Una imagen no vale más que mil palabras
Marzo, 2024
¿Qué le da el significado a una imagen? ¿De verdad, en estos tiempos de la fotografía digital y la Inteligencia Artificial, una imagen vale más que mil palabras? El significado de las imágenes es el resultado no sólo de «lo que sabemos o lo que creemos», escribe Juan Soto en esta nueva entrega de su ‘Modus Vivendi’. Sí: esto —lo que sabemos y lo que creemos— afecta el modo en que vemos las cosas; pero, también, todo lo que se dice de ellas con fines de manipulación y persuasión. El significado de las imágenes se produce y se inscribe, más que en el lenguaje, en el discurso.
En los tiempos de la fotografía analógica, Roland Barthes, el gran semiólogo y filósofo francés, sugirió que la connotación de una imagen fotográfica podía estar sujeta a procedimientos muy específicos como el trucaje, la pose, los objetos, la fotogenia, el esteticismo y la sintaxis. Esta connotación, dijo, consistía en la imposición de un sentido secundario al mensaje fotográfico propiamente dicho. Con la aparición de la fotografía digital y el uso de la Inteligencia Artificial esto se ha diversificado sorprendentemente. No obstante, aquí se quiere llamar la atención sobre un procedimiento, digamos, un tanto más rústico. Se utiliza en la prensa, en los noticieros, en los libros y hasta en los museos. Y consiste en imponer un significado a una imagen agregándole un texto. Haciendo que la imagen ya no ilustre, sino haciendo que la palabra parasite la imagen, lo que implica un vuelco importante por las consecuencias que tiene este procedimiento ya que el texto le confiere a la imagen un significado que orienta su interpretación por parte de los espectadores. A partir del texto con el que se le asocie a una imagen, tome nota, este servirá de guía para su interpretación. Tendrá una función esencial de la cual será difícil desvincularla en tanto que, al asociarla a un texto, este último fija uno o más significados en la imagen. Es decir, la añadidura textual no es inocente. El texto orienta la significación y la interpretación de la imagen. No se trata de una acción sin consecuencias, por mucho que la añadidura del texto se presuma como objetiva.
Barthes sabía que la leyenda al pie de una imagen a veces se limitaba simplemente a amplificar el conjunto de connotaciones que estaban incluidas en una fotografía, pero reconocía que a veces el texto también construye un significado enteramente nuevo y que de alguna manera se proyecta retroactivamente en la imagen, hasta el punto de parecer denotado en ella. En realidad, podríamos decir que cualquier añadidura textual realizada a una imagen fija un significado a partir de hacer pasar el texto como si estuviese denotado en ella. Sobre todo, cuando a partir de una imagen se gestionan conveniencias e intereses mediante el discurso. Esto puede hacerse con cualquier tipo de imagen. Sin importar que se trate de una descripción, comentario, anotación, etc., la añadidura textual orientará su significado y su interpretación. El mismo Barthes reconocía que la leyenda al pie podría tener un efecto de connotación menos evidente que el titular o el artículo. ¿A qué se lo atribuía? A la disposición que por su medida promedio de lectura le parecía reforzar la imagen, es decir, participar en su denotación.
Sin embargo, John Berger, el crítico de arte, al reflexionar sobre la manera en que un detalle es aislado del cuadro de conjunto y reproducido para transformar una figura alegórica en retrato, señalaba que cuando un cuadro se destina al uso su significación se modificaba o cambiaba totalmente, en tanto que dicha imagen era utilizada para numerosos fines distintos al contrario de la imagen original. Y agregaba que los cuadros suelen acompañarse de ciertos textos. Este acompañamiento, decía, era importante pues puede modificar el modo de ver la imagen que el texto describe. Para ilustrar dicha situación invitaba a sus lectores a contemplar Trigal con cuervos de Van Gogh. Acto seguido sugería dar vuelta a la página y volver a mirar el cuadro, pero esta vez tomando en consideración el texto siguiente: “éste es el último cuadro que pintó Van Gogh antes de suicidarse”. Y aquí no es importante si este fue el último cuadro que pintó antes de morir. Que los expertos nos digan si fue ése o Jardín de Daubigny o Raíces de árbol o algún otro. Se insiste, esto no es lo importante. Lo relevante es reconocer que es difícil determinar en qué medida dicha frase cambia la forma en que la imagen será recibida por los espectadores. Pero de que el texto produce un cambio en la recepción de la imagen, es innegable. ¿Por qué? Porque la imagen se ha convertido en ilustración de la frase. No obstante, tenemos que hacer una precisión importante. Lo que ha cambiado o lo que cambia, gracias a dicha añadidura textual, es tanto el modo de ver la imagen como el significado de la imagen misma. Ya no puede ser vista de la misma forma que cuando simplemente se invitó a contemplarla sólo con el título que Van Gogh había seleccionado para ella. Que las percepciones estén categorizadas y estén mediadas por el discurso ya es casi sentido común para cualquier estudiante de los cursos más básicos de psicología discursiva.
En los noticieros de televisión es común que, antes de mostrar las imágenes a los espectadores, se les diga qué es lo que van a mirar. Esta forma de manipulación de los medios es sutil y contundente pues no permite que los espectadores realicen una actividad libre de interpretación y se entreguen con mansedumbre a los significados que del discurso televisivo emanan. Suele suceder que cuando las imágenes simplemente se dejan correr, a los espectadores se les explica qué fue lo que vieron inmediatamente después. Pero lo que jamás ocurre es que a los espectadores se les muestren imágenes y se les deje a la deriva para que, en un ejercicio de serendipia, puedan construir un significado por cuenta propia de todo lo que han visto. Esto es lo que menos buscarían los noticieros en última instancia: autonomía de pensamiento y opinión. Lo que se dice de las imágenes mediáticas influye en el significado que en ellas se fija o se pretende fijar. Sin embargo, debe quedar claro que el significado de éstas se fija a través del discurso del medio y de la fuente. Y la mayor parte del tiempo los espectadores no se dan cuenta de ello. El significado de las imágenes es el resultado, lo podemos decir hoy fuerte y claro, no sólo de lo que sabemos o lo que creemos. Sí, lo que sabemos y lo que creemos afecta el modo en que vemos las cosas, como bien lo pensó Berger. Pero todo lo que se dice de ellas con fines de manipulación y persuasión, también.
El significado de las imágenes se produce y se inscribe, más que en el lenguaje, en el discurso. Y no: para desilusión de muchos una imagen no vale más que mil palabras. Las imágenes nunca están solas. No hablan por sí mismas. Sus significados son el resultado de las relaciones que establecemos con ellas gracias a los discursos que sirven para significarlas. Por ello una imagen que podría haber resultado ofensiva en el pasado puede resultarnos inofensiva hoy en día, o viceversa. Los medios utilizan esta forma sutil y efectiva de manipulación para orientar y construir opinión pública, asociando imágenes con textos. La próxima vez que mire uno de esos infames noticieros del duopolio televisivo de nuestro país piense en lo que le dicen, o le han dicho, de las imágenes que va a mirar o que ha mirado y recuerde que una imagen no vale más que mil palabras…