Marzo, 2024
Bajo el sello de Lectorum, ya circula el nuevo libro de Adrián Curiel Rivera: El camino de Wembra (y otras utopías feministas). En él —se puede leer en la contraportada—, el escritor mexicano “se atreve a emprender una desopilante disección de algunos de los temas más polémicos del presente: los desastres ecológicos del antropoceno, las derivas radicales de lo políticamente correcto, la imposición del lenguaje incluyente y, por supuesto, el feminismo (o, más bien, los feminismos radicales)”. En el siguiente texto —leído hace unos días durante la presentación de estos relatos en la Feria del Libro de Yucatán—, la escritora, periodista y cineastas Eugenia Montalván Colón analiza esta nueva obra del narrador Adrián Curiel Rivera.
¿Existe la posibilidad de que como especie humana lleguemos a proscribir la heterosexualidad? Todo indica que sí, por supuesto y, contrario a lo que en primera instancia podríamos suponer, dado que aun en Mérida estamos más acostumbrados a la homosexualidad masculina; es decir, a ver jotos[1] exhibiéndose e incluso besándose en las calles (de hecho, la marcha LGBT por muchos años tuvo una mínima presencia de lesbianas), creo que lo más probable es que sean las mujeres las que erradiquen de su campo visual a los hombres para, entre ellas —por fin— ejercer una sexualidad libre, pero libre de semen, sin espasmos varoniles, sin jadeos viriles, exenta de la carne del macho, o sea, privada del órgano reproductor patriarcal hegemónico. Para mí sería el colmo del egoísmo… Sería como dejar caer al mar un ala del ave fénix en pleno vuelo, pero no descarto que suceda, tal como previene el libro El camino de Wembra y otras utopías feministas de Adrián Curiel Rivera (Lectorum, 2023).
¿Cuántos años-décadas-siglos faltan para eso? Ni la Diosa Sumi Todopoderosa lo sabe, pero no dudo que esta sea una de las grandes utopías feministas del siglo XXI, erradicar a los hombres, ya no solamente del potentado público, sino también, y antes que nada, de la cama.
Ante este panorama las mujeres menos radicales tenemos dos opciones; la primera y más sana consiste en abstraernos de la arenga que, como género, lapida al macho, aunque nos resulte difícil, pues la otra opción consiste en migrar hacia ese utópico Reino de féminas en el que los hombres sean nuestros criados; un reino feliz, próspero, higiénico, desprovisto de varones empoderados.
Aquí en Mérida, en el emblemático 8M del 2024 hubo mujeres que denunciaron públicamente a violadores y acosadores escribiendo, con aerosol incendiario, su nombre completo sobre las aceras o escarpas de Paseo de Montejo; obviamente me sorprendió esta manera de evidenciar a un sujeto, y no juzgo a quienes optaron por plasmar con rabia sus acusaciones; lo señalo aquí como uno de los hechos que da continuidad al movimiento feminista, pues todo indica que es la vertiente hacia la cual se orienta hoy la lucha de las mujeres en el campo político, en el campo de las relaciones de poder, pues hoy tenemos la sensibilidad e inteligencia a flor de piel ya no nada más para exigir equidad, paridad, derecho a decidir cuándo y cómo reproducirnos, sino para encarar —con mucho sufrimiento, rabia y desesperación— el creciente número de actos violentos contra nosotras.
Aunque, aclaro, debo matizar el “nosotras” que podría sonar o incluso ser erróneamente inclusivo.
Adrián Curiel Rivera narra en el relato “Operación limpieza profunda” cómo por mandato presidencial se somete a pena de muerte —ejecutada a la vista de una sociedad demandante de justicia— a un profesor universitario que llama muchacha a quien se identifica como muchache.
Existen libros que subrayan la relevancia de darle su lugar a las personas que se adscriben como no binarios y acerca del lenguaje inclusivo; muy bien, pero me pregunto si acaso se convierte en una basura quien no adopta esta línea de pensamiento y se alinea a ella por temor a ser extirpado del régimen democrático en el que vivimos.
Los extremos… Malditos extremos…
Este libro habla de esos extremos y alerta al lector ante los efectos de la radicalización; es decir, de la concreción de los acérrimos deseos de una fracción de la comunidad feminista.
Las más jóvenes feministas de hoy alardearán, muy probablemente, a 30 o 40 años, de su capacidad de prescindir de los hombres como compañeros/esposos/novios… Estas palabras, incluso, corren el riesgo de desaparecer, o cuando menos de ser percibidas como demodé.
En “El cuento del criado”, Curiel Rivera se refiere al acto sexual entre un hombre y una mujer como una “ceremonia de fertilidad”, ya que, en la realidad que describe, los hombres sirven para proveer espermatozoides y también para ser recipiendarios del óvulo fecundado, con lo cual se convierten en “gestadores de bebitos”.
En esa utopía no sólo “la idea del hombre varón como centro del universo ha sido proscrita; se considera herética, acreedora a pena capital por colgamiento en un alambre de púas”.
Como parte del relato, por mencionar un ejemplo, el autor describe la escena de una felación; al día siguiente, la mujer que la practica aparece colgada.
En este libro hay mucho contenido explícitamente sexual, aunque no con fines eróticos, claro está, pero sí muy perturbadores.
Llegará el día en lo que antes, mucho antes, se llamó atracción o juego amatorio entre hombre y mujer ya no se sostendrá. Incluso hoy ya hay casos en los que las alarmas preventivas se encienden y llegan a su máxima potencia ante un atisbo de seducción, esa asquerosa trama en la que a toda costa hay que evitar caer.
Aquí, en el reino de Yucatán, de cara al golfo de México, transcurren las historias negras y tristes que, desde la perspectiva de Adrián Curiel Rivera, vaticinan un porvenir en el que reinarán —reinaremos— las mujeres. Él simplemente se adelanta o aventura a plasmar cómo viviríamos a 45 grados centígrados, o más, en una sociedad matriarcal moderna.
Literatura fantástica-posmoderna-de ciencia ficción, futurista… ¿Cómo clasificar este libro que hoy, en pleno auge de las marchas contra la violencia estructural damos a conocer aquí esta tarde? En este libro los medios de transporte son, por ejemplo, aeromóviles y cápsulas submarinas con oxímetros automáticos, los juguetes son barbies hemafroditas, los heterosexuales son marcianos y ya existe la vacuna contra el machismo.
Cito una conversación casual tomada del tercer relato, titulado “La visita”:
—¿Cómo es un heterosexual? —preguntó Alvarito, con la vista en el cielo.
Al principio nadie parecía estar dispuesto a contestar. Hasta que la otra abuela, Lidia, carraspeó y dijo:
—Son unos cretinos. Prepotentes. Hasta hace poco, antes de que se largaran felizmente de la Tierra —¿cuánto haría de eso, 20, 30 años?— querían imponernos su estilo de vida, sus estereotipos. Su falso modelo de vida: niña se casa con niño y luego tienen hijos, y perros y gatos, y viven felices para siempre, hasta que hijito o hijita encuentra a otra niña o niño, se casan y así sucesivamente.
—¿Te imaginas, Alvarito, qué asco? —añade Lidia.
Sea que cataloguemos los relatos contenidos en el libro El camino de Wembra y otras utopías feministas bajo el concepto de literatura fantástica, posmoderna, de ciencia ficción, de la distopía… o de la anti-hombredad, lo que en esencia tenemos en esta obra es literatura huach en su más pura acepción, género literario que fundé para definir, en primera instancia, la obra de Adrián Curiel Rivera, descubridor de unas utopías que más nos vale dejar circunscritas al mundo de los robots o de los extraterrestres, o cualquier otra especie que no sea la humana.
[1] México se escribe con J / Una historia de la cultura gay. Michael K. Schuessler y Miguel Capistrán [coordinadores]. Por otra parte, produje y dirigí el documental Don Mammie Blue (2013) dedicado a difundir los inicios del Movimiento LGBT en Yucatán.