Junio, 2024
Los rituales funerarios en la antigua ciudad de Chichén Itzá eran principalmente con niños varones de comunidades cercanas. Así lo revela el estudio genético de 64 individuos ejecutados durante un período de 500 años.
La antigua ciudad maya de Chichén Itzá, en la península de Yucatán (México), es conocida por la gran cantidad de sacrificios rituales descubiertos en sus yacimientos. Estos incluyen tanto los restos físicos de personas ejecutadas, como representaciones en arte monumental.
Tras el colapso del Clásico Maya, este asentamiento fue un centro político poderoso durante el período Clásico Terminal (800-1000 d.C.), hasta la llegada de los españoles. Su dominio se extendía por la región maya y el corazón del centro de México. En su arquitectura destacan sus más de doce juegos de pelota y numerosos templos, entre ellos: El Castillo, una enigmática construcción adornada con serpientes emplumadas.
También se localiza en ella el Cenote Sagrado, un gran sumidero con restos de más de 200 individuos ejecutados y una representación en piedra a escala real de un enorme tzompantli (estante de cráneos) en el centro, sobre el que se había especulado, pero no se conocían hasta ahora en detalle las prácticas ceremoniales aplicadas.
En 1967, cerca de este cenote, se descubrió un chultún —una cisterna subterránea o cámara de almacenamiento de agua— que contenía restos de más de 100 jóvenes.
Un estudio que publica la revista Nature analiza el ADN antiguo de 64 de estas personas sacrificadas. “Identificamos entre ellos dos pares de gemelos. El sacrificio como tal puede ser un homenaje a la figura de los Gemelos Héroes de la mitología maya”, nos dice Rodrigo Barquera, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania) que lidera el trabajo.
El hecho de haberlos encontrado en un chultún adyacente a una cueva natural puede estar relacionado al simbolismo de las cuevas y cavernas como entradas al inframundo, según los investigadores.
“Es el lugar donde los gemelos héroes derrotaron al señor del inframundo. Según la mitología, haberlo derrotado fue un acto de venganza, pues él mató al padre de los gemelos, quien a su vez tenía también un gemelo”, añade Barquera.
Entre los antiguos mayas, las cuevas, los cenotes (dolinas naturales) y los chultúnes se asociaban con el sacrificio de niños y, al ser elementos subterráneos, se consideraban como puntos de conexión con el submundo.
Varones y relacionados entre sí
Existía la creencia generalizada de que las hembras eran el foco principal de sacrificio en este lugar. Sin embargo, los análisis anatómicos realizados por el equipo sugieren que muchos de los juveniles mayores eran, de hecho, varones. Además, el 25 % de los restos hallados en la cámara de almacenamiento subterránea estaban estrechamente relacionados y demuestran continuidad genética en la región maya hasta el día de hoy.
“El hecho de que sean varones y estén relacionados (al menos varios de ellos) puede simbolizar a los gemelos, que eran varones y obviamente tenían un vínculo entre sí”, indica el investigador.
Los restos se depositaban en el chultún y en la caverna adyacente cada vez que se sacrificaba a nuevos individuos. Esto provocaba que los huesos anteriores fueran empujados hacia la parte trasera de la caverna y de esta forma perdieran el orden que el esqueleto inalterado exhibiría. “Por esta razón, la gran mayoría de los restos óseos se encontraron con poco contexto anatómico”, explica.
Gracias a la datación por radiocarbono, sabemos que el chultún estuvo en uso entre principios del siglo VII d.C. y mediados del siglo XII d.C. Se ha especulado sobre la creencia de que el sacrificio ritual de niños favorecía el rendimiento de las cosechas y las precipitaciones. Según Barquera, “las representaciones de cráneos son independientes del chultún y solo ilustran otro de los rituales de sacrificio llevados a cabo en Chichén Itzá”.
“La relación genética que se encontró en cerca de una cuarta parte de los individuos, y dado que el rango temporal al que pertenecen los restos se expande por al menos 500 años, puede pensarse que corresponden a distintas familias. El hecho de que sean todos genéticamente similares nos habla de que muy probablemente todos ellos venían de poblaciones cercanas o al menos relacionadas entre sí”, recalca.
Además, el equipo descubrió que sus dietas eran similares. “Hemos analizado los isótopos estables para recrear la dieta de los individuos, además de la parte de dataciones por radiocarbono. Esto ha permitido indagar más sobre su origen social y geográfico además de ver patrones dietéticos entre los sacrificados (contrastando con el ADN)”, explica el científico español Patxi Pérez-Ramallo, investigador del departamento de Arqueología e Historia Cultural del Museo de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología.
Oana Del Castillo-Chávez, coautora e investigadora de la Sección de Antropología Física del Centro INAH en Yucatán, puntualiza: “Las edades y dietas similares de los niños varones, su estrecha relación genética y el hecho de que fueron enterrados en el mismo lugar durante más de 200 años apuntan al chultún como un lugar de entierro después del sacrificio, con individuos seleccionados por una razón específica”.
Genética de epidemias en la era colonial
La información genética también ha permitido a los investigadores saber más sobre otra importante cuestión pendiente en Mesoamérica: el impacto genético a largo plazo de las epidemias de la era colonial en las poblaciones indígenas.
Los científicos colaboraron con residentes de la comunidad maya local de Tixcacaltuyub e identificaron variaciones en secuencias genéticas asociadas con la inmunidad, que podrían indicar una adaptación debido a enfermedades epidémiológicas, como Salmonella enterica, traídas a la región durante el período colonial.
Durante el siglo XVI en México, las guerras, hambrunas y epidemias causaron una disminución de la población de hasta el 90 %, y entre las epidemias más graves estuvo la epidemia de cocoliztli de 1545, recientemente identificada como causada por el patógeno Salmonella enterica Paratyphi C.
“Los mayas actuales llevan las cicatrices genéticas de estas epidemias de la era colonial”, afirma el inmunogenetista Barquera. “Múltiples líneas de evidencia apuntan a cambios genéticos específicos en los genes inmunes de los mexicanos actuales de ascendencia indígena y de ascendencia mixta”.
Una cultura por descubrir
Según los autores, se puede pensar en este lugar como en una iglesia, sinagoga o mezquita: aunque hay una gran cantidad de elementos y lugares rituales, no todos son usados en todos los ritos, ni al mismo tiempo. Por ejemplo, el chultún posiblemente correspondía a un homenaje a los gemelos héroes, el juego de pelota cumplía con una función distinta (posiblemente relacionada con Kukulcán, la deidad que corresponde a Quetzalcóatl en el centro de lo que hoy es México) y el Cenote Sagrado podría estar relacionado con los ciclos de siembra, lluvias y sequía.
El juego de pelota (que es independiente de este contexto) consistía en que los ganadores de este deporte, que puede pensarse como una combinación entre el volleyball y el basketball —por explicarlo de alguna manera—, tenían el honor de ser sacrificados. “Es solo una actividad ritual más, no relacionada con el chultún, que se practicaba en Chichén Itzá”, argumenta Barquera.
“Para mí, como profesora investigadora de origen indígena, es significativo poder contribuir a la construcción del conocimiento”, dice María Ermila Moo-Mezeta, coautora maya del estudio e investigadora de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). “Considero importante la preservación de la memoria histórica del pueblo maya”, enfatiza.