Junio, 2024
Hace apenas unos días, el pasado 4 de junio, Ignacio Trejo Fuentes hubiera cumplido 69 años. Sin embargo, la muerte interrumpió su camino y, queremos creer, lo invitó a beber los últimos tragos el pasado 30 de mayo, día en que partió de esta tierra. “Figura clave en el mundo de las letras mexicanas”; “impulsor ferviente del quehacer literario entre los jóvenes” y “divertido escritor y crítico de singular mirada”, así fue como despidieron en redes sociales al ensayista, cronista, crítico literario y narrador. A manera de homenaje, recuperamos esta conversación de Abraham Chinchillas con él, publicada en el libro El Ingenioso de Hidalgo / La reseña y la crítica literaria (editorial Cofradía de Coyotes).
Nacido en Pachuca en 1955, Ignacio Trejo Fuentes es uno de los narradores más importantes de la literatura mexicana actual. Poseedor de una facilidad nata para retratar lo que en la cotidianidad acontece, sus cuentos son una invitación a meter las narices en vidas llevadas al límite y morbosamente interesantes. He aquí una vieja charla sostenida en Actopan, Hidalgo, a razón de la presentación de su libro Tu Párvula Boca y que originalmente fue presentada como entrevista en televisión a finales de 2003.
—También perteneces a una generación de escritores hidalguenses que tuvieron que emigrar, que están trabajando, que viven en algunos casos, no sólo en la Ciudad de México sino en el extranjero, pero no en Hidalgo. ¿Cuál es el sentir como escritor en ese caso de vivir lejos de tu tierra?
—Fíjate que no sé exactamente en el caso de Hidalgo, porque la cercanía es tan próxima con el Distrito Federal que marca diferencias con lo que ocurre en otros estados. Yo he tenido alumnos, becarios del FONCA, que viven en Chihuahua, en la ciudad de Chihuahua y dicen —Yo me siento absolutamente aislado porque aquí no hay talleres, no hay con quien compartir. No hay librerías—. Creo que solamente hay una librería en Chihuahua, que es capital de un estado. En Tepic, Nayarit, hace cinco años había una librería. Creo que su caso es realmente dramático; o emigras o te pierdes ahí. Aquí no, porque la cercanía es tal que el efecto se disuelve. Sin embargo, hay muchos escritores hidalguenses fuera del estado. Entre los que yo conozco, por ejemplo, Alberto Paredes que es de aquí de Pachuca. Agustín Cadena y Arturo (Trejo Villafuerte) que son de Ixmiquilpan, ellos van cada ocho días, cada quince días, no se desligan de la tierra. Pero muchos otros como fueron Ricardo Garibay o Margarita Michelena, si hicieron el cambio radical.
—Esta generación de escritores más o menos contemporáneos tuyos, que son una camada de hidalguenses que han estado escribiendo de manera importante, muchos empezaron en la poesía; ¿tú cómo lo hiciste, con la poesía o con el cuento?
—Yo jamás he escrito poesía, creo que es para adultos. No hago poesía, porque no me da por ái. Yo puro ensayo y narrativa. Pero si es cierto, casi todos han cultivado ambas líneas… Por cierto, a Margarita Michelena la consideran los conocedores como una de las grandes poetas, no sólo del país, sino de lengua española, nada más que no ha sido muy valorada, lo que sí le ha pasado a Ricardo Garibay; todo mundo coincide en que es uno de los grandes narradores, pero ¿por qué no se han hecho estudios sobre su obra? Se le atribuye a sus caracteres de peleoneros, de beligerantes, que marcaban enemistad con todos y automáticamente con los críticos y los estudiosos. Ahora por fortuna se les está revalorando. Como ya sabes, se publicaron las obras completas de don Ricardo, yo mismo estoy haciendo una tesis doctoral sobre su obra y me di cuenta que no hay ninguna otra tesis, más que un cuadernito sobre la obra de Garibay, en la Facultad de Letras de la UNAM. No hay nada más. Ese vacío pues hay que llenarlo. Y eso es notable, que escritores tan importantes a nivel hispanoamericano, no tan sólo no sean profetas en su tierra, es decir en Hidalgo, sino que tengan dificultades para trascender en otros lados. Eso tiene una explicación, el carácter de ambos.
—En ese sentido, utilizas un término que a mí me llama mucho la atención: “cambiar el disco”; ir del periodismo a la crítica literaria, a escribir narrativa o cuentos infantiles, ¿cómo logras cambiar de disco en tantas vertientes?
—Pues con un poco de disciplina dentro del caos, las necesidades te lo imponen, aunque cuesta un poco de trabajo. Por ejemplo, no me cuesta ningún trabajo pasar de la reseña, que es limitada, directa, especifica, actual, viva, al ensayo. Son parientes, pero tienen mucha diferencia. Sin embargo, si me cuesta pasar, por ejemplo, de la crónica a la novela. Me costó mucho trabajo. Estaba escribiendo mi novela y la estaba haciendo con la misma concreción de las crónicas, pero esto no tiene nada que hacer; entonces ‘ora si hay que cambiar de disco. Y cuesta mucho trabajo hacer estos cambios. Y luego tienes que aprehender otras cosas. Por ejemplo, una reseña; un cuento lo puedes escribir en la cantina, en el café, en el avión, en el hotel, donde sea. Donde esté tu imaginación, más bien. Lo mismo ocurre con la poesía, en el baño, donde quieras puedes escribir poesía o un cuento o una crónica. Pero el ensayo no. El ensayo como tiene referencias, citas, una metodología distinta, tienes que estar en la biblioteca o en tu estudio o en tu oficina; si no estás perdido. Eso no lo puedes hacer en el café ni en la cantina ni en el hotel ni en ningún lado. Son formas muy prácticas de medir qué es lo que tengo que hacer, planear tus tiempos. La costumbre me ha hecho no poner tanto reparo a una cosa y la otra.
“La práctica de la reseña generalmente la hacen los jóvenes como manera de entrar, como si fuera la cosa más fácil del mundo y es una responsabilidad muy grande. Yo la he mantenido, sigo publicando por lo menos una cada semana; tengo columna para hacer eso desde hace mucho tiempo en distintos medios. Las relecturas son importantes, las hago para las clases y eso me refresca”.
—¿Cuál es la perspectiva de la literatura mexicana en este momento?
—Magnifica. Magnifica, en el sentido de casos específicos. Se han borrado muchas trabas que antes existían y hay grandes novelistas, pero sobre todo grandes poetas. Los jóvenes vienen trabajando con una impresionante capacidad, una gran inteligencia. Se asumen como escritores profesionales, no como pasaba en otras épocas que era como un pasatiempo, a ver que sale y si no, no me importa. No. Ahora es una disciplina, un trabajo, una constancia, se entregan a eso; como debe ser, supongo. Y yo creo que está dando resultados muy buenos.
—México, lamentablemente, se ha caracterizado por ser un país que lee poco. Según la Unesco, leemos un libro y medio al año los mexicanos…
—Se equivoca la Unesco: es medio libro al año.
—En un país donde no hay lectores, ¿cuál es el futuro de los escritores?
—Bueno… seguir trabajando. Estamos llenos de gente corrupta, pero qué vamos a hacer los que no somos corruptos. ¿Volvernos corruptos también o ponernos a llorar? Tienes que seguir trabajando, ya habrá manera de que haya lectores y de que no haya tanta corrupción. No debes darte por vencido, no, uno tiene que seguir trabajando. Pero sí, es alarmante. Y hay otro dato, por ejemplo: que las bibliotecas públicas son poco visitadas. De cada diez mexicanos, siete jamás han entrado a una biblioteca pública. Eso es explicable también, tiene muchos motivos; pero sí es triste. Hay que dedicarse a hablar de libros, difundirlos, escribirlos, editarlos, dárselos a los jóvenes para que los lean.
—¿La literatura infantil tiene como la semilla para acercarse a leer?
—Sí, ahí está todo. Desde la niñez, desde la infancia está, como dijiste, la semilla. Si se ataca ese mal desde la raíz, seguramente se le va a erradicar. Los niños tienen la palabra como decía un eslogan publicitario.
—En tu andar por la literatura has hecho un libro para niños, has incursionado en la literatura infantil.
—Sí, pero más bien como lector. Leo mucha literatura infantil. En mis clases de literatura y periodismo, se sorprenden mucho mis alumnos cuando empezamos a leer literatura infantil y los remito a los hermanos Grimm, a Andersen. Dicen —Yo que tengo que ver con la Caperucita Roja, yo que tengo que ver con el soldadito de plomo—. Ellos que crecieron ya con otras cosas en la televisión, con estas series japonesas de los ninjas y todo esto.
—Háblanos de tu libro Tu párvula boca.
—Es una reunión de cuentos que, como se dice en el texto del editor, es una mezcla de fantasía, de imaginación y con algunos rasgos autobiográficos. Se caracterizan, me lo han dicho y lo sé yo, por la presencia de muchas cosas truculentas: violencia, la locura, los excesos de los personajes, siempre están al punto del abismo en distintas circunstancias. En niños, en edad media, en ancianos. No hay salida para ninguno.
—Parecería que es una constante en tus libros. ¿Hay alguna preferencia, alguna debilidad por los malnacidos, por los perdedores, por los malditos?
—Pues supongo que sí, porque son los que llaman el morbo, la atención mía y supongo que la de todos. Si me dedico a poner de personaje a alguien que no le pasa nada, que vive la vida completamente normal, entre comillas, sin sobresaltos, que nace, crece, se reproduce y muere; no me interesa mucho a mí y no creo que les interese mucho a mis lectores. En cambio, sí me preocupa cómo viven o pueden vivir o podrían vivir en circunstancias extremas. Platicaba hace un rato de mi nuevo cuento, que no viene incluido en Tu párvula boca, donde hablo de una pianista joven, talentosa, cantante que pierde las dos piernas, un brazo y el habla. Te imaginas que terrible debe ser eso. A mí no me ha pasado y no conozco a nadie que le haya pasado, ni quiero que le pase. Pero yo me pregunto cómo será su vida y la de quienes la rodean; entonces me hace pensar y al final no quiero ser tan catastrofista tocando este tipo de asuntos sino como una manera de exorcismo. Que esto no pase en la vida, que pase en el papel, pero nada más.
“Tengo otra historia que no sé por qué no apareció en este volumen, de una niña, una adolescente que escribe una carta a su papá que está en el cielo, porque fueron asaltados, masacrados en la ciudad y sólo ella sobrevivió, pero le cortaron la lengua y los dedos de las manos; entonces le escribe para decirle que le pusieron prótesis y que ya sabe escribir, por eso le está escribiendo y que le cuente a su hermanito y a su mamá. Eso es absolutamente patético, sé de muchachas lectores, de mis alumnas que han llorado, dicen —no puede ser posible—, por desgracia ocurre todos los días. Yo no conozco un caso similar, lo imagine leyendo la nota roja de los periódicos; pero, otra vez, yo diría que eso es como un exorcismo, como tocar madera; que no pase eso.
—Hablabas hace un rato de la manera en que eliges tus personajes; ¿es azaroso, eliges el tema de un libro con anterioridad, cómo es ese trabajo previo?
—No, en el caso de la novela sí fue azaroso porque en mis talleres literarios pongo ejercicios a los participantes; les digo: a ver, les voy a dar una frase, un título y ustedes hagan una historia para justificar el título. Entonces, yo escuché el estribillo de un son montuno cubano que dice “hace un mes que no baila el muñeco”; se me ocurrió, este es un buen título para un libro. Así que inventé una historia para justificar el título, me hice el ejercicio a mí mismo, a ver si como ronco duermo. Pero digamos que fue azaroso, que puedo contar que no sea tan obvio con el título. Los cuentos, por otra parte se van gestando, yo no soy de los autores que se sientan a la maquina a ver que sale; no. Yo debo tenerlo bien claro. Lo voy madurando en mi cabeza, una o dos o tres historias a la vez y hasta que digo —Ya está—, y entonces me siento a la máquina. Soy capaz de escribir dieciséis cuartillas en una hora, eso ya es cuestión mecánica, ya lo tengo en la cabeza. Sé a dónde voy. En el caso de las crónicas, simplemente abrir los ojos bien y parar las orejas porque muchos van por la calle sin hacerlo y no se dan cuenta de lo que está ocurriendo al ladito.
—¿Te vuelves entonces como en un cazador de momentos?
—Sí, lo que uno hace cotidianamente, sólo que uno ya va preparado, va buscándolo; sin embargo, los cuentos llegan así de repente…
—Es un poco como el trabajo del fotoperiodista.
—Sí, exactamente. Tú sales de repente a la calle y dices voy a encontrar la imagen que me va a inmortalizar. A lo mejor no pasa nada, no viste nada y de repente cuando no lo estás pensando, está ahí; pero debes estar alerta, llevar tu equipo y ponerte ante el hecho.
—En este libro hay dos aspectos que quisiera abordar. El primero son los personajes femeninos, creo que son importantes en tu obra; ¿también tienes preferencia por ellos o te preocupas más por construirlos de mejor manera?
—No, los trato por igual. Lo que pasa es que quizás es el mundo que conozco menos, el que más me inquieta, el que más me puede llenar de sobresaltos. No te puedo decir que conozco del todo a la mujer con la que convivo. De repente puede tener cosas recónditas. Ese mundo desconocido a mí me atrae mucho y lo veo más en las mujeres que en los varones, sobre todo en las mujeres jóvenes. Entones, no creo que sea mucha casualidad que esté tratando, cuando estoy con ellas, ante ellas, frente de ellas, de ver sus gestos, sus miradas, sus reacciones, sus comentarios. Tengo la fortuna de ser desde hace mucho tiempo profesor y cada semestre son más mis alumnos mujeres, la población femenina está arrasando; entonces tengo ahí muchas maneras de ver, de sentir, de pensar sobre lo mismo. Me hago muy cuate de ellas, aparte de ser profesor y voy viendo qué es lo que piensan. Por supuesto, ya no son las universitarias que yo traté cuando también lo era, pero siempre hay un mundo de nutrientes.
—El segundo elemento que quisiera preguntarte, es la música. No solamente en el titulo utilizas este verso de Agustín Lara, en el título de uno de los cuentos haces referencia a este chacacha de “Me lo dijo Adela”. ¿Es importante la música en tu literatura?
—Me gusta mucho la música, toda. Yo puedo escuchar de lo que no te imaginas. El título de mi novela Hace un mes que no baila el muñeco viene de un son montuno cubano; la que hice sobre Pachuca, que saldrá el próximo año, se llama El vaquero más auténtico que existió, y es también de una cancioncilla. Muchas de las crónicas llevan títulos de canciones; primero porque me gustan, segundo porque me ahorra quebraderos de cabeza para poner títulos. Pero creo que va más allá. Fíjate, mis amigos que son muy generosos me han dicho que observan en mis textos mucha musicalidad. Yo no soy poeta ni me atrevo a escribir poesía, pero en efecto cuido mucho el ritmo, que todo ocurra como un péndulo que vaya de aquí para allá; con una cadencia. A veces por eso hay unas frases que parecen muy raras, como si estuvieran mal construidas. No, están expresamente puestas ahí para que se ajusten al ritmo, estoy haciendo un trabajo de medición, pero ya es puro oído, me sale natural. Procuro que haya mucha música, para no ir caminando como los ciegos a tropezones. Y eso seguramente proviene de que escucho música, de todo; sin ninguna impunidad cambio de un género a otro y que bueno que se note.
—Puedes ir de la crónica al cuento y de ahí a la novela; ¿esta mezcla de géneros cómo la logras, o en qué momento decides que un cuento se va a volver sólo una crónica, o una crónica puede pasar a ser un cuento, te es fácil dar este tipo de brincos?
—Sí, la da el oficio. Bueno, lo puedo decir ahora, pero el mismo material te da la dimensión, el tema. Esto es una crónica, porque lo acabo de ver, no tengo que inventar nada, ya está trabajada; en cambio, se me ocurre que esto o aquello da para un cuento, así que lo empiezo a maquinar. Pero ya sé que son dimensiones espaciales distintas. Si es una novela, por puesto que tiene que ser otro tratamiento, pero eso se resuelve con la teoría literaria, es talacha nada más. Y esto ocurre con todo; lo mismo cuando escribo ensayo, tengo que cambiarme de disco; una crónica, un cuento lo puedo escribir en una cantina, en el metro, en una cafetería, en una sala de hospital, en la sala de mi casa, en el patio, en un jardín, pero un ensayo no, porque tengo que estar en mi estudio, con mi biblioteca, con datos porque hay que poner referencias…
—¿Por qué razón no te atreves a escribir poesía?
—No sé, me parece para adultos, no me gusta. Leo mucha poesía, pero nunca me he atrevido a intentarlo siquiera. Sé cómo se construye, pero no me cuenta cosas.
—¿Tendrías una recomendación para los escritores jóvenes?
—La disciplina, aunque sea dentro del desorden vivencial más escandaloso que se pueda tener, hay que tener disciplina. Es decir, el hecho de que me pueda ir de parranda o de juerga tres días con sus noches, no me debe hacer oleajes, tengo que trabajar, tengo que cumplir esto. Y olvidarme, encerrarme otros tres días, cinco a leer, a escribir. La disciplina de la lectura… ¡No hay mejor receta para un escritor que la lectura! Eso lo saben todos. Unos lo aceptan más que otros, pero la mejor herramienta con la que cuenta un escritor para ser tal es la lectura. Leer mucho, para ver como lo hacen los demás, no para copiar, simplemente para decidir esto sí, esto no. Ir haciendo su propia receta, pero a través de la lectura.