ArtículosConvergenciasModus Vivendi

La idea del contagio

Septiembre, 2023

Muchos lo hemos escuchado y lo creemos: la risa o el sueño se contagian. Y no está mal como parte del folclor. Es el suspiro que nos llega desde el siglo XIX, cuando las concepciones médicas de los comportamientos sociales y colectivos afianzaron esta idea. Pero, como nos advierte Juan Soto, cuando la idea del contagio masivo de ciertos comportamientos es utilizada por académicos para explicar fenómenos contemporáneos o actuales sólo revela desinformación y un profundo desconocimiento de la teoría sociológica y psicosocial.

La idea de que el sueño o la risa se contagian no es nueva. Se corresponde con las concepciones médicas de los comportamientos sociales y colectivos que ya vociferaban ciertos pensadores a finales del siglo XIX. Cualquiera que haya leído, aunque sea superficialmente, el librito de Gustave Le Bon, Psychologie des foules (Psicología de las masas), podrá recordar que afirmaba que las masas tenían diversas características psicológicas comunes con los individuos aislados y otras que no se encontraban más que en las colectividades, pues asumía que la personalidad consciente se esfumaba, que los sentimientos y las ideas de todas las unidades se orientaban en una misma dirección. Esto le sirvió para pensar que la formación de un “alma colectiva” no sólo era posible, sino que era transitoria y que tenía características muy definidas. La formación de un solo ser estaba sometida, según él, a lo que denominó la “ley de la unidad mental de las masas”.

Este médico de profesión afirmaba que existían diversas causas que determinaban la aparición de las características especiales de las masas. La primera, igual de cuestionable que las demás, era la del sentimiento de invencibilidad. La idea de que un individuo integrado en una masa adquiere, por el mero hecho del número, un sentimiento inexpugnable (sentimiento que estando solo no aparecería). Esta idea, al menos para lo que se quiere discutir en este pequeño texto, no tiene tanta relevancia como las que están relacionadas con el contagio.

La segunda causa que, según Le Bon, determinaba la aparición de las características especiales de las masas era el “contagio mental”. Asumía no sólo que era fácil de comprobar, sino que seguía sin explicar (y en virtud de su simplismo podríamos decir que sigue en el mismo estado en el que estaba a fines del siglo XIX). Este peculiar pensador proponía que, en una masa, todo acto y todo sentimiento eran contagiosos. Y no reparaba en afirmar, además, que la sugestibilidad (tercera causa) no era sino un efecto alimentado por el contagio.

**

Sin temor a equivocación se podría decir que desde el siglo XIX la idea de que, estando en masa, los sentimientos y los “actos” (comportamientos) se contagian ha acompañado, de algún modo, al “pensamiento social”. Es una idea que ha arraigado con fuerza en el sentido común y que goza de una fuerte dosis de incuestionabilidad. No obstante, como se sugirió anteriormente, es una idea demasiado simple para ser tomada en serio en los ámbitos académico y de investigación. En los dominios del sentido común es otra cosa totalmente distinta. Decir, hoy día, que la risa o el sueño se “pegan” (se contagian) es demasiado sencillo. Pero argumentar y demostrar cómo es que esto ocurre no es fácil. Hay que enfatizar que los afectos no son enfermedades. Y lo interesante parece residir no tanto en el contenido de la idea, sino en la forma en cómo ha sobrevivido en diversas sociedades durante tanto tiempo, respecto de lo cual la psicología histórica (tan olvidada) tendría mucho qué decir.

La idea del contagio —componente del outillage mental (“aparato conceptual” o “equipo mental” de otra época, pero que es común a nosotros y nuestro tiempo aún)— requiere de un “paciente cero” de las emociones. Es decir, de un “paciente” que contagie a uno o a dos y ese otro a uno más o esos dos a cuatro y así sucesivamente hasta que tengamos una masa en un concierto estremeciéndose con una melosa canción, por ejemplo. Esta simplista explicación (la cual, desgraciadamente, se les escucha vociferar a los académicos que les encanta aparecer en los talk shows) no toma en cuenta la simultaneidad de la ocurrencia de fenómenos como la risa. Las risas en los cines son simultáneas. Las risas cuando se cuentan chistes también. Parecen responder más a la “ritualidad” (social y culturalmente hablando), que a la lógica del contagio.

***

Que una buena cantidad de académicos sigan explicando los fenómenos de masas de nuestros tiempos con esas rancias ideas de finales del siglo XIX es de pena ajena. Incluso hasta los psicólogos sociales experimentales, oliendo ese tufo a podredumbre de la noción del contagio, comenzaron a hablar de otro concepto, extraño, eso sí, como el de influencia (pero renunciaron a aquella vieja idea). Esos seres académicos que insisten en la idea del contagio para tratar de explicar fenómenos de masas actuales parecen no haberse dado cuenta, por leer poco, que entre el libro de Le Bon y obras más actuales ha pasado notoriamente el tiempo y que las explicaciones han cambiado radicalmente incluso al interior de la sociología del comportamiento colectivo y de los movimientos sociales.

Es probable que no se hayan enterado de que incluso Georges Lefebvre —un historiador francés excolega de Lucien Febvre (otro historiador francés que fundó con Marc Bloch la denominada Escuela de los Annales)— escribió un artículo en contra de las ideas de Le Bon (a quien consideraba un conservador, a decir del historiador británico Peter Burke), pues, entre otras cosas, Le Bon daba por descontada la irracionalidad de las masas.

Es probable que estos académicos desinformados tampoco se hayan enterado de la aclaración que el destacado profesor de sociología de la Universidad de Pensilvania, Randall Collins, realizó en su relevante libro Cadenas de rituales de interacción. Collins destaca, al menos, tres ideas fundamentales que no dejan en un buen estado las ideas de Le Bon.

La primera es que los grupos primarios que forman la multitud favorecen y amplifican los efectos de ésta al enfocar sobre ella su atención y su consonancia emocional. La segunda es que, lea con atención, el afamado sociólogo francés Émile Durkheim no tacha de animalescas a las reuniones grupales ni considera que rebajen a los individuos a un nivel infrahumano. Gracias a que las reuniones grupales crean y ponen en acción los ideales morales es que se puede explicar, incluso, que existan individuos heroicos y abnegados, por ejemplo.

Por último, el tercero de los planteamientos de Collins —y lea cuidadosamente también— que no dejan bien parado a Le Bon es que no tiene ningún sentido la idea de que el individuo racional existe antes que la experiencia social y que, por lo tanto, las masas están formadas simplemente por individuos cuyo nivel natural de racionalidad podría (o no) resultar menguado. La experiencia colectiva es fundamental para ‘entrar’ en la sociedad.

****

¿Qué se podría decir respecto al hecho de que los bebés (que aún no hablan) sean capaces de armonizar sus risas con las de los adultos cuando estos se ríen de un chiste? Se trata, no de una cuestión de contagio, sino de la capacidad de los bebés de “seguir líneas de interacción” trazadas por las risas de los adultos. A una corta edad, los bebés son capaces de corresponder, con sus risas, el ritmo de las otras.

Collins explica cómo es que las risas, la mayor parte de las veces, se producen colectivamente y se retroalimentan como signos evidentes de la efervescencia colectiva. Antes de aprender a hablar, los bebés aprenden a seguir determinadas líneas de interacción. En algunos programas de televisión aún se incluyen las risas grabadas. No como una forma de “contagiar” a las audiencias, sino como una estrategia para provocar la risa simultánea o intensificar la ya existente.

Y que quede claro. La idea del contagio es una idea muy bonita si la pensamos a la luz de la memoria colectiva, de la psicología histórica, de la sensibilidad y la historia, de la larga duración, del outillage mental. Pero no es, ni por asomo, una bonita ni prolífica idea cuando se utiliza para explicar fenómenos de masas o comportamientos colectivos de nuestros tiempos. Sobre todo cuando los académicos desinformados la siguen repitiendo hasta el cansancio, incluso sin haber leído con cuidado el libro del gurú Le Bon.

En boca de la gente, la idea del contagio es folclor. Es el suspiro que corre de un siglo a otro. Es el susurro de otros tiempos. Es una idea, un pensamiento de largo aliento, de larga duración. Pero en boca de académicos utilizada para explicar fenómenos contemporáneos o actuales no es más que desinformación y profundo desconocimiento de la teoría sociológica y psicosocial.

*****

La próxima vez que escuche a un psicólogo social utilizar la idea del contagio para explicar algún acontecimiento de actualidad, aléjese, huya o apague la televisión. Tenga la certeza de que a ése que utiliza dicha idea como argumento le interesa más el reflector que los libros. No es contra la gente, ni contra la idea misma del contagio, sino contra el profundo desconocimiento de los académicos sobre esta idea utilizada como fundamento explicativo.

Related Articles

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button