él como por la lengua albanesa: por lo que hubiese supuesto que un autor que escribía en albanés ganase el premio. Imagínate una lengua de tronco único como el bretón o el armenio, con apenas ocho millones de hablantes, premiada con el Nobel. Hubiese sido algo increíble. También recuerdo que en junio de 2009 le dieron un premio en Bilbao, y ese mismo otoño ganó el Príncipe de Asturias. Entonces sí estaba muy interesado y preguntaba a Ramón cómo funcionaba el premio, qué peso tenía, etc.

—Para los lectores que quieran introducirse en la extensa obra de Kadaré, ¿qué libros suyos recomienda?

El palacio de los sueños (Alianza, 2016), aunque también podría citar El firmán de la ceguera (Anaya & Mario Muchnik, 1994) o El nicho de la vergüenza (Alianza, 2001). Son libros que retratan el totalitarismo albanés, pero camuflado en la época otomana, porque, debajo de la superficie comunista, Enver Hoxha era como un bajá. Controlar los sueños de la población como el palacio que da título a la novela es lo que hubiesen querido Franco, Hoxha y cualquier otro tirano. Después, a Ramón y a mí siempre nos encantó El año negro, que está ambientada en el año 1913, cuando se creó el Estado albanés. Kadaré decía que los albaneses están locos, que Albania es un país de locos. Al conseguir la independencia, se trajeron a un rey alemán que era como Amadeo de Saboya, a quien Marx llamaba “el rey huelguista”, y que después se largó. En el libro también aparece el ejército holandés, un cometa que atraviesa el cielo… La novela tiene unos ingredientes perfectos, aunque quizá exija cierto conocimiento sobre los Balcanes para descifrarla.

—Y, visto que Kadaré es de esos autores que han monopolizado una literatura entera, ¿a qué otros escritores albaneses traducidos al español recomendaría?

—A Fatos Kongoli, que escribe sobre el paso del comunismo al capitalismo de los años ochenta en adelante, si bien, a diferencia de Kadaré, Kongoli lo hace pisando el terreno. La Albania de Kongoli es la de los barrios populares de bloques adonde fueron a vivir los campesinos. Sus personajes son perdedores, sólo tienes que ver los títulos de las novelas: Tirana blues (Siruela, 2010), La vida en una caja de cerillas (Siruela, 2010), Una nulidad de hombre (Siruela, 2013)Luego está Bashkim Shehu, que vive en España y es muy buen escritor pero de lectura exigente, con una gran influencia de Borges y Danilo Kiš. En Angelus novus (Siruela, 2017) cuenta su experiencia en la cárcel después de que su padre Mehmet Shehu, mano derecha de Hoxha, cayese en desgracia, a través de la figura de Walter Benjamin. En Albania es más conocido por Confesión junto a una tumba vacía (Atalaya, 1998), donde narra su búsqueda de la tumba de su padre, quien “se suicidó” durante una purga del régimen.

—Teniendo en cuenta el vínculo que un traductor desarrolla con los autores a quienes traduce, que ha pasado décadas sumergida en el universo de Kadaré y que el albanés es una figura clave tanto en su vida como en la de Ramón Sánchez, ¿qué sentimientos le despierta que haya muerto?

—Llevamos leyendo a Kadaré desde 1981 y, entre Ramón y yo, hemos traducido 50 obras suyas; así que hablábamos de él casi como de un vecino o un familiar. Además, Kadaré ha estado durmiendo con nosotros desde que regresamos a España, porque incluso ahora tengo sus obras en la estantería de mi habitación. Hay veces en las que parece como si sus libros los hubiésemos escrito Ramón o yo, en las que te acuerdas de un pasaje y, sin darte cuenta, te preguntas: “¿Dónde escribí yo esto?”. Pero al mismo tiempo sabía que Kadaré tenía 88 años y llevaba ya un tiempo senil. Cuando en 2023 recogió la Legión de Honor en Francia y vi el estado en el que se encontraba, sentí más duelo y más pena que ahora que ha fallecido. En realidad quien ha muerto es el Kadaré ciudadano, no el escritor.

[Texto publicado originalmente en CTXT; es reproducido bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0.]

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