Marzo, 2024
Nació en Úbeda, España, en 1949, y fue bautizado con el nombre de Joaquín Ramón Martínez Sabina. Tras una adolescencia y primera juventud agitada —que incluyó un exilio—, editó su álbum debut en 1978. Hoy, con casi una veintena de discos de estudio editados, se ha convertido ya en uno de los cantautores más respetados de su país (y, en general, de América Latina). Y con justa razón; como lo señala en el siguiente texto el periodista y escritor Víctor Roura: Joaquín Sabina es un compositor de canciones que también hace poesía. Figura admirada y mil veces copiada, en este 2024 acaba de llegar a las siete décadas y media de vida. Celebramos a Joaquín Sabina.
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Ha cumplido, ya, 75 años. Muchos lo pensábamos izquierdista, pero él mismo ha confesado sentirse mejor postrándose en la derecha, y que no nos debiera sorprender su revelación porque su proceder, dice, lo delataba. Quizá su ansia desarreglada por la fama y la fortuna eran un signo innegable, mas su lírica, inmejorable, lo situaba permanentemente en el lado opuesto del conservadurismo, si bien esta contradicción suele aquejar, demasiadas veces, a diversos artistas que presumen de una cosa siendo precisamente lo contrario.
Joaquín Sabina, nacido en la española Úbeda, tiene ya, desde el pasado 12 de febrero, tres cuartos de siglo acumulados en su vida.
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Después de tres lecturas íntegras y pacientes de su libro poético Ciento volando de catorce (Visor, Madrid, 2001), puede uno concluir que, en efecto, Joaquín Sabina es un compositor de canciones que también hace poesía, y quizá no al revés, si bien hay que subrayar que, por el hondo tratamiento literario que hace en sus canciones, se trata de un cantante de excepción en la lengua castellana.
Luis García Montero, por supuesto, no es de esta opinión: “Como los poetas y los cantantes son poco partidarios de las realidades previsibles, juegan a desordenar los papeles de la representación —dice en el prólogo del libro poético de Sabina—. El poeta Gabriel Celaya, junto con Amparo Gastón, publicó un libro titulado Ciento volando (1953) con el deseo de buscar canciones en los vientos de su musa. El cantante Joaquín Sabina publica ahora otro Ciento volando con la intención de buscar sonetos, la forma reina en las tradiciones de la poesía escrita. Aunque llegados a este punto, conviene aclarar las cosas, porque estos caminos paradójicos sirven para destacar las relaciones decisivas que siempre hubo entre la canción y la poesía, pero no valen para encauzar este prólogo. Joaquín Sabina es cantante y poeta. Por ajustar más: no un cantante metido a poeta, sino un poeta metido a cantante”.
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Pero no, por ahí no me parece que vaya la cuestión. Es entendible la postura de García Montero, sin embargo. Después de todo, no otro sino él fue el encargado de incluir este libro en la respetada colección poética de Visor, que cataloga únicamente a poetas de admirable altura. Habría, pues, que convencer y convencerse que las líneas del cantor Joaquín Sabina también podían pasar por poesía pura.
García Montero, en un elegante exordio, parece dispuesto a persuadirnos de su certeza: “Esta conciencia de los tonos diferentes exigidos por el poema y la canción no supone un orden jerárquico, un privilegio valorativo a favor de alguno de los dos mundos. No nos engañemos, porque Joaquín respeta demasiado a la poesía, y no está dispuesto a jugar la partida hipócrita del cantante de éxito que cambiaría sus discos, su público y su fama por un plato de musas solitarias y purísimas. Aunque sea costumbre desear lo que no se tiene, quien haya asistido a un concierto de Sabina puede comprender sin dificultad que el cantante no está en condiciones de despreciar su trabajo. Hay pocos espectáculos tan emocionantes como la complicidad vital que se da entre este peregrino de la noche que ajusta cuentas con el mundo, rebelde hasta el pliegue final de su conciencia, y una multitud decidida a corear sus carreras ante los toros del tiempo, la muerte, las renuncias y los diversos disfraces de la policía. Una canción capaz de emocionar y de definir sentimentalmente la historia de tres generaciones es algo que debe tomarse muy en serio. El arte no consiste en tener buenas ideas, sino en llevarlas a cabo de un modo convincente, y Joaquín Sabina se ha salido muchas veces con la suya, por la capacidad que tiene de convencer con sus historias, sus imágenes y sus palabras”.
Pero, momento, una cosa es que Sabina sea un ilustre letrista en un mundo musical saturado de mediocridades, y otra cosa es que sus canciones, como sugiere García Montero, sean poesía pura, al nivel de, digamos, García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre o Jaime Gil de Biedma. Los conciertos de Sabina, ciertamente, se iluminan por su literatura pero no hay que olvidar que sus canciones están necesariamente apoyadas por unos pertinentes arreglos musicales. Sí, no deja de ser cierto que, ante un panorama tan desolador de canciones pop tan espontáneamente ingenuas e irregulares en su calidad lírica, sobresalga, con mucho, la soberbia figura de Sabina, cuyas canciones, como Leonard Cohen en Canadá o Bob Dylan en Estados Unidos o Caetano Veloso y Chico Buarque en Brasil o León Gieco y Jairo en Argentina o el propio Luis Eduardo Aute o Joan Manuel Serrat en la misma España, son perfectas ramificaciones volumétricas de la poesía, parientes cercanas o, de plano, asombrosas aproximaciones, por sus metáforas, por su ritmo oral, por su profundo significado, por su autonomía lingüística, al Poema con mayúscula.
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Sabina, sí, se ha acercado demasiadas veces a esta concepción de la palabra, pero sus letras no dejan de ser canciones, y ésta no es ninguna provocación.
No obstante, ahora que sí ha querido publicar poesía, fuera del ámbito musical (y no es su primer intento, sino el tercero, y el de mayor efecto), lo que le ha salido no es un poemario sino otro [magnífico] cancionero poético más. Porque en estos cien sonetos hay, además de un paciente trabajo de construcción de rimas, un esmero escritural muy localista proclive a buscar respaldos entre los suyos en lugar de expandir el verbo por el verbo mismo: hay en este Sabina la gana de mostrarse ante los demás como poeta, antes que escribir para sí, que es lo que hace un verdadero poeta. Vamos, hasta responde a los insultos de un tal Alfonso Ussía que insultó al cantor en su columna de la revista Época:
¿Esteti.. cuálo? qué malos modales,
antes de sus regüeldos semanales,
lústrese los colmillos con lejía.
Comprendo que se esconda tras su abuelo
viéndome derrochar (sírvase fría)
la gracia que no quiso darle el cielo.
También hay una contestación, válganos el Señor, al escritor Francisco Umbral, que no quiere a Sabina, a quien una vez mencionó de pasada en un artículo suyo tildándolo de decadente:
Pero, al fin, mi delirio incontinente
se ha visto, a fuego fatuo, cocinado…
¿qué importa que me llames decadente?
¡Me has citado, dios mío, me has citado!
Ese adjetivo, Umbral, directamente,
al umbral del parnaso me ha llevado.
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Luego viene una larga ennumeración de amigos, vecinos, compadres, incluyendo a su secre (“mi secre no me cuenta mis secretos,/ con tal de madrugar, de madrugada,/ me ordena ordenadores y tercetos,/ periódicos, pudores, mermelada”) y a los posibles iconos rebeldes del, ay, ya viejo siglo XX:
Despojóse la flor de las poblanas
de su huipil (¡qué par de dos poetas!).
Vas a dejar al sup muerto de ganas,
le dijeron mis canas a sus tetas.
Con primor artesano había rizado,
hebra de plata sobre tul oscuro,
el rizo de un pirata enmascarado
mestizo de Zapata y Epicuro.
Así que lo prendí en un bastidor,
le añadí un par de trucos de pintor
y eché al mar la botella con barquito.
Cuando abusa del verbo un jeremías
ni las musas le dan los buenos días,
sostuvo Marcos viendo mi marquito.
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El poeta Sabina está preocupado por que determinadas personalidades lean su libro. Sus compromisos como artista no lo dejan en paz ni en la soledad de su escritura poética, y en esta sola, pero definitiva, actitud se distancia de la labor prioritaria de un poeta, que no tiene otro compromiso más que con la letra, sus palabras, su entorno exclusivamente literario.
Paradojas lingüísticas: algunos poemas de sus canciones grabadas resaltan más que estas canciones de su poemario (“Peor para el Sol/ que se mete a las siete a la cuna/ del mal a roncar/ mientras un servidor/ le levanta la falda a la Luna”, “Este bálsamo no cura cicatrices,/ esta rumbita no sabe enamorar,/ este rosario de cuentas infelices/ calla más de lo que dice,/ pero dice la verdad”, “Y la vida siguió,/ como siguen las cosas que no tienen mucho sentido./ Una vez me contó un amigo común/ que la vio donde habita el olvido”), lo que nos hace hallar una singularidad más: como poeta, Sabina se lo toma demasiado en chunga (siempre a la búsqueda del humor, de la guasa, de la grácil ocurrencia, o del arbitrio del juego idiomático, como el pianista Guillermo Briseño en México, por ejemplo) y, como cantor, se lo toma muy en serio. Por supuesto, como grande compositor de canciones que es, luego tiene hallazgos sobresalientes:
De pie sigo, lo digo sin orgullo
pero con garapullos de cobarde
que todo espera porque nada es suyo:
el sabotaje de las utopías,
la amnistía que llega mal y tarde,
el chantaje de las radiografías…
… que, después de todo, también suena a rock sabiniano. Pero qué mejor que un buen hacedor de canciones publique en libros sus canciones sobrantes, y no las archive, como hacen muchos, en las gavetas que se empolvan con el transcurso de los años.
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La dimensión literaria del cancionero
Siempre ha existido cierta tirantez entre los aficionados de Joaquín Sabina, que lo han proclamado sin ambages como poeta, y la academia, que suele ser más reticente a tales consideraciones. ¿Las letras de sus canciones pueden considerarse poesía? ¿Son literatura? Este tema, que ha dividido opiniones, ahora tiene respuesta. O, por lo menos, una posible: hace unos días, en la Universidad de Almería (España), el investigador Javier Soto Zaragoza presentó y defendió su tesis doctoral Una rosa en los callejones: la dimensión literaria del cancionero de Joaquín Sabina.
Se trata del segundo trabajo a nivel mundial que dedica su análisis íntegramente a la obra del cantante y compositor, y la primera que se defiende en una universidad española, ha informado la propia institución en un comunicado.
¿Qué dato arrojó la tesis doctoral? Demostró que las letras del compositor y músico español pueden considerarse “literatura”.
Este avance no sólo ratifica la creencia popular acerca de la riqueza literaria en la obra de Sabina, sino que también añade una validación académica y un enfoque científico.
Para llegar a esta conclusión, el investigador Javier Soto llevó a cabo un minucioso estudio desde distintas perspectivas; analizó las canciones con teorías literarias y análisis métricos, temáticos y narrativos.
“Sus letras son literatura (…); es un autor literario sobresaliente en el género de la canción”, ha explicado Soto Zaragoza, quien tomó como punto de partida otra tesis de la Universidad de Viena de 2017, titulada Estética literaria en la obra de Joaquín Sabina: simbología de la desesperación en el cancionero.
“La mía va más allá de un estudio temático, al ocuparse también de otros aspectos como métrica, narratividad, posmodernidad, intertextualidad o recursos literarios. Lo que pretende es un análisis integral del cancionero de Sabina, si bien Estética literaria… es un trabajo que he tenido muy en cuenta y que me ha servido de punto de partida en varias ocasiones”, ha precisado el investigador español.
La tesis doctoral implica un paso significativo en el reconocimiento formal de las contribuciones literarias dentro del mundo de la música. En este sentido, la investigación de Soto Zaragoza abre nuevas puertas para futuros estudios que busquen explorar el cruce entre la lírica musical y la literatura. Como señala el propio investigador: canciones como “Peor para el sol”, “Leningrado” o “Una canción para la Magdalena” son ejemplos paradigmáticos de cómo la música puede trascender a poesía. (Redacción SdE, con información de agencias).
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La disección literaria que realiza Roura a los libros y canciones de Sabina, es clarificadora de géneros que se conjuga en una obra y por ello mismo tan valiosa como la de los autores citados. Algo que ya es habitual en el escritor, periodista y poeta, muy atípico, que es Víctor Roura.