Julio, 2023
Posiblemente el nombre de Óscar Emilio León Simoza no le diga mucho, quizá nada. Otra cosa es el nombre artístico con el que lleva medio siglo recorriendo países y pistas de baile, y con el que ha puesto a bailar a medio mundo: Óscar D’León, el cantante nacido en Caracas, Venezuela, que con 80 años recién cumplidos es hoy una de las leyendas vivas de la salsa. Víctor Roura recupera esta conversación con el músico venezolano —uno de los máximos exponentes del son cubano de toda la historia—, a manera de homenaje y celebración por estas ocho décadas de vida.
El futuro de la rumba está en México
El venezolano Óscar D’León acaba de cumplir, el pasado 11 de julio, 80 años de vida.
—Yo sólo soy un humilde servidor de la música latina —comenta, una y otra vez, el cantante originario de Caracas.
Me decía, hace ya varios años atrás, que el género afroantillano tardaría en desaparecer porque ahora, hacia la década de los ochenta, cuando empezaba a surgir, según D’León, si bien la rumba llevaba ya veinte años en el candelero al grado de que en Estados Unidos hasta una discográfica se había establecido especializada en la salsa.
—Eso es lo que creo —asentaba—. Hace unos años me sentía disgustado con la compañía que distribuye mis discos en México. Ya no. La cosa está cambiando. Ya era hora de que se le prestara atención a esta corriente.
En seguida indicó que, de niño, las orquestas Aragón, la Matancera o la de Barbarito Díez lo hacían apartarse de sus juguetes:
—Ponía mucho oído a lo que tocaban. Crecí con esos grupos. Ahora me encargo de revivir toda esa música. Esa es mi función.
Y aseguraba haber llegado a la cúspide de los éxitos porque tenía “un poquito” de suerte:
—Y porque hago las cosas con conciencia —agregaba—. Considero que estoy bien plantado en mi camino. Y porque Ali Kó me conduce por los buenos sendero.
Ali Kó era su representante.
—Si miro con futuro mi carrera —comentaba D’León—, diría que mi mercado potencial va a ser México, porque aquí está empezando a tomar auge la rumba. El futuro está acá. Lo digo con certeza. Por eso están viniendo músicos a este país. En pocos días más llega Celia Cruz. Va a estar quince días aquí. Ese es mucho tiempo. Yo voy a estar un mes. Aquí está el futuro.
“Lo mío nunca se iba a detener”
Luego habló de los contratos que la firma Fania le ofrecía y que él no había aceptado.
—En Venezuela yo siento gran apoyo de la disquera TH, pero hay otra cosa que me impide ingresar a la Fania: no quiero ser uno más de su elenco, sino ser el mismo dueño.
Contó entonces un poco su historia de ayer. Con su primer conjunto.
—Desde el primer ensayo con Dimensión Latina yo me percaté de que ahí había un mundo de triunfos. Y esto significaba dinero, por supuesto. Por aquella época, principios de los setenta, predominaba la música estridente. El soul y esas cosas. Pero yo comprendí que lo mío, desde ese momento, nunca se iba a detener.
Ya había trabajado en la General Motors, de taxista y en una cervecería. Nada lo convencía. Fue con la Dimensión Latina donde se dio a conocer.
—Cuando me fui del grupo —narraba—, el público me cuestionó, se decía que yo iba a sucumbir. Eso me alentó más, me dio más valor. Al llevar camino solo no perdí mucho de mis ideas musicales; por el contrario, me sobró mucho valor. Por eso digo que voy comenzando, apenas. No he llegado a mi meta. Y con mi orquesta estoy consiguiendo lo que quiero. Los músicos míos no serán de primera, pero encuentro buen trabajo. Los prefiero a las estrellas porque, a veces, a las estrellas se les va la luz.
“Hay que llamar a las cosas por su nombre”
—¿De proviene su gusto por la rumba?
—Mis padres siempre han sido bonchones, bailadores, les encantan las fiestas, y me sacaban envuelto en cobija, así que desde niño, soy hijo único, aprendí a escuchar esa música. Se me fue metiendo en mi ser. Soñaba con tener un día una orquesta. Con los muchachos del barrio formábamos agrupaciones pequeñas.
Tocó entonces un tema que a los soneros siempre les satisface hablar: sobre la denominación salsa.
—Estoy en desacuerdo en que se le siga llamando a la música latina salsa —decía—. Porque salsa es como sinónimo de derroche y droga. No sé. Hay que llamar a las cosas por su nombre. A la rumba, rumba. A la guaracha, guaracha. Es que han hecho de la rumba un despelote. Hay que revivirla. Aunque hay que aclarar que los términos antiguos se acabaron. Ahora cuenta el mensaje. Que no se desvíe el concepto de la música. Con la salsa como que se va más hacia las propuestas gringas. Con fortuna, supe diferenciar a la música cubana de la que llaman salsa.
Aseguraba que mientras la música latina estuviera acompañada de un mensaje, se mantendría por mucho tiempo.
—Pero, ¿qué clase de mensaje?
—El único, el de la vida. Hay que creer en la vida.
—Blades, por ejemplo, intenta acercar a los latinoamericanos.
—Eso que está usted diciendo es política. Y el artista no debe ligarse a ese tipo de cosas. Porque no debe encerrarse. Hay que cantar para todos. Prácticamente, lo que tiene que hacer el artista es cantar sobre la cotidianeidad. Como lo hice yo en mi nuevo álbum, con la canción “El derecho de nacer”. Ahí hay mensaje. Es contra la mujer que aborta. Va para esas mujeres que primero se ponen a buscar hijos y luego los matan. Primero hacen sus sinvergüenzadas y después lo quieren componer.
—Las corrientes progresistas no sólo de Latinoamérica sino del mundo piensan de otra manera. Están del lado de los derechos de la mujer.
—Mi opinión es contraria. Habrá mujeres que sepan oír el mensaje. No hay nada más bonito en el mundo que recibir a un niño. Hay madres que creen en la vida. Y han sufrido por crecerlos, aunque hayan sido producto de algún acto atentatorio. Luego los han visto recibirse de médicos o de abogados. Nada se justifica para abortar.
Un toro en casa
A otra cosa.
—Varios músicos experimentan la combinación de la rumba con otros géneros, como el reggae.
—No estoy de acuerdo. Cada quien debe proseguir con su tipo de música. Y no debe cambiarlo. Creo que cada uno debe crear su propio camino. No meterse en otros. No sé si sea positivo en lo económico. En Estados Unidos se recompensa eso con dólares. Yo no lo siento. No lo haría bien.
Y se marchó D’León.
A firmar autógrafos. A dedicar discos, pósters, tarjetas postales. Se acercaba a los doce músicos de su orquesta para retratarse unos con otros, o todos juntos. Uno de los instrumentistas comentaba que son felices en el grupo de D’León: “Además de trabajar, nos divertimos. Hacemos de todo. De todo”. Y D’León intervenía: “Creo que lo único triste es que tienen que abandonar el hogar hasta por mes y medio. Y eso es peligroso, porque a su regreso pueden encontrarse un toro en casa”.
Y reía, reía, reía mucho D’León.