«Bird»: el juvenil autodescubrimiento femenino al ritmo de britpop
Agosto, 2025
Por un tiempo, sobre todo tras su segundo largometraje (Fish Tank de 2009), la consideraron la nueva Ken Loach por su realismo social; sin embargo, pronto dejaría atrás esa etiqueta con sus siguientes obras. Hoy, si algo define a Andrea Arnold es precisamente ser una cineasta inclasificable. Un ejemplo de ello es su más reciente filme Bird: un drama social realista implacable, aunque también salpicado de coloridos momentos de realismo mágico. ‘La Mirada Invisible’ de Alberto Lima se detiene en él.
Bird. Emprender el vuelo (Bird), película de Andrea Arnold;
coproducción Reino Unido-Estados Unidos, Francia-Alemania;
con Nykiya Adams, Franz Rogowski, Jason Buda, Frankie Box,
Barry Keoghan. (2024, 119 min).
Una de las ventajas de hacer cine de modo independiente es que no está obligado a ceñirse a las tendencias comerciales de la época, las cuales, por lo general, se basan en discursos ideológicos correspondientes a las temáticas en boga que —sobra decirlo— suelen ser tratadas de manera políticamente correcta. En el caso de la cinerrealizadora inglesa Andrea Arnold (Dartford, 1961), su cine es ejemplo preciso de que, partiendo desde la trinchera independiente, se pueden abordar con transparencia y libertad creativa temas actuales y cruciales que demandan atención, tal y como queda de manifiesto en su nueva cinta Bird. Emprender el vuelo.
En un barrio bravo del condado de Kent, Inglaterra, la sensible, valerosa y decidida chica de apenas 12 años Bailey (Nykiya Adams) vive su iniciática adolescencia filmando con su teléfono celular las vicisitudes de su entorno, lidia con su joven, extravagante, tatuadísimo, acelerado y buenaonda padre Bug (Barry Keoghan) que le anuncia su inesperada e inminente boda para el sábado próximo con su noviecita madre soltera Kayleigh (Frankie Box), intenta sumarse sin éxito a la pandilla golpeadora de su medio hermano Hunter (Jason Buda), quien de paso acaba de embarazar a la novia y, luego de pasar la tarde en el campo rodeada de algunos caballos, conocerá a un extraño forastero llamado Bird (Franz Rogowski), quien arriba al lugar en busca de la reconstrucción y recuperación de los recuerdos de su infancia tratando de localizar el paradero de sus padres. A raíz del encuentro con Bird, la chica Bailey sostendrá una breve pero aleccionadora y formativa relación que la ayudará a transitar en las sinuosas arenas de la etapa adolescente.

Con sobrio y ágil guión escrito por la directora, el sexto largometraje de Andrea Arnold es un acezante drama adolescente fresco y dinámico —gracias a la desenfadada edición muy ad hoc de Joe Bini—, interesado en registrar con la mayor naturalidad posible episodios decisivos para la templanza y delimitación de un carácter en crecimiento, soportado en una fotografía cruda y desnuda, abiertamente realista del excelso fotógrafo Robbie Ryan, cuyo propósito de la cámara en la mano pareciera fungir como mero testigo —acaso también inquieto— de cómo la chica Bailey interactúa con los distintos acontecimientos familiares y personales que la obligan a la toma temprana e inaplazable de decisiones.

La poética de la cinta de Arnold se instaura en el autodescubrimiento femenino durante la primera etapa del periodo adolescente, distante de sus chicas adolescentes más mayores de sus estupendas cintas previas como Fish Tank, vive, ama y da todo lo que tienes (2009) y Dulzura americana (2016), pero también marcando distancia de los pueblerinos chicos malosos de La vida de Jesús (Dumont, 1997) y en particular de aquel conjunto de películas modélicas del fotógrafo estadounidense Larry Clark integrado por Kids: vidas perdidas (1995), Bully: mentes perdidas (2001) y Perversión (2002), en donde se documentaban a manera de ficción las pulsiones sexuales o la violencia corporal adolescente gringas, porque en Bird lo que se busca no es mostrar un despertar sexual sino dar cuenta de la apropiación a toda costa de una identidad y el asentamiento de un espíritu —si bien combativo dadas las circunstancias familiares que lo rodean— libre y determinado. De ahí las insinuaciones de que quizá, detrás de ese ambiente inestable y airado donde crece la chica Bailey, se atisba una futura artista cuya curiosidad se revela en esos videos breves que realiza con su teléfono celular, con el que capta aves levantando el vuelo, lo cual, al mismo tiempo, funciona como una metáfora misma del filme.

Más allá del gusto de la directora por presentar una gran variedad de especies de animales (no en balde tiene un documental sobre vacas filmado en 2021, y cuyo título es Cow, evidentemente), como esos caballos que pastan en el campo muy cerca de las áreas urbanas, o el cuervo de vuela aquí y allá y que ejecuta una de las escenas más sobresalientes de toda la película cuando ayuda a Bailey a entregar una carta en el balcón de la enclaustrada novia preñada por su hermano Hunter, o ese sapo propiedad del padre, que lo estimula con canciones de britpop —destacando la majestuosa “The Universal”, de la egregia banda londinense Blur—, para extraerle la mayor saliva posible y conseguir así un alucinógeno que lo ayude a costear los gastos de su boda. Sin embargo, es precisamente el personaje Bird, aquel de nariz aguileña y rostro aviar, quien fungirá como verdadero agente de cambio, protección, orientación y madurez para Bailey, siempre ataviado con ropa de mujer, rechazado por el padre al fin hallado (Jason Williams) y de temperamento sosegado, hará incluso las veces de un deus ex machina —ya prefigurado con esos planos de un helicóptero avizor— capaz de rescatar a Bailey de la furia del fulano violento Skate (James Nelson-Joyce) que su madre Peyton (Jasmine Jobson) metió a su casa y a su cama, luego de transformarse en mortífera ave vengadora, por fortuna lejísimos de las jaladas pseudometafísicas de Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) (Iñárritu, 2014), porque luego de su partida durante ese gozoso bodorrio paterno, la chica Bailey al fin entenderá que para ella también ha llegado la hora de emprender el vuelo. ![]()



