Enero, 2024
Lo asqueroso no sólo es repulsivo, sino atractivo. Porque el asco no es una propiedad de los objetos, sino una forma de relación social que establecemos con todo lo que nos desagrada. Persuadidos por los incesantes discursos naturalistas, estamos convencido de que el asco es una reacción “natural” del organismo a determinados olores, sabores, imágenes, sonidos o texturas. Pero resulta que Juan Soto, en su nueva colaboración, propone que el asco es, sencillamente, una reacción cultural.
Si está desayunando, comiendo o cenando y es altamente sugestionable, esta lectura no es la más recomendable para acompañar sus alimentos. Si está leyendo esto en el baño y no es altamente sugestionable, este texto podría ser un buen compañero.
Comencemos diciendo que el asco y lo asqueroso no son lo mismo. Ir más allá de la simplista idea de que lo que nos repugna es repugnante o de la consideración de que lo que nos da asco es asqueroso, es fundamental para comenzar a pensar el asco y lo asqueroso en relación con un trasfondo cultural y social. Es muy probable que, persuadido por los discursos que podríamos denominar naturalistas, usted se haya convencido de que el asco es una reacción “natural” del organismo a determinados olores, sabores, imágenes, sonidos o texturas. Pero el asco es una reacción a las situaciones y sus interacciones. Y lo mismo aplica para todo aquello que se considera asqueroso.
Yendo más allá del simplismo acostumbrado de los discursos naturalistas, pensar y discutir sobre el asco y lo asqueroso se torna atractivo e interesante. En el curioso libro del capitán John Gregory Bourke, Escatología y civilización, que se publicó a fines del siglo XIX, se rescatan diversos relatos de distintos tiempos acerca de la utilización de los excrementos y de la orina con fines rituales, religiosos y de alimentación.
Cabeza de Vaca indicó, por ejemplo, que los habitantes de Florida consumían estiércol de ciervo. Purchas señalaba que estas personas comían estiércol de animales selváticos. El jesuita alemán Jacob Baegert sostenía que los habitantes de Baja California comían las semillas de pi thaya que separaban de sus propios excrementos para después tostarlas, cocerlas y desgranarlas. En relación con estos californianos, Orozco y Berra añadía que en diversas reuniones se pasaban ciertos alimentos de boca en boca. Castañeda de Nágera se refería a los californianos como “salvajes desnudos que comían sus propios excrementos”. Harmon decía que los “indios de Norteamérica” consideraban el caldo hecho con estiércol de caribú y de liebre como un plato exquisito. Sobre los pobladores del Lago Superior, el abad Domenech contaba que hervían el arroz salvaje mezclado con excremento de conejo y que lo consideraban una golosina muy apreciada.
De los oriundos de Guinea se decía que comían carne fétida de búfalo y de elefante agusanada, así como tripas crudas de perro. Otro relato señalaba que los mosaguey preparaban una mezcla de leche caliente y estiércol fresco de vaca, bajo el argumento de que les daba fuerza. Según Beveridge, los “salvajes de Australia” bebían agua de taarp, es decir, excremento de un coleóptero verde, el cual llevaba larvas. Réclus decía que los ygarrote de las Filipinas vertían el jugo del estiércol del búfalo recién abatido sobre su carne para utilizarla como una especie de salsa. Según Melville, los aleutinos y los indios del extremo norte de América tenían preferencias por la comida semidigerida que se encontraba en el vientre de las focas que cazaban. Paul Kane afirmaba que los Chinook consideraban un manjar las bellotas maceradas durante cinco días en orina humana. Acerca de los “indígenas” de la Siberia Septentrional, el mismo Melville sostenía que cuando no conseguían la cantidad de alcohol que deseaban por la restricción de provisiones, solían mezclarlo en partes iguales con sus orines y bebían la mezcla obtenida.
De los pobladores del África Central se decía que no bebían leche que no estuviese preparada por siete octavas partes con orina de vaca. El abad Dubois decía que los gurús de la India, a veces, ofrecían a sus discípulos, como prueba de su predilección, el agua con la que habían lavado sus pies. De los seguidores de Shiva y Vishnu se decía que comían, incluso, los excrementos de los gurús. Y así sucesivamente.
De ejemplos similares está repleto el libro del capitán Bourke. Y nos da para pensar lo que, quizás, ya adivinó: que estas prácticas están asociadas no a la carencia de alimentos precisamente, sino a determinadas creencias, hábitos y costumbres que, sobra decir, no son comunes a todos los grupos sociales, ni a todas las culturas. Lo cual nos permite pensar que esos simplistas discursos de los naturalistas no son más que el resultado de la terquedad en la que se regodea la ignorancia de no tomar en cuenta las diferencias culturales.
El asco no es una reacción “natural”
Digámoslo alto, fuerte y claro, el asco no es una reacción “natural” a determinados objetos ni a determinadas situaciones. Es más bien una reacción, una actitud y una forma cultural. Es decir, algo que está determinado por la vida social y las prácticas culturales tanto en el tiempo como en el espacio sociales. Lo que se considera asqueroso no es, sin lugar a duda, universal (vaya palabrita tan manoseada y ridículamente utilizada). El asco, sí, es una forma de relación social con los objetos, las personas, las situaciones, etc. Incluso históricamente hablando. No es, pues, una reacción “natural” que viene determinada, entre otras cosas, por los sentidos o la genética, sino por la cultura. El asco es, sencillamente, una reacción cultural.
Secreciones y excreciones jerarquizadas
El asco y lo que se considera asqueroso están relacionados con conjuntos complejos de clasificaciones y distinciones que aluden a lo puro/impuro, sagrado/profano, perfecto/imperfecto, limpio/sucio, bueno/malo, etc. Pensemos en un líquido viscoso como la baba. ¿Sería capaz de beber la baba de su persona amada después que ésta la hubiese vertido en un vaso? Ahora piense en lo que implica un, digamos, beso apasionado con su persona amada y el intercambio de saliva necesario. ¿Qué es lo que hace que una situación sea considerada asquerosa y la otra no?
Limpiar el sudor propio de la frente implica, para casi cualquier persona, una actividad que no tiene mayor complicación. Pero ¿sería capaz de limpiar el copioso sudor de un desconocido que odia? ¿No es cierto que mirar esa materia pegajosa y medio fluida dentro de un líquido, llamada moco, en un pañuelo no nos causa mayor complicación si es nuestra? Pero ¿qué ocurre cuando los mocos no son nuestros?
Es cierto, no tenemos mucho problema en contemplar nuestro cerumen en un hisopo después de extraerlo de nuestros oídos. ¿No es cierto que la gente suele mirar su excremento después de defecar, pero si encuentra un excusado repleto de heces ajenas podría experimentar asco? Pregúntese ¿por qué nuestras secreciones y excreciones, generalmente, no son consideradas contaminantes, pero las de los demás sí? Pregúntese ¿por qué unas personas son capaces de ingerir alimentos que nosotros no? Sepa, pues, que las secreciones y las excreciones están jerarquizadas cultural y socialmente.
Las lágrimas y la caca no producen el mismo efecto en todas las personas porque las formas de relacionarnos con ellas responden a normas y pautas de comportamiento que cambian, se insiste, con el tiempo y con el espacio. Hasta cierto punto, poner los ojos en el asco y lo asqueroso nos permite comprender el orden moral y la moralidad de las sociedades, incluso nos ayuda a entender cómo se mantiene aquél. Si examina con detenimiento, se dará cuenta que el asco está inscrito en las normas de conducta. Si las secreciones se mantienen en las cavidades corporales correctas, a excepción de la cera de los oídos que debe removerse para no dar la impresión de ser una persona sucia, no causan problemas, socialmente hablando. Por ello, escupir en público puede ser considerado asqueroso y contaminante. Escupir en la cara de alguien, al menos en nuestra sociedad, más que algo asqueroso, es considerado un insulto imperdonable.
Anatomía del asco
El asco y lo asqueroso, lo detalló excelentemente el profesor de derecho de la Universidad de Michigan, William Ian Miller, en su fabuloso libro Anatomía del asco, están íntimamente relacionados con la socialización. Cualquiera que tenga hijos, escribió, sabe que cuesta trabajo inculcarles el asco para impedir que se vuelvan a incorporar oralmente distintos tipos de secreciones como los mocos, la cera de los oídos, las uñas o la porquería que se encuentra bajo ellas. Es un trabajo de socialización y, hasta cierto punto, civilizatorio hacer que esas “tentaciones” desaparezcan, apuntó.
Pero ¿no es cierto que muchos automovilistas suelen picarse las narices y contemplar lo que han obtenido mientras esperan la luz verde de los semáforos para seguir su camino? ¿No es cierto que, a pesar de tanto trabajo civilizatorio de varios siglos, hay personas que saborean sus propios mocos como si de un manjar se tratase? ¿No es cierto que muchas personas hurgan entre los dedos de sus pies haciendo pelotillas de mugre para después deleitarse con el olor que ha quedado impregnado en los dedos de sus manos? ¿Usted ha salido de un baño público frotándose las manos como si se las hubiese lavado a sabiendas de que esto no ha ocurrido para fingir que se ha apegado a las normas de higiene de su mundo actual? ¿Sería capa de dar un beso apasionado a alguien que acaba de vomitar y no se ha lavado la boca? ¿Qué ocurriría con el sexo oral si los practicantes se detuvieran a pensar en la cantidad de fluidos que salen por los orificios correspondientes? ¿Cuántas personas conoce que suelen rascarse el trasero y después huelen sus dedos? Construya sus propios ejemplos.
Si mira con detenimiento podrá darse cuenta de que buena parte de los comportamientos de otras personas y los propios son asquerosos. Y no necesariamente se realizan de manera deliberada. Si pone la suficiente atención se dará cuenta de que algunas actividades que realizan los otros, o que realizamos, son socialmente aceptables y que, en consecuencia, no son asquerosas, como eructar con discreción o introducir un mondadientes en la boca y tragar las virutas de comida que quedaron atrapadas entre los dientes. Pero también se dará cuenta de que el asco cumple funciones sociales específicas en estricto apego a los cánones culturales del tiempo social e histórico que compartimos.
El asco no sólo sirve como barrera, sino como atractivo fascinante, según lo ha detallado el mismo profesor Miller. Lo asqueroso no sólo es repulsivo, sino atractivo. El asco no es una propiedad de los objetos, sino una forma de relación social que establecemos con todo lo que nos desagrada o nos resulta desagradable. El sexo, por ejemplo, se recrea en el asco, mientras que el amor implica la suspensión de sus reglas. En fin, el asco, sí, pertenece a la experiencia humana, pero es un acontecimiento social y cultural, antes que una mera reacción biológica. De otro modo, provistos de cuerpos similares, deberían darnos asco las mismas cosas a todos, ¿no cree?