Agosto, 2023
En el siguiente texto, el narrador, ensayista e investigador de la UAM, Vicente Francisco Torres, desmenuza la reciente obra bibliográfica del periodista mexicano Francisco Cruz Jiménez: Las damas del poder / Corrupción, impunidad y nepotismo tras las mujeres más poderosas de México. Más que un puñado de chismes y secretos de alcoba —que sí los hay en él—, “el libro es una verdadera historia mexicana de la infamia”, escribe Vicente Francisco Torres. Y es que, como apuntan los editores en la contraportada: “En estas páginas se revelan por primera vez los secretos de alcoba, los actos de corrupción y los escándalos más vergonzosos y atroces de las mujeres que convirtieron el sufrimiento del país en un espectáculo”.
Los malditos (2013 y 2016), de Jesús Lemus, y Las damas del poder / Corrupción, impunidad y nepotismo tras las mujeres más poderosas de México (Planeta, 2023), de Francisco Cruz Jiménez, muestran cuán cerca están los periodistas del trabajo que hacen cuentistas y novelistas hoy día en nuestro país. J.M. Servín ha sido más contundente al señalar que periodismo y literatura son una y la misma cosa. Yo muestro alguna reticencia porque advierto que la premura y la falta de intensidad en muchos trabajos de los diaristas no pueden equipararlos con los narradores pero, de los dos casos que cito arriba, me resulta asombrosa su capacidad narrativa, su eficacia y su admirable manera de contar.
Gracias a la intensa aparición en canales de You Tube que tiene el autor —Francisco Cruz es dueño de una experiencia, memoria y capacidad verbal y de escritura admirables—, Las damas del poder era esperado con fruición y se anticipaba un puñado de chismes y secretos de alcoba, pero resultó algo muy diferente. Claro que vemos muchas intimidades reveladas pero, a la postre, el volumen es una verdadera historia mexicana de la infamia.
Las esposas de los expresidentes mexicanos a partir de 1952, cuando asume el cargo Adolfo Ruiz Cortines, sí son personajes fundamentales, pero no más que sus esposos, aunque a veces ellas los conviertan en ceros a la izquierda, tal como sucedió con Vicente Fox Quezada. Esperábamos indiscreciones femeninas y encontramos revulsivos ocasionados por la conducta delictiva de los presidentes mexicanos y la forma en que operaba nuestro sistema político.
María de los Dolores Izaguirre, esposa de Adolfo Ruiz Cortines, regenteó burdeles en Veracruz y se hizo de 90 condominios. Amiga de Salvador Novo y de Luis Spota, les contaba intimidades de sus malquerientes para que las trataran con sus afiladas plumas.
Recién declarado candidato a la presidencia, vale decir, destapado como presidente constitucional, a Adolfo López Mateos le detectaron siete aneurismas cerebrales y, para evitar el dolor, bebía en exceso y alegraba sus días con mujeres, encuentros boxísticos y cigarrillos (fumaba cinco cajetillas diarias). Padecía dolores de cabeza, mareos, náuseas y visión doble; a menudo perdía el conocimiento. Relegó el gobierno en Gustavo Díaz Ordaz, Alfonso Corona del Rosal y Donato Miranda Fonseca. Si consideramos que durante el sexenio de Adolfo López Mateos se reprimieron los movimientos magisterial y ferrocarrilero y asistimos al asesinato del líder zapatista Rubén Jaramillo, es imposible no ver la mano dura y el carácter irascible de Díaz Ordaz y Corona del Rosal. Fueron anticipos del dos de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971.
Como Francisco Cruz Jiménez se detiene en la matanza de Tlatelolco, en la de la Escuela Nacional de Maestros, en la colaboración con la CIA de Díaz Ordaz y en el surgimiento de la guerrilla encabezada por los profesores Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, vemos que este libro es un repaso de la canallesca historia reciente de nuestro país. No podía faltar el relato del romance del Gorila con la Tigresa Irma Serrano ni los regalos que tuvo que hacer a su capricho: del Castillo de Chapultepec sacó la cama de cedro bañada en oro que había pertenecido a la emperatriz Carlota, y también el piano de Maximiliano.
Luis Echeverría Álvarez también fue informante de la CIA y durante su sexenio se intensificó la llamada Guerra Sucia —misma que duró de mediados de los sesenta a mediados de los ochenta—, echada a andar para reprimir a sus críticos y para acabar con cualquier resquicio que pudiera quedar de la experiencia guerrillera. Es también el tiempo de otra infamia: “En la Dirección Federal de Seguridad tomó forma el grupo militar Brigada Blanca, el brazo ejecutor de la presidencia de la República para desaparecer a líderes sociales, estudiantes universitarios, maestros rurales, académicos, dirigentes campesinos, guerrilleros y militantes de partidos de filiación socialista y comunista en el periodo de la llamada Guerra Sucia. El espionaje se extendería peligrosamente a los enemigos del régimen, sin reconocerlos como prisioneros de guerra ni darles el trato como tales”.
Echeverría y su familia se hicieron dueños de Cuernavaca, obtuvieron concesiones en Guerrero y Guanajuato y, cuando dejó la presidencia, Echeverría era dueño del nuevo y mayor desarrollo turístico: Cancún.
María Esther Zuno de Echeverría y la esposa de Díaz Ordaz murieron de tristeza y frustración por el poder perdido y por el rencor de las parejas presidenciales sucesoras. Al caso de María Esther se agregó la enfermedad —diabetes y problemas en la columna como consecuencia de una caída— y la vergüenza por la prisión perpetua a que fue condenado su hermano en Estados Unidos bajo cargos de narcotráfico.
Echeverría murió pasados los 100 años de edad, esclavizado en una silla de ruedas.
Carmen Romano de López Portillo, mientras su esposo vivía en la vorágine de sus aventuras eróticas con Rosa Luz Alegría, Lyn May, Olga Breeskin y Sasha Montenegro, se entregaba a la brujería, el esoterismo, la santería, los ritos con brujos de Catemaco y la creencia en seres extraterrestres; ella patrocinaba “Un mundo nos vigila”, programa de marcianos que conducía Pedro Ferriz Santa Cruz. El colmo fue su romance con el ilusionista Uri Geller, quien doblaba cucharas mentalmente frente a las cámaras de televisión y espiaba para la CIA y el Mossad.
Durante la lectura de este libro dan ganas de reírse por tanta chifladura que propicia el poder: ¡el presidente le preguntó a Uri Geller si podía usar sus poderes para encontrar petróleo! López Portillo difundió la especie de que Uri Geller había participado en el descubrimiento de Cantarell para quitarle la gloria al humilde pescador Rudesindo Cantarell Jiménez, quien vio brotar una enorme burbuja de petróleo y se lo contó a unos ingenieros de Pemex en Campeche.
López Portillo y su esposa participaron del gran atraco que significó la Colina del Perro, gigantesco terreno —su extensión equivalía a 17 canchas de futbol— del que se apropió el expresidente para concentrar allí las residencias de toda su parentela. Su nepotismo fue legendario porque, en su sexenio, 73 de sus familiares tuvieron altos cargos. ¡A su anciana madre le entregó el Instituto Nacional de la Senectud! Sobre la devaluación en el sexenio López portillista, bueno, fue peccata minuta: declaró moratoria de pagos y devaluó el peso de 28.50 a 57.20.
Las excentricidades de doña Carmen Romano no fueron pocas: mandaba derribar las paredes de los hoteles a los que llegaba para que cupiera el piano que llevaba con ella, mantenía relaciones con los miembros del Estado Mayor Presidencial que la “resguardaban” y, en el piano de Mozart, se atrevió a tocar “Los changuitos”.
José López Portillo murió hemipléjico en una silla de ruedas.
Paloma Cordero y su esposo Miguel de la Madrid cargaron —por su decidia y tolerancia con el sindicato de Pemex y su líder, Joaquín Hernández Galicia, la Quina— con las explosiones de las gaseras de San Juan Ixhuatepec, cuyo saldo conservador fue de 2000 muertos y 2000 heridos. A la cuenta de este expresidente debe agregarse el asesinato del periodista Manuel Buendía.
Miguel de la Madrid fue el impulsor del neoliberalismo; “sentó las bases para vender a empresarios, en su sexenio y en los siguientes, 1155 empresas paraestatales (…) condenaría a los mexicanos a la pobreza y sentaría las bases para crear una nueva clase de banqueros ladrones y una casta de supermillonarios en la que más adelante destacarían mexicanos que se codearían con la élite internacional de los dueños del mundo”. Él inventó la ley sobre daño moral contra el delito de deslealtad en el uso inadecuado de la información de gobierno. Y los periodistas vociferantes de hoy no dijeron nada, como cuando acudían a las conferencias de prensa en donde les informaban que no habría preguntas, y salían con la cola entre las patas.
El padre y los hermanos de Nilda Patricia Velasco, esposa de Ernesto Zedillo, estuvieron involucrados en el narcotráfico con los hermanos Amezcua, del cártel de Colima; fueron los zares de las anfetaminas y de las drogas sintéticas. El Instituto Nacional de Combate a las Drogas, dirigido por el general Jesús Gutiérrez Rebollo, consiguió grabaciones de los familiares de la señora con los Amezcua y se las entregó al secretario de la Defensa, Enrique Cervantes Aguirre. Por eso el primero fue encarcelado de por vida.
Carlos Salinas de Gortari y su primera esposa no forman parte del libro porque esa relación duró poco tiempo. No obstante, aparecen señalados los crímenes de Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu y el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.
Martha Sahagún de Fox es un capítulo especialmente oscuro del libro porque volvió al ocultismo, la hechicería, la creencia en los mayas galácticos, el chamanismo y los amarres; a ella se atribuye la estulticia que todavía caracteriza a Vicente Fox cuando no le quitan el celular de la mano. Fox prometió acabar con el PRI y lo único que consiguió fue hacerse su aliado. Para afianzar el poder de la pareja presidencial, Martha Sahagún contrató a Genaro García Luna a fin de proteger a sus hijos y controlar a priistas y panistas levantiscos. Controló los medios de manipulación, chantajeó empresarios y creó la fundación Vamos México que serviría a sus ambiciones personales pues, para echarla a andar, organizó un concierto con Elton John en el Castillo de Chapultepec cuyo boleto de entrada costó un millón de pesos. Ambicionaba la presidencia de la república pero se desinfló por su nepotismo y sus escándalos de corrupción
Margarita Zavala no quiso ver los crímenes de su esposo, Felipe Calderón Hinojosa, e hizo oídos sordos ante el criminal incendio de la guardería ABC de Sonora en la que murieron 49 niños y 72 resultaron con quemaduras y secuelas de por vida. Todo por proteger al gobernador de aquel estado y a una de sus primas. ¡Estaba más interesada en controlar el alcoholismo de su marido!
A Angélica Rivera le tocó vivir los últimos estertores del PRI al lado de su marido de ocasión pues, como todos sabemos, Televisa le dio a escoger una esposa de su catálogo. Esta pareja es la que más se adapta a las historias de revistas frívolas: su boda arreglada por el arzobispo Norberto Rivera, su visita al Papa y el boato de la boda. Sobre ellos se ciernen sombras espesas como la protección a curas pederastas y, la cereza del pastel, el asesinato de los alumnos de la escuela normal rural de Ayotzinapa. Ellos fueron la gota que derramó el vaso para que López Obrador echara al PRI y al PAN de la silla presidencial y para que la maestra Delfina Gómez los expulsara de su bastión en el Estado de México.
Durante las 350 páginas de esta lectura, y al final de ella, es inevitable pensar en los actos del actual presidente de la República porque sus acciones y su conducta adquieren sentido: no favoreció el nepotismo, desapareció el Estado Mayor Presidencial, vendió aeronaves y el avión calderónico que se usaban para paseos y francachelas de la oligarquía, encomendó a las fuerzas armadas, como su comandante supremo que es, tareas que los alejan de los encargos canallescos de antaño, no ha estado envuelto en líos de faldas ni en arrebatos de borracho como Calderón.
Las damas del poder / Corrupción, impunidad y nepotismo tras las mujeres más poderosas de México es un libro de historia contemporánea que, por su información y amenidad periodística, hace que resulte difícil de igualar por cualquier tratado académico.