«Barbie»: el cursi feminismo hollywoodense
Septiembre, 2023
Vivir en Barbieland significa ser alguien perfecto que está en un lugar perfecto, a menos que tengas una crisis existencial o seas un Ken. Basada en la línea de muñecas de moda de Mattel, Barbie, cuarto largometraje de la también actriz Greta Gerwig, es una película cursi y sectaria, pero también jocosa y divertida, necesaria al introducir el mensaje feminista en un filme abiertamente comercial, escribe Alberto Lima en esta entrega de ‘La Mirada Invisible’.
Barbie, película de Greta Gerwig,
coproducida por Estados Unidos, Reino Unido,
con Margot Robbie, Ryan Gosling, America Ferrera, Kate McKinnon,
Issa Rae, Rhea Perlman, Will Ferrell, Ariana Greenblatt. (2023, 114 min).
En la comedia El mundo está loco, loco (Zucker, 2001) la familia Pear, integrada por papá, mamá, hermano y hermanita, se cruzan durante un viaje en carretera con un letrero que anuncia el museo de Barbie. Animados por la niña, visitan el lugar creyendo que conocerán las maravillas de la famosa muñeca, pero lo que encuentran es un sitio dedicado a Klaus Barbie, el oficial nazi de la SS conocido como el “Carnicero de Lyon”. En la comedia Barbie, cuarto largometraje de la también actriz Greta Gerwig, la propuesta velada es hacer del Patriarcado una carnicería.
En el luminoso paraíso plástico de Barbieland, la estereotípica muñeca Barbie (Margot Robbie) vive una vida plenamente feliz y gozosa, tomando desayunos deliciosos, disfrutando la amistad de otras Barbies como la Barbie gordita (Sharon Rooney) o la Barbie afroamericana y presidenta de Barbieland (Issa Rae), conduciendo gustosa su convertible rosa hasta la playa para soportar a su homoerótico novio beach boy rechazado Ken (Ryan Gosling) y rematar sus espléndidos días con festivos bailes en la disco y perennes noches de chicas por los siglos de los siglos. Sin embargo, precisamente durante un baile, la muñeca tendrá un acceso súbito de humanidad —y descomposición— al interrumpir de golpe la fiesta para preguntar de pronto a los presentes si “alguna vez han pensado en morir”. Al día siguiente, experimentará alteraciones en su rutina, en específico se percatará que sus talones ya pisan el suelo, así que aconsejada por sus amigas, visitará a la Barbie rarita (Kate McKinnon) quien, cual oráculo, le indicará que deberá viajar al Mundo Real para revelar a su vínculo humano. La travesía la hará en compañía de su Ken, y allá, mientras Ken aprenderá cómo hacer funcionar un patriarcado y abandonar a su suerte a Barbie, ésta conocerá a su vínculo humano personificado por Gloria (America Ferrera), quien trabaja, por supuesto, en Mattel, la compañía multinacional fabricante de las muñecas Barbies. Conocerá también a la aguda hija Sasha (Ariana Greenblatt), a su creadora Ruth (Rhea Perlman), y conocerá también al bonachón director ejecutivo de la compañía (Will Ferrell) que intentará, junto con una horda de achichincles, empacar a la huidiza Barbie y devolverla a Barbieland, donde todos los personajes confluirán para encontrar que éste ha cambiado drásticamente.
Escrita en colaboración con su marido, el también cineasta Noah Baumbach, la cinta de Gerwig ya desde el prólogo satírico-plagio-homenaje de 2001. Odisea del espacio (Kubrick, 1968) saca las uñas al situar a la mujer como el principio del universo, a través de una fachada de alegre comedia caramelo, sostenida en una límpida y edulcorada fotografía de Rodrigo Prieto, vuelta película de crecimiento donde simbólicamente la muñeca deberá emprender un viaje de búsqueda y retorno para autodescubrirse como mujer empoderada, capaz de renunciar a la tiranía de los tacones y preferir la comodidad de unas sandalias Birkenstock. Sin embargo, pese a la insistencia de la directora en plantear en todo momento, en cada diálogo —y en cada plano si es posible—, un discurso feminista, éste se vuelve poco creíble y deviene en un panfleto publicitario al ser una producción realizada por un megaestudio de Hollywood, como lo es Warner Bros., y financiada por la opulenta compañía juguetera Mattel. Si en vez de elegir el camino mainstream Gerwig hubiera optado por la periferia y a la brava hacer un verdadero filme independiente, quizá sus postulados adquirirían la seriedad e impacto buscados.
Aun cuando las referencias para dotar de gravedad al film ahí están, como el mundo distópico de Volver al futuro II (Zemeckis, 1989) cuando Barbie retorna a su Barbieland y lo encuentra convertido en un Planeta de los simios (Schaffner, 1968), mientras recorre ida y vuelta el campo floreado de El mago de Oz (Fleming, 1939), luego de escapar de sus perseguidores en los cubículos de oficina de Playtime (Tati, 1967), se confunde la gimnasia con la magnesia al incluir el inserto de El padrino (Coppola, 1972) como una película apreciada por los cabezas huecas de los Kens, cuando hubiera resultado lógico y pertinente recurrir a cualquier abominación troglodita de la serie Rápido y furioso.
Película cursi, sectaria, pedera y revanchista, pero también jocosa y divertida, necesaria al introducir el mensaje feminista en un filme abiertamente comercial, castrante y no menos irritante si eres machín; Barbie se erige entonces como una fiesta donde el macho no está invitado, y en donde los hombres son feminizados —amujerados diría el escritor Osvaldo Lamborghini— y ridiculizados porque se lo han ganado a pulso, aun cuando la denuncia falle de origen porque quienes pusieron la lana para producirla y difundirla sean los hipócritas patriarcas que no comulgan necesariamente con ideales progresistas o libertarios. Similar a lo que hacen cuando difunden campañas de concientización para erradicar la violencia familiar o fomentar la lectura, pero nunca dejan de vender.
Cinta inclasificable bajo el disfraz de comedia porque no está hecha para infantes, adolescentes, adultos o comunidad LGBTTTIQ+, termina mordiéndose la cola por la necedad de adoctrinar, resultando así más un subproducto publicitario que cinematográfico, porque la muñecona, aunque se ponga bravucona, muñecona se queda.