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“El arte tiene que definirse por sus creadores”

Las siete décadas y media de Rubén Blades

Septiembre, 2023

Cuando Gabriel García Márquez, el Nobel de Literatura, le dedicó un libro, escribió: «A Rubén, el cantador de historias». Y sí: Rubén Blades siempre ha sido más que un salsero: él es y ha sido sobre todo en estos más de 50 años de trayectoria uno de los grandes cronistas de la realidad social y política latinoamericana. Mito viviente de la música popular en español e impulsor de la llamada salsa intelectual o salsa consciente, el cantante, músico, compositor, actor, abogado, político y activista panameño ha llegado a los 75 años de edad en este 2023 nació el 16 de julio de 1948. Y eso no es todo: en este septiembre se cumple también el 45 aniversario de Siembra (1978), la segunda colaboración de Blades con Willie Colón y su orquesta: un disco que a la postre se convertiría en el más vendido en la historia de la salsa. A manera de homenaje, Víctor Roura ha recuperado esta conversación con el músico panameño, también llamado «poeta de la salsa».

La manipulación empresarial

La voz del panameño Rubén Blades se alteró, de pronto.

—No tengo absolutamente, ahora mismo, nada que ver con esa gente de Fania, gracias a Dios. Y que esto lo lea la gente de la RCA de México, que es la que tiene la licencia de editar los discos aquí. Que lo oiga bien: ¿cuándo vamos a recibir nosotros las regalías que nos corresponden como autores? En Fania nunca nos han dado nada porque dicen que la RCA no paga. Me parece increíble que los músicos latinoamericanos estén continuamente siendo víctimas del exceso comercial de estas empresas que se nutren del talento ajeno. Que sólo utilicen este talento para su propio beneficio. Como la Fania. ¿Dónde están esas regalías?

Su asombro era visible.

Rubén Blades, que el pasado 16 de julio cumplió las siete décadas y media de vida, siempre ha sido muy claro en su discurso.

Se repantigaba en el sillón, la tarde en que hablamos en la casa del finado periodista Froylán López Narváez (1939-2021), para explicar su rompimiento con la discográfica Fania, cuyo contrato terminó a fines de 1982:

—Sucede que estos empresarios, por tradición, han ignorado los derechos del trabajador de la música. Son personas que no tienen ningún tipo de sensibilidad hacia el arte en general [Blades se refería al empresario estadounidense Jerry Masucci y al músico dominicano Johnny Pacheco, ambos ya fallecidos, aunque a la muerte del primero, ocurrida en Argentina el 21 de diciembre de 1997, la compañía Emusica Records adquirió la Fania, en septiembre de 2005, apropiándose de todo su catálogo (Pacheco murió en febrero de 2021 en Nueva Jersey)]. Son tipos obsesionados por el dinero. Lo que hacen es recibir y recibir y recibir el talento y, a cambio, entregan cheques sin fondo o no pagan a tiempo. No respetan los derechos básicos que se derivan de una relación contractual, merced a que uno no tiene la oportunidad de supervisar país por país las ventas efectuadas y el producto, por lo tanto, de las regalías existentes.

—Sin esa fuerza de divulgación que significaba la Fania, ¿cuál es el camino a seguir para un músico en Estados Unidos? —le pregunté a Blades justo hace cuatro décadas cuando tuve la oportunidad de conversar con este brillante letrista de la rumba, a quien varios locutores de la radio, ignorando su origen (el del músico), lo llamaban Ruben Bleids, así, sin acento su nombre y en inglés su apellido, creyendo que Blades era una palabra anglosajona (“cuchillas” en español), no latinoamericana.

—He de aclarar, antes, que yo no veía la hora ya en que se cumpliera mi obligación contractual para salirme de esa situación tan desventajosa. Ese tipo de situaciones y de actitud de los empresarios son las que tienen la culpa de que haya decrecido la actividad dentro del movimiento de este género musical. ¿Para qué grabar si los derechos se han desconocido?, ¿para qué presentar lo mejor de nuestra creatividad?, ¿para lucrar a otros?, ¿para que otros se compren carros y vivan la mejor de las situaciones mientras los músicos populares recaban colectas para enterrar a los que vayan muriendo?

Rubén Blandes en el Luna Park de Buenos Aires, en mayo de 2023. / Foto: Franco Fafasulli (rubenblades.com)

La soledad en Nueva York

La tarde era soleada. A través de la ventana, los rayos de luz iluminaban la estancia.

—En Fania todo el mundo ha sufrido a causa de la injusticia en cuanto a la aplicación de los beneficios que por contrato el músico debe recibir —prosiguió Blades—. Todo el mundo. No se salva nadie… Claro, lo que se ve fuera es la imagen del músico que graba canciones que tanto gustan a la gente y es la imagen del artista que viaja con frecuencia y que vive una vida supuestamente libre de problemas. Pero en la realidad eso no es cierto. Hay muy pocos músicos en la ciudad de Nueva York que uno pueda asegurar que están económicamente en un plano de suficiencia. Hablo, sólo, de cubrir necesidades básicas.

De súbito pareció darse cuenta de que la plática se dirigía hacia otro cauce distinto a la pregunta inicial. Retornó, entonces, al punto originario:

—La Fania aparentemente vendió sus acciones y su compañía a elementos sudamericanos que todavía no se sabe con exactitud quiénes son. No se ha definido bien esa cuestión. Unos dicen que el comprador fue Ernesto Aué, de Venezuela. Otros dicen que no, que es un consorcio argentino-uruguayo. En fin. Ahora mismo hay un vacío [que se prolongó durante varios años más], un vacío de poder. Hay otras compañías, como la SAR, de Roberto Torres [Cuba, 1938, actualmente de 85 años de edad, radicado actualmente en Estados Unidos], que han ido asumiendo también parte del mercado. Pero hay otras cosas por ahí. La disquera Warner Bros., por primera vez, está a punto de establecer un sello hispano y del cual nosotros vamos a ser los primeros en grabar en Elektra. Ese es un punto muy importante. Lo ideal hubiese sido encontrar una compañía latinoamericana que tuviera la misma fuerza y poder de distribución y economía lo suficientemente sólidos para repetir la expectativa de calidad del producto para que asumiera ese rol de madre empresa, como fue la Fania un tiempo.

Agregó que para enero del año 1984 la Warner Bros. comenzaría a editar aquella nueva serie. Blades ya tenía listo su álbum Buscando América, que incluiría las letras en español y su respectiva traducción al inglés, para que el mercado estadounidense supiera de qué asunto estaban tratando con esta corriente musical. Decía Blades que confiaba en Bruce Lundvall (1935-2015), director de la Warner. Pensaba que sus intenciones eran buenas. Que de verdad esa compañía quería cubrir ese mercado, entonces aún virgen, de la música latinoamericana. Comentaba que tenían ya un año de pláticas con Lundvall y que había podido darse cuenta del respeto que tenía hacia los músicos latinos (empresario al fin cuyo objetivo era generar dinero tenía que entablar primariamente pláticas motivacionales con los posibles cooperantes de su emporio).

—Ante esta ausencia de ejercicio discográfico, ¿qué hace Blades cotidianamente?

—Bueno, yo vivo muy solo. El precio que uno paga con esta vaina es tener que vivir muy solo. Yo vivo en una soledad muy grande. Tengo, sólo, dos o tres personas amigas. Leo mucho. Como nunca he tenido una vida complicada, me gustan mucho los deportes. Y los practico. Camino muchísimo. Soy un tipo muy de casa. Mi vida transcurre en una rutina total. Levantarme. Buscar los periódicos del día. Leerlos. Posiblemente escribir algo. Leer. Salir. Caminar. Ver a la gente. Eso me encanta. Me siento en un parque y observo gente, siempre caminando, siempre en la calle, siempre viendo, siempre buscando.

Rubén Blandes en el Luna Park de Buenos Aires, en mayo de 2023. / Foto: Franco Fafasulli (rubenblades.com)

—¿Y la vida musical?

—A mí me han mantenido vivo, económicamente, los países latinoamericanos. Por ejemplo, en este viaje a México, yo vengo aquí, cobro, el dinero lo guardo y es el que, luego, me permite sobrevivir en Nueva York. ¿Por qué razón? Porque dentro de esta ciudad, también, hay un frente compuesto por promotores y dueños de club, en una especie de asociación que mantiene la situación económica del músico en el mismo nivel que se estaba en el año 1960. Si tú haces frente a ese aparato y tú criticas ese tipo de situación o tratas de crear una nueva asociación, como lo traté de hacer hace algunos años, sucede que te conviertes en una persona problemática. Por consiguiente, si tú no te adaptas a la idea de que a un músico allá le van a pagar por una orquesta 600 dólares, si no aceptas eso, no tienes opciones: sencillamente, no tienes trabajo. Por eso yo no trabajo tanto en Nueva York. Es por elección. Porque mis músicos y yo nos rehusamos a mantener vigente esa estructura feudal entre dueños de club y orquesta. Hemos decidido que o nos respetan o no vamos a trabajar.

Su rostro se endureció.

La estancia se iluminó aún más. Hacía un fuerte Sol.

“El éxito de uno equivale al fracaso de otros”

—¿Por qué, entonces, la vida en Nueva York? —pregunté a Blades.

—A través de nueve años de vivir en ese sitio [cuando conversé con Blades el músico vivía en Nueva York desde 1974], uno adquiere responsabilidades y no se puede abandonar el lugar de un momento a otro. Me quedé por el contrato con la Fania, que era obligatorio para desarrollar mi producción musical. Acabo de terminar con eso, sí. Por eso estoy en un periodo de transición. En mi país, Panamá, ya tengo un terreno y este año [1983], si Dios quiere, después del siguiente viaje internacional, voy a ir a Panamá para ver si ya puedo empezar a ver lo de la casa, para poder combinar mi existencia musical viviendo en Panamá. Pero, básicamente, el problema que siempre hemos tenido los artistas es que en nuestros países nos vemos totalmente limitados por las posibilidades del medio. Por ejemplo, ahora yo estoy muy envuelto en cine. En Panamá no podría hacerlo. ¿Me explico? ¿Dónde están todos los empresarios de cine, dónde los representantes de todos los medios, dónde de las televisoras? Todo está en Nueva York. Y, dentro de todo, no se me presenta Nueva York como algo tan malo, porque ya ni siquiera Nueva York es una ciudad estadounidense. Hay [había entonces] 3 millones de latinos [sólo un millón menos de la cifra que hoy oficialmente se da en ese estado, lo que indica un censo absolutamente cuidado, restringido, vigilante], 500 mil coreanos, hay 250 mil japoneses. Tú sabes. Ya eso ni siquiera tiene la perspectiva de una ciudad específicamente estadounidense. Uno ya no piensa que vive en Estados Unidos, sino en Nueva York.

Aunque, eso sí, vivir en esa ciudad afecta la apreciación de las cosas, acotaba Blades:

—El sentimiento de la competencia está presente siempre. En un mercado tan pequeño, como el de la música afroantillana, el éxito de uno equivale al fracaso de otros. No se dan las circunstancias para la convivencia. El deseo de la privacidad permea las relaciones sociales. Poco nos vemos los músicos. A Willie Colón tenía más de nueve meses de no verlo. Lo vi apenas hace tres semanas en un lugar donde alternamos juntos; él con su banda y yo con la mía.

Habló un poco de sus comienzos refiriéndose a los sesenta, cuando un artista lo impresionó: el argentino Piero quien, según Blades, ni siquiera sabía cantar, propiamente dicho, sino que decía cosas en su canto, a diferencia de todos esos “insufribles” cantantes, según de nuevo Blades, que surgieron después del español Raphael. De ahí que se interesara en relatar asuntos urbanos pero en un contexto caribeño y no en un molde europeo, como lo hacía Piero en la balada. De ahí surgen sus crónicas urbanas. Y subrayaba que, poco a poco, el movimiento de la música afroantillana con textos diferentes empezaba entonces a emerger. Indicaba que ya había varios autores en Panamá creando diferentes letras a las acostumbradas. Que en Venezuela había, incluso, una corriente denominada crónica urbana. En Colombia estaba el vallenato, que sigue retratando situaciones urbanas. Se estaba trabajando sobre eso, lentamente.

Rubén Blades y Óscar d’León en una imagen de 2023. / Foto: Rubén Blades Facebook.

—Muchos músicos declinan este movimiento declarando que la rumba es sólo entretenimiento, diversión, como Óscar D’León o Celia Cruz —dije a Blades.

—No se puede esperar de estos artistas un cambio de la noche a la mañana. D’León tiene 40 y pico de años [ahora con ocho décadas de vida, recién cumplidos el pasado 11 de julio] y Celia tiene no sé cuántos [casi sexagenaria entonces, fallecida a los 77 años de edad el 16 de julio de 2003, hace justo dos décadas], ni me atrevería a hacer la sugerencia. Durante toda su vida han cantado un solo estilo. Esa es su manera de pensar. Esa es su convicción. Hay quien cree que en el arte no debería haber pinturas como el Guernica. Yo lo que creo, más bien, es que hay espacio para todo. El arte tiene que definirse por sus creadores, pero no limitarse. No soy un arrogante para, en tan tremenda manifestación, decir que la música afroantillana debe tener un sentido, porque la letra la trasciende. No. Hay espacios para todos. Yo creo que el movimiento de la crónica urbana tiene que venir de las nuevas generaciones.

El Sol comenzaba a surtir su efecto. El calor era fuerte en la pequeña estancia. Rubén Blades decía que, con fortuna, la música caribeña ya no era vista como un movimiento de “negritos desordenados”. Si a García Márquez (Colombia, 1927-2014) le gustaba esta música, antes considerada para los cafres, quería decir que no andaba tan mal la cosa, asentaba Blades. Si a un Premio Nobel le agradaba la rumba, a la gente, entonces, no tenía ya por qué desagradarle. Así son estas cosas, sentenciaba Blades.

La tarde transcurriría apaciblemente.

¿Quién votó por el cantante?

En 2019, para festejar su septuagésimo aniversario de vida cumplido un año antes, el panameño Rubén Blades dio a conocer su disco Paraiso Road Gang cuya segunda canción, intitulada “El País”, parecía estarse refiriendo a México por su contenido tan semejante a los sucesos perpetrados en esta nación: “Mi país nunca fue pobre, otros lo han empobrecido. Con sus palabras de cobre y por ellos aprendimos a negar lo que es posible. En mi tierra los ladrones usan corbatas de seda y, desde plásticas mansiones, se reparten lo que aún queda de pobrezas invisibles. En sus almas impermeables, el dolor de otro es obsceno. Con su lógica infranqueable, todo lo injustificable lo remiten a los cielos. Los domingos van a misa y en sus diarios se publican sus hipócritas sonrisas. Perdonados, hipotecan lo que no les pertenece y se casan entre ellos para crear a nuevos dueños que serán amamantados por unos senos trigueños que jamás son consultados. En sus palabras de acero y en sus almas impermeables, el que es pobre es responsable porque nació sin dinero. El dolor de otro es obsceno. Con sus plásticas sonrisas y en sus domingos de hielo, estos dueños de mi tierra, de maldad enriquecidos, hipotecan a los cielos. El país nunca fue pobre, otros lo han empobrecido y somos todos responsables por haberles permitido el que eructen nuestros sueños donde compran si no vendes. Se derrota el que se vende. Te derrotan si te vendes. Nos derrotan si te vendes. Se derrota el que se vende”.

Y la oposición mexicana contra la nueva política aplaude a raudales a Blades por considerarlo un compositor que desentraña los intríngulis discriminatorios de una élite acostumbrada a los satisfactores sociales provenientes del demasiado peculio; lo que no sabe esta fervorosa minoría privilegiada es que, asimismo, desenmascara al engrandecido que se vende al que Blades llama, irónicamente, “derrotado” pero que en la vida real se hacen pasar por indemnes victoriosos porque siempre el caudal monetario está de su lado.

Uno entiende los férvidos aplausos de esta privilegiada élite del poder económico a artistas cúspide como Juanga, José José o Luismi por sus ambiciosas afinidades monetarias, ¿pero Rubén Blades? La misma población panameña, que lo vitorea en exceso, no votó por el cantante cuando fue postulado a la candidatura presidencial de su Panamá en 1994 convirtiéndose luego, en su máxima aspiración política, en ministro de Turismo de su país de 2004 a 2009 en el gabinete del presidente Martín Torrijos.

Portada del disco Siembra, 45 aniversario.

La búsqueda infinita

Rubén Blades siempre se ha sabido distinguir de sus colegas músicos, por eso causa resquemor: su ansia compositora, a diferencia de otros numerosos artistas, no lo deja quedarse en un mismo sitio sino su propia exploración sonora lo hace recorrer rutas impensadas en gente como, digamos, Celia Cruz u Óscar D’León quienes sólo se interesaban en un escalafón de la rumba para establecerse ahí cómodamente plantados haciendo las cosas musicalmente, por supuesto, como era debido pero sin ir más allá, aunque ascendieran tímidamente a otros hemisferios, como el roquero, tal como lo intentara la misma Celia Cruz, no muy convencida al principio, con Los Fabulosos Cadillacs.

Rubén Blades es otra corazonada de la música: sus álbumes Nothing But the Truth, de 1988, o Tangos, de 2014, lo hacen, sencillamente, un compositor e intérprete insuperable, luego inmiscuido en diversos proyectos de swing (¡grabando un disco en vivo de jazz con el trompetista Wynton Marsalis en 2014!) o de la propia rumba con sonoridades distintas confirman su sin par calidad e intereses musicales infinitos, mucho más allá de la conveniencia monetaria. Como el propio Blades le dijo, en 2021, a Ed Morales del New York Time: “La gente cree que si eres un salsero, eso es lo que vas a hacer toda tu vida. Es como si fueras un caballo, que anda con anteojeras para sólo ver un camino, y yo no las uso. Para mí, la música es subversiva, porque el arte es subversivo. Tú cambias las cosas”.

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