«Zona de interés»: los sonidos del horror y la monstruosidad
Mayo, 2024
El componente de lo extraño continúa definiendo y estilizando la obra del cineasta británico Jonathan Glazer. Como prueba de ello, es en la Zona de interés, su filme más reciente —basado en la novela homónima del también inglés Martin Amis—, donde dicho componente prevalece a lo largo de una cinta donde, en apariencia, nada relevante sucede. Acaso, sólo, escuchamos el horror de la deshumanización, escribe Alberto Lima en esta nueva entrega de ‘La Mirada Invisible’.
Zona de interés (The Zone of Interest), filme de Jonathan Glazer,
coproducida por Estados Unidos, Reino Unido, Polonia
con Christian Friedel, Sandra Hüller, Max Beck,
Ralph Herforth, Imogen Kogge. (2023, 105 min).
El componente de lo extraño continúa definiendo y estilizando la obra del cineasta británico Jonathan Glazer. Como prueba de ello, es en La zona de interés, su cinta más reciente, donde precisamente dicho componente prevalece a lo largo de un filme donde, en apariencia, nada relevante sucede.
Año 1943, complejo de Auschwitz, en particular en el denominado Auschwitz II (Birkenau), el comandante y director del mismo, Rudolf Höss (Christian Friedel), hace una vida familiar envidiable en compañía de su esposa Hedwig (Sandra Hüller) y sus cinco vástagos, la cual consiste en nadar en un lago cercano, pescar, pasear en una canoa obsequiada por su familia en el cumpleaños de éste, leer fragmentos de Hansel y Gretel para conciliar el sueño de sus hijos, escuchar noticias de futbol en la radio, planear futuras vacaciones en un spa en Italia con su mujer mientras comparten habitación pero no la cama, atender los asuntos propios del campo como la construcción de una totalmente funcional cámara de gas y crematorio, tener relaciones extramaritales en su oficina y recibir la visita de su suegra (Imogen Kogge), antes de ser informado que será relevado de su cargo y trasladado a Uraniemburgo por órdenes superiores debido a razones estructurales, lo que suscitará un problema matrimonial porque su esposa preferirá permanecer en la casa para cuidar a sus hijos y continuar disfrutando de las comodidades y privilegios de las cuales goza, como el regalar prendas confiscadas a su servidumbre, tomar café y chismear con las mujeres de otros oficiales nazis asignados al campo con comentarios como que encontró un diamante dentro de una pasta dental, hacerse de un abrigo de pieles obtenido de una judía ejecutada, cultivar con esmero su huerto e invernadero, y regañar y amenazar con llevar a la cámara de gas a una de sus sirvientas cuando algo no le parece.
Basado en la novela homónima del también inglés Martin Amis, el cuarto largometraje de Jonathan Glazer es un atemperado y capsular drama psicológico, carente de concesiones y condescendencias, en donde la narrativa de la cinta se articula en un plano visual —la zona de interés— donde priva la esfera doméstica, cotidiana, de una familia nazi, pero que bien podría aplicarse a cualquier familia de clase media alta acomodada contemporánea que aprovecha los beneficios de una vida económica solvente, donde papá es el proveedor principal gracias a un empleo bien remunerado, comparte tiempo con sus hijos, mantiene un estira y afloja con la esposa, goza de una amante. Pero debajo de todo ese oropel, en el plano sonoro, en off, ocurren toda clase de horrores e inhumanidades provenientes del campo de concentración, como esos disparos aislados mientras los hijos de Höss chapotean en la alberca del jardín, o los gritos estremecedores de inmostrables mujeres y niños mientras la esposa pasea en el huerto ricamente cultivado en compañía de la madre de ésta, en tanto la mamá supone que una tal Esther Silberman, a quien le hacía la limpieza de su casa, debe estar prisionera en el campo y se queja de que le ganaron en una subasta unas cortinas de ésta que le gustaban.
Fotografía sobria, en apariencia naturalista, del polaco Łukasz Żal, con las chimeneas del campo de concentración siempre humeantes y arrojando ceniza en todo momento, y ágil edición por corte directo en interiores de Paul Watts, la cinta de Glazer está filmada predominantemente con cámara fija, siempre de frente o en diagonal, emplazada ésta detrás de los marcos de las puertas para acentuar el distanciamiento de los personajes a partir de planos generales, admitiendo apenas un puñado de movimientos de cámara como esos tracks laterales que contraponen la tenebrosidad del campo de concentración a la frescura del jardín; cámara nocturna para las secuencias de esa chica anónima que reparte sigilosamente manzanas en los campos de trabajo, en espera de ser recogidas por los prisioneros-trabajadores al día siguiente; uso extraordinario de sonido estructural —gracias al minucioso diseño sonoro de Johnnie Burn— para crear oxímoros que surgen en off ante los gritos de terror de infantes entremezclados con los de mujeres, militares, ladridos violentos de perros, mientras se suceden los planos fijos de las flores del jardín de la señora Höss, hasta culminar en un exangüe fundido en rojo.
El componente de lo extraño, mencionado líneas arriba, en la exigua filmografía de Glazer ya figura en sus cintas previas. En Bestia salvaje (2000) es la manera extraña de contar un thriller con ese gánster redimido en España, y cuyo pasado criminal londinense vuelve a él; en Reencarnación (2004) lo extraño recae en ese niño aferrado en convencer y enamorar a la supuesta exesposa de que él es en realidad su marido reencarnado; en Bajo la piel (2013) es el extraño filme de ciencia ficción con ese sexy alienígena femenino que deambula por las calles de Escocia seduciendo y cazando víctimas masculinas, para luego destruirlas por implosión; en La zona de interés lo extraño es subvertir el infierno del campo de concentración al mostrar la banalidad del mal, de acuerdo a lo enunciado por Hannah Arendt en su estudio Eichmann en Jerusalén, en la cual “ante las palabras y el pensamiento se siente impotentes”, a través de la colorida vida cotidiana de la familia de uno de los criminales de guerra más psicópata que ha existido, mientras debajo escuchamos el horror de la deshumanización.